El hijo de Evaristo se encontró a su padre muerto, tapado con tres mantas. Los ojos y la boca estaban abiertos. Los puños, apretados. Era de madrugada y acababa de entrar en la residencia de Tremp. “Los pasillos estaban oscuros, había solo una cuidadora para toda la planta”, recuerda por teléfono. “Aquello parecía una película de terror”. 24 horas antes le habían comunicado el positivo por coronavirus de su padre, pero le habían asegurado que se encontraba bien y estaba fuera de peligro.
En pocas semanas, la residencia de la Fundación Fiella-Sant Hospital de Tremp, un municipio de menos de 6.000 habitantes en la comarca del Pallars Jussà (Lleida), se convirtió en un agujero negro donde han fallecido más de medio centenar de personas. Al momento de escribir este artículo son ya 60 las víctimas del geriátrico tras un brote que ha dejado a este pequeño municipio y a toda la comarca en estado de shock. El pueblo ha perdido en pocos días al 1% de su población. En la zona, todos conocían a alguien que estaba en esa residencia.
Los familiares piden explicaciones. Nadie les ofrece respuestas y asisten al cruce de reproches entre la Generalitat, que intervino el centro a finales de noviembre, y la fundación eclesiástica que gestionaba la residencia hasta entonces. La Fiscalía ha abierto una investigación para conocer lo que ocurrió en este geriátrico en el que, hasta hace poco, se había cuidado muy bien a los ancianos.
¿Qué falló para que murieran el 40% de los 143 residentes en apenas cuatro semanas? Esta es la reconstrucción de lo que ocurrió después de hablar con trabajadores del centro, familiares de fallecidos, vecinos del pueblo y voluntarios que estuvieron dentro de la residencia durante los días más complicados. elDiario.es también ha podido leer y escuchar buena parte de las comunicaciones que se enviaron desde el geriátrico a los familiares y que ilustran hasta qué punto la situación se descontroló durante la última semana de noviembre.
“Estamos desarmados ante una enfermedad de muy fácil transmisión”, trasladó el 28 de noviembre un médico del Centro de Atención Primaria de Tremp tras pasar visita en el geriátrico. “Lo que he visto en las últimas 48 horas no creo que lo vuelva a ver nunca más como médico”.
Jueves 19 de noviembre. El ambulatorio de Tremp alerta del positivo de un trabajador del centro. Al día siguiente, tras hacer un cribado a todos los miembros de la residencia, se constata que la enfermedad se ha extendido por el geriátrico: hay 49 contagiados, la mayoría ancianos.
A pesar de la gravedad del brote, la Fundación Fiella -que ha rechazado hacer comentarios para este reportaje- desoye los protocolos de Salut y no desinfecta inmediatamente los espacios comunes del geriátrico, según confirman dos trabajadores de la residencia. “Se optó por aislar y sectorizar a los residentes contagiados, pero no vino nadie a desinfectar”, confirma una empleada. El domingo 22 la fundación envía un comunicado “tranquilizador” a las familias en el que asegura que la mayoría de los contagiados son asintomáticos.
El lunes 23 de noviembre ya son 57 los contagiados: 49 residentes y 8 trabajadores. Según los técnicos del Departament de Salut que entran a la residencia, la sectorización de los contagiados “no es correcta” ni se aplican los “protocolos covid” para los residuos y la comida. Los trabajadores tampoco saben cómo usar debidamente los equipos de protección individual, según asegura la delegada de Salut en Lleida, Divina Farreny.
¿Por qué Salut no toma medidas en ese momento e interviene el geriátrico? Según asegura el propio Departament, desde que se detecta el primer positivo la residencia está “intervenida” y se hace un “acompañamiento” para “supervisar y hacer el seguimiento” de que se toman las medidas adecuadas . “Se dio un margen al centro para ver si podían asumir estas medidas con sus profesionales”, precisa una fuente oficial. “Cuando vemos que no, se aplica la intervención más intensa”.
En todo caso, ni el Departament ni el propio centro desinfectan la residencia esa semana. Según El Periódico, esos días la dirección del geriátrico tantea tanto a los Bombers de la Generalitat como a la Academia Militar de Talarn (Lleida) para ver si pueden entrar al centro a desinfectar. Los militares responden que ningún problema, pero que deben solicitarlo a la subdelegación del Gobierno. Nadie les vuelve a decir nada. Pasarán 10 días desde el inicio del brote hasta que se lleve a cabo la primera desinfección, el 29 de noviembre.
Las fuentes consultadas explican que la residencia no tenía demasiada experiencia de la primera ola sobre cómo controlar un brote. “Durante la primavera logramos que apenas entrara el virus en el centro”, explica una empleada. Solo hubo un caso. Los protocolos eran muy estrictos para evitar que el virus entrara al geriátrico y a los ancianos que salieron en verano les obligaron a hacerse una PCR y guardar cuarentena 10 días en la habitación a su regreso. No había, sin embargo, preparación para controlar un brote de puertas para dentro.
El 23 y 24 de noviembre la situación parece relativamente controlada a pesar del brote. “Hasta el día 25 la situación parecía estable”, señala un familiar de una residente que había dado positivo. “Cada día me actualizaban sobre cómo estaba mi madre. Me contaban que no tenía síntomas y evolucionaba correctamente”. El brote, sin embargo, continúa avanzando y afecta cada vez a más trabajadores.
El martes 24 de noviembre, un médico de familia del Centro de Atención Primària (CAP) de Tremp manda un mensaje de audio a los familiares tras visitar la residencia. “En líneas generales la impresión que he tenido es de bienestar”, les dice. “Excepto a cuatro o cinco afectados, el resto los he encontrado bien en líneas generales”. El médico les insiste en que estén tranquilos. “Día a día os iremos informando”, remacha.
El miércoles 25 se realiza un nuevo cribado con tests de antígenos a todos los trabajadores y residentes. Los resultados son alarmantes. El virus se ha extendido entre los ancianos y también entre los trabajadores. Al final de esa semana los positivos se habrán triplicado: de los 57 el lunes a 150 contagiados el domingo. 120 residentes, 30 empleados.
Todas las fuentes consultadas coinciden en que a partir del cribado del 25 de noviembre la situación empeora. En primer lugar, hay un apagón informativo. Los familiares dejan de recibir las llamadas en las que se les pasa el parte sobre sus parientes. Cuando ellos llaman al centro, nadie responde. El geriátrico se está quedando sin personal y los pocos que siguen trabajando no dan abasto. La directora también está contagiada. Algunos familiares se personan en la residencia y no pueden entrar.
El 26 de noviembre son ya siete los fallecidos, aunque algunos trabajadores aseguran que en ese momento eran una decena y no se había comunicado. El Departament de Salut anuncia esa tarde a la Fundación Fiella que toma las riendas de la residencia, según un comunicado de la fundación.
Quién gestiona el centro entre el 26 y el 28 de noviembre es todavía un misterio. La Fundación Fiella asegura que quien toma el control del geriátrico es la Associació Benestar i Desenvolupament (ABD). Esta entidad lo niega tajantemente. Salut precisa que ABD acude el 27 de noviembre a “hacer una visita de análisis” y que el 28, “a causa de la complejidad clínica de la situación” se interviene totalmente la residencia. Entre que la Fundación Fiella abandona la gestión y la empresa pública de la Generalitat GSS toma las riendas pasan 48 horas.
“Estábamos toda la noche tres empleados para más de 80 residentes”, describe una trabajadora sobre esos días. “Además cada anciano estaba encerrado en su habitación, no les podíamos atender a la vez”. Esta empleada admite sin ambages que los ocupantes no estuvieron bien atendidos. “¿Cómo iban a estarlo?”, se lamenta.
Según los datos remitidos por Salut a elDiario.es, en el momento de la intervención hay solo 23 profesionales en el centro entre auxiliares de geriatría, enfermeros y personal de limpieza. Antes del brote eran 70.
El sábado 28 de noviembre las familias llevan ya 72 horas sin apenas noticias de la residencia. Se extienden las sospechas y la preocupación. La nueva directora de la Generalitat, Elena Badia, toma el mando del geriátrico. Ese día les llegan a los familiares dos mensajes que encienden todas las alarmas.
El primero de ellos llega del mismo médico que había asegurado cuatro días antes que la situación era de “bienestar”. El doctor les dice que ha tenido dudas sobre si mandar ese mensaje porque no se considera un médico “alarmista”. Finalmente lo envía.
“El brote actual me ha hecho abrir los ojos”, les dice a los familiares. “Lo que mi mirada profesional ha visto en 48 horas no creo que lo vuelva a ver nunca más como médico”, prosigue. “El covid no entiende de intuición… Estamos desarmados ante una enfermedad de muy fácil transmisión”. El mensaje es catastrofista e incluye todo tipo de advertencias. “Si nos despistamos con esta enfermedad puede que no tengamos una segunda oportunidad”, remacha.
Ese sábado las familias reciben otro mensaje más desde la residencia. Piden “urgentemente” voluntarios para cuidar a los ancianos. “Pueden ser con titulación (enfermería, auxiliares, geriatría...) como otros que tengan práctica en el cuidado de personas mayores”, reza el mensaje, que indica a los voluntarios que escriban directamente a la nueva directora del centro, que ha rechazado hacer comentarios para este reportaje.
Evaristo en ese momento ya ha muerto, pero a su hijo nadie se lo ha comunicado. Se entera por un conocido suyo que trabaja en la funeraria de Tremp, que le llama ese mismo sábado 28 y le dice que su padre está en la lista de fallecidos de la residencia. A él, sin embargo, nadie le ha llamado del geriátrico. Sobre las diez de la noche le llama una trabajadora social. Le dice que le acompaña en el sentimiento. Él le responde que nadie de la residencia le ha trasladado oficialmente la muerte de su padre.
El hijo se sube al coche y se va hasta la residencia. Llega de madrugada. Se pone todos los equipos de protección, entra a ver a su padre y confirma lo que se temía. Según su relato, lo que ve dentro de la residencia es digno de una “película de terror”. Algunos residentes, desubicados, caminan por los pasillos y le piden asistencia pensando que es un empleado. “Me costará tanto asimilar y superar lo que ha ocurrido y he visto”, lamenta. “Lo más indignante es que nadie pague por esto”.
Los mensajes del sábado 28 ponen en alerta a los familiares. Son varios los que acuden a la residencia ese fin de semana y exigen poder entrar a ver a sus allegados. Los que consiguen acceder relatan escenas muy parecidas a las que describe el hijo de Evaristo. Ancianos cuyos pañales llevan más de 12 horas sin cambiarse y que reclaman atención cuando escuchan a alguien caminar por los pasillos. Residentes que apenas comen durante días sin que nadie les controle. “Me tiré dos días quitándole legañas a mi madre después de entrar”, recuerda una pariente que accedió al geriátrico. “La encontré desnutrida y deshidratada”, asegura.
Tanto los trabajadores como los familiares que accedieron al centro describen esa semana -del miércoles 25 de noviembre al miércoles 2 de diciembre- como la más dura de todas. Sin apenas personal y con el virus causando estragos en las habitaciones. Sin nadie dirigiendo la residencia durante algunos días. “Éramos cuatro personas de ocho de la mañana a ocho de la tarde para 40 habitaciones”, recuerda una empleada. A partir de esa hora entraba otro turno. Durante los días más duros solo hubo tres cuidadores en el turno de noche para toda una residencia con decenas de personas necesitadas.
El Departament de Salut no ha respondido por qué pidieron voluntarios el sábado 28 de noviembre. Se limitan a explicar que desde su intervención se hacen 20 contrataciones directas y se cubren 33 turnos con personal de la empresa pública GSS. También que el ratio de trabajadores nocturnos pasa de tres a cinco durante la primera semana de intervención y después a seis la segunda semana.
A principios de diciembre la situación mejora levemente en la residencia. Algunos trabajadores se han recuperado y han llegado nuevos empleados. Se pueden por fin hacer tres turnos de trabajo en lugar de dos. Se establecen tres equipos médicos “para trabajar en la residencia como si fuese un hospital”, abundan desde Salut. En agosto se habían instalado 20 camas con respiradores en el centro para evitar traslados.
La reducción de pacientes y el aumento de personal da un pequeño respiro a los empleados, que siguen trabajando en turnos en los que no se para ni un minuto. Los ancianos que no se han contagiado han sido trasladados a otras residencias y algunos pacientes de larga estancia del Hospital Comarcal, colindante con la residencia, son enviados a otros recintos para poder liberar camas para los miembros del geriátrico. Con todo, solo 22 pacientes serán trasladados al Hospital durante el brote y 11 de estos fallecen en este centro hospitalario en el que no hay ninguna UCI.
El 15 de diciembre el número de ancianos fallecidos asciende a 55 y la Fiscalía ha anunciado que ha abierto una investigación. La consellera de Salut, Alba Vergés, finalmente se persona en Tremp. El 95% de los usuarios de la residencia se ha contagiado y el 35% han fallecido en ese momento. Vergés evita la autocrítica. “Hicimos todo lo que pudimos y más”, asegura.
¿Por qué la dirección del centro no encargó desinfectarlo hasta pasados 10 días desde el inicio del brote? ¿Por qué Salut tardó nueve días en tomar el control si, según su propia versión, había intervenido el geriátrico desde que se declaró el primer positivo? ¿Por qué entre el 25 y el 28 de noviembre no hubo nadie al frente de la residencia? ¿Por qué la Generalitat pidió voluntarios si en principio aportó el personal necesario? Los familiares tienen muchas preguntas que de momento ni Salut ni la fundación que gestionaba la residencia han respondido.
Durante los días siguientes a la visita de Vergés el número de fallecidos seguirá aumentando. Este sábado ya eran 60 los ancianos que han perdido la vida por culpa de un brote que nadie supo frenar a tiempo.
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