“La violencia psicológica no está reconocida”

Existe una violencia invisible, que no deja marcas en el cuerpo pero que también duele. Es la que sufrió Rocío Cordero durante años mientras vivía con un hombre que, explica, ejercía violencia psicológica sobre ella. Gritos, insultos, acoso, se sucedieron durante un largo período, sin que ella consiguiera distanciarse de esa persona violenta. Además topó muchas veces contra un muro de incomprensión e incredulidad, al no llevar estigmas físicos.

Empezó esta relación después de poner fin a un matrimonio de 20 años. Muy pronto, cuenta, llegaron los primeros gritos. “Es una persona que no sabe discutir, cuando discute, saca toda su violencia, es una verdadera agresión verbal”, señala Rocío. Pero ella lo dejaba correr porque durante largos períodos su pareja no mostraba esta actitud. Tuvieron una hija y, a los 18 meses, ocurrió una agresión física, aunque, durante su relato no insiste en este episodio. “Él sabe que no me puede agredir porque acabaría en la cárcel”, explica. Pero su actitud agresiva hacía la vida cada vez más imposible para Rocío. “Se volvió prepotente, egocéntrico y se le empezó a ir mucho la cabeza”, recuerda. “Cada día era peor”.

La violencia psicológica contra las mujeres es la más habitual. Según un informe del Institut de la Dona, el 66% de las llamadas que recibe este organismo son por situaciones de violencia psicológica. En el caso de Rocío, esto iba desde los insultos -“drogadicta”, “cocainómana”, “estás abandonando a tus hijas” (las del primer matrimonio)- a gestos violentos como dar patadas contra la televisión o contra la pared o quitarle el móvil y estrellarlo contra un muro. “Son personas que quieren que les obedezcas y que no reconocen que tienen una conducta violenta”, conviene. Incluso la niña sufría estas actitudes. “Él no estaba a gusto con la vida que llevaba y nos hacía responsables de ello”.

Durante los primeros años, Rocío intentaba disculparlo e insistía en que tenía que cambiar de actitud o ir al psicólogo: “Siempre intentas justificarlo, dices que no es tan malo, pero eso te das cuenta cuando te alejas de eso”. Fue después del nacimiento de su hijo cuando empezó a tomar conciencia que debía terminar con esta relación. Después de una discusión, ella decidió ir a los Mossos d'Esquadra para denunciarlo. Pero según explica, al no poder demostrar una amenaza, no hubo orden de alejamiento. “La violencia psicológica no se reconoce”, lamenta.

“Cuando lo denuncié se volvió peor, se volvió un verdadero tirano. Yo tenía que salir por la mañana y no volvía hasta la noche porque me daba pánico, estaba él”. Rocío se marchó incluso unos días con sus hijos. Dos semanas después de la denuncia, consiguió finalmente que él dejara la casa.

Pero la separación no puso fin a los problemas. Rocío y su expareja tienen una empresa en común. Dependiente de los ingresos que esta le proporciona, ella no ha podido desvincularse, máxime cuando ella cayó en una depresión.

Decepcionada muchas veces por los servicios sociales, encontró finalmente una entidad donde se siente atendida y en la que en terapias colectivas. “Esto ayuda porque las asistentes coincidimos en muchas cosas”, apunta. También recibe un seguimiento psicológico y, gracias a la ayuda de los medicamentos, está saliendo de la depresión. Se está implicando en la visibilización de la violencia machista y aboga por poner el foco en los hombres. “Siempre se habla de las mujeres, que tienen que denunciar, pero ¿por qué no se educa a los hombres a no ser violentos?”, pregunta. Este martes participará en el acto institucional del día contra la violencia de género en Sitges, la ciudad donde vive.

A nivel personal, se siente más animada. Desde hace unos meses está buscando trabajo e incluso le salió alguna oferta de su interés, aunque explica que, como madre soltera, no puede aceptar cualquier propuesta. Pero lo más importante, confiesa, es que ya dejó sus pensamientos suicidas. “No quiero que él se salga con la suya”, concluye, “ahora quiero vivir”.