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ENTREVISTA

Talia Lavin, la periodista judía que se infiltró entre neonazis: “Fue como caminar por el infierno”

Sandra Vicente

6 de febrero de 2022 21:57 h

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Talia Lavin es una periodista queer y judía. Así se describe en su biografía de Twitter, donde cuenta con más de 160.000 seguidores. Desde ese altavoz, Lavin lleva desde 2017 investigando movimientos supremacistas blancos a lo largo y ancho de Estados Unidos. La periodista se ha convertido en la diana de nazis, incels, racistas y diversos grupos de extrema derecha, que compartían en chats privados sus fotografías y discutían sobre cómo castigarla. Lo que ignoraban es que Talia Lavin estaba entre ellos, leyéndolos.

De esta experiencia nace 'La Cultura del Odio' (Capitán Swing, 2022), un libro que entrelaza la historia del racismo y el supremacismo blanco de EE.UU. con la propia experiencia de Talia Lavin como infiltrada en estos espacios. El resultado es un libro personal, una especie de revancha por parte de una joven mujer racializada, judía y queer, que ha entrado hasta la cocina de la intimidad de todos aquellos hombres que la odian por ser diferente.

Como mujer queer y judía, ¿cómo se siente tras publicar el libro y arrojar algo de luz sobre estos espacios oscuros?

Orgullosa. Con su publicación en España, el libro alcanza una nueva gran audiencia en un país que tiene su propia historia traumática con el fascismo y el racismo. Lo que he tenido que hacer para publicar este libro fue como caminar por un pequeño trozo de infierno. Ver cómo va llegando a la gente hace que valga la pena.

¿Qué consecuencias tuvo la publicación del libro en su país?

El FBI vino a verme para decirme que había recibido amenazas de muerte, cosa que imagino que no le pasa a demasiadas personas tras la publicación de su primer libro. Mucha gente durante mucho tiempo me ha dicho que quiere matarme, pero no me sorprende. Supongo que ver que me había infiltrado entre ellos les ha reactivado el odio hacia mí. Pero no diré que todo ha sido malo ni aterrador. También ha habido gente que lo ha recibido como inspirador. Hay muchos libros maravillosos sobre la extrema derecha, pero la mayoría son académicos y yo quería un libro que te hiciera sentir lo que siente una persona que se infiltra en estos espacios. Es un libro muy personal.

Las amenazas empezaron mucho antes de la publicación del libro. Su trabajo periodístico se basa en investigar a los movimientos supremacistas y lo acompaña con una reivindicación pública de su identidad. Y eso la expone mucho. ¿Por qué lo hace?

Llevo mucho tiempo siendo una mujer judía en Internet y hace mucho que veo y sufro cómo se trata a los míos en este país. He visto las esvásticas en la calle y cómo el problema crece en Internet, con estas personas que siempre están dispuestas a propagar una ideología ocultos tras un avatar. Por eso, en 2017 empecé a escribir sobre el tema. Y decidí que quería que supieran que quien les estaba investigando era una mujer judía, el epítome de lo que odian. Y, claro, empezaron a fijarse en mí. Pero no solo en mí: amenazaron a mi familia, lo cual me dio mucho asco, porque les están castigando por algo que solo es responsabilidad mía. Mucha gente habría reculado ante el riesgo, pero yo soy una mujer muy seria. Cuanto más me amenaces por ser judía, más te presionaré.

¿Cuándo decide infiltrarse?

Cuando empiezo a intentar hablar con los líderes de los movimientos de extrema derecha como periodista. Ellos nunca hablarían conmigo y si lo hicieran, nunca confiarían en mí. Por ser una mujer judía. En una ocasión fui a un encuentro de supremacistas blancos llamados Operation Werewolf y no me dejaron entrar. Su líder publicó en Instagram una foto mía diciendo que nunca dejarían entrar a una puta judía. Me frustró mucho porque esta barrera era personal y yo necesitaba fuentes y poder mirar más profundamente. Si no podía acercarme a la puerta porque tenía un cartel que prohíbe la entrada a los judíos, tenía que entrar por otro lado.

Una vez dentro, una de las cosas que más la impactan es enfrentarse a la humanidad de los supremacistas. Ver que no responden a un solo estereotipo y que no son monstruos abstractos, sino que son nuestros vecinos o compañeros de trabajo.

Creo que eso es algo que ya sabía, pero fue muy chocante constatarlo con gente que hablaba de sus trabajos o hijos, mientras posteaba vídeos de gente negra siendo asesinada. Nos decimos que son monstruos para tranquilizarnos, para pensar que nunca los conoceremos o que no están en nuestros barrio. Queremos creer que hay algo terriblemente malo en ellos, que no tienen estudios, que son pobres y miserables y que es eso lo que les empuja a esta ideología. No digo que todos tengan un premio Nobel, pero son individuos complejos, igual que tú y yo, con la misma alma, vida y trabajos. Pensar en ellos como monstruos nos hace malos periodistas. Pero, dicho esto, no creo que su humanidad los absuelva. De hecho, los condena más, porque se levantan cada día en el mismo mundo que tú y yo y escogen el odio y el miedo. Cada día. Y es terrorífico pensar que haya gente así. Por eso queremos pensar que son una masa uniforme de personas, porque nos previene de entender la gravedad y la raíz del problema.

Nos decimos que los supremacistas son monstruos para tranquilizarnos, para pensar que nunca los conoceremos o que no están en nuestros barrio

¿Cuál es?

Que todo el mundo es vulnerable a la propaganda de alguna manera. La radicalización es una especie de alquimia que necesita el momento, circunstancias e historia adecuada. Hay mucha gente que hace cinco años no hubiera pensado en unirse al movimiento antivacunas, pero ahí están. Y no por nada es un movimiento lleno de neonazis. Todos somos vulnerables a ser radicalizados, porque todos tenemos miedo. Y no tenemos que olvidar jamás que a nuestro lado hay gente que se levanta deseando que cierta parte de la población muera.

Puede que la humanización no los absuelva, pero después de tanto tiempo en sus espacios, ¿llegó alguna vez a empatizar con ellos?

Los 'incels' fueron el grupo al que me acerqué con más empatía, porque quería llegar a entenderles. La historia que cuentan es que están tristes porque son feos y no les quiere nadie. Empatizar con eso para mí era más fácil: no soy una mujer bonita y claro que he sentido que nadie me quería. Pero, a medida que miraba de cerca, vi que esa no era la historia que realmente contaban. Son un movimiento tremendamente radical y misógino. Lo que realmente están diciendo no es que estén tristes y solos, sino que las mujeres les debemos sexo y que somos malvadas por no darles lo que quieren y creen merecer. Son nihilistas y desesperantes, hablan con admiración de los chicos que han cometido atentados y han asesinado a mujeres para vengarse de todas nosotras. La soledad es un sentimiento natural, pero lo que cuenta es qué haces con esa emoción. Y ellos escogen levantarse contra las mujeres.

Para infiltrarse entre los 'incels' toma la identidad de Tommy O'Hara. Pero no fue su único alter ego. ¿Cómo se sintió haciéndose pasar por 'incel', por supremacista o racista?

He tomado muchas identidades y las que salen en el libro solo son las que funcionaron. Tenía una identidad para cada espacio y, a veces, era cinco o seis personas distintas al día. Mi vida estaba muy fragmentada. Incluso llegué a estar en un chat de voz nazi, usando mi propia voz. Es muy intenso y tenía que ser fría, estar lista para improvisar y superar la confusión cuando me tocaba volver a ser Talia Lavin de nuevo. Me costaba recordar quién era. A veces, mis alter ego estaban tan presentes en mi cabeza que sentía que ser yo era simplemente otro tipo de performance.

Cuando se convierte en Ashlynn en White Dates dice que basó su personalidad en ser antisemita. ¿Por qué?

No fue bonito, pero conocía bien los comportamientos antisemitas y me era fácil reproducirlos. Y, al menos, si escogía atacar a los judíos lo hacía desde la tranquilidad personal de que no había absolutamente nada de cierto en mis palabras, que era inmune a que aquello que decía se pudiera convertir jamás en mi manera de pensar. Era mi venganza personal: usar sus propios ataques contra mi pueblo para poner veneno en su mundo. No negaré que fue raro. Es difícil explicar las decisiones que tomas estando en estos espacios tan íntimos. Me llegaron a escribir cartas de amor, así que tenía que mantenerme fría y enfadada, al mismo tiempo que tenía que estar alerta y vigilante.

Las mujeres en los movimientos supremacistas blancos tienen un papel de apoyo y ellas aceptan el patriarcado que las relega a ser ornamentos reproductores

Uno de los asuntos pendientes que le quedan en el libro es infiltrarse en espacios de mujeres. ¿Por qué son más difíciles de acceder que los de los hombres?

Los grupos son más seguros. Las mujeres en los movimientos supremacistas blancos tienen un papel de apoyo y ellas aceptan el patriarcado que las relega a ser ornamentos reproductores, encargadas de tener niños para continuar la raza blanca. Por eso, sus grupos son más de apoyo que de organización política o difusión de idea, y eso las lleva a relacionarse más en persona que por Internet. De hecho, necesitas que alguien te recomiende para entrar a estos grupos y yo no tenía a nadie así. Lo más cerca que estuve fue a través de una mujer con la que me escribía, pero me dijo que tenía que conocerme en persona para darme el visto bueno. Y claro, no podía hacer eso. Su seguridad es mucho mayor porque son más listas que los hombres.

Una vez que se publica su trabajo y sale a la luz lo que sucede en estos chats, ¿qué sugiere que se tiene que hacer con ellos?

Uno de los objetivos del libro es dar información para que tú decidas cómo respondes. Hay muchas maneras de ser antifascista. Cada uno tiene sus talentos: hay quien lo hace en la calle, con la acción directa, echando a los grupos neonazis de sus barrios. También hay quien lo hace Internet, haciendo presión en redes sociales a las empresas que apoyan a la extrema derecha. También hay quien se infiltra, como yo, pero que no solo se limita a observar y documentar. Hay quien siembra la disputa y la desconfianza entre los miembros de los grupos o se infiltra para descubrir dónde se reúnen y boicotearlos. Hay muchas maneras de ponerles en evidencia, de denunciarlos y descubrirlos como payasos. De hacer que ser nazi tenga un coste social y que sea menos guay y menos interesante pasarse al supremacismo. Y mi trabajo se basa en que quieras hacer todo esto.

¿Alguna vez ha pensado en dejarlo, especialmente después de las amenazas?

Mi madre quiere que lo deje, pero eso no va a pasar. Me gustaría que llegara un día en el que no tuviera la necesidad de escribir sobre esto, pero Estados Unidos no va a darme ese gusto. Vivo en un país en el que todavía se censuran libros de gente negra, en que los antivacunas están al alza y los supremacistas blancos tienen más cancha que nunca. Vivimos en un momento peligroso y lo único que puedo aportar es mi voz. Y siento que debo hacerlo.