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Txell Feixas, periodista: “Evitar el matrimonio infantil de una sola niña puede cambiar a toda una sociedad”

La periodista Txell Feixas, durante la entrevista con elDiario.es

Sandra Vicente

Barcelona —
25 de mayo de 2025 22:50 h

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Txell Feixas (Mediona, 1979) es una de esas periodistas a las que le interesan las historias que hay detrás de las noticias; las que involucran a la gente que nadie ve, las que convierten a los muertos en algo más que números y las que, a pesar del dolor y desesperación, consiguen encontrar algo de luz y esperanza. Así fue como encajó su corresponsalía en Oriente Medio para TV3, que duró cinco años y que la llevó a contar países como el Líbano, Siria o Israel.

Precisamente en el primero de ellos fue en el que vivió y tuvo su base y, por tanto, el que más conoció. Y allí encontró la historia a la que ha dedicado su último libro, Aliadas, que acaba de ser traducido al castellano por Capitán Swing y salió originalmente en catalán en 2023, editado por Ara Llibres. En él cuenta la historia de un equipo femenino de baloncesto que nació en el campo de refugiados de Shatila. Además de ser la primera oportunidad de muchas chicas de practicar deporte, fue también una herramienta que se inventó un padre, Majdi, para salvar a las pequeñas del campo del matrimonio infantil.

Ese pequeño sueño tardó en despegar, pero se ha convertido en una segunda familia para decenas de niñas que han conseguido salir del Líbano y jugar partidos en diversos países de Europa y en ciudades como Girona, Bilbao o Madrid.

En este libro decide explicar la lacra del matrimonio infantil en el Líbano, pero lo hace a través de la historia de un equipo de baloncesto femenino. ¿Por qué?

Lo que me enganchó a esta historia es que la acción individual de un padre que quiere proteger a su hija se acabó convirtiendo en una transformación revolucionaria en toda Shatila, donde la infancia de las niñas se acaba muy rápido. Es un tema muy impresionante, porque en el Líbano el matrimonio infantil no solo es legal, sino que cada una de las 18 confesiones religiosas oficiales fija la edad según sus propios criterios. Hay confesiones sectarias que lo permiten a partir de los 9 años; otras a partir de que les viene la regla o de que muestran los primeros signos de la pubertad.

Según cuenta, casi nadie se plantea que sus hijas puedan no casarse. ¿Qué motivos llevan a las familias a concentrar matrimonios mientras todavía son niñas?

Los prejuicios nos podrían llevar a pensar que es porque son malos padres. Pero la verdad es que, de entrada, nadie quiere mal a su hija. Lo que pasa es que tienen interiorizadas muchas razones que nadie les ha desmontado. Te cuentan que, si casan a sus hijas, les ponen un guardián que las protege de que las violen, cuando en realidad son sus maridos quienes las violan legalmente cada día.

También te dicen que económicamente es lo mejor: la familia recibe una dote y las pequeñas obtienen una mejor posición social en su nueva familia. Pero el problema es que estos matrimonios suelen acabar mal y es frecuente que la niña acabe siendo retornada y se convierta en alguien a quien ya nadie querrá y en una boca más a alimentar.

Igualmente, hay familias que creen firmemente que el matrimonio infantil está escrito en el Corán y que la religión les obliga, pero eso no es cierto. De hecho, hay líderes religiosos que intentan convencer a las familias de que no lo hagan. Durante los meses que estuve preparando el libro, descubrí que hay muchos hombres que son agentes de cambio.

Al principio sorprende que sea Majdi, un hombre, quien encabece la creación del equipo de baloncesto y quien luche para evitar el matrimonio infantil. Pero como usted misma cuenta, los hombres en Shatila sólo escuchan a otros hombres.

Hay una organización que intenta concienciar a las comunidades contra el matrimonio infantil y me contaban, con cierta ironía, que al principio se constituyeron como seculares y feministas, pero la realidad, que es lo que manda, les enseñó que tenían que poner a hombres religiosos a hablar con las familias si querían que el proyecto funcionara. No se trata de imponer una forma de proceder, sino de que quienes van a ser beneficiarios digan qué necesitan y tú se lo proporciones.

El proyecto de Majdi tiene mucha oposición al principio. ¿Por qué los padres no ven peligro en casar a sus hijas, pero sí lo ven en que hagan deporte?

Por algo tan simple como el miedo a que parte de los vecinos se les ponga en contra porque sus hijas estén haciendo una actividad asociada a los hombres. De hecho, Majdi apuesta por el baloncesto y no por el fútbol porque piensa que, al ser un deporte menos conocido, los padres no harán esa asociación tan directa. Y lo mismo pasa con un equipo de críquet que se gestó después.

Por eso creo que Majdi es un buen ejemplo de agente de cambio que, sin manual de feminismo, aplica el sentido común y rompe el estereotipo que mucha gente tiene del hombre en el mundo árabe, especialmente si es musulmán. Porque él no sólo cambió a las niñas, sino a los padres que prohibieron o pusieron muy difícil a sus hijas poder practicar deporte. Ahora esos mismos hombres se emocionan cuando encestan y las aplauden en el aeropuerto cuando se van a jugar algún partido fuera. En Shatila se ha visto que evitar el matrimonio infantil de una sola niña puede cambiar a toda una sociedad.

Majdi monta el equipo para alejar a su hija Razan del matrimonio infantil y, aunque consigue salvar a otras niñas, la suya decide casarse por voluntad propia. ¿Por qué lo hace?

Le dedico el libro a Razan porque para mí es la heroína menos heroica. Creo que, sin saberlo, lleva a cabo un acto muy feminista. Rechaza la imposición de su padre, quien la obliga a jugar y le prohíbe casi hasta pensar en casarse. A pesar de que lo hace con buena intención, Razan tiene la valentía de decirle que no, aunque el camino que escoge es mucho más complicado. Y luego vuelve a tener la valentía de decirle que no a su marido. Y eso tuvo unas consecuencias durísimas, porque las mujeres divorciadas son repudiadas.

Cuando le mandé el libro en catalán, me dijo que lo mandó traducir y lo leyó tres veces. Estaba muy contenta porque ese texto hacía de espejo de una Razan valiente que no había visto nunca. Era la oveja negra de la familia, la desgraciada, la señalada por la comunidad. Hay muchas como ella, que por no seguir el camino marcado por la familia o por el mal entendido honor, se convierten en apestadas. Pero son muy poderosas.

En Occidente, queremos que el feminismo de las otras se adapte a nuestra mirada particular y no al lugar en el que se está llevando a cabo

Define el hecho de casarse como un acto feminista y eso no ha estado exento de polémica. Igual que también ha habido quien ha criticado que en la portada del libro aparezcan chicas con el velo. ¿Cree que desde Occidente despreciamos las muestras de resistencia feminista de otras zonas del mundo?

Totalmente. Queremos que el feminismo de las otras se adapte a nuestra mirada particular y no al lugar en el que se está llevando a cabo. A mí eso de que las mujeres con velo no pueden ser feministas se me ha dicho tantas veces… Pero es que me he pasado años viviendo en la región y me he hartado de explicar historias de superación y supervivencia de la mano de mujeres que, precisamente porque llevaban el velo, han podido conectar con otras mujeres. Y creo que es muy injusto que, por el mero hecho de llevar el velo, las incapacitemos para defender los derechos humanos.

Creo que, en parte, es culpa de los medios, que hemos ayudado a simplificar la imagen de la mujer en el mundo árabe como una persona sumisa, sometida y poco formada. Es verdad que el velo para muchas mujeres es símbolo de opresión, pero es que parece que sólo hablemos de eso. Si explicáramos más historias de mujeres feministas con velo, que las hay, a la gente le chocaría menos cuando las vieran.

De hecho, en el libro habla de cuatro mujeres que llevan velo y, a pesar del tabú y de la reprobación masculina, cosen compresas de tela para las mujeres del campo que no pueden permitirse comprar productos de higiene femenina.

Rima [una de las mujeres cosedoras] es un ejemplo de mujer que, por ser viuda, ya no vale nada a ojos de la sociedad. Para muchos del campo, cuando te falta el hombre, casi que te puedes morir. Pero ella acaba siendo capaz de sobreponerse a eso.

Cuando la conocí, me imaginaba que sería una mujer que quizás debería caminar rápido por los callejones del campo, intimidada por la gente que sé que la amenazaba, pero me encontré con una mujerona que caminaba orgullosa, tiesa y que interpelaba a los vecinos que la miraban mal. Era brutal ver el empoderamiento de esta mujer que representaba uno de los eslabones más débiles de la sociedad y que hizo de su tarea un servicio público que nadie más cubría.

Cuenta su historia en 2023. En estos dos años, ¿cómo ha evolucionado la salud menstrual de las mujeres y niñas de Shatila?

Lamentablemente, la pobreza menstrual es terrible en Shatila. No sólo es el tabú, sino que los productos menstruales son carísimos y, además, no entran en la lista de enseres básicos que se pueden comprar con las tarjetas que facilitan las ONG. Pero es que ahora todavía está peor. Con la guerra y los bombardeos de Israel, media Shatila se vació. Y muchos palestinos y sirios han acabado en lugares mucho más desangelados. Por eso, actividades como las de Rima han tenido que pararse temporalmente y sus productos dejaron de circular.

Majdi prefiere morir enterrado por las bombas israelíes que irse de Shatila, que es su conexión con unos padres y abuelos que huyeron de la creación del estado de Israel y de la limpieza étnica de 1948

Shatila es conocida como “la pequeña Palestina”. ¿Cómo ha afectado a sus residentes la situación en Gaza?

Majdi me dice que prefiere morir enterrado por las bombas israelíes que irse de Shatila, que al final es su conexión con unos padres y abuelos que huyeron de la creación del estado de Israel y de la limpieza étnica de 1948. Sufrió también la masacre de 1982. Ha visto lo que sucede en Gaza y ahora sufre directamente los ataques a pocos metros de donde está el campo de Shatila. Él dice siempre que en Shatila no tienen justicia, pero sí memoria. Y es como que de la muerte, de esa sensación de que Israel les persigue, es de donde sacan las fuerzas para vivir.

En cambio, Razan decía que lo resistiría todo y que nunca se iría, pero cuando empezaron a bombardear el Líbano se fue con su madre, que es de Siria, y su hijo. Me decía que no creía que fuera cobarde, sino simplemente humana. Ahora bien, ya ha vuelto al campo, dispuesta a seguir resistiendo. De alguna manera, cuanto más los maltratan, más determinados se levantan.

Shatila es un personaje más de su libro. ¿Qué significa para usted este campo de refugiados?

Por su historia, es un campo que todos asociamos con la muerte y la destrucción. Pero con este libro busco humanizarlo, sacar la luz, la dignidad y la fuerza que los medios a veces no retratamos. Pero es que yo creo que hay mucha vida para explicar. Los sitios explican a las personas y el campo de refugiados explica las violencias estructurales que viven, pero también sus resistencias.

Por eso, para mí, Shatila tiene tres capas. El paisaje físico, que muestra esta cárcel a cielo abierto, laberíntica, de favelas verticales, sin agua y sin electricidad. Luego está el paisaje humano, que es el hormiguero de gentío, superpoblado, casi sin mujeres en el espacio público. Y también está el paisaje emocional; porque allí se respira que han pasado muchas cosas y que la historia ha castigado mucho el lugar.

Otra cosa que tiene Shatila que la diferencia de otros campos es que está dentro de Beirut. Me cuesta imaginarme cómo podría ser tener un campo de refugiados en el corazón de Barcelona.

Cuesta porque es raro. Se han construido dos realidades que se miran, pero no quieren ni tocarse. Y Majdi, a través del equipo de básquet, las une. Enlaza a chicas palestinas y sirias que nunca salían del campo con chicas libanesas, que nunca se habrían planteado entrar y que acceden en busca de un equipo femenino que en su ciudad no encuentran.

Hemos hablado mucho de las niñas, pero ¿cómo viven los niños una infancia en el campo de Shatila?

Las niñas han sido las grandes olvidadas y afortunadamente vamos poniendo el foco en ellas poco a poco. Pero los niños también sufren muchísimo. Están rodeados de referentes a los que no quieren seguir, pero están obligados a hacerlo. Y esto se ve en los lugares en los que juegan. Evidentemente, hay muchos que no tienen problemas en jugar con armas o reproducir ciertas costumbres, pero también ves a los que querrían expresar sus sentimientos, pero no se les consiente. Y eso es tristísimo, porque ves que va a costar muchísimo cambiar las cosas. 

En un momento del libro narra cómo el Ministerio de Exteriores de España niega el visado a la mitad de las niñas del equipo, que tenían agendado un partido en Madrid. ¿Qué nos dice eso de nuestro sistema migratorio?

Dice poco y lo que dice no es bueno. Pero también hay que tener en cuenta que la situación en Shatila es tan extrema que la empatía me llevaría a entender que alguien, en un viaje de estos, ante la posibilidad de quedarse en Europa, decidiera no volver después de ver una vida que allá no tendrán jamás.

En su casa, muchas niñas acaban sometidas y los niños optan por aislarse de su día a día, quizás a través de las drogas, o entrando en el mundo de las armas. Tenemos que preguntarnos qué haríamos nosotras en su situación, pero también por qué algunos países se niegan a ayudarles. Y podemos abrir el debate y pensar que es, quizás, porque son de Síria y Palestina, porque si vinieran de otro lugar del mundo las fronteras se les abrirían sin problemas.

Y la cuestión es que durante la guerra de Ucrania se demostró que la entrada de refugiados no hizo reventar ningún sistema público como tanto se nos había advertido. Es la demostración de que, si se quiere, se puede.

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