Apenas son las 10 de la mañana y una hilera de autobuses ya está dispuesta en una céntrica calle de Barcelona. Transportan a centenares de turistas que son expulsados de las entrañas de los vehículos para agruparse, de nuevo, en grupos de veinte personas capitaneadas por un paraguas en ristre. Empiezan a desfilar calle arriba para encontrarse con otros semejantes suyos que esperan bajo las escasas sombras de los balcones. Se dirigen, en procesión, hacia uno de los emblemas de la ciudad: la Sagrada Família.
Un nutrido grupo de visitantes hace un alto en el camino; ocupando buena parte de la acera, convirtiéndola en una carrera de obstáculos para vecinos como Encarna que, a pesar de desplazarse dificultosamente con un taca-taca, parece ser invisible para quienes le cortan el paso, absortos en sus mapas y móviles. “Es nuestro pan de cada día. Es lo que hay”, dice la anciana, resignada.
“Hay días que da pereza salir a dar un paseo”, dice. “Te encuentras con las aceras llenas o con que la panadería de toda la vida es hoy una tienda de recuerdos”, añade Encarna, quien, a pesar de vivir a más de cinco calles del templo, también padece los efectos de un icono que recibe casi 3,8 millones de visitantes anuales.
Lo que relata Encarna es conocido como 'externalidades negativas' del turismo, una serie de daños colaterales de esta actividad económica que se tratan individualmente. Si hay demasiadas tiendas de souvenirs, se restringen las nuevas licencias, como ya hizo Barcelona en 2018. Si el aumento de la afluencia hace crecer la delincuencia, se destinan más policías a la zona.
“Esto son solo parches. Tenemos que tratar el turismo no como algo que genera externalidades negativas, sino como un fenómeno que llega a vulnerar derechos de los ciudadanos”. Así se expresa David Bondia, síndic de greuges (defensor del pueblo) de Barcelona. Se trata de la primera vez que la administración llega a esta conclusión y lo hace a raíz de una queja presentada por un vecino, “harto de ver cómo la situación se hace cada día más insostenible”, relata a este medio el denunciante, que desea permanecer anónimo.
“Estamos perdiendo el barrio”, se lamenta. Asegura que debe “dar rodeos para ir a según qué lugares” debido a la masificación, que ha convertido los alrededores de Sagrada Família en “un parque temático con los vecinos como figurantes”. La denuncia se basa en cuestiones particulares, como que los autobuses para turistas circulan y estacionan en lugares en los que está prohibido. Que siguen abriendo tiendas de souvenirs a pesar de que la normativa lo prohíbe. O que muchos bares siguen aprovechándose de las ampliaciones de terrazas de la pandemia, aunque ya no están vigentes.
Ante esta descripción de la zona y después de haber investigado, la Sindicatura ha instado al Ayuntamiento a solucionar estos problemas particulares. Pero a la vez propone una revisión compleja del fenómeno turístico después de concluir que la masificación vulnera siete derechos urbanos, reconocidos en la Carta Europea de Salvaguarda de los Derechos Humanos en la Ciudad: el derecho a la convivencia pacífica, al espacio público, a la vivienda, al medio ambiente, al descanso, a la movilidad y a la seguridad.
Una problemática en auge
“El turismo cambia el día a día de la gente que vive en la ciudad”, apunta David Bondia, quien asegura que la Sindicatura cada vez recibe más quejas relativas al turismo. “No se trata sólo de problemas puntuales, sino de cuestiones que pueden empobrecer tu calidad de vida”, dice el síndic en referencia a la vivienda y el encarecimiento de precios que se deriva de la masificación de visitantes. Según el informe elaborado por el Defensor del Pueblo, todos los efectos del turismo son “interdependientes” y se deben tratar en conjunto. Sobre todo ante el incremento de cifras que auguran una temporada de récord.
Barcelona acogió, durante 2022, un 11% más de turistas que una década antes. Y eso que el pasado verano llegaron 1,5 millones de visitantes menos que antes de la pandemia. Pero los efectos del covid parece que se están dejando atrás: este mes de junio ya hubo un 9% más de turistas que en junio pasado y, prácticamente, se igualaron las cifras de 2019.
A más turismo, mayores inconvenientes para la población, tal como destaca la encuesta de percepción de turismo que elabora anualmente el Ayuntamiento de Barcelona. En 2012, el 96,1% de la población creía que el turismo era beneficioso para la ciudad y hoy eso solo lo piensa el 67%. “Sé que es un actor económico muy potente y no estoy en contra de que la gente gane dinero, pero no a costa de los vecinos”, apunta el vecino que ha elaborado la queja.
De hecho, otro de los puntos que se destaca en el informe de la Sindicatura es que el turismo disminuye y empobrece los servicios que los vecinos deberían tener a su disposición. Uno muy evidente son los supermercados o comercios. “Si vives frente a monumentos o zonas muy visitadas, ¿dónde vas a comprar el pan? No puedes tomarte algo en una terraza sin que te sableen y ya ni hablamos de encontrar una ferretería”, se lamenta Jose, quien no es vecino, pero trabaja por la zona.
Para él, el peor efecto del turismo está en la movilidad. Es transportista y tiene decenas de anécdotas de cómo los visitantes invaden la carretera. “Una vez, una se quedó plantada en medio del carril haciendo una foto de la Sagrada Família. Cuando le pité, en vez de apartarse, me pidió que esperara, que la luz era muy buena”.
Tres de las cuatro calles que rodean la Sagrada Família se peatonalizaron en 2017, en el marco de las pacificaciones que estaba llevando a cabo Barcelona, pero también como estrategia antiterrorista, después de los atentados de La Rambla. Esto ha aumentado el espacio que tienen los turistas para pasear por las inmediaciones del templo y ha evitado, en parte, incidentes con los vehículos. “El problema es que se piensan que el resto de calles cercanas también son peatonales y ahí vienen los problemas”, relata Marta, otra vecina del barrio.
Ella se mueve en bicicleta y lamenta “los privilegios de los turistas”. Se refiere a los cortes que se realizan en los carriles bici, puntuales pero “impredecibles”, en función de la afluencia de visitantes. “Si un día hay muchos, el carril se bloquea sin previo aviso y te encuentras vendida, en medio de la carretera, con coches pasándote a dos palmos y turistas despistados”, añade Marta, que apunta que ha tenido “algún susto”.
La “falsa solución” de deslocalizar el turismo
La masificación en Barcelona no es exclusiva de Sagrada Família, sino que afecta a otras zonas como La Rambla o el barrio Gòtic. Por eso, este 2023 el Ayuntamiento anunció una inversión de 4,5 millones de euros para descentralizar el turismo y dar a conocer “partes menos emblemáticas de la ciudad”. Estas acciones, si bien podrían dar aire a ciertos espacios, son “una falsa solución, si no se tienen claras las afectaciones”, según Bondia.
El síndic destaca el caso de los búnkers del Carmel, un mirador en un antiguo refugio antiaéreo que, hasta hace poco, no era demasiado conocido por el turismo. Pero ahora la afluencia es tal que el Ayuntamiento se ha visto obligado a cerrar el recinto por las noches, provocando quejas de los vecinos, que han perdido un espacio del barrio y la capacidad de acceder a servicios como autobuses, que ahora están repletos de turistas.
Según Bondia, la solución a la masificación tiene que venir de una lógica metropolitana, no de ciudad. “Descentralizar no sirve de nada cuando Barcelona ya ha superado su capacidad de carga turística”. El defensor del pueblo se refiere a un reciente informe del mismo Ayuntamiento, que estima que la ciudad, de 1,6 millones de habitantes, cada día tiene un millón de visitantes.
“Si incrementas en más de un 50% la población, ¿cómo esperas que la recogida de basuras, los transportes, la seguridad y el comercio funcionen?”, se pregunta el síndic, quien apunta que la solución pasa por “voluntad política”. Mientras tanto, vecinos como Encarna siguen esquivando a los turistas para ir a comprar el pan.
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