El 22 de abril de 1984, tres hermanos vestidos con ropa de marca fueron trasladados en un Mercedes-Benz blanco hasta la Estació de França, en Barcelona. Junto a Elvira, que entonces tenía 2 años y el pelo rubio ondulado, viajaban sus hermanos Ricard y Ramón, de 4 y 5 años. El coche lo conducía Denis, un amigo francés del padre de los niños.
Denis aparcó cerca de la estación ferroviaria de estilo modernista y los acompañó hasta el vestíbulo, parecido a un hangar con dos cúpulas de cristal y un brillante suelo de mármol de formas geométricas. Una vez allí, dijo a los niños que iba a comprar caramelos y les pidió que esperaran.
Los hermanos esperaron, pero Denis no regresó. Al cabo de un rato, Elvira comenzó a llorar y un empleado de la estación preguntó qué ocurría. Ramón, que hablaba español y francés, se lo explicó. Vino la policía, pero cuando les preguntaron el nombre de sus padres, los niños no sabían responder. Tampoco podían decir sus apellidos ni dónde vivían. Solo, que habían vivido en París hasta hacía poco tiempo.
Por lo general, los niños de cinco años sí saben esas cosas tan elementales, pero la policía no se preocupó demasiado. A los niños no los suelen abandonar sin una explicación, y menos en grupos de tres. Las autoridades esperaban que alguien, un pariente, un amigo o un profesor del colegio, denunciara pronto su desaparición y el misterio quedara resuelto. No alertaron a la prensa ni pidieron ayuda a la población.
La policía los llevó a la Casa de la Maternidad de Barcelona esa noche y tres días después los trasladó a un centro de acogida para niños vulnerables en el centro de la ciudad. Las comunicaciones internacionales eran lentas en los años ochenta, cuando los faxes, los telegramas y el correo postal eran los medios de comunicación habituales, pero la policía de Francia y de toda Europa ya había sido informada de los tres niños aparecidos en Barcelona.
Los días se hicieron semanas y nadie venía a buscarlos. Los niños se portaban bien, pero el personal de la residencia se había dado cuenta de que se quedaban sin habla o se marchaban cuando la conversación giraba en torno a sus padres o al pasado. Según uno de los informes, el personal decidió no insistir en lo que consideraban “un bloqueo psicológico”.
Habían pasado unas semanas cuando una psicopedagoga llamada Marisa Manera vio en mayo la foto de Elvira y sus hermanos en una pizarra de una oficina de los servicios sociales de Barcelona. “Buscamos información sobre estos tres niños”, decía la nota que acompañaba la imagen. También había una tarjeta de visita con el número de la residencia.
Marisa y su marido, un profesor llamado Lluís Moral, habían acogido a niños en otras ocasiones y ofrecieron su casa como un hogar transitorio para los tres hermanos. Los niños se mudaron a finales de junio.
Los niños no sabían el nombre de su padre, pero sí recordaban sus coches espectaculares. "¡Mira, el coche de papá!", dijo en aquellas vacaciones Elvira, al ver un Mercedes blanco
Ese verano, los cinco se fueron de acampada a los arenales del Delta del Ebro, a unos 120 kilómetros al sur de Barcelona. Los niños no sabían el nombre de su padre, pero sí recordaban sus coches espectaculares: un Porsche negro, un Jaguar gris-verde y otro Mercedes-Benz blanco. “¡Mira, el coche de papá!”, dijo en aquellas vacaciones Elvira, de dos años, al ver un Mercedes blanco. Como si hubieran llegado sus padres.
Los meses se convirtieron en años y en 1986 Lluís y Marisa adoptaron formalmente a Elvira y a sus dos hermanos dándoles los apellidos Moral Manera. “Tenían la familia de tres hijos que siempre habían querido”, explica Elvira, que ahora es una mujer delgada de 41 años y ojos oscuros, con el pelo teñido de blanco y un tatuaje de flechas sobre un nudillo.
Una suerte compartida que permitió a los tres niños disfrutar de una infancia feliz y llena de amor. “Nos tocó la lotería”, dice Elvira. Los hermanos crecieron muy unidos en su piso de clase media con vistas a un canódromo de Barcelona.
Al crecer, Elvira se preguntaba en ocasiones por qué sus padres biológicos los habían abandonado, pero no era algo que le pesara. Su adopción nunca había sido un tema tabú. De vez en cuando, Elvira imaginaba a sus padres biológicos llamando al timbre y saludándola con un desenfadado “¡Bonjour!”.
A veces, al regresar de las noches de fiesta de la adolescencia y la juventud, Elvira pedía a sus hermanos que volvieran a hablarle de su vida anterior. Los pocos recuerdos que tenían eran de París y de la campiña francesa, o de viajes a Bélgica y a la nieve de Suiza. Viajes por carretera en el coche de su padre, un revoltijo de lugares y la imagen de una abuela vestida de negro que les obligaba a beber leche cuando se quedaban con ella. A Elvira le gustaba escuchar hablar de su primera infancia, pero no tenía ningún deseo de buscar a sus padres biológicos.
De adulta, aprendió el lenguaje de signos y empezó a dar clase a niños con dificultades auditivas. Lluís, que murió antes de que Elvira cumpliera 18 años, también había sido profesor para niños con necesidades especiales. Elvira estaba entonces convencida de que, en lo que se refiere al carácter, la educación era mucho más importante que la genética.
En 2014 Elvira tuvo el primer hijo con su pareja, Marco, un diseñador de gafas italiano afincado en Barcelona. A medida que su cuerpo cambiaba con el embarazo, Elvira había empezado a preocuparse por lo poco que sabía de su familia biológica. ¿Y si sus padres tenían alguna enfermedad hereditaria?
La curiosidad aumentó tras el nacimiento y todavía más en 2017, cuando llegó el segundo. Ese fue también el año en que Elvira y Marco se casaron y compraron un piso a pocos minutos de donde ella se había criado con Ramón y Ricard. Elvira daba el pecho a su hijo preguntándose si su madre lo habría hecho igual con ella y qué otros rituales habrían compartido durante la breve temporada en que habían estado juntas.
A medida que sus hijos fueron creciendo, Elvira comprendió que algo no cuadraba. "¿Qué niño de cinco años no puede decir el nombre de sus padres?", se preguntaba.
Sus hijos eran tan valiosos para Elvira que en su imaginación solo un acontecimiento desgarrador podría provocar el abandono materno. A medida que sus hijos fueron creciendo comprendió que algo no cuadraba. “¿Qué niño de cinco años no puede decir el nombre de sus padres?”, se preguntaba.
En diciembre de 2020, Elvira se regaló por Navidad una prueba de ADN de la empresa MyHeritage. Confiaba en que en la extensa base de datos de la compañía encontraría algún pariente consanguíneo. Para su sorpresa, en Francia solo había un pequeño número de coincidencias. Y en el sur de España, muchas más. “Fue un 'shock', estábamos convencidos de que éramos franceses”, sostiene.
Pero los resultados no eran determinantes. En el mejor de los casos, solo había un 1% o un 2% de ADN compartido con las otras muestras de la base de datos. Elvira se puso en contacto con algunas de esas personas pero la ignoraban o no tenían información que darle. “Ya está, nunca los encontraremos”, se dijo.
Pero no estaba dispuesta a rendirse. La búsqueda acababa de empezar.
Elvira comunicó a sus hermanos y a su madre adoptiva que había empezado a buscar a su familia biológica y dos días después, Marisa citó en su piso a Elvira y a Ramón para un encuentro familiar (Ricard no estaba en Barcelona). Tenía algo que mostrarles: unos recortes descoloridos de periódico que había guardado, fechado en julio de 1984, poco después de que los niños se mudaran a la casa.
Los artículos trataban de un francés llamado Raymond Vaccarizzi. Era un capo de la mafia de Lyon que a principios de los ochenta se había trasladado a la localidad costera española de L' Escala (a unos 135 kilómetros al norte de Barcelona), después de que se recrudeciera la guerra entre bandas y la policía francesa comenzara a cerrar el cerco.
Famoso por su violencia, Vaccarizzi dirigía una red de prostitución y extorsiones a cambio de protección. A finales de 1983 había sido detenido por asesinato y encerrado en la cárcel Modelo de Barcelona. Construida en el siglo XIX a base de piedra y ladrillo, la prisión había quedado encajonada en el Eixample de Barcelona. En la galería superior de una de sus alas, los reclusos mantenían conversaciones a gritos con sus amigos y familiares en la calle.
El 14 de julio de 1984, Vaccarizzi había concertado una conversación desde la galería con su esposa, una antigua prostituta francesa llamada Antoinette. Mientras gritaba a través de las rejas, un hombre con un rifle le apuntó desde el tejado del edificio de viviendas de seis plantas que había al otro lado de la calle. Dos disparos a gran velocidad impactaron en la cabeza de Vaccarizzi.
Fue un golpe espectacular y muy profesional, del que se habló mucho en la prensa local. Hubo rumores de que el francotirador se había vestido de cura, de que había utilizado un arma para matar elefantes, o de que había entrenado con una unidad de élite del ejército francés. Nadie lloró la muerte de Vaccarizzi. Apodado “El Diablo”, era responsable de palizas atroces y de haber asesinado a tres de sus rivales. Tras su muerte, su esposa desapareció de España. A su hijo adolescente, abandonado en L'Escala, lo acogió una familia mafiosa rival.
Algunas de las historias que contaban los niños, de coches veloces y viajes repentinos, hacían pensar en posibles delitos de sus padres
Marisa explicó a Elvira y a Ramón por qué había guardado los recortes todos esos años. Vaccarizzi era francés y compartía con Ramón el nombre (o su versión en francés). Algunas de las historias que contaban los niños, de coches veloces y viajes repentinos, hacían pensar en posibles delitos de sus padres. “Nuestra teoría era que podríais ser sus hijos”, les dijo. “Aquello me dejó alucinada”, dice Elvira sobre la primera vez que vio los recortes de Vaccarizzi. “Pero todo parecía posible”.
Marisa es hoy una mujer de 74 años, pequeña, pulcra y con el pelo corto y de tonos rojizos. Cuando la visité en el piso donde crió a los niños, sus tres nietos estaban allí pasando la tarde. Me contó que hasta les había preocupado que los gánsters pudieran estar siguiendo a los niños en secreto.
Ramón tiene 44 años y vive con su pareja y su hija pequeña cerca de la casa de Elvira. Cuando supo sobre la teoría de Vaccarizzi no la creyó. En el claro recuerdo que conservaba de su padre, la imagen era de un hombre de pelo blanco y “aire de triunfador”. De hecho, de niño Ramón había sorprendido un día a sus familiares al decir “se parece a nuestro padre” cuando en la televisión salió un hombre con el cabello plagado de canas.
Vaccarizzi, de pelo oscuro, no se parecía a ese recuerdo. En el momento en que Marisa cuenta sus sospechas, habían pasado 38 años desde que los niños vieron a su padre por última vez, pero todos aceptaron la argumentación de Ramón, puesto que sus recuerdos eran la principal fuente de pistas de Elvira.
Aparte de los recortes y de lo que podía rememorar su hermano, lo único que Elvira tenía eran los breves documentos oficiales en los que había quedado registrado el abandono. Los médicos y cuidadores la describían como una niña de dos años normal y sana cuya única rareza era el deseo de dormir atravesada en la cama.
Los documentos crearon más confusión sobre sus orígenes, ¿estaban en Francia o en España? El nombre de Ricard aparecía primero como Richard (en francés), en documentos posteriores como Ricardo (en castellano) y finalmente como Ricard (en catalán). Según los documentos oficiales, los niños y su padre habían vivido con Denis, su mujer e hijos antes del abandono. Hacía tiempo que no veían a su madre. Según los cuidadores, el padre les había dicho que su madre “ya no los quería”.
Los hermanos estaban de acuerdo en que Vaccarizzi no era su padre, pero la intuición de Marisa de que sus padres biológicos podían estar relacionados con el mundo criminal parecía verosímil y encajaba con otros recuerdos de los niños.
Cuando visité a Ramón en un pequeño ático de Barcelona, me habló de un recuerdo con una pistola. La había encontrado en una casa en la que estaban quedándose. Él y Ricard habían empezado a jugar con ella en una escalera exterior. Ramón apuntó a su hermano, se dio la vuelta y apretó el gatillo. La pistola retrocedió al disparar una bala de verdad. Ramón recordaba con memoria fotográfica la forma de la escalera, el blanco de la pared exterior y el jardín de debajo. “Mi padre estaba furioso”, dijo.
Otro de sus recuerdos es el de ir con su padre a un restaurante de playa. El padre salió del coche sin apagar el motor y entró al restaurante. Unos minutos después regresó sangrando y con la cara muy golpeada. “Recuerdo la tensión en el coche cuando volvió y arrancó”, explicó Ramón.
Aunque Ricard tiene menos recuerdos, también son muy precisos. Su padre aparcando el Porsche negro sobre un acantilado vertiginoso; un apartamento parisino forrado de madera con vistas a la Torre Eiffel; o visitando a su padre en la habitación de un hospital. Parecían escenas sacadas de una película de gángsteres del cine negro francés.
Elvira empezó a ponerse nerviosa con la implicación de sus padres en actividades ilegales que sugerían los recuerdos de sus hermanos. ¿Cómo te acercas a un mundo tan alejado de tu estable y cómoda existencia de clase media?
A pesar de sus temores, Elvira habló con Ramón sobre la hipnosis como mecanismo para rebuscar en la memoria. Pero los psicólogos con los que habló le dijeron que esta técnica podía producir recuerdos falsos o incluso terminar con los verdaderos. Elvira se sentía en un callejón sin salida, una sensación que volvería a repetirse en los siguientes meses de búsqueda.
En marzo de 2021, un amigo le puso en contacto con la emisora de radio RAC1, donde grabó una entrevista para 'Islàndia', un programa que se emitía al final de la tarde. Después le dio vergüenza y se arrepintió. ¿A quién le iba a interesar su historia? ¿De verdad quería que lo supiera gente a la que no conocía? Pidió al programa que retirara el segmento, pero la tranquilizaron y le enviaron una copia digital. “Ni siquiera fui capaz de escucharlo”, reconoce. Tampoco encendió la radio a las 19h del 21 de marzo de 2021, cuando comenzó la emisión.
Elvira no estaba enfadada con sus padres biológicos. Antes que eso, se sentía triste por ellos y quería descubrir la misteriosa tragedia que, sospechaba, había provocado que abandonaran a sus hijos
Esa tarde se pudo escuchar la voz de Elvira contando su historia sin rodeos. Explicaba las siniestras teorías sobre el posible pasado criminal de su padre y pedía ayuda. Aunque Ramón también se había implicado, Elvira se sentía sola y perdida. “No sé qué hacer”, dijo en antena. Elvira insistía en que no estaba enfadada con sus padres biológicos. Al contrario, se sentía triste por ellos y quería descubrir la misteriosa tragedia que, sospechaba, había provocado que abandonaran a sus hijos.
Pero Elvira no sabía que en Catalunya los oyentes de 'Islàndia' se contaban en más de 150.000. Mientras la entrevista aún se estaba emitiendo, su teléfono empezó a sonar sin parar. Personas de su pasado, compañeros de trabajo y de todas partes enviándole mensajes de asombro o preguntándole por qué nunca había contado esa historia. Otros le ofrecían ayuda.
Elvira se sintió abrumada y expuesta. A Marisa, que también recibió un alud de llamadas de amigos que escuchaban la radio, le dio una subida de tensión por la que tuvo que acudir al médico de urgencias.
Muchos barceloneses conocen la Estació de França en la que abandonaron a Elvira y a sus hermanos. Conmovidos por la imagen de los tres niños solos en el amplio vestíbulo, muchos oyentes quisieron ayudar. En las semanas posteriores a la emisión, la búsqueda privada de Elvira se hizo colectiva, con voluntarios creando una página de Facebook en español y en francés en la que recalaban detectives y genealogistas aficionados.
Las pistas llovían. La gente se acercaba a Elvira con teorías descabelladas y pistas falsas. Como la de un exfuncionario de prisiones francés que decía haber estado bebiendo champán con su padre en un bar durante un traslado entre cárceles parisinas. Pero la historia de Elvira era ya tan dramática que hasta las teorías más rocambolescas parecían posibles. Una y otra vez crecían sus esperanzas para luego volver a desvanecerse.
Fue un periodo frenético y complicado para Elvira. Como no era fácil saber quién era de fiar y quién no, decidió confiar en Montse del Río, una nueva amiga que había escuchado su historia en la radio. De 51 años, Montse era una criminóloga y médica forense que tenía experiencia ayudando de manera voluntaria a los que buscaban a familiares víctimas de los escuadrones de la muerte de la Guerra Civil.
La historia de Elvira le tocó la fibra sensible a Montse, que se convirtió en una aliada y asesora incansable, viajando con ella para interrogar a familiares y tranquilizándola cuando se sentía frustrada o decepcionada. “Siempre me dice que este es un viaje largo”, explica Elvira.
Otra voluntaria fue Carmen Pastor, de 54 años, aficionada a la investigación y francoparlante. Su primer avance llegó en mayo de 2021, dos meses después de la emisión del programa de radio. El caso de Elvira, su primera investigación de personas desaparecidas, llegó a consumirle hasta 14 horas al día (después de eso ha hecho más investigaciones).
Con los resultados del ADN que le entregó Elvira, una criminóloga amateur voluntaria fue investigando tenazmente a todas las personas con coincidencias de ADN y a sus familiares
Con los resultados del ADN que le entregó Elvira, Carmen fue investigando tenazmente a todas las personas con coincidencias de ADN y a sus familiares. Finalmente, una pariente lejana de una mujer que compartía tatarabuelos con Elvira y cuyo ADN coincidía en un 1,4% con ella, le confesó a Carmen que la historia de los tres niños desaparecidos le sonaba conocida.
El 15 de mayo, Carmen llamó a Elvira para darle noticias. Era temprano y Elvira estaba en una casa de campo celebrando el 40 cumpleaños de un amigo. “Creo que hemos encontrado a tu familia”, recuerda Elvira que le dijo Carmen. También, que estaba esperando una última llamada de confirmación.
Elvira recuerda ese día como uno de los más tensos de su vida. “Estoy en 'shock'”, le escribió a Carmen en un mensaje. “¿Y si son ellos?”. Carmen se pasó el día concretando detalles. “Fue un día de infarto para mí, emocionalmente tenso, lleno de nervios”, explica.
Por la tarde, Carmen ya tenía toda la información que necesitaba. “Acabo de hablar con tu prima segunda, me ha contado que hubo tres niños desaparecidos y que el mayor se llamaba Ramón”, recuerda Elvira que le dijo Carmen por teléfono.
Si la pista era correcta, su padre también se llamaba Ramón y su madre Rosario. Eran españoles, de Sevilla y de Puerta Segura (Jaén), respectivamente, aunque Rosario residía en Madrid. A Elvira le costó creerse del todo esa parte. Siempre había pensado que sus padres eran franceses.
Esa noche Elvira recibió una llamada de Lorena, una posible prima segunda. Si era verdad que ella y Elvira eran parientes, dijo Lorena, había muchos más primos, tías y tíos que querían conocerla. ¿Podría hacer una videollamada con algunos de ellos?
Elvira se echó a llorar. Llamó a Ramón y le dijo que preparara una videollamada. No pudo ponerse en contacto con Ricard, que evita los teléfonos móviles y vive de manera algo apartada en una población rural de Catalunya.
Ya había caído la noche cuando Elvira vio en la pantalla de su teléfono a Mari, una posible prima hermana, sentada junto a Felisa, madre de Mari y posible tía materna de Elvira. Estaban a unos 610 kilómetros de distancia, en un barrio obrero de Madrid, y eran mercheros, un grupo que tradicionalmente se ganaba la vida vendiendo quincalla de manera ambulante.
Fue una conversación vertiginosa. Elvira luchaba por encontrar algo a lo que agarrarse y Mari le ponía fotos y más fotos delante de la cámara. Pronto Elvira se vio a sí misma de bebé y a sus hermanos cuando eran niños pequeños. Luego le mostraron la foto de una anciana. “¡Es la señora de la leche!”, dijo Ramón. Era su abuela Inés, fallecida en 2013.
Más llamativos eran el hombre y la mujer que, en otras fotos, los empujaban en cochecitos, los abrazaban, los lanzaban al aire jugando, les daban de comer y se sentaban con ellos en balcones, playas, parques y coches. Incluso salía el Jaguar gris-verde de sus recuerdos.
Por primera vez desde que era pequeña, Elvira veía a sus padres. Se llamaban Ramón Martos Sánchez y Rosario Cuetos Cruz. Tenían 34 y 35 años cuando abandonaron a los niños.
Por primera vez desde que era pequeña, Elvira veía a sus padres. Se llamaban Ramón Martos Sánchez y Rosario Cuetos Cruz. Ramón era un hombre elegante de sonrisa grande y espesa cabellera de pelo canoso peinado hacia atrás. Rosario era una mujer llamativa, morena, de pelo largo con raya en medio y rasgos marcados uniformemente esculpidos. Tenían 34 y 35 años cuando abandonaron a los niños.
En la llamada hubo lágrimas, alegría y calidez. Elvira y Ramón acordaron viajar a Madrid con Ricard el siguiente fin de semana para conocer a su nueva familia. Habían resuelto la primera parte del misterio: saber quiénes eran sus padres biológicos. La siguiente pregunta era evidente: ¿dónde estaban ahora?
Elvira confiaba en que sus nuevos parientes lo supieran. Pero ellos tampoco tenían ni idea. Nadie sabía nada de sus padres desde 1983.
Al día siguiente de la videollamada con Madrid, Elvira habló por primera vez con los familiares de su padre en Sevilla. Su padre había sido uno entre siete hermanos. Solo seguía viva Luisa, la anciana tía de Elvira, que estaba ya muy enferma. Murió dos días después de saber que habían encontrado a sus sobrinos y Elvira no tuvo tiempo de conocerla. “Era la matriarca, podría habernos contado muchas cosas”, se lamenta.
El siguiente fin de semana, los tres hermanos fueron a conocer a la familia de su madre en Madrid. Tras aquella visita y las conversaciones con la familia de Sevilla, Elvira pudo encajar algunas de las piezas del puzle de su pasado. Su padre y uno de sus tíos se habían hecho ladrones (se encontraron más tarde en un periódico fotos de los dos hermanos tras ser detenidos en 1973).
En 1978, su padre y Rosario habían huido a Francia tras un tiroteo con la policía. Al principio, se alojaron en casa de unos parientes de él en París, pero terminaron mudándose a su propia casa después de que Rosario discutiera con ellos. Nadie recordaba la dirección.
Los nuevos parientes de Elvira recordaban a Ramón, su padre, como una persona inteligente, encantadora y amante de la diversión. Su extrovertida familia sevillana dice que creció en el mismo ambiente que el del “cine quinqui”, donde se retrataba a jóvenes delincuentes de los años setenta que se rebelaban contra la pobreza y terminaban muertos, encarcelados o enganchados a la heroína.
En Francia, el padre de Elvira subió un escalón en el mundo del crimen, dedicándose aparentemente al tráfico de dinero falso, de joyas y de otros artículos de alto valor y riesgo.
A principios de los años ochenta hubo varios atracos de banco espectaculares en París, y no parecía imposible que el padre de Elvira hubiera participado en alguno de ellos. Sus hermanos recordaban una caja llena de piedras preciosas, un bote de monedas y al padre presumiendo de que la casa era como la Fábrica de Moneda y Timbre.
Al principio, Ramón y Rosario trataron de tener hijos sin éxito. Un adivino dijo a Rosario que no se preocupara, que los bebés vendrían y lo harían a toda velocidad. En Francia, dio a luz tres veces en tres años y medio.
Los parientes no dudan en afirmar que Rosario amó intensamente a Ramón, a Ricard y a Elvira. Ella y su marido mantenían contacto constante con sus familiares en España, a través de cartas, postales, fotos y llamadas telefónicas, y de vez en cuando enviaban a los niños a Madrid para que se quedaran con la abuela Inés.
En mayo de 1983 cesó la comunicación con las dos partes de la familia, casi un año antes del abandono de los niños. De vez en cuando, una mujer francesa llamaba a Madrid por teléfono gritando "Rosario" y "Ramón"
Pero en mayo de 1983 cesó la comunicación con las dos partes de la familia, casi un año antes del abandono de los niños. De vez en cuando, una mujer francesa llamaba a Madrid por teléfono gritando “Rosario” y “Ramón”, pero nadie hablaba francés y las llamadas dejaron de recibirse.
Las familias pensaron en denunciar la desaparición, pero no confiaban en la policía. ¿Y si Ramón, Rosario, y sus hijos estaban huyendo de la ley? La familia de Madrid consultó a otro adivino, que dijo que los niños estaban bien, pero que los padres estaban en “un lugar oscuro”.
Hace poco tomé un café en Madrid con Felisa, la nueva tía de Elvira. Estaba encantada de haber encontrado a sus sobrinos, pero intrigada por lo que podía haber pasado con su hermana. Rosario solía llamarla desde teléfonos públicos franceses. En la última conversación que habían mantenido, en mayo de 1983, Rosario le había contado que Ramón padre estaba muy enfermo.
El dato coincidía con los informes que otros familiares habían dado a Elvira sobre la temporada que su padre habría pasado en una clínica para tuberculosos cerca de París. A Felisa le preocupó durante mucho tiempo la posibilidad de la muerte de Ramón y de que eso hubiera desencadenado una tragedia para Rosario y sus hijos. “Pensé que tal vez Rosario había perdido la cabeza”, dice Felisa.
Durante décadas, Elvira se había sentido cómoda como hija adoptada. Pero una parte de ella siempre se hacía preguntas. “¿Era mayor o menor de lo que yo creía? Incluso algo tan tonto como saber cuál es mi verdadero signo del zodiaco”, dice. Sin certificado de nacimiento, la edad de los niños hubo que estimarla y se eligió el día del santo más cercano para registrar una fecha: el 25 de enero de 1982, por Santa Elvira.
Pero ahora que ya se sabía el nombre de los padres, voluntarios franceses -especializados en genealogía- encontraron el certificado de nacimiento de Elvira en Francia. Había nacido el 29 de diciembre de 1981 en París. Elvira estaba encantada, entre otras cosas porque los hermanos tenían el plan de ir juntos a un tatuador para hacerse una Torre Eiffel. Si hubieran nacido en otro lugar, habría sido un error terrible. “Les dije que no se preocuparan, que somos de París”, dijo. La Torre Eiffel se grabó por triplicado.
Poco después llegaron los otros dos certificados de nacimiento. Se confirmaba que los tres habían nacido en París, aunque en domicilios diferentes. Ricard tuvo que añadir siete meses a su edad estimada; y Ramón, 12 semanas. “Descubrir la fecha real me hizo llorar”, me dijo Ramón.
Elvira sabe que, casi con toda certeza, María y Lluís les dieron una vida mejor de lo que podía haber esperado de sus padres biológicos. “Si hubiera estado con ellos, habría crecido de otra manera, desarrollando otra personalidad y otros valores”, dice. Rosario tenía un lado oscuro y duro. Alguien le dijo que rara vez se reía. “Creo que tuvo una vida dura, agravada por el hecho de estar siempre huyendo o al acecho”, dice Elvira.
Ella no se imagina a Rosario como una de esas esposas de delincuentes que no salen de casa y se distancian de las actividades criminales de sus maridos. Cuando Elvira se imagina encontrándose a sus padres, se ve preguntándole cosas a su madre. “Todavía me gustaría preguntarle: '¿Cómo fue para ti mi nacimiento?'”, explica. “Otras personas saben esas cosas”.
Su padre parecía sociable y bien dispuesto, pero también tenía su lado oscuro. Su propio hermano lo había repudiado por pegarle a Rosario y además era un mujeriego
Su padre parecía sociable y bien dispuesto, pero también tenía su lado oscuro. Su propio hermano lo había repudiado por pegarle a Rosario y además era un mujeriego. Ramón, el hermano de Elvira, recuerda haber jugado con Ricard a un juego para ver quién era el más valiente de los dos. Delante de una habitación en la que su padre se había metido con varias mujeres, se retaban uno al otro a ver quién se atrevía a tocar en la puerta.
Los padres biológicos de Elvira no son fáciles de admirar según los códigos con los que la educaron. “Para mí, mi madre es la persona que me ha criado”, dice. “Pero también hay algo más importante, algo genético, un vínculo de sangre como el que tengo con mis hermanos”.
Elvira seguía queriendo averiguar por qué los habían abandonado a ella y a sus hermanos. Las fotos mostraban a una familia unida y feliz. ¿Qué había salido mal? Esperaba que la razón fuera que sus padres los estaban protegiendo de un peligro mayor.
Antes de desaparecer, su padre le dijo a una sobrina que estaba a punto de hacer un gran atraco o un gran negocio. ¿Se había pasado de ambicioso? ¿O Rosario y él se habían reconciliado, habían visto el peligro y habían huido lejos?
Otras hipótesis eran más angustiosas. Como que Ramón hubiera matado a Rosario. O que una banda rival hubiera asesinado a los dos. O que hubieran muerto por un accidente durante un trabajo y después los hubieran enterrado en secreto. Había muchas maneras en que su padre podía haberse metido en problemas con aquella inteligente e imaginativa cabeza siempre pensando en la próxima jugada.
París era el último lugar donde Elvira sabía que habían vivido sus padres y parecía el lugar lógico para seguir la búsqueda. En marzo de 2022, Marco y ella pasaron allí un fin de semana. Yo también fui.
La primera vez que nos habíamos visto había sido unos días antes en Barcelona. Elvira me había contado entonces que unos ancianos propietarios de un bar español en París decían haber reconocido a su padre en unas fotos que les habían llevado unos voluntarios franceses.
Cuando nos encontramos en París, Elvira estaba entusiasmada. Había hablado con los propietarios del bar y le habían confirmado que reconocían a su padre. Pero al día siguiente yo hablé con los dos y salí de allí convencido de que sus recuerdos eran falsos o poco fiables. “Puede que ayer viera al padre por la calle”, me dijo encogiéndose de hombros Arturo Sánchez, de 71 años, mientras hablábamos en los sillones de mimbre de una cafetería.
Entendí la maldición de Elvira: la gente está desesperada por ayudar aunque no tenga nada que ofrecer. Ella llevaba por todos lados una foto tomada poco después de que los abandonaran. La inocencia de los tres niños mirando fijamente a la cámara derrite el corazón. Su sed de respuestas y su ansiedad por lo que esas respuestas podían revelar hacían que mucha gente quisiera darles esperanzas.
Elvira y Marco tuvieron que volar de vuelta a Barcelona sin tiempo para visitar la dirección en el norte de París que figuraba como su domicilio en la partida de nacimiento. Fui hasta allí con una foto de 1982 en la que se veía a Rosario con Elvira de pie en un callejón. Rosario llevaba pantalones de campana y un pañuelo en la cabeza.
Los vecinos me indicaron un callejón donde ahora las casitas coquetas tienen cámaras de seguridad. Ramón recordaba haber jugado frente a una fuente de muro de la que manaba agua, a la vuelta de la esquina de donde vivían. Un hombre que barría su jardín al final de un callejón señaló la casa de enfrente. “Tenían una fuente de muro en el jardín”, dijo. “Pero lo han reconstruido y la fuente ha desaparecido”. El hallazgo parecía confirmar la memoria fotográfica de Ramón. Estaba exactamente donde él la recordaba.
A falta de otras pistas, Elvira y Ramón no dejaban de pensar que el pueblo costero catalán de L'Escala podía formar parte de su historia. Aunque Vaccarizzi no tuviera relación con ellos, en ese pueblo se habían escondido gángsteres franceses como él. ¿Había trabajado su padre con las bandas? ¿Vivía allí Denis cuando los llevó a Barcelona y los abandonó?
No tenían más pistas sobre Denis, pero Ramón lo recuerda como muy amigo de su padre y sospecha que es el hombre cubierto de cadenas y pulseras de oro que aparece frente a Ramón padre en una fotografía tomada en Westende (Bélgica). Ramón también pensaba que L'Escala encajaba en el recuerdo de un lugar soleado junto al Mediterráneo donde en su infancia había ocurrido el incidente de la pistola.
Jordi Jacas, propietario de un hotel de L'Escala, me guió por la ciudad a mediados de septiembre señalándome a antiguos contrabandistas, sicarios y chicas de compañía entre los frágiles hombres y mujeres de pelo blanco que en las terrazas tomaban el aperitivo o un café a última hora de la mañana.
Hablé o pasé mensajes a cuatro ex gángsteres, suscitando llamadas a viejos colegas que ahora vivían en Lyon, donde se han trasladado muchos gángsteres franceses. Nadie sabía, nadie recordaba o nadie quería decir si había conocido a Denis o al padre de Elvira. Algunos reaccionaron con indignación, sobre todo cuando pensaban que alguien los podía estar acusando de haber hecho daño a tres niños pequeños.
Tres semanas más tarde volví a L'Escala con Elvira y con Ramón para encontrarnos con la hija de un antiguo jefe de la mafia francesa. Querían saber si su historia le resultaba familiar.
No le sonaba pero la mujer sintió una empatía enorme por Elvira y sus hermanos. “Sé lo que es crecer en ese tipo de familia”, dijo. Presa del pánico, en una ocasión su padre la había enviado a toda prisa lejos de L'Escala, junto a su hermano, tras escuchar el rumor de que una banda rival planeaba secuestrarlos.
Antes de marcharnos, Ramón volvió a insistir en que el lugar le resultaba familiar. “Son las casas”, dijo, señalando los bonitos chalets de dos plantas.
A finales de octubre, llevé a Elvira desde Sevilla, donde había estado viendo a su nueva familia, hasta Tarifa. En el punto más meridional de la Península Ibérica vive Manola (90), tía abuela de Elvira por parte de padre, junto a una de sus nietas adultas y a un perrito. El cortijo reconvertido donde viven tienen vistas al estrecho de Gibraltar y a la costa de Marruecos, a solo doce kilómetros.
La primera reunión entre Elvira y su tía abuela fue un encuentro conmovedor. Manola lloraba al exclamar lo mucho que se parecía Elvira a una de las hermanas fallecidas de Ramón
La primera reunión entre Elvira y su tía abuela fue un encuentro conmovedor. Manola lloraba al exclamar lo mucho que se parecía Elvira a una de las hermanas fallecidas de Ramón, contando historias del carácter vivaz de su padre y de cómo una vez se había escapado de una celda de la policía. A veces, tía abuela y sobrina nieta se cogían de la mano y la conversación se interrumpía.
“A mí, tu madre llegó a pegarme”, dijo Manola de repente. Elvira había oído hablar del mal genio de Rosario. Una parte de la familia de su padre le consideraba mala mujer.
Cuando más tarde le pregunté si le preocupaba que sus padres biológicos fueran malos, Elvira se mostró protectora. “Me lo he preguntado, pero luego miro las fotos de mi padre jugando con nosotros y pienso: un verdadero hijo de puta no hace eso, revolcarse en la hierba con los niños”. Elvira cree que la gente buena puede acabar haciendo cosas malas por muchas razones. “Puedes ser un carterista y una persona maravillosa al mismo tiempo”.
La búsqueda ha cambiado a Elvira. Las inseguridades iniciales han dado paso a la firme determinación de seguir indagando. “Esto me ha enseñado a tener paciencia”, apunta. “No se me suele dar bien lo de esperar”.
A veces también se pregunta si se ha dejado llevar demasiado por su búsqueda. “Tengo trabajo, una familia, amigos; no puedes olvidarte de todo eso y dedicarte solo a buscar”.
Dice que uno de sus hijos empezó a preocuparse por el abandono cuando escuchó las historias sobre la infancia de su madre. “Yo le digo que eso es algo único que me ocurrió a mí y que no le va a pasar a él”, explica.
Durante la cena en Sevilla, el mismo día del encuentro con Manola, me resultó llamativo lo bien que Elvira había encajado en esa rama de su nueva familia ampliada. Allí estaban junto a sus hijos Rosa-Mari y Ana, dos primas segundas de la misma edad que Elvira que trabajan como maestra y trabajadora social respectivamente. También estaba la prima hermana de Elvira, Manoli, que es bailaora de flamenco y tiene 55 años.
Elvira se había llevado a sus hijos a veranear con ellos a Sevilla. Se ha hecho muy amiga de Rosa-Mari, de Ana y de Manoli, y ahora las cuatro charlan de vez en cuando por videollamada. Hace poco, Elvira me dijo que se le había roto el corazón al enterarse de que Manoli pensaba irse a Japón, donde el flamenco es muy popular, para enseñar a bailar.
La facilidad y conexión que experimentó Elvira al pasar tiempo con su familia en Sevilla le hicieron pensar que la sangre importaba más de lo que había pensado en la forma de ser. ¿Por qué siempre le había gustado el flamenco, algo tan ajeno a sus amigos y familiares de Catalunya? ¿Por qué a Ramón le encantaba cualquier tipo de baile en el que se hiciera percusión con los pies, ya fuera claqué o el estruendoso taconeo del flamenco? “A tu padre le encantaba el flamenco, siempre lo ponía en la radio del coche”, le había explicado la tía Felisa.
Aunque le costara entender el ceceante acento andaluz, Elvira se sentía a gusto en Sevilla con la extrovertida, charlatana y cariñosa familia de su padre biológico. Nada de esto cambió su estrecha relación con su familia en Catalunya, pero sus nuevos parientes y el descubrimiento de sus raíces biológicas llenaron un espacio vacío que no sabía que existía. “Me siento más completa”, asegura.
Elvira sigue deseando saber qué fue de sus padres biológicos. Ramón padre y Rosario tendrían ahora unos 70 años. Si vivieran, seguro que buscarían a sus hijos en Internet
Elvira sigue deseando saber qué fue de sus padres biológicos. Ramón padre y Rosario tendrían ahora unos 70 años. Si vivieran, seguro que buscarían a sus hijos en Internet. La menor de las hermanas sabe que el hecho de que nunca se hayan puesto en contacto con ella significa que probablemente estén muertos, tal vez asesinados por mafiosos expertos en hacer desaparecer a la gente. Pero eso no le impide fantasear con que están en algún lugar.
Cuando Elvira era pequeña y preguntaba a Marisa por sus padres biológicos, la respuesta siempre era algo así: “Tienes suerte: dos madres, dos padres y dos familias, en París y en Barcelona”. Si alguna vez aparecían sus padres biológicos, decía Marisa, todos se llevarían bien.
Era una buena manera de calmar a una niña inquieta, pero también terminó siendo una frase bastante cercana a la realidad. Elvira se lleva muy bien con su familia biológica. Sus horizontes se han ampliado después de viajar para pasar tiempo con ellos. Y como su padre tuvo seis hermanos; y su madre ocho, hay primos a los que aún no conoce. Aunque no le sobra el dinero para hacer viajes. “Quizás tenga que hacerlo poco a poco mientras los niños crecen y lanzarme de lleno después”, explica.
Algunas líneas de investigación siguen abiertas. Hasta ahora no ha conseguido el expediente policial de su abandono y del pasado delictivo de su padre, pero según Montse del Río probablemente pronto podrá acceder a los documentos.
A Elvira le sigue alegrando el éxito que ha tenido su búsqueda gracias al crowdsourcing y a los voluntarios dispuestos a ayudar. En su vida, la amabilidad de los desconocidos ha jugado siempre un papel crucial, empezando con sus padres de adopción. Los dos últimos años han reafirmado su fe en una bondad en la que sigue confiando para terminar de resolver el enigma de lo que les ocurrió a sus padres.
La última vez que vi a Elvira fue en el piso de Marisa a principios de marzo. Ella y Ramón estaban preparando una nueva visita a L'Escala para hablar con más personas que vivieron la época de los gángsteres. “Nunca se sabe cuándo va a caer algo”, dice Elvira. “Ha pasado antes y puede volver a pasar”.
Traducción de Francisco de Zárate.
Si algún lector cree reconocer a las personas sin identificar en las fotografías que acompañan a este reportaje o cree poder aportar una pista útil, puede ponerse en contacto con Elvira Moral a través de este mail ramonricardelvira84@gmail.com o de esta página de Facebook