El verano en que 90.000 barceloneses decidieron dejar de pagar el alquiler
Josefa y Antonio forman un joven matrimonio que observa por la borda de un barco mercante el futuro que les aguarda. Viajan con su hijo Ximo. Todavía no tienen claro si su decisión de migrar ha sido acertada cuando empiezan a otear la costa de Barcelona. Es 1926 y llegan atraídos, como otros miles, por la prosperidad y la promesa de trabajo ligada a la Exposición Universal de 1929.
Pero en menos de dos años poco quedará de los sueños que les llevaron a esa ciudad. La crisis económica y la desestabilización a raíz de la proclamación de la República dieron paso a hambrunas, desahucios y revueltas sociales. Muchas personas no tuvieron opción y, lideradas por el sindicato CNT, se declararon en huelga. Pero no en sus fábricas, sino en sus hogares. En agosto de 1931, 90.000 familias barcelonesas como la de Josefa y Antonio dejaron de pagar sus alquileres.
Ellos son los protagonistas del cómic 'Rebel·lió', editado por el Ayuntamiento de Barcelona (2023) en el marco de una colección de novela gráfica que rescata la historia de la ciudad en el siglo XX. Es la ilustradora palmesana Anapurna (Ana Sainz Quesada) quien presenta con su trazo a la familia. Y es el guionista barcelonés Francisco Sánchez quien les da voz.
La huelga de alquileres es un episodio importante en la historia de Barcelona, pero muy desconocido por sus gentes. Hay poca literatura sobre el tema, a excepción del libro de Manel Aisa, 'La huelga de los alquileres y el comité de defensa económica' (Lokal, 2014), que fue el que inspiró a Francisco Sánchez a la hora de crear el hilo narrativo para su cómic. “Nunca había escuchado hablar de este episodio”, confiesa, en conversación con elDiario.es.
Cuando empezó a leer sobre la huelga de alquileres, se dio cuenta de que la sociedad barcelonesa actual debía conocer aquel verano de 1931 en que sus antepasados dijeron basta y se plantaron ante sus caseros.
En la década de 1930, la capital catalana pasó de tener 600.000 habitantes a más de un millón y, pronto, tanto los peones recién llegados como patrones se dieron cuenta de que no había trabajo para todos. Ni vivienda. En un contexto en que la crisis económica estadounidense de 1929 estaba ya llegando a Europa, muchos no podían pagar sus rentas, que estaban alcanzando precios desproporcionados en comparación a los sueldos. Igual que sucede hoy, que las rentas han aumentado 17 veces más que los salarios.
“La situación es la misma, pero hoy es muy difícil una revolución. No sabemos cómo se llama nuestro vecino mientras que, entonces, el barrio era familia”, expone Sánchez. En el libro, de hecho, muestra cómo una conocida enseña a leer y escribir a la familia, cómo el tendero fía a Antonio en diversas ocasiones o cómo Josefa pone el cuerpo ante la policía para defender a sus vecinos de un desahucio. “Fue la unión la que hizo que la huelga tuviera éxito”, asegura.
La represión de la República
Muchos de los obreros que llegaron a Barcelona para construir el metro o las instalaciones de la Exposición se alojaron en barracas que ellos mismos construyeron en las afueras de la ciudad. Pero en 1930 fueron realojados por la administración a las llamadas 'casas baratas', para que esas viviendas precarias no ensombrecieran la imagen de modernidad que Barcelona quería dar ante el mundo entero.
Aquellas casas eran baratas, pero no gratis y cuando la precariedad y el hambre se fueron acrecentando, los obreros se plantaron. El 5 de julio de 1931, de la mano del comité de defensa económica de la CNT, se declararon en huelga de alquileres. Pronto se unieron otros trabajadores que, como Antonio, perdieron el trabajo debido al cierre masivo de fábricas. Las pocas monedas que Josefa traía a casa como costurera no daban para pagar el alquiler. Ni siquiera poner a trabajar al pequeño Ximo consiguió que llegaran a final de mes.
Los desahucios se multiplicaban en la ciudad y cada vez era más frecuente ver muebles estrellados contra el suelo. “Esa es una de las imágenes que más me impactaron”, explica el guionista. En los desahucios, la policía sacaba las pertenencias a la calle. Pero, como los vecinos no tardaban en retornarlas al hogar, empezaron a lanzarlas por el balcón, para que fueran irrecuperables.
Quien ejecutaba las expulsiones no era otra que la Guardia de Asalto republicana. La represión del Estado ante las movilizaciones y las huelgas fue muy destacado. Miles de sindicalistas fueron detenidos y apaleados por el Gobierno, que llegó a tener que usar barcos a modo de cárceles, ya que los calabozos estaban llenos. Todo ello, mientras los desahucios se cuadruplicaban en algunos barrios de la ciudad.
“La represión de la República fue de lo que más me sorprendió. Tendemos a romantizarla, aunque en realidad cambió el color de la bandera, pero las políticas neoliberales se quedaron”, explica Sánchez.
Una huelga exitosa
En agosto de 1931 había 90.000 inquilinos en huelga. Entre ellos, Josefa y Antonio, que se negaron a pagar después de tres meses pasando dificultades. El libro recoge la historia de este matrimonio y de toda una ciudad que se alzó para poner freno a una especulación que les estaba ahogando y matando de hambre.
Las ilustraciones de Anapurna muestran la crueldad del mercado y de las fuerzas de seguridad, que se contraponen con la tozudez de decenas de miles de sindicalistas que acabaron ganando la batalla. La huelga se zanjó a principios de 1932, gracias a un pacto con los pequeños propietarios para la rebaja de precios de los alquileres.
Esta movilización ciudadana inspiró a otros movimientos surgidos a raíz de la crisis financiera mundial del 2008, como la que se dio en Toronto en 2017. Y también inspiró al Sindicat de Llogateres, quienes 100 años después animaron a los inquilinos a no pagar sus alquileres debido a las consecuencias de la pandemia de la Covid y que fue seguida por 16.000 personas. Aunque ninguna de sus herederas ha llegado a igualar la huelga de Barcelona en 1931. “Es una semilla que no deberíamos olvidar jamás”, zanja Sánchez.
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