Tres cartas y 15 años para encontrar en el valle de Cuelgamuros a su tío muerto en la Guerra Civil
Un joven de 20 años llamado Antonio Fernández Garrido falleció sirviendo en las filas del Ejército Popular Republicano hace 85 años, en alguna de las refriegas de la batalla del Ebro. Su familia, de la localidad murciana de Archena, no fue informada de nada y solo conservaron de él tres cartas que había mandado desde el frente. Tres manuscritos que su hermana, Segunda, le leyó a su madre durante años. Ambas acababan siempre llorando.
Esas escenas las recuerda bien Antonio Gómez, sobrino de ese joven Antonio muerto en combate. “He visto a mi abuela llorar tanto y sufrir tanto al hablar de esto que un día, leyendo las cartas con mi hermano, me llegaron tan adentro que pensé que debía hacer algo”, relata este hombre, que tiene 80 años y vive actualmente en Mollet del Vallès, en Barcelona. La frase de su tío que más le conmovía era de la última misiva, escrita por ese soldado llamado Antonio Fernández el 14 de septiembre de 1938: “A veces pienso y digo quién se pudiese volver un pájaro y arrancar el vuelo [...], pero en fin es la guerra y hay que aguantarse con lo que venga, porque yo creo que más tarde o más temprano se tiene que terminar y, si no me ha pasado nada, ya nos veremos, porque si llegase ese día se me figuraría mentira”.
Con aquellas palabras en la cabeza, su sobrino Antonio decidió emprender la búsqueda de sus restos y la reconstrucción de su historia. Era 2005 y se acababa de jubilar de toda una vida empleado en la SEAT. Así comenzó un periplo de quince años que le han llevado por archivos de numerosas localidades españolas, desde Girona hasta Zaragoza. En el pequeño despacho de su casa conserva pilas y pilas de los documentos que ha ido recopilando a lo largo del tiempo, desde recortes de prensa hasta las distintas respuestas que ha ido obteniendo del Memorial Democràtic de la Generalitat o de Patrimonio Nacional. La última, la más valiosa: la resolución, de noviembre de 2022, que le reconoce el “derecho de exhumación de los restos cadavéricos” de Antonio Fernández Garrido, que se hallan Valle de los Cuelgamuros, la denominación que recibe hoy el Valle de los Caídos.
“Fue increíble recibir la confirmación”, celebra Antonio. Su tío está entre los 33.847 cuerpos que descansan en Cuelgamuros. “Pensar que algún día podrá regresar junto a su madre es una cuestión de justicia, la que no han tenido miles de familias que tienen a sus antepasados desaparecidos y en cunetas”, reflexiona. Antes de lograrlo, sin embargo, deberá esperar a que le informen de si se puede acceder al lugar donde se encuentran los restos y realizar las pruebas de ADN pertinentes.
Antonio, que ha relatado la vida y muerte de su tío en el libro autoeditado Desenterrar la memoria, comenzó su andadura en 2006. Decidió presentarse con las tres cartas en las oficinas del Departamento de Justicia de la Generalitat. El joven soldado contaba en sus escritos pocos detalles de su vida en el frente. Tenía miedo, decía, y añoraba su tierra. También le pedía una y otra vez a su madre que insistiese en el taller de tanques de Murcia, donde estaba destinado uno de sus hermanos, para que le reclamasen a él también y así poder volver a casa. Pero aquella petición nunca le fue concedida.
Lo que sí figuraba en las cartas, que sirvió a la Administración para poderle aportar algo de información a Antonio, fue el lugar desde donde firmaba (las dos primeras desde Lleida; la tercera y última, desde el “Pirineo”). Además, citaba su unidad militar: Antonio Gómez acabó integrando la 43 División. Curiosamente, ya entonces la Generalitat se puso en contacto con el Valle de los Caídos, pero la respuesta en ese momento fue negativa. “No consta ningún dato de dicho señor. No piense por ello que sus restos no se encuentran aquí ya que, como sabe, fueron muchos los que ingresaron como desconocidos”, recogía la contestación de Patrimonio Nacional.
Tres años después, en 2009, se publicó una lista con más de 20.000 nombres y apellidos de víctimas enterradas en el Valle de los Caídos. Entre ellos, había muchos Antonio Fernández, de los cuales seis aparecían sin segundo apellido. Y, de ellos, dos tenían como procedencia la provincia de Tarragona, lo que coincidía con los datos de la 43 División de su tío, que combatió al final de la guerra en la batalla del Ebro. Aquello dio esperanzas a la familia.
Durante años, en paralelo el sobrino Antonio recorrió los pasos por el frente de la 43ª División en busca de más pistas. Descubrió así la historia, para él entonces desconocida, de una unidad que adquirió un halo mitológico que, tras combatir durante meses en el frente de Aragón, en la provincia de Huesca, se vio obligada a retroceder y a resistir en la conocida como Bolsa de Bielsa, comandada por Antonio Beltrán, alias ‘El Esquinazau’. Con 7.000 hombres combatió en ese enclave pirenaico hasta junio de 1938, cuando cruzaron a Francia. Desde el país galo, se les dio la oportunidad de regresar a España en el bando sublevado o en el republicano. Y la práctica totalidad optó por lo segundo y entró en Catalunya por la costa, a través de Portbou, para continuar con la contienda destinados en el Ebro.
El momento eureka le llegó a Antonio cuando al peinar los pueblos de la zona del Ebro consiguió dar con el rastro de su tío. Constaba en una lista de víctimas del bando republicano en el Ayuntamiento de Horta de Sant Joan que fueron trasladados al Valle de los Caídos en 1959. Con esa documentación, pudo Antonio completar el puzle del joven soldado, el tío al que nunca conoció. Solo faltaba la confirmación de Patrimonio Nacional desde el Valle de los Caídos. Como él, actualmente son unas 140 familias las que han confirmado tener a parientes enterrados en Cuelgamuros y que están pendientes de exhumación.
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