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Los vecinos de la petroquímica de Tarragona: “Pensábamos que había sido un atentado o una fuga de gas”

Imagen de la fachada donde ha impactado una placa metálica en el barrio de Torreforta (Tarragona)

Pol Pareja / Sònia Calvó

Tarragona —

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Nadie en el barrio de Torreforta se explica cómo una placa metálica pudo caer desde el cielo hasta el domicilio de Sergio, el frutero en paro de 55 años que falleció el martes por la tarde pocos minutos después de la explosión en la planta química IQOXE, del complejo petroquímico de Tarragona. Su domicilio no está especialmente expuesto: varios bloques lo protegen y quedan situados entre su fachada y la fábrica, ubicada a casi 3 kilómetros de distancia. “Nos podría haber caído en casa de cualquiera”, sostenía esta mañana Jennifer Osahon, una nigeriana de 40 años que vive en un bloque contiguo y experimentó como temblaba toda su casa. “Nadie sabe cómo pudo entrar esa placa en su piso. Aterrizó desde el cielo”.

El boquete en la fachada de este domicilio es perfectamente visible desde la calle. Todas las ventanas adyacentes están en perfecto estado menos la de Sergio, completamente reventada y con un boquete en su parte superior. Una inmensa grieta recorre el edificio de arriba a abajo. En la calle, decenas de curiosos se acercan a ver la ventana reventada por el impacto. “En un momento nos pensábamos que había sido un atentado o una fuga de gas”, explicaba esta mañana María Dolores Martínez, vecina de 52 años. “Hemos pasado la noche en vela con mucho miedo”.

Christian Pizarro, estudiante de química de 18 años, vive justo delante del domicilio afectado. Estaba en casa haciendo deberes de la universidad cuando escuchó la fuerte explosión. “Tembló toda la casa, incluso se cayeron algunos cuadros”, explica mientras sale de su casa de camino a la universidad. Pizarro está acostumbrado a efectuar simulacros en el colegio por si había algún accidente en el complejo petroquímico, pero lamenta que la única vez que ha sido necesario no sonó la alarma. “Tantos años haciendo simulacros y llega el día de verdad y aquí no se escuchó nada”.

La explosión y el fallecimiento de este vecino han reabierto el debate sobre la conveniencia de esta industria en el barrio de Torreforta, una zona de clase trabajadora y casas construidas durante los 60, que esta mañana ha amanecido rodeada de periodistas y vecinos que no hablaban de otra cosa.

“Deberían pagarnos por vivir aquí”, se lamenta José Antonio Rosales, cerrajero también en la cincuentena. “Nos hemos planteado mil veces largarnos, pero al final nunca damos el paso”. Tanto Rosales como su mujer, María Dolores Martínez, creen que “no compensa” tener ese complejo a tan pocos metros de su casa, por mucho trabajo que aporte a los vecinos. “En verano el olor es insufrible, yo creo que nos están matando poco a poco”.

Pizarro, el estudiante de química, pretende trabajar en el sector cuando acabe la universidad. Reconoce que el mal olor de la fábrica le suele llegar hasta su domicilio, pero no cree que la industria sea tan nociva como se está contando. “Es una de las pocas oportunidades laborales que tenemos en la zona”, apuntaba frente a su domicilio. “Pero es innegable que se debería controlar mucho más”.

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