El universo optimista de Coldplay se expande en Barcelona
El primer big bang del universo multicolor de Coldplay se expandió en el Estadi Olímpic Lluís Companys de Barcelona saliéndose varias veces del guion previsto. Lo que sí estaba cantado era la cifra de asistentes: 55.000 personas acudieron este miércoles a la primera de las cuatro citas y sucumbieron a la parafernalia que la banda despliega en la estratosférica gira Music of the Spheres.
Más allá de las filias y fobias que el grupo despierta, su capacidad para conmover y crear himnos inmediatos es indiscutible. Sus estribillos inflamables y su espectacular puesta en escena, con efectismos técnicos y emocionales, funcionan sin fisuras ante grandes audiencias en un tour que promocionan como el “más ecológico”. Coldplay lleva años refrendando su éxito masivo a golpe de hits y de números que quitan el hipo: vendieron en menos de 24 horas las 200.000 entradas de sus actuaciones en Barcelona. Y en Argentina, por citar un hito aún más astronómico, acamparon 10 días actuando en el campo del River Plate ante más de 600.000 personas.
Anoche el público también acudió a la llamada de “el evento al que hay que ir” y formó parte del espectáculo comunitario desde el momento que entró al estadio y se dejó colocar la pulsera lumínica que en el 2011 se inventó el cuarteto británico. El efecto de sus colores cambiantes al ritmo y al antojo de las canciones provocó que, muñecas al aire, la audiencia se sintiera parte del apabullante show. El concierto empezó con poderío con Higher power, una canción sobre la necesidad de “encontrar al astronauta que todos tenemos”. De empoderar a las personas para “hacer cosas increíbles”, ha explicado siempre Chris Martin en las entrevistas de promoción del álbum que bautiza el tour, el noveno de su discografía.
En su historia musical reciente todo parece una charla buenrollista sobre coaching vital. “Todo lo que quieres está a un sueño de distancia. Y somos leyendas, todos los días”, reza la letra que siguió a continuación (Adventure of a lifetime). Multitud de pelotas empezaron a rebotar entre la gente que estaba en la zona de pista, convertida en una auténtica pista de baile.
Tras la pegadiza Paradise, que Martin empezó cantando sentado en el suelo con las piernas cruzadas, llegó uno de los episodios más nostálgicos con Chris Martin al piano interpretando la balada The Scientist. Pieza que el vocalista compuso tras escuchar la canción All things must pass del añorado George Harrison. “Muchísimas gracias. ¡Bona nit! ¡Buenas noches! Gracias por el esfuerzo de estar aquí con todos los problemas de tráfico, las colas, los baños extraños…, todo. Vamos a tocar el mejor show de nuestras vidas”, prometió. E inmediatamente explicó, mirando al cielo, que quería dedicarle la actuación a la recién fallecida “the beautiful Tina Turner”.
El momento intimista dio paso al exorcismo guardiolista de Viva la vida. Y, claro, la audiencia se vino arriba sin remedio con este título inspirado en el cuadro de Frida Kahlo y su chocante letra sobre el último rey de Francia, Luis XVI.
Lengua de signos bilingüe a cargo de enCantados
Pues sí: llegados a este punto y contagiados por el optimismo coldplayero, ¡viva la vida! Y … ¡viva la inclusión! Como es habitual en este tour, Coldplay contactó con entidades locales de intérpretes de lengua de signos para hacer accesibles sus actuaciones para las personas sordas. Y, para la ocasión, la asociación seleccionada, ENCANTADAS (responsable del ciclo enCantados), propuso que la interpretación fuera bilingüe. El repertorio se interpretó en lengua de signos española y en lengua de signos catalana. Y un total de cuatro intérpretes/artistas: Eva García Codorniu, Òscar Argemí, Aitor Pérez Rello y Anna Armadà Aguirre, se repartieron unos temas que llevan semanas preparándose a conciencia. Signaron con la profesionalidad y el arte que les caracteriza: los cuatro están vinculados con la música o la danza. Y los asistentes de este colectivo pudieron seguir las letras gracias a ellos, emocionarse con la experiencia, y sentir también la música gracias a unos chalecos vibratorios.
De hecho, el propio Chris Martin, disfrazado de cabezudo marciano, se animó también a signar un tema. Eso sí, en vez de elegir Something just like this como en el resto de ciudades, signó Hymn for the weekend y chapurreando varias lenguas de signos.
“Grábame para tu mamá”
Vía Instagram, según relató, contactó con ellos una joven para explicarle la relación que la canción Fly on tiene con su madre, enferma. Chris Martin le invitó a subir al escenario. “Grábame para tu mamá”, le pidió. Ella se sentó junto a él y, nerviosa, comprobó de repente que el móvil no le funcionaba. “Tranquila. Lo grabarán todos ellos por ti”, le calmó el cantante, señalando al público. Al final se pusieron incluso a cantar a dúo. “Esta estrofa es para ti. Te quiero, mamá”, logró verbalizar la muchacha.
El reconocible e hipnótico punteo de guitarra de Jonny Buckland dio paso a Charlie Brown (sí, el título es por el personaje del cómic Peanuts). “Manos arriba, por favor. ¡Y saltad!”, exclamó Martin. Y vaya si lo hicieron. El repertorio prosiguió combinando temas technos y bailables con otros más pausados, como su primer gran éxito, Yellow, y su historia de amor no correspondido.
El turno fue después para Human Heart que interpretó con una corista (virtual) muy peculiar: una marioneta con alas de hada que ya salió en el videoclip de Biutyful (uno de los personajes surgidos del universo de criaturas del difunto Jim Henson, el creador de los Muppets). Y de nuevo, puso luego a bailar al personal: esta vez con People of the Pride y desplegando la bandera del arcoíris.
Con una camiseta con el mensaje “Everyone is an alien somewhere (Todo el mundo es un alien en algún lugar”), el cantante prosiguió con sus dos horas de actuación haciendo paradas en canciones tan empáticas como Clocks. Una letra sobre la necesidad de aprovechar el tiempo mientras estemos aquí, vivos y presentes. Chris Martin en esencia pura. Una filosofía y un tipo de vida que algunos critican y simplifican mencionando sus canciones de buena onda, su sonrisa eterna y hasta su estricta dieta intermitente (por cierto, aconsejado por Bruce Springsteen). En definitiva, gasolina para los haters que recuerdan que el cantante fue un nerd que se crio como cristiano evangélico.
Ahora, lo mismo, pero sin móviles
Enlazó My Universe con A sky full of stars. Y una vez acabada, de rodillas, aseguró: “Sois una audiencia increíble. Alucinante. Mágica. Perfecta. Pero quiero que os vengáis un poquito más arriba. Vamos a tocar esta canción otra vez, pero esta vez sin teléfonos, sin cámaras, sin cosas electrónicas”. La respuesta fue la esperada. Llegó el éxtasis. Los fuegos artificiales. Y un amago de despedida: “Adiós…!”
Pero no, aún quedaba más por disfrutar. El grupo regresó con Sunrise y el speech de Louis Armstrong. La introducción hablada del considerado uno de los padres del jazz en su famoso tema What a wonderful world. “¿Por qué dices que el mundo es maravilloso? ¿Qué hay de todas esas guerras por todas partes? ¿Y el hambre y la contaminación? […], Eso tampoco es maravilloso […] Me parece que el mundo no es el malo, pero lo que le estamos haciendo sí lo es. Yo todo lo que digo es: Miren qué maravilloso mundo sería si tan solo le diéramos la oportunidad. El amor, cariño, el amor. Ese es el secreto”.
Y lo que pasó a continuación fue una sorpresa total. Introdujo a unos invitados que nadie esperaba, los Gipsy King, y tras enviar “amor y respeto a Tina Turner”, se pusieron todos juntos a improvisar Proud Mary (también conocida como Rolling on the River), la canción de John Fogerty que popularizó la inmensa Tina Turner. Los dos miembros de los Gipsy King presentes, Nicolás Reyes y Tonino Baliardo, hicieron a continuación un alarde de sus dotes rumbero-guitarrísticas, y se atrevieron también a cantar Bambolero y Volare, mano a mano con Coldplay. La mezcla no pegaba ni con cola.
La despedida (ahora sí) llegó con dos hits: Fix you, que el vocalista culminó arrodillado al final de la larga pasarela rodeado de fans, y Biutyful, con la marioneta alada de nuevo en la pantalla y fuegos artificiales aún más espectaculares. Anoche, una vez más, la conexión con sus feligreses fue incontestable. Chris Martin y el resto de la banda que montó en tiempos universitarios: Jonny Buckland, Guy Berryman y Will Champion, supieron potenciar los mensajes de Coldplay con pirotecnia, pelotas gigantes y confetis reciclables, haciendo que su dialéctica fuera la columna vertebral del show.
Un concierto de Coldplay es más que música. Es una sacudida tecnicolor a nuestra herencia emocional.
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