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ENTREVISTA

Emilio Morenatti: “Con las fotos, muchas veces se apela a la dignidad cuando lo que se pretende es ocultar”

Emilio Morenatti, en la barcelonesa rambla del Poblenou.

Neus Tomàs

5 de diciembre de 2020 22:47 h

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Es imposible repasar cómo ha sido hasta ahora la pandemia en España sin tener presente alguna foto de Emilio Morenatti (Zaragoza, 1969). El fotógrafo jefe de The Associated Press en España y Portugal, curtido en cubrir conflictos bélicos, desde Gaza a Afganistán, fue el primero en pasar un mes dedicado a retratar cómo la atención primaria estaba desbordada para hacer frente al imparable avance del coronavirus.

Morenatti es el fotoperiodista que ha logrado colarse en una residencia para captar la imagen de los camilleros de una funeraria llevándose a un fallecido, una de las instantáneas que quedará ya para la historia de esta crisis que no es solo sanitaria. En sus fotos no puede reconocerse nunca a la persona que ha muerto, no se le ve el rostro. Cuando fotografió la morgue del tanatorio de Collserola, evitó que se pudiese identificar a nadie a través de las etiquetas con los nombres que había en los ataúdes. Aún así, algunas de estas imágenes han sido criticadas por ser consideradas demasiado duras. “Muchas veces se apela a la dignidad cuando en realidad lo que se pretende es ocultar”, explica. En esta entrevista recuerda que en algún gran periódico sus fotos no aparecieron en portada por el temor de sus responsables a ser acusados de crear alarma social.

Uno de los momentos que más le impactó fue el de una mujer que asistía sola al entierro de su padre. Su madre había muerto también por COVID-19. La señora estaba frente al féretro y se abrazaba a sí misma porque no tenía con quien compartir el abrazo. Morenatti recuerda también el largo beso, entre plásticos y con mascarillas, de una pareja de ancianos que hacía meses que no se había podido ver. Una foto que, como tantas otras, estuvo persiguiendo durante semanas.

Existe una realidad y dices que tu obligación es reflejarla de la forma más sensible y digna posible. Pero hay muchos lectores que cuando ven las fotos publicadas se quejan.

Primero analizaría de qué se quejan. Suelo escuchar a todo aquel que hace una crítica de mi trabajo y al hacer ese análisis miraría cuáles son las razones de por qué no le gusta. En el caso de algunas fotos en las que se han mostrado muertos, yo les argumento que el muerto en sí no tiene identidad porque lo que se ve es un sudario o es una caja de madera. ¿Qué muerto ven? ¿El muerto que quieren ver? Porque ese no es el muerto que yo les estoy contando.

Entendería que alguien se quejase por una foto en la que se mostrase la cara, que fuese un rostro con nombres y apellidos, pero eso no lo estamos haciendo. Hay gente que ve un muerto donde no lo hay y eso me interesa porque significa que estamos consiguiendo mostrarlos sin enseñarlos explícitamente. 

Una de las fotos que más llamó la atención fue la de una morgue con decenas de ataúdes.

En esa imagen del parking de Collserola convertido en morgue había 250 cadáveres. Pero en la foto no aparecían cadáveres, eran féretros. Cajas de madera que no tenían identidad, las preservé al evitar que se pudiese identificar los fallecidos a través de las etiquetas con los nombres. Me acusaron de querer crear alarma social por esa imagen y lo que pasaba es que es una imagen que nos incomoda. 

¿Cómo conseguiste esa foto?

Pasé muchos días allí. Era un parking cerrado con mucha vigilancia. Entré por unos conductos de ventilación que no sabía a dónde me llevaban. Acabé en la tercera planta. Allí había una puerta cerrada. Se abrió, entré, me dirigí a la primera planta y me encontré con aquello. 

¿Sabías que te encontrarías con centenares de féretros?

Claro, había mucho ruido, el trasiego de gente, entrando y sacando ataúdes...Yo subí tres plantas acercándome cada vez más a ese estruendo. Sabía lo que me pasaría al llegar, y es que me verían, pero en ese poco tiempo haría alguna foto. Son momentos de tensión muy fuertes. Me colé entre los ataúdes y empecé a hacer fotos. Me pillaron y me sacaron como si fuese un maleante. Cuando me estaban echando apareció el jefe de prensa de Mémora, Fernando Sánchez, y me llamó por mi nombre. Este señor, que es periodista, nos ayudó a organizar el funeral del accidente de Germanwings, donde había muchos norteamericanos, comprobó la seriedad de la agencia y de ahí que me reconociese. Me preguntó qué pasaba, le expliqué que me acababan de sacar de la sala en la que estaba fotografiando los féretros. Me dijo que no me preocupase, me acompañó de nuevo a la sala y pude estar media hora haciendo fotos. 

Algunos ciudadanos consideran que mostrar un muerto atenta contra la dignidad del fallecido.

En mi fotografía el muerto simboliza a todos los muertos. Si no lo simbolizas en uno, dos o cuatro, los que sean, no puedes hacer mención a los muertos. Que alguien me explique sino cómo se hace. La sutileza es nuestro objetivo pero a veces, cuando más sutil eres, las críticas siguen siendo exactamente las mismas que si mostrases a un muerto con todo detalle. Ha habido una evolución en la sociedad que va en el sentido contrario a la libertad de expresión. Muchas veces se apela a la dignidad cuando lo que se pretende es ocultar. 

¿La percepción de la gente respecto a lo que podríamos calificar de imágenes duras ha cambiado respecto a la primera ola?

Sí, sin duda. En mi perfil de Twitter había una respuesta a una imagen sobre la recogida de cadáveres en la que alguien escribió que no parecía Twitter porque las centenares de reacciones a la foto eran todas positivas. Eran de agradecimiento, de gente diciendo que era lo que debería haberse mostrado en la primera ola. Algunas eran personas que meses atrás habían criticado una foto con la playa petada de personas. Creo que la gente se ha concienciado.

Esa foto, en las que un soleado domingo de abril se veía a mucha gente en la Barceloneta, reabrió la polémica sobre el uso del teleobjetivo. Explicaste que era la única perspectiva posible. Te quejaste de que el debate no solo estuviese en Twitter sino que llegó también a los medios. 

Critiqué que los medios se hiciesen eco de la carnicería de Twitter, que la noticia fuese que unos señores muy poco influyentes habían criticado la labor de un profesional acreditado, que en este caso soy yo. Medios que se hicieron eco de lo que decía gente que criticaba detrás de una identidad oculta. Mi pregunta fue: ¿A quién estamos dando voz? ¿Damos voz a esos anónimos sin una reputación como la de la agencia AP o la mía? 

A diferencia de otros colegas, tú compartes tus fotos en las redes. ¿Por qué?

En AP nos sugieren que lo que publiquemos sea nuestro trabajo. Estamos visibilizándolo y hemos entendido que las redes nos ayudan a entender mejor el porqué una foto se convierte en viral. Si no lo haces no lo sabrás. Me parece fundamental como termómetro. 

Has sido el primero en fotografiar en España el trabajo de los camilleros de una funeraria. ¿Por qué les escogiste a ellos?

Yo fotografié antes el trabajo de la atención primaria, estuve todo un mes, fue el primero que se hizo y me gustaría también que se destacara. El tema de las residencias sabía que era duro y de difícil acceso. Lo pedimos de todas las maneras y nos lo negaron. Al final entré colándome. Aprovechando una puerta abierta, entras, tomas la foto y sales. Y he preservado la identidad de la persona y el nombre de la residencia.

¿Cuál ha sido la foto que más te ha costado de conseguir durante estos meses?

La que no he conseguido, la del Palacio de Cristal de Madrid. Solo hay un robado, parece que de alguien que trabajaba allí, pero es una foto que no se ha podido hacer.

Hernán Zin explica que ninguna televisión quiso comprar su documental '2020', en el que retrata cómo fue de dramática la pandemia en Madrid a través de testimonios y escenarios. ¿Por qué crees que nadie quiso emitirlo?

Por falta de valentía. Las corporaciones en las que se han convertido la gran mayoría de los medios pasan por unos gestores que no son periodistas. La mentalidad conservadora predominante, de la que por suerte no forma parte elDiario.es, es la debacle del periodismo. La duda es si se llegan a cuestionar la conveniencia o no de publicar determinadas informaciones o si se limitan a pensar solo en clave de beneficio económico, de lo que quieren los anunciantes. Un jefe de Fotografía de uno de los periódicos más importantes de España me explicó que había defendido la publicación en portada de mi foto de la morgue de Collserola y que le tumbaron la propuesta porque consideraban que podía contribuir a crear alarma.

¿Pero la alarma la crean las fotos o la pandemia?

Como no son capaces de calibrar la reacción que puede provocar prefieren no ponerla. Y entonces yo me pregunto: ¿Qué periodismo estamos haciendo?  

¿Cuál es la mejor foto que has hecho estos meses?

Un día estaba cocinando en casa y de repente, en el patio donde juegan mis niños, escuché que mi hija estaba hablando con alguien. Pensé que era imposible porque hay un muro. Me acerqué y me encontré que, con siete años, había puesto una escalera, se había subido a ella y había llamado a Oliver, su compañero de clase, para hablar. Estaban teniendo una conversación. Al verlo, inmediatamente me fui a buscar la cámara. No es una grandísima foto pero es muy tierna.    

Otra que destacaría es la del beso de una pareja de ancianos a través de los plásticos. Lloré a lágrima tendida al hacerla. La mujer llevaba un montón de días sin ver a su marido Estuve muchas semanas esperando a que llegase el día en que dejasen encontrarse a varias personas. La mujer me dijo que cuando lo viese le besaría pero lo que no me imaginaba es que ese beso duraría una eternidad. Fue un momento muy impactante.

¿Y hay alguna que después te haya quitado el sueño?

El último trabajo, el de las residencias. He estado tres semanas durmiendo muy poco y despertándome de noche. Pero no tanto por lo que he visto sino por la responsabilidad de hacerlo bien. 

¿Has descartado imágenes por considerar que eran demasiado duras?

Sí, todas en las que se pudiese reconocer a la persona. Me he quedado con las más sensibles, las menos agresivas.

Gervasio Sánchez considera que se ha violado la libertad de prensa porque en la primera ola no se dejó acceder a hospitales y residencia. ¿Estás de acuerdo?

Sí, pero yo le preguntaría a Gervasio si realmente le extraña eso. Si le sorprende que pase esto en un país donde la libertad de prensa nunca ha sido ejemplar.

Te has quejado alguna vez de que en España la burocracia lo prohíbe todo.

Yo no sé qué ha sido primero, la calle o las instituciones, a la hora de poner unas normas que son absurdas. Ya no puedes ir de fotógrafo por la calle porque inmediatamente te apelan al derecho a la imagen, te piden explicaciones de por qué estás haciendo una foto. Durante estos meses se ha acordonado todo. Por ejemplo, agradezco al Hospital del Mar y al resto que ahora nos han dado acceso, pero a mí cuando me interesaba entrar era cuando aquello estaba abarrotado. 

Una de las cosas que más me ha dolido no poder contar han sido los entierros en soledad. Ir al primero me costó una barbaridad. En la primera ola les dijeron a los enterradores que si veían a algún fotógrafo los echasen directamente. Al final conseguí entrar y recuerdo una escena que no se me olvidará. Era una señora que estaba enterrando a su padre, después de que su madre ya hubiese muerto por el COVID-19, y que se daba abrazos a ella misma. Estaba sola, ante el féretro, y no tenía a quien abrazar.  

¿En otros países cercanos, Francia, Italia o Portugal es tan complicado el trabajo del fotoperiodista?  

Es igual de difícil pero la gran diferencia respecto a otros países es que allí los medios rigurosos tienen una serie de privilegios, que deben tener, frente a los que no acreditan ser de ningún medio o no son rigurosos. Aquí nos meten a todos en el mismo saco. Te podría contar de tres o cuatro casos que entraron en las UCI simplemente por amiguismo cuando gente como nosotros habíamos enviado centenares de peticiones.  

Hace poco explicabas que ha trabajado 20 años fuera y que cuando regresaste a España te costó más cubrir el 15M que cualquier revolución del mundo. ¿A qué lo atribuyes?

Yo venía de Egipto y de Túnez y me encontré con el 15-M. Flipé porque me parecía de un romanticismo muy bestia pero esa perspectiva se me cayó rápidamente. A los pocos días de estar trabajando en Madrid me echaron a patadas de la Puerta del Sol. Los acampados habían puesto unos carteles de 'No foto'. Estaba por allí con la cámara, fotografié una escena normal, y cuando me dijeron que no, les pedí sentarnos tranquilamente para hablar del derecho a la información porque la apelación a la democracia también incluye ese derecho. No hubo manera. Yo seguí allí pese a la presión. En la plaza Catalunya fue peor, me echaron dos veces. Primero los acampados con el argumento de que estaban hartos de la prensa. Y después, tras hacerle una foto a una monja que pasaban por ahí, ella y dos más vinieron para intentar pegarme.    

Fotografiaste también los disturbios de hace poco más de un año en las protestas contra la sentencia del procés y otras posteriores. ¿En algún momento tuviste la sensación de que a veces se quemaba el contenedor solo porque delante había decenas de fotógrafos para captarlo? 

No es una sensación, es una certeza total. En realidad no son un centenar de fotógrafos. Allí hay media docena que lo somos, y un montón que no se sabe de dónde vienen ni quienes son. Se compran un chaleco por 30 euros que te dan en el Colegio de Periodistas. Se lo ponen y pasan por el mismo sitio que uno que es un medio acreditado. Una cosa es que un tipo tenga falta de ética, pero cuando son 40 te tienes que salir del grupo. Tenemos que lidiar con centenares de personas con acreditaciones que no les corresponden. Esto se ha salido de madre.

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