Últimas horas en Barcelona antes del toque de queda: “Mejor irse a casa pronto que el confinamiento total”
Un francés, una alemana y un belga apuran sus cervezas en una terraza cercana a la plaza del Born de Barcelona a medianoche. No es un chiste ni una secuela de 'L'Auberge espagnole'. Son los minutos previos a que vuelva el toque de queda en Catalunya. “En casa tomaremos la última, pero no es lo mismo”, confiesa Jean-Marc junto a su grupo de convivencia. Desolé, mes amis!
En poco más de dos meses, la alegría por el fin del estado de alarma ha pasado a la resignación por la vuelta al confinamiento nocturno. La pandemia se ha desbocado de nuevo en Catalunya, que es la quinta región europea con más contagios, lo que ha llevado al Govern a decretar, por lo menos durante una semana, un toque de queda de 1:00 a 6:00 horas para seis millones de catalanes, el 80% de la población.
La gran mayoría de los extranjeros del Born -la mayoría turistas, algunos residentes en la capital catalana- ni se han enterado de la medida cuando falta media hora para que entre en vigor. A esta hora más de 300 personas siguen bebiendo, cantando y fumando en este paseo del centro de Barcelona. Incluso un grupo baila provisto de auriculares 'bluetooth'. Hay mucho abrazo y la mascarilla brilla por su ausencia.
Desafiando el cliché, Cormac y Shane, irlandeses, comparten una botella de vino blanco al lado de Santa Mar. “El fin de semana tendrían que dejarnos ser libres”, lamentan, a la vez que critican una medida tan dura. “En nuestro país incluso cuando el confinamiento más duro la policía te decía que te fueras a casa si te veía pasear, pero no te multaba”, aseguran, mientras recuerdan las fiestas “'indoor'” a las que han asistido en el último mes. “Ahí si había virus, no en la calle”.
El toque de queda ha frustrado los planes de Antoine y Giovanni (o así dicen llamarse), dos franceses de visita durante cuatro días a Barcelona. “No podremos salir de fiesta ni follar”, dice el primero cerveza en mano. “Estamos jodidos”, apostilla el segundo, mientras un tercer compatriota llega para proveerles de más latas. Brindan por Barcelona, eso sí.
Cuesta encontrarles porque el turismo casi ha expulsado a los barceloneses de la zona, pero por las callejuelas del Born también hay locales. Alberto lidera un grupo de cinco jóvenes que trabajan en una farmacéutica. No oculta su descontento ni su cubata. “Yo me levanto a las 7 de la mañana para trabajar y después lo máximo que hago es irme a tomar algo por la noche. Ahora pagamos todos el que hayan abierto todo tan rápido y lo de los festivales, eso sí ha sido una cagada”, proclama.
De mejor humor están Manuela y dos amigas que han venido a visitarla desde Uruguay. Esperan turno en la heladería de Pla de Palau. “No es tan grave el toque de queda, a la una no te limita tanto. Mejor irse pronto a casa que tener que volver al confinamiento total”, valora esta vecina de la Barceloneta, feliz porque confía en que el confinamiento nocturno acabe con las noches de insomnio por culpa de los turistas ruidosos.
Falta un cuarto de hora para la hora límite y el Born sigue a rebosar cuando llegan tres chavales contratados por el Ayuntamiento de Barcelona como agentes cívicos contra el ruido. La tarea es imposible y ni se molestan en intentarlo. Más de 300 personas siguen con la fiesta. “Ya le puedes decir a un grupo que baje un poco el tono que te responden 'pero qué me estás diciendo a mí, mira a éstos'”, señala uno de los jóvenes que luce chaleco fosforescente, que prefiere no decir su nombre.
No es hasta que intervienen agentes de los Mossos d'Esquadra y de la Guàrdia Urbana cuando se logra desalojar el Born. Faltan pocos minutos para la 1:00 de la madrugada. Una fila de agentes va avanzando por el paseo y la masa de jóvenes (y no tan jóvenes), con sus correspondientes vasos, latas y bolsas con botellas de alcohol, se dirige hacia la gran plaza del Born. No hay resistencia, algunos cánticos de borrachera y muchos 'selfies' para inmortalizar el momento (y acordarse por la mañana).
Con mucha paciencia, pasada la hora límite los mossos piden a los pequeños grupos que resisten delante de la Estación de Francia que se vayan a casa o al hotel. La operación se repite en las playas de la ciudad. “Come on, come on, it's more than one o'clock”, dice un uniformado mientras con una mano se señala un reloj inexistente en su otra muñeca. El personal desfila o busca un taxi, no sin antes despertar con la música a los sintecho que intentaban dormir en el paseo Picasso.
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