La International Cities of Refuge Network (ICORN) es una red de ciudades de todo el mundo que velan por la defensa de la libertad de expresión. Cada ciudad de la red acoge a un escritor y a través de la acogida, que comporta su alojamiento y mantenimiento económico por un periodo de dos años. El centro administrativo de ICORN está en Stavanger (Noruega) y actúa como eje de comunicación y coordinación entre las cerca de cincuenta ciudades miembros de la red, entre las que están Barcelona y Girona.
El periodista eritreo Dessale Berekhet, de 40 años, acogido por ICORN en la ciudad de Bo, en Noruega, recibió, el 15 de noviembre, el premio “Voz Libre” que otorga la asociación de escritores PEN de las Baleares, coincidiendo con la conmemoración del Día Internacional del Escritor Perseguido. Eritrea, país de partido único presidido por Isaías Afewerki, desde su independencia en 1993, es considerada por Reporteros sin Fronteras como “la principal prisión de los medios de comunicación africanos”.
El año pasado, RSF tenía constancia de que al menos 28 periodistas estaban encarcelados en este país, que ocupa el último lugar en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa realizada anualmente por esta asociación de defensa internacional de la libertad de expresión.
Dessale Berekhet recibió el año pasado el Premio Internacional a la Libertad de Prensa que concede la Asociación de Periodistas Canadienses para la Libertad de Expresión.
¿Cómo definiría la situación del periodismo y los periodistas, hoy, en Eritrea?
No hay periodismo en Eritrea. Los medios de comunicación que funcionan en el país se limitan a la propaganda. Trabajan para el gobierno. Es triste y deprimente pero es así. Cualquier periodista puede ser detenido sin dar explicación alguna.
¿Siempre ha sido así?
No. En los años previos al 2001 había una cierta variedad de medios de comunicación escritos, pero en ese año el régimen prohibió la prensa privada y solo permitió los medios afines al presidente Isaías Afewerki. Hubo una gran represión contra los periodistas, muchos fueron detenidos y aun hoy hay trece de ellos que continúan desaparecidos.
¿Intentó usted continuar trabajando como periodista en su país?
Sí, pero en 2009 muchos amigos míos fueron llevados a prisión. Era evidente que yo era el siguiente y el uno de setiembre de 2010 abandoné el país. Primero estuve dos meses en Sudán y luego pasé a Uganda. Creamos una web para informar sobre lo que pasaba en Eritrea pero la hackearon varias veces y la situación continuaba siendo muy peligrosa. Por eso ICORN me evacuó a Noruega. Ahora la hacemos desde Noruega. Se llama “Shedelli”, nombre que hace referencia a la ceremonia del café que reúne a los miembros de las comunidades nómadas de mi país.
¿Se siente muy aislado en su lucha por las libertades de Eritrea?
Nunca he trabajado solo. Incluso en Uganda formamos una red de periodistas. Aunque estemos alejados, trabajamos coordinados en la web. Hay compañeros en Noruega, Canadá o dentro mismo de Eritrea.
Por otro lado, contamos con el apoyo de asociaciones como Reporteros sin Fronteras, el Comité de Protección de Periodistas o Artículo 19.
¿Cree que puede contribuir a cambiar el sistema autoritario de su país?
Nuestro trabajo no es suficiente, claro. Pero ¿qué más podemos hacer? El Gobierno no escucha a nadie. La última vez que estuve en Ginebra me acerqué a un diplomático de Estados Unidos y le pregunté por qué no exigían cambios al régimen. Le dije que nos mataban sin ninguna justificación. Que nos encarcelaban y que los presos ni siquiera tienen derecho a ser visitados. Que no hay Parlamento, que no hay elecciones, que Eritrea es un “one man show”,… Pero a Estados Unidos no parece preocuparle lo que pasa en mi país.
¿Cuándo detienen a un periodista de qué le acusan?
No dan ninguna explicación. Como mucho le acusan de ser espía de Estados Unidos o de Etiopía, de ser un traidor. Pero oficialmente nunca dan ninguna razón.
¿Las revueltas árabes han influido en Eritrea?
En absoluto. El problema de Eritrea no es del régimen sino de la gente. Es un país con un solo periódico, una sola radio y una sola televisión, todos ellos a las órdenes de Afewerki. Los eritreos sufren un lavado de cerebro permanente. La gente cree lo que dice el gobierno. No llegan las noticias de fuera. En los últimos nueve años, ha sido considerado el peor país del mundo en respeto a los derechos humanos, peor que Corea del Norte.
En los países del entorno de Eritrea también hay violaciones de los derechos humanos.
Es verdad, pero en Etiopía aunque pueden detenerte por algo que escribas, la familia puede visitarte en la cárcel y puedes defenderte en los tribunales. En Somalia hay mucha violencia y puedes morir por culpa de ella pero hay medios de comunicación muy variados. El mes pasado un amigo mío, Simon Zewde, que era cámara de la televisión oficial eritrea apareció asesinado en la calle y el Gobierno no ha dado ninguna explicación. En Eritrea ha cárceles privadas y hay cargos militares que hacen trabajar a los soldados en sus empresas particulares.
¿Hay alguna razón para ser optimista sobre el futuro próximo?
No soy muy optimista. Estamos en manos de un dictador. Algún día no estará. Puede morir. Entonces empezará el gran problema de Eritrea. Me temo que haya una guerra civil. En cada casa hay cuatro o cinco armas. Cada persona tiene una. Hay demasiado odio y ansias de venganza. Todo el mundo sabe quién mató a quién.
En Etiopía, la Constitución dice quien sustituye al presidente en caso de su muerte. En Eritrea no tenemos Constitución. Si desaparece el presidente, caeremos en el caos. Puede acabar peor que Ruanda.
¿Cómo sobrelleva esa sensación de impotencia ante la realidad de su país?
Cada día recibo noticias malas. Amigos encarcelados, muertos,… No es fácil. A veces no puedo dormir bien. Pero tengo que seguir viviendo.
Premios como el que le ha otorgado el PEN de las Baleares deben animarle.
Ayudan mucho. Estoy muy agradecido. Es un reconocimiento, no para mí sino para la gente que sigue en prisión. Tenemos amigos en todos lados que se preocupan por nosotros y quieren ayudar. De todos modos, me temo que no veré una Eritrea diferente, mejor, en los próximos cincuenta años.