“La vivienda, primero”, nueva vacuna para la enfermedad de no tener hogar

La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, dijo, el 23 de diciembre, durante una visita al centro San Isidro, un ente municipal que acoge a personas sin hogar, que “no hay ninguna persona en la ciudad que si quiere ir a dormir a algún lugar no pueda hacerlo, pero hay personas que no lo quieren hacer”. Comentaba así las escenas chocantes que vemos, estos días, en ciudades como Madrid o Barcelona -y muchas otras- de personas durmiendo en el suelo, a pesar de las bajas temperaturas.

Ya en el año 2011, el antecesor de Botella en la alcaldía madrileña, Alberto Ruiz Gallardón pidió que se otorgara a la policía municipal la competencia de retirar a la fuerza de la vía pública a las personas que se empeñan en dormir en ella. No es un problema español. Desde hace dos años, los ayuntamientos húngaros pueden fijar áreas donde está prohibido pernoctar bajo amenaza de condenas a prisión o a hacer trabajos comunitarios.

Que haya gente durmiendo en la calle no es ninguna novedad. Siempre ha habido. Y siempre ha habido, también, la convicción de que hay que encontrar la manera de que algún día nadie tenga que hacerlo. “Nadie durmiendo en la calle” es el lema de la Fundación Arrels, la asociación decana en el apoyo a los sin-techo en Cataluña. Sus trabajadores y voluntarios tratan directamente a las personas que duermen en portales, cajeros automáticos o los bancos de plazas. Saben que muchos no aceptan su invitación para pasar la noche en un albergue social. Sólo el frío vence la resistencia de muchos de ellos a abandonar el suelo donde descansan.

Al deterioro físico y psíquico se añaden otras razones que explican su decisión. El sociólogo Albert Sales, que ha dedicado muchas horas a contactar con personas sin techo, las resume así: “La persona que renuncia a dormir en un centro de acogida puede preferir quedarse cerca de donde pasa el día y donde la gente lo conoce y le ofrece alguna ayuda, en vez de andar con sus pertenencias de una punta a otra de la ciudad para pasar la noche en un lugar que sólo es un refugio temporal. Tal vez no quiera prescindir de la compañía de sus mascotas. Quizás no quiere dormir junto con otras cinco personas en las que no confía y con las que se vería obligado a compartir habitación... También puede ser que, tras ser objeto de varias tentativas frustradas de intervención social, ya no quiera establecer ninguna relación con las instituciones asistenciales”.

El acceso a una vivienda propia ha sido, en el tradicional recorrido de mejora de una persona que vive en la calle, el resultado final de un proceso de superación de varias etapas. Ferran Busquets, director de la Fundación Arrels, conoce muy bien este proceso: “En los modelos de atención tradicionales lo primero que se pide son una serie de esfuerzos complicados para alguien que vive en la calle: ir con regularidad a un centro o albergue, empezar a hacer tal o cual actividad, seguir un plan de trabajo, dejar las adicciones... Unas condiciones que no entiende y que más bien son desmotivadoras. Finalmente, después de un larguísimo camino y de mucho tiempo, puedes acceder a una vivienda. Hasta entonces, habrá una serie de frustraciones tanto por parte de los profesionales como de ti mismo que sólo servirán para alimentar el recurrente imaginario no quiere ayuda”.

Finlandia confía en que no haya “sin hogar”, en 2015

Hace más de veinte años, Sam Tsemberis creó en Nueva York “Pathways to housing” (“Caminos para tener casa”) y puso en marcha el programa “Housing first” (“La vivienda primero”), donde el proceso se invierte. Se da una vivienda a personas sin hogar, con un gran grado de deterioro por consumo de drogas o alcohol o por sufrir graves discapacidades. Y, renglón seguido, se les atiende por sus adicciones o enfermedades. Los resultados han sido muy positivos. En consonancia con su eslogan “Housing first resuelve la falta de vivienda”. Con este sistema, más de seiscientas personas han encontrado domicilio en Nueva York. El ejemplo se ha ampliado a una cuarentena de ciudades de los Estados Unidos.

Finlandia ha sido pionera en aplicarlo en Europa. La construcción de miles de viviendas dedicadas a esta finalidad ha llevado a los promotores de esta iniciativa a contemplar la perspectiva de acabar con la problemática de los sin hogar el año que acabamos de empezar, 2015. Si fuera cierto, habrán ganado esta batalla en sólo ocho años, desde que en 2007 el gobierno finlandés apostó por el “Housing First”. La Comisión Europea empezó hace un par de años a impulsar pruebas piloto en Amberes, Lisboa, Glasgow, Copenhague y Budapest.

En España, RAIS Fundación ha puesto en marcha esta vía en Barcelona, Madrid y Málaga. La ha bautizado como proyecto Hábitat y cuenta con el apoyo del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y la Fundación La Caixa. En Barcelona, donde colabora con la Fundación Arrels y ha suscrito un convenio con el gobierno municipal, ha entregado las llaves de diez pisos a personas sin hogar desde el 1 de septiembre y confía en ampliar pronto el proyecto a más pisos.

Alejandro López, subdirector general técnico de RAIS Fundación y responsable del proyecto Hábitat, está satisfecho de los primeros resultados de su implantación: “Todas las personas que iniciaron el proyecto y que accedieron a sus pisos se mantienen en ellos, lo que, al fin y al cabo, es el primer objetivo planteado. Por otra parte, todos los ”miedos“ que aparecían en torno al éxito o no de este proyecto hemos visto que no se están confirmando. Las personas que tienen problemas de adicciones no están consumiendo más (drogas o alcohol) al tener un lugar privado donde hacerlo sino que han reducido su consumo, y en algunos casos han pedido incluso comenzar tratamientos de desintoxicación”.

López constata que “la mayoría mantiene sus viviendas en unas condiciones de limpieza e higiénicas normalizadas. Hay personas que han invitado a sus nuevos hogares a familiares con los que no tenían contacto desde hacía años. Tenemos constancia, aunque todavía no son datos empíricos, de la mejora de la salud de algunas personas”.

Los expertos añaden que resulta más barato dar casa a estas personas que los gastos sociales y sanitarios que comportaba su seguimiento y tratamiento anterior. A favor del “Housing first” se han escuchado voces valiosas como la de la Síndica de Greuges del Ayuntamiento de Barcelona, Maria Assumpció Vilà, o expertos como el vocal de pobreza de Entidades Catalanas de Acción Social y miembro del Grupo de Investigación en Exclusión y Control Social, Joan Uribe, que aplaude la apuesta municipal “por un futuro de mayor eficacia en la capacidad de apoyar a los miles de personas sin hogar”. “Esperemos que el esfuerzo y el compromiso de Barcelona para mejorar, incluso arriesgar, con fórmulas de intervención con las personas en situación de sin hogar tenga el éxito esperado y sirva de referente y estímulo para generar los cambios y las luchas necesarias para abordar el problema también en un sentido más amplio: el de la exclusión residencial ”, afirma Uribe.

Porque a pesar del optimismo de las afirmaciones del creador de “Housing first” y la aspiración de Finlandia de que no haya nadie durmiendo en la calle en su país este 2015, lo cierto es que queda mucho camino por recorrer. En Barcelona, la iniciativa ha comenzado con 10 pisos individuales o de parejas, mientras en sus calles aún duermen cada noche unos 900 ciudadanos.

“Veo el 2015 con esperanza”

Cuando le piden a José López qué espera del año que llega, contesta: “Veo el 2015 con esperanza”. Y luego ríe, porque se acaba de dar cuenta de que la frase tiene un doble sentido. Su compañera se llama Esperanza y conviven desde hace cuatro meses en uno de los pisos para personas que no han tenido hogar propio durante muchos años que les ha proporcionado la Fundación Rais, en el marco del proyecto “Housing First” (“La vivienda primero”) que cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona.

Durante muchos años, había pocos motivos para la esperanza en el futuro de las vidas de José López y María Esperanza Barrios. Han tenido trayectorias difíciles, que les han llevado a vivir mucho tiempo en la calle, en pisos compartidos o albergues vinculados a servicios sociales. Por eso, cuando le propusieron a José ser uno de los 10 beneficiarios del proyecto piloto de “Housing first” en Barcelona sólo tuvo una pega: Aceptaría si le acompañaba Esperanza, su pareja desde hace 18 años, cuando se conocieron en Palau de Plegamans.

Dicho y hecho. Desde el 1 de septiembre ya no tienen que comer a la hora que establecen los servicios sociales ni acostarse cuando lo marcan las normas correspondientes. Son autónomos. No tienen horarios que cumplir. Pueden comer cuando quieren y lo que quieren. Siempre que esté al alcance de las limitadas prestaciones no contributivas que reciben.

Tienen poco más de cincuenta años y la sensación de que, finamente, “hemos salido del bache donde estábamos”. Por primera vez después de mucho tiempo no tienen que preocuparse de donde se lavarán, de que no les roben los medicamentos, los cartones o las pertenencias que siempre llevaban encima. “Te preocupas un poco por ti mismo. Cuando vives en la calle no puedes hacerlo ”, explican. Y añaden: “En la calle no puedes remontar. Ahora tenemos una oportunidad para hacerlo”.

Muestran su hogar con ilusión, el pequeño árbol de Navidad, los productos para limpiar o los libros que ella lee. Esperanza exhibe como demostración de la mejora de salud que ambos han experimentado en los últimos meses que “desde que estoy aquí sólo he ido al hospital una vez y fue un ratito. Antes iba cada día”.

La vida les ha tratado con dureza. Pero desde que tienen llave de su propia casa, miran el presente y el futuro con esperanza. Los dos. José y Esperanza.