Zeleste, el local que iluminó la noche underground en la Barcelona franquista

Jordi Sabaté

1 de noviembre de 2024 22:36 h

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Cuenta Pepe Ribas en su reciente obra Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler (Libros del KO, 2024), que en la Barcelona libertaria de los 70 sabías cuando salías de casa pero nunca cuándo regresabas. El mítico editor de la revista Ajoblanco explica que “todo se improvisaba sobre la marcha en un mundo sin teléfonos móviles ni redes sociales”, y desde luego sin libertades civiles.

También agrega que, mientras que en Madrid la policía y los guerrilleros de Cristo Rey reprimían brutalmente cualquier expresión de heterodoxia cultural y social, en Barcelona se gozaba de una relativa libertad que hacía que el franquismo pareciera una cosa relativamente lejana, aunque de vez en cuando se hiciera notar.

Finalmente, Ribas añade que muchas noches de juerga improvisada de aquella generación de “hippies peludos, beatniks y frikis”, confluían en el mismo sitio: la sala Zeleste del número 65 de la calle Argenteria –entonces llamada Platería–, en el barrio del Born. De este modo, el local fue el ágora no solo del underground local, sino también de gentes inquietas de todo el Estado que precisaban un refugio ante la agobiante bota del franquismo.

Zeleste: el recuerdo de tantas ocasiones

Ahora, un documental, dirigido por el periodista y crítico teatral Albert de la Torre, y con guion del que fuera el cerebro musical de aquella aventura, Rafael Moll, expone los melancólicos recuerdos de algunos de los protagonistas de los mejores años de “el Zeleste”, tal como se conocía al local.

Zeleste: El record de tantes ocasions (Zeleste: el recuerdo de tantas ocasiones) se ha presentado en la vigesimosegunda edición del festival de cine documental musical In-Edit de Barcelona. La cinta recoge los testimonios de numerosas personalidades que o bien pasaron muchas horas charlando y debatiendo en su barra y sus mesas, o bien debutaron en la escena musical de aquellos años, ya fuera mezclando jazz, rock progresivo y soul, ya interpretando canciones de baile de salón o hibridando la rumba catalana con la salsa caribeña.

Durante la presentación, explicó De la Torre que, por motivos de edad, él no conoció directamente aquel ambiente, pero sí, gracias a los discos que atesoraban sus hermanos mayores, a muchas de las bandas que debutaron en el escenario del Zeleste y que dieron lugar a lo que se llamó la “onda layetana”. De la Torre citó a Màquina!, Max Sunyer, Oriol Tramvia, Sisa, Pau Riba, La Voss del Trópico, La orquesta Platería, Mirasol Colores o el Gato Pérez, entre otros.

También recordó que fue el recientemente fallecido Rafael Moll quien le propuso la realización de un documental que recuperara imágenes de aquellos años y las combinase con los recuerdos de algunos de los protagonistas. El fin era hilar el retrato de una época que hoy en día ha quedado casi en el olvido. Moll, productor musical de artistas como Albert Pla o Serrat y amigo del fundador de Zeleste Víctor Jou, fue uno de los puntales sobre los que basculó no solo la programación de la sala, sino también una posterior editorial discográfica y el legendario festival Canet Rock.

La lámpara Zeleste como guía documental

Muchas cosas han cambiado en Barcelona desde que en 1973 naciera la sala Zeleste en la calle entonces llamada Platería, a un paso de la catedral de Santa Maria del Mar. Hoy, tal como recuerda el músico Jaume Sisa en la cinta, “en lugar del Zeleste hay una tienda de ropa [de la marca Desigual]”. Y por la zona, en lugar de melenudos contestatarios, deambulan turistas de todos países haciéndose selfies tras la resaca de la Copa América.

Por otro lado, la lámpara que diseñaron en 1969 Santiago Roqueta y Àngel Jové –y que terminó llamándose Zeleste porque la sala la utilizó para iluminar la intimidad de las mesas– fue recuperada en 2021 por la marca Santa & Cole, que la vende a 965 euros, un precio que hubiera intimidado a cualquiera de aquellas y aquellos jóvenes sumidos en la cultura underground.

Pero, precisamente, para iluminar las sucesivas confesiones que estructuran el filme, mezcladas con imágenes de la época, todas ellas del fondo de RTVE, los realizadores han utilizado una “lámpara Zeleste”, que aparece en distintos puntos de la escena en que se rememora la sala. Es pues, la lámpara la que nos guía por las distintas confesiones de personajes como el músico Jaume Sisa, el cantante Manel Joseph, la poetisa, diseñadora y creadora del logo de la sala Silvia Gubern, el diseñador Claret Serrahima o la periodista de El País Rosana Torres entre otros muchos.

Gubern explica en el documental la anécdota de la creación del logo, muy en sintonía con la improvisación de aquellos días: “Decidí que la sala se llamaría Celeste en honor a la novia del elefantito Babar, y le dije a mi hijo que lo escribiera”. El niño lo escribió con Z, y mezclando mayúsculas y minúsculas en su caligrafía infantil, y a la diseñadora le pareció perfecto, por lo que apenas lo retocó.

Posteriormente, aquel proyecto inicial y alternativo fue perfeccionándose y dio lugar a una discografica –Edigsa– y la organización del festival Canet Rock, pero inicialmente Zeleste constituyó un punto de encuentro para la joven progresía que huía tanto de la oscuridad franquista como de los elitismos de la Gauche Divine de la zona alta y que se reunía en la discoteca Bocaccio.

Un barco luminoso en una noche interminable

“Zeleste fue un barco luminoso en una noche interminable”, opina Sisa para ilustrar lo que significó para muchos y muchas jóvenes la sala. El restaurador Ramon Parellada, otro de los intervinientes, destaca que se acudía tanto a escuchar música como a beber o incluso a buscar trabajo. A este respecto, en sus memorias, tituladas Barcelona fantasma, Ramón de España explica que en ocasiones pasaba tardes, con sus noches, enteras en la sala bebiendo y charlando.

Rosana Torres asegura en el documental que para mucha gente de Madrid el local “fue un lugar donde refugiarse de la represión que había en la capital”. La veterana crítica cultural también destaca la calidad del alcohol que se servía: “Puedo atestiguar que Víctor Jou no daba garrafón”. Por su parte, Josep Maria Martí Font, ya fallecido y que años más tarde crearía el suplemento Tentaciones para El País, destaca ante las cámaras la transversalidad del público más allá de las clases sociales.

De su escenario surgieron músicos notables que tuvieron repercusión estatal como Pau Riba, Sisa –que estrenó allí su mítica Qualsevol nit pot sortir el sol–, el Gato Pérez o la Companya Elèctrica Dharma, pero Zeleste también fue escuela para la siguiente generación de bandas catalanas, de modo que acogió los debuts de Loquíllo y Los Trogloditas, Los Rebeldes, Brigton 64, Los Negativos y demás propuestas ochenteras.

Explica en el documental Sabino Méndez, compositor de los temas de Loquíllo y Los Trogloditas, que sin Zeleste muchas de las bandas que triunfaron en los 80 tal vez no hubieran podido debutar. Por su parte, Rosana Torres añade que los grupos de la movida madrileña que recalaban en Barcelona acudían a la sala.

1986, año de mudanza y fin de época

Zeleste fue un hervidero durante más de una década en la que Barcelona cambió vertiginosamente, tanto que el local tuvo que enfrentar problemas de difícil solución respecto a su diseño inicial, pues a mediados de los 80 las quejas vecinales por ruido comenzaron a hacer mella. El local afrontó una primera remodelación, pero fue insuficiente ante el aumento de público que acudía a los conciertos y la competencia de salas más nuevas y mejor equipadas.

Finalmente en 1986, Víctor Jou decide mover la sala al entonces poco poblado Poble Nou. Entre naves industriales y almacenes, se diseña una sala mucho mayor y mejor pensada para conciertos de mayor audiencia en un tiempo en el que todavía no se estilaba demasiado el uso de estadios. Así, el nuevo Zeleste pudo acoger a las principales estrellas del momento.

Ahora bien, los creadores también habían apostado por conservar el ambiente que se había creado desde los 70 en el local del Born. No fue posible, los espacios diseñados a tal efecto resultaron un fiasco. La sociedad había cambiado, apenas quedaban hippies y los jóvenes alternativos apostaban para su ocio por los locales del barrio de Gràcia, con mucho más sabor popular.

Fue el fin de una época: aunque de algún modo el negocio todavía perdure hoy bajo el nombre de Sala Razzmatazz, el espíritu de aquellos años solo pervive en el recuerdo de sus protagonistas, tal como demuestra Zeleste: El record de tantes ocasions.

Lo ilustra, mejor que nadie en el documental, Sabino Méndez cuando asegura que la mejor definición de lo que fue el Zeleste son los versos que compuso Sisa para su canción El cabaret galàctic: “Homes i dones i nens del cap dret / Correu, correu, que el temps pot no ser etern / Per entre núvols i molins de vent / S'obren les portes d'aquest cabaret” (Hombres y mujeres y niños de bien / Corred, corred, que el tiempo puede no ser eterno / Entre nubes y molinos de viento / Se abren las puertas de este cabaret).