“Renaixem de la perseverança de lluitar amb l'antiga esperança”, canta Xavi Sarrià. Esa perseverancia, sin dejar nunca de luchar, enseñándonos a no perder la esperanza, es la que guio siempre a Arcadi Oliveres (Barcelona, 27 de noviembre de 1945 - Sant Cugat del Vallès, 6 de abril de 2021), la que forjó la resistencia de los que no se resignan a perder pese a que casi nunca ganan. Nos enseñó que no es justicia si no es social y que no es economía si no es solidaria. En la universidad, en charlas siempre abarrotadas, en libros o entrevistas, nos recordaba que la lucha contra la desigualdad pasa por combatir un capitalismo en el que anida la indiferencia.
Es fácil llamarse activista pero es muy difícil serlo. Implica coherencia y sacrificios personales que no pasan solo por asistir a manifestaciones o acumular bibliografía. Arcadi (nadie le llamaba Oliveres) fue siempre un activista, desde que reivindicaba la democracia en la universidad franquista a su último libro, publicado justo antes de enfermar de cáncer. De Lluís Maria Xirinacs, profesor suyo en los Escolapios de la calle Diputación de Barcelona, aprendió que la no-violencia es el camino. Quería estudiar Ciencias Políticas pero solo había una opción y era matricularse en la Complutense de Madrid. El decano en ese momento era Manuel Fraga y Arcadi tuvo claro que buscaría una alternativa. Su padre quiso que estudiara Ingeniería pero tras los suspensos del primer curso optó por apuntarse a Económicas. Una decisión que marcaría su trayectoria vital .
Una visita a Mondragón le abrió los ojos al mundo del cooperativismo. Se lamentaba de que la banca siempre gana. A él le hubiese gustado nacionalizarla y se indignó con los rescates, pero no se resignaba. “Lo que siempre critico es la generación de dinero por parte del dinero, que el dinero sirva para hacer nuevo dinero. Dicho de otra manera, no me molesta tanto el dinero como el tipo de interés que se esconde detrás de la especulación”, dejó escrito en ‘Paraules d’Arcadi’ (Angle Editorial). Nos explicó que cuando el tipo de interés es demasiado alto se llama usura y nos obligó a preguntarnos quién controla el dinero y qué uso se hace de él. Así aprendimos que se puede especular incluso bajo la apariencia de buenas obras. Nos recordaba a menudo que el mundo está lleno de fundaciones nacidas de la especulación.
También es fácil llamarse luchador y también es muy difícil serlo. ‘Protesta y sobrevive’, del filósofo E.P. Thompson era una de sus guías para animar a la desobediencia y perder el miedo. Acuñó el concepto de libertad responsable, basada en unos principios éticos. Una libertad que poco tiene que ver con los debates electoralistas en los que se la cita tanto estos días. Explicaba que una sociedad que distingue entre ciudadanos de primera y de segunda o tercera en función de la riqueza, en la que sigue vigente la ley mordaza o en la que no se puede garantizar un trabajo o un alquiler digno, nos convierte en ciudadanos menos libres. “El miedo es un gran enemigo de la libertad”, argumentaba. Y citaba como otro ejemplo la compra de armas a Emiratos Árabes en nombre de la seguridad.
Porque también es fácil llamarse pacifista y también es muy difícil serlo. Arcadi decía que es más fácil encontrar la guerra que la paz. Su definición sobre qué es ser pacifista es tan sencilla como acertada: es alguien que piensa que la violencia no soluciona nada y que incluso lo más probable es que lo empeore. En Justicia i Pau, una de las entidades de referencia en el ámbito del pacifismo y no solo en Catalunya, luchó contra el comercio de armas y enarboló la bandera del ‘No a la guerra’ contra la participación de España en la guerra de Irak. La esperanza que no perdió nunca le llevó a afirmar que un mundo sin guerras no era imposible. Él nunca dejó de luchar para conseguirlo y animaba a practicar la objeción fiscal para evitar que los impuestos fuesen a parar al gasto militar. En su libro ‘Contra el hambre y la guerra’ (Angle Editorial), publicado en el 2005, describía con su pedagogía habitual que el gasto militar mundial era 20 veces superior al dinero necesario para erradicar el hambre.
Es fácil defender los movimientos sociales pero más difícil es estar siempre cuando toca. Arcadi no fallaba nunca. Estuvo en la lucha contra la OTAN, en las acampadas en defensa del 0’7 y 17 años después en las plazas del 15-M. Imposible no acordarse de su imagen, micro en mano, en la plaza Catalunya. En la película ‘Mai és fosc’ (2014) dirigida por Erika Sánchez, se puede escuchar a Arcadi como explica que el 15-M fue el germen de las protestas que vinieron después en defensa de la sanidad, la educación y la vivienda así como el origen de partidos como Podemos y los ‘comuns’. Siempre mostró proximidad a este espacio político y también al de la CUP. Se reconocía independentista, pero “no solo para cambiar la bandera” sino para aplicar nuevos modelos en la economía o la política ecológica.
Durante décadas la cifra de ‘arcadistas’ fue creciendo. A los de la ‘Caputxinada’ que en el convento de Sarrià denunciaron la represión franquista se sumaron ya en democracia los del 'No a la OTAN', a los del encierro en la Iglesia del Pi para exigir cambios en la ley de extranjería se añadieron los del ‘No a la Guerra’ y a los del 0’7 para destinar más recursos a la cooperación se sumaron los miles indignados del 2011. Varias generaciones y un nombre, Arcadi Oliveres, que siempre estuvo en esas luchas y en otras tantas anónimas.
Cuando le dijeron que el cáncer era terminal decidió que no quería morir en el hospital. Su familia abrió una web en la que miles de personas, muchos antiguos alumnos a los que él siempre animaba a buscar un mundo mejor, le dejaron sus mensajes. Aprovechó las pocas fuerzas que le quedaban para conceder entrevistas y recibir algunos homenajes. Le pidió acompañamiento espiritual a un amigo sacerdote, el mismo que ayudó en su etapa final de vida a Marcel, su hijo, que falleció a los 28 años, hace una década. Confesaba que se iba satisfecho de la vida que había tenido. Una vida en la que necesitó poco y dio mucho.
Gracias por tanto, Arcadi.