Bienvenido a la vida, míster Charlie: la historia del paciente que más tiempo ha pasado en la UCI del Hospital Clínic
Se llama Carles Gonzàlez aunque para la mayoría es Charlie y en los contactos del teléfono aparece como Eminenza. No es italiano pero podría serlo. Del norte, si no fuese porque habla como un artista florentino. Tiene 69 años, es tenor desde hace tres décadas de l’Orfeó Català, la coral del Palau de la Música que merecería ser Patrimonio de alguna humanidad, y el 24 de febrero regresó del Valle d’Aosta, la región más pequeña de Italia. En el aeropuerto de Milán, antes de salir, tomaron la temperatura a todos los pasajeros. Al llegar al aeropuerto del Prat solo se encontraron a un operario de la limpieza barriendo.
En los medios españoles cada vez se dedicaba más espacio a informar sobre el coronavirus, ese virus de China que había llegado a Italia. Albert, el amigo con el que por trabajo había estado en los Alpes Italianos, recibió un correo de Vueling en el que se le informaba de que Nil Monró, un joven 'influencer' de 22 años que estaba a pocas filas de él en su mismo avión, había dado positivo. Era el segundo caso que se conocía en Catalunya y el décimo en una estadística que España acababa a estrenar.
Albert llamó a su amigo para advertirle del positivo en el vuelo de Milán. Carles se encontraba bien pero contactó con el 061 por precaución. Al cabo de unos días empezó a notar un dolor en la espalda. El lumbago, pensó. Echó la culpa a la secadora que había estado moviendo. No se encontraba bien pero tampoco estaba enfermo. O eso pensaba.
Pero la espalda le iba dando cada vez peor vida y un mes después de ese vuelo de Milán a Barcelona, la noche del 24 de marzo, Carles empieza a empeorar de verdad. No puede controlar los temblores y se pone a 39'5 de fiebre. Aún respira bien. Aguanta un día más hasta que la noche siguiente su hija Laia se lo lleva a Urgencias de la Clínica Platón. “Fuera el mundo estaba parado pero allí había un montón de gente. Repartían en dos salas a los pacientes. En una la de los sospechosos de COVID. El resto, en la otra. A las tres me dijeron que lo ingresaban”, recuerda.
Tras ocho horas más de espera, a las 11 de la mañana, un médico le informó de que a su padre le habían hecho la prueba de la COVID-19. No tenían aún el resultado aunque todo apuntaba a que daría positivo. Tenía neumonía bilateral y poco después se confirmó que la había provocado el coronavirus. “La mala noticia es que no se le puede trasladar al Clínic. La buena es que eso significa que tu padre no está tan mal”, le resumió. Ajeno a lo que le esperaba, Carles envió una foto desde la habitación en la que decía que estaba desayunando “como un rey.” Los calmantes y los antitérmicos habían hecho efecto.
Pero la cosa fue complicándose más y el pronosticó empeoró. Llegaron la intubación y la sedación. Al cabo de cinco días fue trasladado al Hospital Clínic. Ya no había noticia buena. Vía mensajes de Watshapp sus hijos iban informando a familiares y amigos. No les quedaba otra que aferrarse al optimismo vital de Carles para creer que la recuperación era posible. Estaba sedado pero en buenas manos. Optaron por quedarse con lo segundo y confiar en que el ensayo prueba-error acertase con él.
Cada vez que llegaba el mensaje, normalmente a última hora de la tarde, Iosu lo abría con el corazón encogido, esperando a que le informasen de que la infección en los pulmones no había empeorado. Nunca ha sido tan optimista como su amigo y sus formas tienen poco de florentino. Igual por eso se complementan. Igual por eso son tan buenos amigos.
Mientras, en el Clínic, en plena saturación de los servicios de UCI, en una habitación sonaba música clásica. Laia buscó en el ordenador de su padre una carpeta con los links de algunas de sus canciones preferidas. Esas que él siempre recomienda escuchar con auriculares y alta definición. Entre todos los hermanos escogieron también otras que tenían algún significado especial para ellos. En total, casi medio centenar de piezas. Se las enviaron a Isabel, la enfermera de la tarde para que sonasen a través de una de las tablets del hospital. Desde varias cantatas de Bach a la Ombra mai fu de Handel interpretada por su amigo Germán de la Riva, la Aubada con las voces más jóvenes de su Orfeó y también Van Morrison o Simon & Garfunkel. Seguía dormido pero tenía su música.
En otra grabación podía oír la voz de su mujer, Mireia. Las enfermeras están convencidas de que en algunos momentos la escuchó porque a medida que avanzaron las semanas comprobaron cómo se emocionaba al ponérsela. En los partes diarios había días de todo pero estaba prohibido desfallecer porque Charlie no lo permitiría. Tocaba brindar por él, un tipo al que su padre enseñó a ser siempre el más educado.
Una de las enfermeras le informaba del día que era y el tiempo que hacía fuera. Aunque él no fuese consciente de lo que le decía. El 29 de abril era miércoles y a las 18.36 h. llegó el mensaje más esperado: “Aviso para navegantes, el informer de hoy no es apto para todos aquellos ateos de la vida, que nuestro padre aún cree en la magia de los Reyes y nosotros tenemos la certeza de que confiando es la mejor manera de vivir. Así que con el corazón bien abierto y los ojos entelados os enviamos el que será el último comunicado regular de esta etapa de curas intensivas en todos los sentidos: señores y señoras, Mr. Charlie ha salido de la UCI y, cómo no, con su elegancia y estilo característico, por la puerta grande, aplaudido por todo el equipo y despedido con la alegría y el cariño de todos ellos”.
Carles no lo sabía pero se había convertido en el paciente con COVID que ha pasado más tiempo en la UCI del Hospital Clínic. Un récord de 32 días que quedó inmortalizado en un vídeo que difundió el propio centro y que le convirtió en protagonista de la portada del diario Ara. Cuando se despertó le pareció reconocer alguna de las caras del equipo médico que le había atendido durante un mes y un día. “Todos muy jóvenes, con mucha responsabilidad y con un trato muy respetuoso”, describe al otro lado del teléfono.
Mucho más delgado y recuperando la voz que apagó la traquetomía, por videollamada reclamó un ordenador para poder enviar correos. Todavía aturdido quería levantarse para preparar una comida familiar que había organizado, antes de enfermar, en casa de su hermano. Tenía prisa pero debía ir despacio. Ahora toca recuperación, encontrar la fuerza y la masa muscular que el virus atacó sin piedad. El viernes llamó a su amigo Iosu: “He vuelto”. La última vez que habían estado en contacto había sido el 20 de marzo, cinco días antes de entrar en el hospital, y ese otro viernes le había enviado una de Bethoveen.
Ahora está en el Parc Sanitari Pere Virgili, que para los barceloneses sigue siendo el antiguo Hospital Militar, donde Joan, el fisioterapeuta, y el doctor Alejandro han sustituido al grupo de jóvenes médicos que le atendieron en el Clínic. Cuando se despidió de ellos, de los del turno de día y de los de la noche, se emplazaron a seguir en contacto y les recordó uno de sus principios: “Si amas, estás salvado”.
Bienvenido a la vida, míster Charlie.
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