Podría ser cualquier bloque de pisos de clase media de Barcelona. Sin pretenciones, humilde pero digno; una escalera corriente en la que nadie descubriría el tesoro que hay en su interior. En este húmedo sótano de la avenida de Vallcarca, sin embargo, se guarda desde hace ocho años la historia del cómic catalán y del resto del país.
Son 400 cajas apiladas que harían las delicias de cualquier coleccionista y que ahora buscan un lugar para no acabar en el contenedor. Los propietarios del local donde se guarda este fondo quieren venderlo y los responsables del archivo no encuentran ningún lugar para trasladarlo. “A este paso tendremos que hacer una hoguera en la plaza”, apunta con resignación Josep Callejón, 74 años, presidente del Museu del Còmic i la Il·lustració de Barcelona.
Hay centenares de originales de gran valor, historietas editadas durante la república, durante el franquismo e incluso el cómic más antiguo encontrado en España, de 1865. Disponen de primeras ediciones de Capitán Trueno que se pagan a miles de euros y piezas de menor valor para coleccionistas pero de un importante interés documental, como por ejemplo historietas publicadas en 1914 o incluso colecciones completas de las primeras ‘aucas’ (pequeñas estampas acompañadas de una leyenda) editadas en el siglo XIX en Catalunya y que supusieron el preludio de los cómics actuales.
Al cargo del archivo está Josep Maria Delhom, 79 años, que acude cada día a este sótano para mover las cajas y vigilar que la humedad no castigue ninguno de los cómics almacenados. Le acompañan Josep Callejón y Josep Beltri, dos aficionados al cómic que se conocieron trabajando hace años en la editorial Bruguera, también situada en el barrio de Vallcarca-El Coll.
“Casi cada día vengo un rato aquí, para seguir investigando e intentando ampliar el fondo”, señala Delhom mientras va abriendo cajas y cajas buscando ejemplares interesantes para fotografiar. Huele a moho, hay polvo y nadie diría que entre esos cartones hay material de museo. Mientras Delhom charla con los visitantes, Beltri se sienta en una mesa y dibuja en dos minutos un retrato de los invitados.
Impresionan los números de este fondo, construido gracias a la donación de decenas de aficionados: colecciones completas editadas entre 1865 y 1970 que suman 25.000 ejemplares. 90 colecciones de almanaques de cómics publicadas entre 1880 y 1960. Medio millar de dibujos originales. Más de 1.000 muestras y portadas, novelas populares, cromos y revistas ilustradas…
Como si de una aventura ilustrada se tratara, este valioso archivo lleva más de dos décadas dando vueltas por la ciudad sin encontrar ningún sitio donde poder acomodarse.
Primero estuvo expuesto en el Museu del Còmic de Barcelona, un humilde museo situado en el barrio del Guinardó que nació en 1997 gracias al impulso de un grupo de aficionados entre los que se encontraban historiadores, profesores universitarios, abogados, dibujantes y todo tipo de gente vinculada al mundo de la viñeta. La sede quedó inutilizada en 2004 por un problema de humedades y ninguna autoridad quiso ayudar a los responsables de este archivo.
Finalmente el museo militar de Montjuic les cedió primero un almacén y un despacho y, al cabo de unos meses, les ofreció la mejor sala del castillo para exponer el material. Ahí se hicieron exposiciones y los responsables continuaron con su investigación y ampliación del fondo. Cuando en 2009 el Ayuntamiento cerró el museo militar el material volvió a las cajas de cartón y sin un lugar al que ir. Les permitieron almacenarlo en el castillo de Montjuic hasta que en 2012 les echaron del todo aprovechando las reformas en el castillo.
“Ninguna institución catalana nos hizo ni caso”, se lamenta Josep Maria Delhom, director del museo. Finalmente un familiar les cedió el sótano en el barrio de Vallcarca donde el material lleva almacenado desde hace ocho años, con salidas puntuales de algunos cómics para exposiciones y para un museo privado de las viñetas que se abrió en Sant Cugat.
Desde 2012 estos septuagenarios, junto al grup d’estudis El Coll-Vallcarca, intentan que la administración ceda un local para exponer el fondo o, como mínimo, poderlo guardar en condiciones. La respuesta siempre han sido largas o negativas y el proyecto de un museo nacional del cómic, con financiación de la Generalitat, lleva ya una década en el limbo a pesar de que se llegó a rehabilitar en Badalona un gran espacio para albergarlo.
Los aficionados al cómic sienten que ni el Arxiu Nacional de Catalunya ni el Ayuntamiento aprecian suficientemente este arte y temen que el material acabe en la basura o saliendo de la ciudad, tal como pasó el año pasado con las viñetas publicadas en distintas revistas underground barcelonesas de la transición, adquiridas por el Archivo Lafuente de Santander.
“Para el salón del cómic o del manga hay mucho dinero, pero para preservar la historia de nuestros dibujantes parece que nunca nadie ha querido gastarse un duro”, señalaban estos aficionados el pasado jueves por la tarde durante la visita al sótano. En el momento de cerrar este artículo, el viernes por la noche, el Institut de Cultura de Barcelona todavía no había podido responder a las peticiones de comentario de esta redacción.
El barrio barcelonés de Vallcarca-El Coll fue, durante muchos años, el epicentro nacional de la viñeta gracias a que en sus calles se instaló la editorial Bruguera, sin duda el sello más poderoso que ha habido en España en cuanto a cómics se refiere. Desde sus oficinas, conocidas como “la fábrica de los sueños” llegaron a salir cuatro millones de ejemplares mensuales que no solo distrajeron a jóvenes y adultos sino que reflejan la evolución de un país entero.
La lista de títulos publicados por esta empresa familiar supondrá una madalena proustiana para lectores de distintas generaciones: Pulgarcito, Capitán Trueno, Águila Negra, Doña Urraca, Tío Vivo, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, el Botones Sacarino… La editorial se creó en 1910 con el nombre de Gato Negro y duró tres generaciones hasta su cierre en 1986.
“Todo el mundo en este barrio conoce a alguien que trabajó en Bruguera”, señala Josep Beltri, 75 años, uno de los tres aficionados que han acudido a la entrevista. “Muchos autores también vivían en el barrio por estar cerca de la oficina”. Él salió del colegio y se puso a trabajar en la imprenta del sello. Ahí se tiró toda la vida y conoció a algunos de los que hoy intentan preservar este fondo.
En el barrio también estuvo instalada la productora Balet y Blai, dónde se produjo la primera película de dibujos animados en color de todo Europa en 1945. Precisamente en los locales donde estuvo esta productora, hoy abandonados, desearían estos aficionados instalar el museo con todo su material, pero de momento no han recibido ninguna noticia que les haga ser optimistas.
“Sugerencias tenemos muchas, pero ofertas concretas muy pocas”, se lamenta Callejón, el presidente del Museo. Estos jubilados observan cómo las nuevas generaciones de aficionados valoran sobre todo el cómic japonés y americano sin ser conscientes de la historia de la viñeta en la ciudad. “Tanto manga y tanta hostia… No saben que los pioneros de todo esto los tienen en su propia casa”.
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