El filósofo, guionista, articulista y escritor madrileño Santiago Alba Rico se animó a concurrir a las elecciones generales españoles del 20 de diciembre como candidato a senador de 'Podemos' por la provincia de Ávila. 10.586 ciudadanos pusieron la cruz junto a su nombre, pero fueron insuficientes para superar a los candidatos del PP, PSOE y Ciudadanos. Fue una experiencia singular para una persona que está acostumbrada al análisis y la reflexión. La última expresión de ello es la edición en catalán del libro '¿Podemos seguir siendo de izquierdas?' (Pol·len Edicions). No repitió candidatura en las elecciones del 26 de junio pero, como tantos otros en la izquierda española, se ha llevado una gran decepción con sus resultados.
Después de las elecciones ¿ha cambiado su opinión sobre si podemos continuar siendo de izquierdas?
No. Este libro lo escribí antes de que naciera 'Podemos'. La coincidencia fue que lo presenté casi al mismo tiempo que se difundió su primer comunicado - 'Mover ficha'-, que yo también firmé. Surgieron en paralelo. Si se parecen tanto es porque reflejan ambos una atmósfera, un desplazamiento del pensamiento de la izquierda tradicional hacia posiciones desde las que se podía enganchar realmente con una población que la izquierda había perdido en las últimas décadas.
Respondería de la misma manera. No me preocupa tanto el nombre como los principios que queremos defender. Si queremos defender la justicia social, la democracia, la dignidad, los cuidados... Yo a todo esto le he llamado siempre ‘izquierda', aunque hay muchas formas de interpretar el término. En todo caso, estoy dispuesto a renunciar a este término si es para defender mejor estas ideas.
En el último artículo antes de las elecciones, escrito en 'Cuarto Poder', explicaba que votaría a Unidos Podemos en agradecimiento por no ser de izquierdas. ¿Cómo debemos entender eso?
Antes, en este artículo, decía que los votaría en agradecimiento a haber conseguido la confluencia de las izquierdas, y, después, en la siguiente frase, decía que lo haría también en agradecimiento por no ser de izquierdas. Las dos cosas. Es muy importante conseguir que esta izquierda que, de alguna manera, había sido derrotada pero que tiene una gran experiencia e información, se una a un proyecto que va mucho más allá, que no es posible definir en los términos de la izquierda clásica pero que debe recoger una gran parte del trabajo que ha hecho esta izquierda.
En general, yo agradecería a Podemos, a Unidos Podemos y a otras fuerzas del cambio surgidas del 15M el hecho de que hayan entendido que la única manera de intervenir y cambiar el mundo es enganchar con el sentido común vigente para desplazarlo desde dentro. Ni dando lecciones, ni haciendo reproches, ni culpabilizando a gente conseguiremos que se incorporen a un proyecto de cambio.
En el libro afirma que hay que ser de izquierdas hoy antes de que sea demasiado tarde. ¿Demasiado tarde para qué?
En el libro utilizo la imagen del cuadro de 'La Balsa de la Medusa' como una metáfora de lo que es el capitalismo y el neoliberalismo desbocado, un recinto donde finalmente se impone la ley de la selva, donde cada uno quiere exclusivamente proteger su supervivencia a expensas de los demás y donde lo único que se puede hacer es defender la propia dignidad individual. En la balsa de la Medusa no se puede ser de izquierdas. Si nos encontramos en un sitio donde las alternativas son matar o ser matado, aquí no se puede ser de izquierdas. La alternativa es un digno suicidio, que no sirve obviamente para cambiar las condiciones que te ofrece este espacio.
Para evitar que vivamos definitivamente en la balsa de la Medusa, que se va acercando a toda velocidad, conviene, en estos momentos, ser de izquierdas con cualquier nombre que queramos utilizar para serlo. Es muy importante, porque la historia discurre en el tiempo y el tiempo no es homogéneo. No tenemos todo el tiempo del mundo. Podemos consolarnos con frases como 'mientras hay vida hay esperanza', 'la historia nos dará la razón' o 'la historia no ha terminado'. Pero lo cierto es que la historia discurre en el tiempo, el tiempo no es homogéneo y hay eventos diferenciales que determinan desplazamientos en las relaciones de fuerza y, por tanto, a veces hay grietas que se pueden penetrar y a veces se convierte en una tela membranosa que no se puede atravesar. En estos momentos, teniendo en cuenta cómo está Europa, Oriente Medio, los retrocesos en América Latina, tenemos poco tiempo.
Afirma que el único denominador común mínimo de las izquierdas es el anticapitalismo. ¿Se puede derrocar el capitalismo? ¿Se le puede derrotar?
Yo propongo ser revolucionarios económicamente, reformistas institucionalmente y conservadores antropológicamente. Sin transformar radicalmente las condiciones económicas, sin transformar radicalmente el capitalismo, no habrá ninguna posibilidad de supervivencia ni material, ni ética, ni social. Otra cosa es como imaginamos que eso sucederá.
Isaac Joshua, economista marxista heterodoxo francés, ya muy mayor, nos invita a descartar la idea de que el fin del capitalismo se parecerá a la revolución francesa. Dice que se parecerá más bien al final del imperio romano. Desde la izquierda conviene no representarnos el cambio en forma de una revolución clásica, de una toma de la Bastilla o el Palacio de Invierno. Hay que imaginarlo, más bien, como un seguimiento preciso de un hundimiento lento del que pueden salir monstruos aún peores que el capitalismo.
Para que no pase esto hay que estar ahí. Unas veces siendo lentos y reformistas. Otras, siendo fulminantes y precisos. Pero, en todo caso, lo hemos de imaginar como un proceso de decadencia y derrumbe, en el que tenemos que estar allí para poner parches, dirigirlo y evitar que de las ruinas del capitalismo salgan monstruos peores.
Propone que seamos revolucionarios económicamente, reformistas institucionalmente y conservadores antropológicamente. ¿La izquierda española, europea, comparte esta visión?
Creo que una parte importante de la izquierda empieza a compartirlo. La izquierda clásica, por supuesto, no lo ha querido compartir. Ha querido ser revolucionaria económicamente y ha entendido que era suficiente para que, de un lado, se transformaran todas las instituciones y poder prescindir de las que había elaborado la Ilustración con mucho trabajo, y, para que, al mismo tiempo, naciera un Hombre nuevo, desligado del todo del sustrato antropológico, histórico, de los últimos 15.000 años.
Este ha sido uno de los errores de la izquierda clásica: no entender que ha habido grandes inventos, dispositivos políticos a los que no podremos renunciar en un futuro mundo posible mejor. Por ejemplo, la división de poderes, los derechos humanos, el habeas corpus... Toda una serie de dispositivos legales e institucionales muy chapuceros pero frente a los que no hay una alternativa mejor mientras el ser humano sea una chapuza que combina la carne y la palabra.
Mientras seamos mortales, por un lado, y hablantes, por el otro, hay que aceptar, no con pesimismo antropológico sino con realismo antropológico, que necesitamos dispositivos legales e institucionales que nos permitan intervenir entre los seres humanos. Una de las grandes adquisiciones de la historia de Europa son estas instituciones que surgen de la Ilustración y que luego el capitalismo va a hacer imposibles, va a reivindicarlas pero las anulará, las inhabilitará. Estoy a favor del Parlamento, quiero que sea representativo, pero si hay un capitalismo global, unas instituciones financieras que están por encima de la soberanía de los parlamentos, el problema no es del Parlamento como institución sino que no funciona como debería.
Y así con todo. Necesitamos instituciones. Los seres humanos, mestizos de carne y palabra, tenemos la necesidad de cristalizar la libertad en instituciones estables, que estarán siempre enfrentadas a dos peligros. Un peligro es el de la biología, dejar de ser instituciones, licuarse y desaparecer. Y el otro, el de fosilizarse. Una institución debe ser lo suficientemente flexible como para ser reformada y no tan líquida como para que no ofrezca un lugar donde agarrarse.
Hay que moverse continuamente entre la Biología y la Arqueología. Y entre la Biología y la Arqueología está el reformismo. Pero el capitalismo no es reformable. Muchas personas desde la izquierda, y este es un discurso que ha interiorizado bien Podemos, insistimos en que lo verdaderamente revolucionario es el capitalismo. Lo revolucionario desde la izquierda debe consistir más bien en un freno conservador que permita detener, como decía Walter Benjamin, una locomotora sin control que está a punto de descarrilar y caer al abismo.
Habla mucho de ello en el libro.
Es una idea central tanto del libro como de cierto sector de la izquierda que lo ha entendido bien: no debemos ser revolucionarios. La única manera de poder ser reformistas es, precisamente, acabar con el capitalismo, que lo está revolucionando todo, desde la naturaleza hasta el mercado laboral. No nos deja ni siquiera pararnos. Es necesario parar la maquinaria, y una vez parada tendremos instituciones. Las instituciones son falibles y tendrán que ser reformadas.
Todo esto debe estar en un marco antropológico que abandone una idea que ha sido central en muchos movimientos revolucionarios clásicos y tradicionales de la izquierda: el Hombre nuevo como condición y como resultado de un proceso revolucionario. Yo soy muy chestertoniano y me opongo a la vez al pesimismo antropológico del neoliberalismo que pretende que el mercado gestiona a favor de todos los instintos individuales malos, el egoísmo, la maldad, de un Hombre que es malo, y, por otro lado, al optimismo antropológico que pretende que, en ciertas situaciones, podemos ser ángeles. Somos perfectibles históricamente, de forma lenta y trabajada.
Me gusta mucho lo que decía Lewis Munford en el libro La historia de las utopías, escrito en los años veinte, donde criticaba al mismo tiempo al cristianismo y al marxismo. Decía que no tenemos que tener la pretensión de convertir a Falstaff, el personaje moralmente despreciable de Shakespeare, en Che Guevara o Jesucristo pero sí lo podemos convertir en Robin Hood, que también bebía, le gustaba la fiesta, pero tenía una idea de la justicia muy superior. Un proyecto de izquierdas, un proyecto de cambio, debe ser un proyecto que entienda que antropológicamente podemos cambiarnos y convertir los Falstaff de este mundo en Robin Hoods, pero sin pretender nunca aspirar a construir un Hombre nuevo, en un mundo nuevo, donde no sólo no habría miserias morales, borrachos, mentirosos, sino que tampoco habría accidentes de tráfico.
Hablo de ser conservadores antropológicamente. El propio capitalismo ha erosionado las condiciones mismas de la vida, los vínculos sociales, y hay que proteger al mismo tiempo los recursos de la tierra, recuperar, proteger y cambiar los vínculos sociales, los cuidados. Hay que desembarazar los cuidados del marco del patriarcado, extraerlos de este marco, donde siempre han recaído de forma injusta y desigual sobre la mitad de la Humanidad, para reivindicarlos como la condición de posibilidad para convertir a los Falstaff de este mundo en Robin Hoods.
Ha escrito que quería votar Podemos para poder desilusionarse después cuando incumpliera sus promesas electorales. La desilusión, sin embargo, ha llegado con los resultados electorales. ¿Los esperaba?
No los esperaba, aunque en un artículo, a principios de junio, advertía contra las encuestas. Decía que de la misma manera no convenía no creerse las de diciembre de 2015 tampoco había que creer o tomarse demasiado en serio estas. Debo decir, al mismo tiempo, que estaba convencido de que al menos el sorpasso se produciría. Por tanto, mi desilusión fue muy grande.
En el artículo que comentas me refería a otro tipo de desilusión. Esto ha sido un batacazo, una decepción objetiva que tiene que ver con no haber alcanzado el objetivo político que era la condición para poder desilusionarme después. Estoy deseando desilusionarme políticamente de Podemos, de Unidos Podemos, de las confluencias, porque eso significará que están gobernando. Aspiro a ser algo así como la oposición de un gobierno decente. Pero para ser la oposición crítica y decepcionada de un gobierno decente primero hace falta que haya un gobierno decente y eso todavía no lo hemos conseguido.
Tras las elecciones del 26J escribió que su resultado ha sido una catástrofe para España, pero también para Europa y el mundo entero. ¿Tan grave es?
Ha fracasado de tal modo que si hacemos una pequeña y rápida descripción del mundo nos encontramos que en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos tendremos que elegir -de algún modo todos somos súbditos de los Estados Unidos- entre lo malo y lo peor, un retroceso claro respecto Obama, que tampoco cumplió sus promesas. Veremos quién gobierna: Hillary Clinton o Donald Trump. Ambos son muy malos para el mundo. Es un oscurecimiento.
Si pensamos en América Latina, todos los procesos esperanzadores que comenzaron en los años noventa -primero en Venezuela, luego en Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina,...- han entrado en retroceso. En Argentina ha ganado Macri. En Brasil ha habido el golpe de Estado legal contra Dilma Rouseff. América Latina es un continente en el que depositamos muchas esperanzas y ahora está en un retroceso claro.
Si pensamos en el norte de África, en Oriente Próximo, las revoluciones democráticas han devuelto, después de su fracaso, a los zombies que ya gobernaban esta zona del mundo antes de 2011. Tenemos dictaduras locales, aún más sangrientas que antes. Intervenciones extranjeras aún más multilaterales y plurales que antes. Y respuestas yihadistas terroristas aún más intensas y sangrientas que antes. Ha sido una derrota total de las revoluciones democráticas.
En Europa tampoco van muy bien las cosas para la izquierda
Estamos viendo como en Austria ha estado a punto de ganar y aún es posible que gane la extrema derecha. En Holanda, el PVV tiene alrededor del 35% de los votos. Le Pen es probablemente ya la primera fuerza en Francia. En Inglaterra hemos visto cómo ha ganado el Brexit, y esto está asociado a una visión muy derechista del continente y muy conservadora de la propia sociedad británica. Una Grecia derrotada, humillada, sometida, arrodillada por la troika.
¿Qué quedaba? Quedaba España, la esperanza de una España que pusiera al menos un dique a esa tendencia. Siempre he hablado de que vivimos en una Europa post-revolucionaria, que la única revolución que hay en ciernes es una revolución negra, negativa, la capitalista neoliberal, de un lado, y del otro la revolución política ultraderechista de los dextropopulismos, los populismos de derechas. En este contexto, la esperanza era y sigue siendo que España, donde ocurrió el milagro del 15M que nos vacunó y dio respuestas inesperadas a las preguntas que en Europa se respondían de otro modo, continúe siendo un dique de contención que pueda servir, de entrada, para frenar este desplazamiento hacia la ultraderecha y, eventualmente, en el futuro, revertirlo. Lo más importante es, ahora, pararlo.
Aquí no tenemos ultraderecha porque el PP la fagocitó muy pronto y la gestiona desde dentro pero está como Alien dentro de su vientre. El voto del 26J es, en un contexto diferente, porque en estos países no existió el 15M ni existe Unidos Podemos, muy parecido al de Austria, Holanda o del Brexit.
Atribuye parte del ascenso del PP y del descenso de Unidos Podemos al ‘miedo’ de los electores. ¿A qué han tenido miedo?
Ha habido muchos miedos. Al final, la propia abstención se explica, de alguna manera, por el miedo. Hace unos días, Josep Ramoneda escribió un artículo interesante donde decía que la propia moderación de Pablo Iglesias y de la campaña había magnificado el miedo que intencionadamente había tratado de introducir el PP. Se planteaba que un poder debe ser muy fuerte y temible si es capaz de conseguir que un líder de oposición 'radical' se modere tanto y en tan poco tiempo y sin haber alcanzado el poder.
Esto es muy fácil de decir retrospectivamente. Yo, mientras los sondeos nos daban buenos resultados, no tenía demasiadas críticas que hacer a la campaña. Ahora, retrospectivamente, todos las tenemos. Sí creo que, en efecto, el PP ha utilizado el discurso del miedo. Es más, ha reintroducido, después de ochenta años, algo mucho más peligroso que es el odio como impulso de voto en España. Es verdad que frente a este miedo, a esta voluntad de polarización por parte del PP, se ha respondido con una campaña intencionadamente de perfil bajo, muy moderada, para no dar miedo. Quizás deberíamos haber jugado al revés diciendo que nosotros no damos miedo y que los que dan miedo son ellos, el régimen del 78, el gobierno del PP, las medidas de austeridad, la corrupción económica y la institucional, como ha quedado en evidencia con las últimas filtraciones de las conversaciones del ministro del Interior.
En vez de haber prolongado el discurso del miedo y haber tratado de frenarlo con un discurso y unas movilizaciones muy moderadas, quizás se debería haber jugado seriamente a la polarización. Es curioso, porque 'Unidos Podemos' ha jugado a la transversalidad y la ilusión y, al final, quien ha conseguido movilizar a sus votantes ha sido el PP, con un arco que va de la extrema-derecha al centro-izquierda. Ha habido mucha transversalidad en el voto del PP. Y este voto responde al miedo.
Al PP le ha funcionado esa apelación al miedo, pues.
En situaciones de crisis, la gente, en general, no piensa en lo que ya ha perdido y quién es el responsable sino en lo que todavía puede perder. El PP ha jugado muy bien esta baza, no sólo con apotegmas infantiles apocalípticos como aquello de “que vienen los malos”, que ha dado sus resultados, sino también con una llamada a la responsabilidad diciendo que “al gobierno se viene con la lección aprendida”, “esta gente no sabe gobernar”... Mucha gente que ha perdido mucho en los últimos años ha tenido miedo de perder más.
En cuanto a la abstención hay dos que tienen que ver con el miedo. Una, se debe a un voto más ideologizado que ha tenido miedo de que no cambiara nada si ganaba 'Podemos', visto que había asumido un perfil muy moderado. Y otra proveniente de los que querían mover el tablero, que tenían mucha ilusión en frenar al PP y que se estableciera un orden nuevo -cosa que ya ha ocurrido al acabar con el bipartidismo-, que al final han tenido miedo de las consecuencias de que gobernara Unidos Podemos ante un régimen tan poderoso capaz de moderar a un líder 'radical' en tan poco tiempo.
Se puede explicar todo a partir del miedo, tanto el voto del PP como la abstención de este voto que parecía dirigido a 'Podemos' y que finalmente no se ha producido.+
El debate territorial, el referéndum en Catalunya, ¿ha tenido mucha importancia en la decisión adoptada por los electores?
Yo le daba importancia durante la campaña. Pensaba que podía ser un error en la medida en que parecía que nunca se renunció al referéndum pero daba la sensación de que ya no era tan importante o prioritario. En un momento dado, me preocupó. Vistos los resultados en Catalunya y Euskadi me preocupa menos. Me preocupa lo que puede pasar ahora, que en unas futuras elecciones catalanas, si se producen tras la moción de confianza, o en las autonómicas vascas, mucha gente que ha votado Unidos Podemos o En Comú Podem confiando que en el centro habría un nuevo gobierno capaz de defender, al menos, el 'derecho a decidir' se sienta desalentado.
Para Unidos Podemos es un tema que está claro y que durante la campaña trataron con cuidado creyendo que les podría hacer daño. Pero lo que ha hecho daño es esta moderación de la que hablo, que incluía estar constantemente extendiendo la mano al PSOE y eso les llevaba inevitablemente a difuminar la cuestión nacional. No ha sido tanto difuminar la cuestión nacional como esa mano tendida al PSOE la que ha podido hacer daño.
Insisto en que estoy hablando desde una enorme impunidad retrospectiva y que confié, no en ganar las elecciones, pero sí en el sorpasso y que me siento decepcionado y, a la vez, intrigado por averiguar las causas de este 'no voto' cuando esperábamos resultados mucho mejores.
¿Puede haber influido en este 'no voto' el triunfo del Brexit en el referéndum británico?Brexit
Creo que sí. A medida que pasan los días queda más claro que el cisne negro que atravesó la última semana de campaña ha tenido efectos muy negativos para 'Podemos'. No tanto porque mucha gente haya identificado falazmente 'Unidos Podemos' como una fuerza anti-europeísta. Al contrario, es la única fuerza que fue a hacer campaña contra el Brexit sobre el terreno. Pablo Bustinduy estuvo en Manchester en un mitin contra el Brexit. Algunos medios han intentado intoxicar pero no creo que los votantes hayan identificado 'Podemos' como una fuerza anti-europeísta. Lo que ha pasado es que ha aumentado el miedo a la inestabilidad, a una Europa que se rompe en pedazos.
En una situación así se impone el voto conservador. No quieres ningún cambio y esta imagen de una Europa inestable, en peligro, sí que ha alimentado el conservadurismo y, por tanto, el voto al PP.
¿Qué consejo daría a Pablo Iglesias y los diputados de Podemos en el Congreso?
Lo que pasará es que el PSOE, en una segunda votación, facilitará la investidura de Rajoy. Esto será bueno para Unidos Podemos en la nueva situación y deberá aprovechar el verano para desdramatizar la escenografía de tensión actual y enfocar esta legislatura, que será corta, como única fuerza de oposición. Habrá menos gestos y más discurso, lo cual no quiere decir que el discurso sea más radical sino que deberá orientarse a recuperar la polarización con la que comenzó Podemos.
Somos la única oposición frente a un régimen que es responsable de la crisis económica, la estafa de la crisis, la corrupción, la confusión entre Estado y Gobierno y de la podredumbre institucional general. Tras el batacazo, si hace un buen trabajo, Podemos puede convertirse en la única alternativa y esto exige una combinación de inteligencia y discurso.
Ha sido muy fácil meter la pata durante estos meses porque se vivía en un campo de minas. Había que hacer gestos muy rápidos, a un ritmo impuesto por unos calendarios electorales vertiginosos. En estas condiciones, y contra unos medios de comunicación adversos en su gran mayoría, era muy fácil meter la pata. Ahora habrá más tiempo para pensar. Esto no es malo. Y aunque no tengamos mucho tiempo, porque la legislatura será corta y habrá que acelerar su brevedad, será un buen momento para estudiar, analizar cómo podemos hacer un discurso de oposición que convierta 'Unidos Podemos' en la única alternativa a un gobierno que deberá aprobar unos presupuestos, que deberá asumir nuevos recortes de la Unión Europea, y que ya antes de la investidura está incumpliendo muchas de las promesas electorales que hizo en campaña.
¿Está preocupado por la unidad de Podemos y los esfuerzos que se hacen desde fuera para romperla?
Sí. Estamos viendo como algunos medios de comunicación -entre ellos, 'El País'- están intencionadamente elogiando a Íñigo Errejón frente a Pablo Iglesias con el propósito de enfrentarlos. Se debe dedicar mucha atención a ello, en estos momentos. Tanto Pablo como Iñigo lo tienen muy claro y su voluntad de acuerdo está por encima de cualquier divergencia, que las hay, tácticas o estratégicas pero, al mismo tiempo, lógicas en cualquier formación y más en una formación joven. Son muy conscientes, y sus últimas intervenciones lo demuestran, que la unidad está por encima de cualquier divergencia. Habrá que debatir internamente mucho, sin tapujos, sin reservas, sin eufemismos, pero siempre con la convicción de que este sigue siendo un proyecto de todos, en el que no sobra nadie.
Hemos visto muchos jóvenes decepcionados, frustrados, que daban por hecho que Unidos Podemos obtendría unos resultados mucho mejores...
Es peor llevarse esta decepción a los 56 años y después de no haber vivido ninguna victoria en tu vida. Es normal. El problema es que se había construido una escenografía, por parte de todos, en la que participó el propio Pablo Iglesias. Las elecciones eran un pugilato entre sólo dos rivales: el PP y Unidos Podemos. Los resultados no se tenían que medir en términos de escaños, numéricos, sino en términos de desenlace de este enfrentamiento.
La dimensión subjetiva en estas elecciones ha sido enorme. Más que en otras, precisamente, porque eran unas elecciones históricas, de desempate, tras el fin del bipartidismo. Había toda una serie de condiciones excepcionales que hacían que la escenografía subjetiva contara más que los resultados.
Entiendo que estos jóvenes se sintieran machacados. Pocas veces tanta gente se habrá sentido deprimida por motivos políticos en este país. Esto introduce sus efectos, claro, pero no hay que olvidar que en los últimos cuatro años el PP ha perdido cuatro millones de votos y que 'Podemos' ha conservado 71 diputados. Ahora hay que ver qué se hace con esos 71 diputados.
La decepción ha sido muy grande
En términos subjetivos es una catástrofe. En términos objetivos todo sigue abierto. Al PP le va a resultar difícil formar un gobierno estable que funcione durante una legislatura entera. El bipartidismo no se ha reconstruido. Simbólicamente, se ha relegitimado de manera muy provisional.
Hay el verano por medio y no habrá realmente actividad parlamentaria hasta septiembre. En septiembre se habrá desdramatizado esta dimensión subjetiva y resurgirá la objetiva, que nos dice que el PP no tiene mayoría absoluta, que el PSOE y Ciudadanos han perdido escaños y que Podemos es la única oposición real en el Parlamento.
A estos jóvenes les diría que descansen durante el verano, que beban muchas cañas, que follen mucho y que, a la vuelta, afronten la nueva legislatura con la convicción de que esto no se ha acabado, que todavía hay margen de maniobra y que necesitamos recuperar el ánimo y recomenzar con una combinación de buen discurso y buen análisis y de movilización.
Asegura que sólo hay dos alternativas al neoliberalismo autoritario de nuestros gobiernos: la ultraderecha nacionalista o Unidos Podemos. ¿Se impondrá alguno de los dos o continuaremos con el neoliberalismo autoritario?
Todo se dirimirá muy deprisa en los próximos años. No llevamos ventaja. Hay que hacer las cosas muy bien para conseguir doblegar a las otras dos fuerzas, el neoliberalismo económico y la ultraderecha política.
No es una cuestión de 'Unidos Podemos'. 'Unidos Podemos' es el mascarón de proa de una nave. Hay muchas otras fuerzas, sectores como los periodistas, entre otros, que se sumarán a esta obra de contención de las dos fuerzas revolucionarias negativas que pueden acabar, sencillamente, con la democracia. Algunos ya lo están haciendo.
Se debe proteger esto y es una tarea en la que no está implicada solamente una fuerza política, una organización, un partido, se llame 'Unidos Podemos' o de otra manera. Se deben implicar también los gestores de discursos, intelectuales, medios de comunicación, periodistas, maestros, todos debemos entender cuáles son los riesgos y sumarnos, de una manera u otra y no sólo a través del voto, a esta obra de contención primero y de reversión después de una tendencia que amenaza a la propia democracia.