Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
¡Bienvenidos al Idioceno!
¡Nos fumigan! ¡La AEMET nos miente! ¡Estamos llevando al extremo la salud pública! ¡El cambio climático es un invento de una conspiración internacional! ¡Los científicos están comprados! ¡Hay que ir más allá del “muro del Ártico” para descubrir qué es lo que nos ocultan! ¡Delibes da argumentos políticos y nunca científicos! (En Doñana habrá agua si Dios quiere) ¡Nos quieren implantar un chisss-5G a través de las vacunas! ¡Los ríos tiran agua al mar que se puede aprovechar!...
¡¿Pero qué delirio es este?! Las obras de Breton, de Buñuel, de Fellini, de Dalí, de todos los grandes maestros del surrealismo han quedado deslucidas por la distopía que estamos viviendo. Nunca antes fue más cierto que la realidad ha superado con creces a la ficción.
#Idioceno. Época geológica del llamado planeta Tierra caracterizada por el comportamiento errático de una de sus especies, que está provocando un severo desequilibrio del planeta con terribles consecuencias para su componente más preciado: la biosfera. Los individuos de esta especie se han bautizado a sí mismos como “sapiens” desde el convencimiento de ser extraordinariamente listos, cénit absoluto del universo pensante, medida de todas las cosas, e imagen fidedigna de un Dios todopoderoso que es divino y hasta trino. Durante el idioceno los sapiens han puesto todo su empeño en culminar su gran obra maestra, autodestruirse, y están dispuestos a llevarse por delante todo lo que se anteponga en su camino.
La absoluta extravagancia del momento histórico que estamos atravesando es una invitación a describir la época actual de manera acorde, tal y como hacemos en el párrafo anterior emulando el estilo de la hilarante 'Guía del Autoestopista Galáctico“ del inigualable Douglas Adams, proponiendo el término idioceno para nombrarla. Notamos que ”idioceno“ es un término que se está usando de manera heterogénea desde hace algún tiempo por lo obviamente irracional que es la época en que vivimos, que aquí usaremos según la acepción anterior por las razones que expondremos más adelante.
Hace 20 años, el premio Nobel de Química Paul Crutzen propuso el nombre antropoceno, del griego anthropos, “humano”, para referir la época geológica actual caracterizada por una incidencia de la actividad humana en todos los grandes procesos planetarios, desde la productividad y el ciclo del carbono al ciclo del agua, a las tasas de erosión, a la pérdida de biodiversidad, a la proliferación global de microplásticos, y, por supuesto, al clima. Visto lo que estamos viendo, este nombre se ha quedado anticuado pues no refleja la deriva emprendida por los sapiens, decididos a negar la evidencia científica para culminar un disparatado suicidio colectivo.
Creemos que un nuevo nombre define mucho mejor la realidad tal y como la hemos caricaturizado anteriormente, idioceno, del griego idiotes, “de uno mismo, privado, particular, personal”. Los idiotes son aquellas gentes que sólo se ocupan de sus asuntos, que viven pendientes de su ombligo sin interesarse por el bien común. Cuando llega el momento de votar, al idiote solo le preocupan sus intereses, “sólo siente el mal público cuando afecta a sus intereses particulares” en palabras de Tito Livio. Dicho en román paladino, el idiote es un egoísta como la copa de un pino que da la espalda al colectivo, lo que le lleva a comportarse como un perfecto idiota según las acepciones de la RAE: “Tonto, corto de entendimiento”, y también “engreído sin fundamento” (una cosa suele lleva a la otra). El idiota no es consciente de que viaja en una barca común y que, por mucho que se emperre en subir a lo más alto del mástil, pisando las cabezas que tuviera que pisar, si la barca se hunde más le vale desarrollar branquias porque se ahogará con el resto de los viajeros.
Decía Santiago Ramón y Cajal que “una de las desdichas de nuestro país consiste, como se ha dicho hartas veces, en que el interés individual ignora el interés colectivo”. Premio Nobel de medicina y uno de los más grandes intelectuales que ha dado nuestro país, Ramón y Cajal viene a decirnos que un país cuyos ciudadanos se dejan llevar por el egoísmo, que se comportan como unos idiotes, acaba convertido en un país de idiotas. En una desdicha, vamos. Pero la cosa no termina ahí, pues sabido es lo fácil que resulta manejar a la gente a través de una estrategia de la que ya hemos hablado en otras ocasiones: el empoderamiento de la ignorancia.
No hay nada más humano que la tendencia a escuchar aquello que queremos oír. A nadie le gustan las malas noticias, y menos cuando son realmente malas, lo que hace de la política del avestruz una táctica muy habitual. Pero superada la fase inicial de negación, cualquier persona adulta afronta la realidad tal y como le viene, abriendo bien los ojos para tratar de evitar o minimizar los golpes. Este ejercicio de madurez salta por los aires bajo la influencia de gentes sin escrúpulos que niegan las malas noticias persiguiendo sus propias agendas, para lo que apelan a toda una suerte de idioteces, conspiranoias, bulos y falsedades, a la par que espolean el odio contra los que son portadores de las noticias. Nunca antes el mensajero, que en el caso que nos ocupa tan solo actúa en nombre de su conciencia, había sido tan odiado. Nunca antes la advertencia de que un escalón está roto y, si lo pisas, te puedes desplomar en el vacío, había sido motivo de todo tipo de improperios. Al empoderar la ignorancia se ha producido un insospechado efecto multiplicador de la idiotez, precipitándonos de bruces en el idioceno.
¿Quién es idiota? Esta pregunta se responde sola sin más que recordar lo que decía la madre de Forrest Gump, “silly is the one who does nonsense” que bien podríamos traducir por “idiota es quien hace idioteces”. En 2023, idiota es quien con su acción, o inacción, contribuye a esta demencial carrera hacia el abismo del colapso climático-ambiental. Sí, habéis leído bien: “colapso”. La deriva del clima y del deterioro medioambiental nos aboca a un colapso si no se toman medidas urgentes para evitarlo, y a las cosas hay que llamarlas por su nombre por una cuestión de respeto a una población que se la supone adulta a partir de los 18 años. Si no actuamos, colapsaremos. Fin. ¿O hay alguien tan incauto, tan inocente, que cree que si el planeta se hunde en una deriva climático-ambiental la civilización humana resistirá? Para reflexionar sobre el idioceno, sobre la “edad de la estupidez”, recomendamos vivamente este documental.
Ante la evidencia aplastante de que el equilibrio climático-ambiental del Sistema Tierra se está perdiendo (siete de los nueve umbrales planetarios que permiten la vida ya se han sobrepasado) con las terribles consecuencias que esto trae consigo, parecería que el único (y gigantesco) trabajo a hacer es buscar fórmulas, entre todos, para frenar la deriva y amortiguar los golpes. Estas fórmulas son de distintos tipos, tecnológicas, socioeconómicas, políticas, y también culturales. A nadie se le escapa que vivimos en una sociedad profundamente egoica cuyo principal valor es la ambición material, algo incompatible con la vida en un planeta finito de recursos limitados. Para ser eficaces en la búsqueda de soluciones es necesario abordar todos los aspectos, un trabajo tan descomunal que no hay tiempo que perder.
Pero hete aquí, ¡oh, sorpresa!, que se nos ha cruzado un problema que muchos, pecando de inocentes, no habíamos previsto: la pandemia de idiotez que sacude a Occidente, agitada por los intereses particulares de algunos. Precisamente los agitadores son los que más sorprenden, porque en general son gente inteligente y culta. Pero la experiencia demuestra que se puede ser muy inteligente, muy culto, y actuar de manera idiota. Tenemos múltiples ejemplos entre esos personajes públicos que ya sea por 30 monedas de plata, o simplemente porque su EGO (nótense las mayúsculas) les mantiene secuestrado el sentido común y la decencia, utilizan su púlpito mediático para empujarnos hacia el abismo espoleando el negacionismo, o el “oportunismo energético”, que tanto da Los unos niegan la evidencia científica del cambio climático, los otros predican el tecnicismo-mágico, no menos preocupante porque una cosa es apoyar la transformación tecnológica como un pilar fundamental para afrontar la situación, y otra completamente diferente postular, contraviniendo la física más elemental, que la tecnología es la varita del mago Merlín por lo que podemos relajarnos y disfrutar de una deliciosa taza de café con leche mientras continuamos el business as usual. (Para un estudio reciente del escepticismo climático en los medios españoles véase este link).
Estos personajes, inteligentes y cultos, ¿no ven que sus hijos, sus sobrinos, sus nietos, ellos mismos, caerán de cabeza con el resto si no se frena la deriva y vamos de cabeza al abismo? A estos personajes con altavoz y abultada cuenta corriente habría que recordarles que el planeta Tierra no es el Titanic. Repetimos: el planeta Tierra no es el Titanic. No dispone de lanchas salvavidas para los pasajeros de primera, ni vendrá una nave nodriza alienígena al rescate de los privilegiados. Si la Tierra entra en una fase de colapso climático-ecológico no habrá lugar donde esconderse para estar a salvo. A estas personas sólo nos resta pedirles que miren a la cara a sus hijos, y, por ellos, hagan el puñetero favor de dejar de jugar con fuego.
En las películas y series de zombis el argumento siempre es el mismo, “algo” convierte a la gente en zombi propagándose como la pólvora. Unos pocos humanos, que en la primera oleada consiguen escapar al contagio, tratan de sobrevivir mientras buscan a contrarreloj la fórmula para luchar contra ese “algo” antes de ser contagiados. La actual pandemia de idiocia que nos azota se asemeja a una invasión zombi, o a la de ceguera blanca en la novela distópica 'Ensayo sobre la Ceguera' del premio Nobel de Literatura José Saramago, una pandemia de “ciegos que, viendo, no ven”. ¿Conseguiremos encontrar la fórmula para revertir la pandemia de idiotez que nos está cegando mientras tratamos de no ser contagiados, a tiempo para evitar el apocalipsis? Continuará.
¡Nos fumigan! ¡La AEMET nos miente! ¡Estamos llevando al extremo la salud pública! ¡El cambio climático es un invento de una conspiración internacional! ¡Los científicos están comprados! ¡Hay que ir más allá del “muro del Ártico” para descubrir qué es lo que nos ocultan! ¡Delibes da argumentos políticos y nunca científicos! (En Doñana habrá agua si Dios quiere) ¡Nos quieren implantar un chisss-5G a través de las vacunas! ¡Los ríos tiran agua al mar que se puede aprovechar!...
¡¿Pero qué delirio es este?! Las obras de Breton, de Buñuel, de Fellini, de Dalí, de todos los grandes maestros del surrealismo han quedado deslucidas por la distopía que estamos viviendo. Nunca antes fue más cierto que la realidad ha superado con creces a la ficción.