Por qué el futuro de Assange debería preocupar a los periodistas (y ciudadanos) de todo el mundo

Pol Pareja

1 de diciembre de 2020 22:41 h

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¿Es Julian Assange, el fundador de Wikileaks, un periodista? Algunos profesionales creen que sí: es un tipo que intenta conseguir información y la distribuye. Otros creen que no: los periodistas no deberían publicar información sin contrastarla y analizarla previamente y deben dar siempre la opción de defenderse a las personas aludidas, algo que Assange nunca ha hecho. El debate está servido desde hace una década, pero lo que le ocurra a este programador informático el próximo 4 de enero, cuando se decidirá su extradición a Estados Unidos, podría tener consecuencias en el ejercicio de la libertad de prensa en el futuro. 

Esta es la tesis que defiende el documental The War on Journalism: The Case of Julian Assange, estrenado este martes en Barcelona en el marco del Festival de Cine y Derechos Humanos con la presencia del padre de Assange y del relator de la ONU sobre torturas Nils Melzer. El certamen contará con más de 110 películas entre las que se encuentran trabajos de Ai Weiwei o del iraní Jafar Panahi, cuya película 3 Faces ganó el galardón de mejor guion en el Festival de Cannes. 

En 2010, Wikileaks obtuvo la mayor filtración de documentos secretos militares y diplomáticos de la historia. Las revelaciones permitieron demostrar todo tipo de crímenes de guerra llevados a cabo por Estados Unidos. Desde las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib hasta el asesinato en Bagdad de 11 civiles -entre ellos, dos reporteros de la agencia Reuters- por parte de militares estadounidenses que dispararon desde dos helicópteros. “No necesitas ser ningún especialista para ver que eso fueron crímenes de guerra”, señala en el documental Nils Melzer, el relator de la ONU.

Ninguno de los autores de estos presuntos crímenes de guerra ha sido juzgado ni condenado. En cambio Chelsea Manning, exanalista de inteligencia del Ejército estadounidense y la filtradora de todos los documentos a Assange, pasó varios años en la cárcel hasta que Barack Obama la indultó en 2017 poco antes de abandonar la Casa Blanca. Había sido condenada a 35 años entre rejas.

En el caso de ser extraditado, Assange (Townsville, Australia, 1971) se enfrentará a penas de 175 años de cárcel por 17 acusaciones bajo la ley de espionaje de Estados Unidos. La norma, aprobada en 1917 durante la primera guerra mundial, ha sido objeto de polémica e impugnada varias veces en los tribunales a lo largo del último siglo. No es la primera vez que el Gobierno estadounidense la intenta utilizar contra informaciones incómodas y uno de los ejemplos más ilustres fue el de los llamados papeles del Pentágono, publicados en 1971 por The New York Times en primer lugar y después por The Washington Post.

A Assange se le acusa de solicitar y recibir información clasificada, una práctica que supone la rutina para no pocos periodistas. “¡Pero si es lo que hago yo para ganarme la vida!”, exclama en el documental Barton Gellman, periodista de investigación de la revista The Atlantic y ganador de un premio Pulitzer. 

Precisamente el debate que lleva una década instalado entre muchos periodistas -¿Es el fundador de Wikileaks uno de los nuestros?- es el mismo que se dirimirá si Assange es extraditado. En el caso de que fuese condenado por espionaje, algunos de los periodistas más prestigiosos del mundo consideran que podría ser la antesala de otras condenas a reporteros que publican material sensible.

La difícil relación de Assange con los medios

Cuando Wikileaks obtuvo los documentos confidenciales, Assange decidió trabajar con medios de distintos países para publicar el material que le había conseguido Manning. Acudió primero a The Guardian, que propuso compartir la filtración con The New York Times y Der Spiegel ante el gran volumen de información que debía manejarse. Para una posterior filtración Assange contó también con Le Monde y El País. La abogada del programador informático recuerda que, si al australiano se le procesa por recibir y publicar información clasificada, también estos medios deberían ser juzgados por los mismos hechos. “Recibir y publicar información no te convierte en un espía”, opina la letrada en el documental.

Assange, sin embargo, no trabajaba igual que un periodista. Tanto The New York Times como The Guardian, los medios que más lo trataron, acabaron teniendo muy mala relación con el fundador de Wikileaks. Assange les reprochaba que dejaran buena parte de la información sin publicar para no poner vidas o operaciones de inteligencia en peligro. También le enfadaba que no quisieran enlazar sus informaciones a la web de Wikileaks, donde todos los documentos se publicaban prácticamente de manera íntegra.

Los medios, por su parte, acabaron hartos del afán de notoriedad de Assange así como de su difícil carácter. Normalmente una fuente de este tipo pide discreción, pero él buscaba protagonismo. Bill Keller, en ese momento director del Times, lo definió como “elusivo, arrogante, manipulador y volátil” en un largo artículo en el que describió la relación del periódico con él.

A pesar de las diferencias con Assange y de sus reservas a definirlo como un periodista, tanto Keller como Alan Rusbridger, otrora director de The Guardian, creen que juzgarle por espionaje en EE.UU. puede tener consecuencias nefastas para la libertad de prensa en todo el mundo. “Me sorprende que tanta gente no vea que este caso tiene implicaciones preocupantes para todos los periodistas”, señaló Rusbridger el pasado agosto.

El documental también apunta a las pocas posibilidades de que Assange tenga un juicio justo tanto en la decisión de extraditarlo, que se tomará en el Reino Unido, como si acaba siendo trasladado a EE.UU. Según el film, la jueza británica que decidirá sobre su extradición tiene un cónyuge y un hijo con intereses en empresas de ciber inteligencia. Sobre el juicio en EE.UU, el tribunal donde se juzgará su caso se conoce como el “tribunal del espionaje” porque las personas que formarán el jurado o sus familiares tienen muchos números de estar relacionadas con agencias de seguridad estadounidenses. 

En pocos kilómetros a la redonda de donde se le juzgará están la sede de la CIA, la del FBI, la del Pentágono y la del Departamento de Seguridad estadounidense en un distrito en el que también se han asentado un gran número de empresas de seguridad que son contratistas de las mencionadas agencias gubernamentales. Uno de los asesores más prestigiosos del país a la hora de elegir a miembros del jurado rechazó formar parte de la defensa de Assange cuando se enteró del distrito en el que se celebraría el juicio. “No tienes nada que hacer”, le dijo este especialista, que participó en juicios tan mediáticos como el de O.J Simpson entre 1994 y 1995.

La conexión española con la CIA

El documental también aborda la conexión española con el caso Assange, fruto de la participación de una compañía de Jerez en el espionaje al fundador de Wikileaks cuando estaba recluido en la embajada de Ecuador en Londres, donde Assange estuvo encerrado durante casi ocho años tras pedir asilo al país sudamericano.

Esta empresa española, llamada U.C Global, fue contratada en un principio por la propia embajada para velar por la seguridad de Assange. La compañía, no obstante, fue presuntamente captada por la CIA para obtener información sobre las actividades del australiano dentro de la embajada. Así lo aseguraron tres extrabajadores de la empresa ante la Audiencia Nacional en calidad de testigos protegidos.

Según el documental, el director de esta empresa, David Morales, viajó en 2016 a una feria de seguridad en Las Vegas. Fue allí donde presuntamente conectó con la CIA y empezó a colaborar con la inteligencia estadounidense. Empleados de U.C Global sustituyeron entonces todas las cámaras de la embajada de Ecuador por equipos que también registraban el audio. Incluso se pusieron grabadoras dentro del lavabo, donde Assange celebraba reuniones ante las sospechas de que le espiaban. La intrusión llegó incluso hasta los encuentros de Assange con sus abogados en los que preparaba su defensa. 

“Soy un mercenario y voy a pecho descubierto”, aseguró Morales a uno de los trabajadores de su empresa, que acabó denunciando los hechos cuando vio que el espionaje también alcanzaba a la mujer de Assange y a su hijo. Morales niega que trabajara para la CIA y asegura que fue el Gobierno de Ecuador quien le ordenó espiar al programador informático. Afirmó el pasado febrero ante el juez instructor de la Audiencia Nacional que la persona que le hizo el encargo fue el exembajador ecuatoriano Carlos Abad. Casualmente Abad había fallecido unos meses antes.

Según el documental, que se basa en las declaraciones de los extrabajadores ante el juez, quien conectó a Morales con la CIA fue otro viejo conocido de los medios españoles. El hombre que presuntamente hizo de intermediario fue Sheldon Adelson, el gran magnate del juego que en lo más profundo de la crisis aterrizó en España con un faraónico proyecto de casinos, llamado Eurovegas, que supuestamente iba a generar 250.000 puestos de trabajo. Catalunya y la Comunidad de Madrid se pelearon por esa inversión, que finalmente quedó en una mera declaración de intenciones.