Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
La navaja del lector frente a las argumentaciones seudocientíficas
Vivimos en un mundo en el que la realidad es cada vez más compleja, y nos vemos apremiados a diario con la necesidad de formar nuestra opinión sobre temas que exceden ampliamente nuestra formación o conocimientos. En muchos casos, además, la opinión sobre hechos relativamente especializados es utilizada para influir sobre nuestros criterios morales, políticos o religiosos.
En España, donde el nivel de educación de la población ha aumentado vertiginosamente en las últimas cinco décadas, la exigencia de argumentos adecuados para convencer a la sociedad es cada vez mayor. Sin embargo, precisamente la complejidad creciente de la realidad social y el conocimiento científico crea nuevos espacios para la manipulación. La receta para evitarlo pasa por una apuesta decidida por la diversidad, la independencia y el rigor de los medios de comunicación, y por la exigencia de argumentaciones honestas, suficientemente detalladas y apoyadas por datos contrastables.
Nuestra lectura de la prensa y de los medios sociales nos hace ver abundantes artículos sustentados en criterios falsamente racionales y/o científicos. En nuestra opinión, estos incluyen desde los que presentan como verdades absolutas cuestiones controvertidas o infundadas hasta aquellos que hacen una utilización ideológica, política o religiosa de supuestos hechos científicos. A menudo, el tono general de estos artículos permite adivinar una fuerte dosis de sesgo ideológico. Pero, incluso en esos casos, ¿cómo detectar cuándo debemos desconfiar de sus argumentaciones? Como guía, proponemos estos tres sencillos criterios:
1. Recurso a la autoridad. El autor del artículo, o su entrevistado, se presenta como “un gran experto” en una disciplina afín a la temática que se expone o debate y enumera sus conclusiones sin proporcionar evidencia alguna de los méritos que las soportan –más allá de los derivados de su propia condición de experto–.
2. Ausencia de alternativas. El autor del artículo evita una presentación equilibrada de las posturas o interpretaciones distintas a la suya, y evita discutir de forma objetiva la evidencia que apoya una y otras. En algunos casos, se adopta una variante aún más extrema: deformar las ideas opuestas hasta presentarlas como argumentaciones sin sentido y denigrar a sus autores como si carecieran de sentido común o de conocimientos básicos.
3. Deformación de la lógica causal. En ausencia de argumentos factuales para defender su postura, el autor presenta la ausencia de evidencia en contra como evidencia a su favor. El recurso a este tipo de argumentación engañosa ha sido refutado en numerosas ocasiones por filósofos como Bertrand Russell, siguiendo una argumentación análoga a la popularizada en años recientes bajo el término “navaja de Hitchens”: lo que puede afirmarse sin evidencia alguna, puede negarse sin evidencia alguna.
Uno de los ejemplos recientes más claros del abuso del criterio de autoridad es el artículo de J. A. Echániz “¿Aborto? La hora de atender al progreso científico”, aparecido en el diario ABC. La tesis principal del artículo es que la prohibición del aborto es “una muestra de respeto a los últimos datos científicos sobre la génesis de la vida humana”.
El texto que sigue no ofrece, sin embargo, la más mínima información sobre cuáles son esos nuevos descubrimientos que nos han permitido “conocer características del feto humano que hace años apenas se intuían”. Lo que ofrece es una colección de obviedades sobre las características y grado de desarrollo de los fetos de 12-14 semanas –conocidas por cualquier estudiante de ciencias de Secundaria y fácilmente consultables en Wikipedia–, encabezadas hasta cuatro veces por expresiones del tipo “como médico, sé”.
Sorprende, además, el énfasis en el límite de 12-14 semanas: ¿quiere decir esto que el autor está de acuerdo con los abortos practicados en momentos más tempranos del desarrollo, o incluso con la “píldora del día después”?
El artículo del Dr. Echániz ejemplifica también el recurso a caricaturizar las opiniones distintas a la suya (“¿por qué apenas se ofrece a las futuras madres esa información, básica para entender que eliminar un feto no es como eliminar un poco de grasa?”) y negarles legitimidad o incluso existencia (“la mayoría de los profesionales sanitarios entienden que su papel es ayudar a salvar vidas, no eliminarlas”).
Al hacerlo, cierra la puerta a discutir los méritos de otras opciones políticas y médicas que podrían contribuir a reducir el número de abortos sin recurrir a su criminalización: educación sexual, anticonceptivos, inversión en investigación médica que prevenga y trate malformaciones durante el embarazo, programas de ayuda médica y social a quienes tienen niños dependientes y/o gravemente enfermos... Y revela que su motivación es política y no tiene nada que ver con la ciencia de la que hace ostentación en su título.
Un ejemplo particularmente claro de deformación de las opiniones alternativas apareció en el artículo “La maldición de Malthus”, publicado por M. A. Sánchez-Vallejo en El País. Este artículo es un ejemplo perfecto de defensa de una idea preconcebida mediante la identificación de un supuesto defensor de la idea contraria y su presentación como alguien falto de ética, partidario de posturas afines a las de los nazis.
Para ello, la autora asocia unas frases extraídas de una entrevista radiofónica de David Attenborough (de la que sólo es públicamente accesible el resumen) con las vergonzantes declaraciones del ministro de finanzas japonés Taro Aso (famoso tanto por sus declaraciones clasistas y ultranacionalistas como por haberse negado a disculparse o repagar a los prisioneros de guerra obligados a trabajar para la empresa minera de su familia durante la Segunda Guerra Mundial) en las que recomendaba a sus conciudadanos de avanzada edad “darse prisa y morir” para aliviar los gastos del Estado en su atención médica.
Esa asociación le sirve para hilar un artículo descalificativo basado en la falsa dicotomía entre limitar el crecimiento poblacional y asegurar la equidad en el reparto de los recursos, en el que se olvida hacer mención a aspectos que relacionan ambos, como la asociación entre natalidad y pobreza. Hubiera bastado mencionar al principio del artículo que la mejora del nivel de vida y el empoderamiento de la mujer es el cambio social que más ha contribuido a moderar el crecimiento poblacional para que el agresivo discurso del artículo, centrado en tomar a Attemborough como cabeza de turco, fuera sustituido por una argumentación más equilibrada.
Por poner un ejemplo, uno de los objetivos principales del Optimum Population Trust (OPT), del que Attemborough es patrón, es la “Planificación familiar y derechos de la mujer”. Siempre, según la web del OPT, este objetivo se centra en “conseguir más derechos y mayor acceso a los servicios de planificación familiar para que las mujeres de todo el mundo elijan por sí mismas cuántos hijos quieren tener y cuándo tenerlos”, e incluye campañas como “Que cada niño nacido sea un niño deseado”, “Igualdad de género” y “Niñas, no novias” (esta última, contra el matrimonio infantil).
Las declaraciones de Attemborough y los objetivos del OPT son regular y duramente criticados por medios religiosos conservadores, como el blog creacionista “Evolution News & Views”, que ofrecen un ejemplo aún más transparente de la deformación y estigmatización de las opiniones ajenas –a las que acaban acusando, de forma ineluctable, de ser una consecuencia del “darwinismo social”–.
Eso no impide que, al final del artículo de Sánchez-Vallejo, Olivier Longué (director general de la ONG Acción contra el Hambre) se descuelgue con esta arbitraria afirmación: “En las declaraciones de Attenborough resuena esa visión religiosa, mística del mundo: hay gente que dijo lo mismo cuando apareció el sida: no solo que era una plaga que castigaba a pecadores, sino también un mecanismo de regulación poblacional”.
Longué aporta acto seguido “una solución para neutralizar la inoperancia de muchos Gobiernos: ‘Que la gestión de los recursos recaiga en manos de las mujeres; solo la educación de las madres puede revertir la curva demográfica’”. Una propuesta que, curiosamente, coincide con la del OPT pero que también parece bastante retórica. Acción contra el Hambre España, de la que es director, cuenta con un patronato de nueve personas: ¿adivinan cuántas de ellas son mujeres?
Por último, el diario ABC ha ofrecido recientemente en su sección “Aula de sexualidad” el artículo “¿Cómo se evita la masturbación?”, que ofrece un ejemplo paradigmático de la utilización simultánea de los tres mecanismos de manipulación seudocientífica descritos. En este caso, no es sólo el artículo, sino el blog entero el que recurre de partida al criterio de autoridad, al anunciar que presenta “respuestas elaboradas por el equipo de profesionales que conforman el Proyecto educación de la afectividad y sexualidad humana, adscrito al Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra”.
En dicho artículo, presenta como incuestionables una serie de afirmaciones para las que no aporta apoyo argumental o factual alguno (“para evitar la masturbación o salir de su círculo vicioso hay que empezar por decidirse a hacerlo sabiendo que es posible y sano”; “los jóvenes que pasan tardes enteras en centros comerciales acaban 'buscando pareja' para pasar el rato”) y caricaturiza las opiniones discrepantes como imposiciones de un entorno social disfuncional (“ayuda a fortalecer la decisión de no masturbarse el recordar que es necesario protegerse de la erotización del entorno actual”; “tampoco es anormal decidirse a ello [no masturbarse], aunque haya gente que insista en lo contrario”).
Este artículo desarrolla ideas que pueden encontrarse de forma más explícita en blogs cristianos como Catholic.net o en el famoso vídeo de la universidad mormona Brigham Young University (que compara el “acto heroico” de denunciar a un compañero onanista a su obispo con el de rescatar a un soldado herido durante la guerra), y ha sido muy comentado y criticado en los diarios y medios sociales (por ejemplo, aquí, aquí, aquí y aquí).
Al margen de estas críticas, algunas en un tono bastante grueso, destacaremos sólo que los autores dejan pasar la ocasión de discutir la evidencia que indica, por ejemplo, los efectos beneficiosos de la masturbación (y el coito) sobre la salud, su papel en la exploración de la sexualidad temprana en un entorno seguro, su función bimodal como complemento de una vida sexual sana y compensación a la falta de una relación satisfactoria, o las controversias que rodean su utilización para mejorar la salud sexual en las políticas de salud pública. Haberlo hecho hubiera relativizado las afirmaciones de sus autores, pero hubiera ofrecido una guía más segura y objetiva a sus lectores.
¿Cabría esperar un enfoque así del ICS, que parece más un “think tank” conservador que un verdadero instituto de investigación? Una inspección de los artículos vinculados en su página web puede responder a esta pregunta. Un ejemplo particularmente ilustrativo es el artículo “¿Abolirá España el aborto?”, de Carlos Beltramo, presentado como “investigador del proyecto 'Educación de la sexualidad y de la afectividad humana'”.
Este artículo, del que se proporciona el texto completo pero no el vínculo a la publicación original, se reseña como publicado en “Population Research”. Aunque no hemos logrado encontrar ninguna revista con ese nombre en las bases de datos de publicaciones científicas, el artículo sí aparece como entrada de post en el blog del Population Research Institute, “una organización internacional sin ánimo de lucro que trabaja para terminar el control coercitivo de la población, y luchar contra el mito de la sobrepoblación que alimenta éstas”.
El artículo, que no presenta el más mínimo dato o análisis en apoyo de sus afirmaciones, comienza con la afirmación “Una nueva propuesta de ley ayudará a acabar con el aborto a la carta” y termina con la frase “Seguiremos luchando hasta alcanzar nuestro objetivo de ‘cero abortos’”, que remata con un “¡Viva España!”.
La creación de discursos, organizaciones y revistas de apariencia científica ha sido un método clásico de manipulación de la opinión pública por parte de quienes anteponen la ideología a la discusión argumentada. Para identificarlos, recomendamos la utilización de los tres criterios que proponemos llamar la “navaja del lector”, en referencia a las “navajas” de Ockham y Hitchens.
Aunque nuestro objetivo declarado es evitar ese tipo de discursos, no podemos descartar que nosotros también lleguemos a emplearlo, al menos a ojos de algunos lectores. Al fin y al cabo, nadie está libre de ser cegado por sus propios prejuicios. Pero, si ocurre, esperamos que este post contribuya a que nuestros lectores aporten las merecidas críticas. Todos ganaremos al leerlas.
- Imagen: “Straight razor”, de Dr.K. (23:05, 18 October 2007), disponible bajo licencia “Creative Commons Attribution-Share Alike” en Wikipedia CommonsDr.K.“Creative CommonsWikipedia Commons
Vivimos en un mundo en el que la realidad es cada vez más compleja, y nos vemos apremiados a diario con la necesidad de formar nuestra opinión sobre temas que exceden ampliamente nuestra formación o conocimientos. En muchos casos, además, la opinión sobre hechos relativamente especializados es utilizada para influir sobre nuestros criterios morales, políticos o religiosos.
En España, donde el nivel de educación de la población ha aumentado vertiginosamente en las últimas cinco décadas, la exigencia de argumentos adecuados para convencer a la sociedad es cada vez mayor. Sin embargo, precisamente la complejidad creciente de la realidad social y el conocimiento científico crea nuevos espacios para la manipulación. La receta para evitarlo pasa por una apuesta decidida por la diversidad, la independencia y el rigor de los medios de comunicación, y por la exigencia de argumentaciones honestas, suficientemente detalladas y apoyadas por datos contrastables.