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Cambio climático, salud, emoción y ecoansiedad

22 de febrero de 2024 06:00 h

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La COP 28 nos ha mostrado una vez más que nos enfrentamos a una realidad ambigua, agrietada y en la que cualquier cosa puede suceder. Todo podría mejorar, o todo podría seguir igual o peor. Dependerá de la voluntad de los gobiernos y de la presión que la ciudadanía pueda ejercer sobre ellos y sobre el sector privado para realizar las transiciones a una economía justa y solidaria, más libre de emisiones y de combustibles fósiles.

Un poco antes, el 14 de noviembre de 2023 se publicó un artículo de la prestigiosa revista Lancet Countdown acerca de la relación que existe entre el cambio climático y la salud. Las conclusiones se basan en cientos de experiencias e informes de instituciones y agencias de salud del mundo entero. Se podrían enumerar cantidades, porcentajes, indicadores y variables que aparecen en el artículo. Pero basta un breve resumen: hasta el momento no se está consiguiendo disminuir las emisiones de carbono y, por tanto, las consecuencias negativas para la salud son cada día más y más evidentes. En esas mismas fechas las Naciones Unidas alertaban de que no estamos preparados para el cambio climático que ya está teniendo lugar y parte de la falta de preparación es la falta de financiación alternativa, radical y abundante para la adaptación climática. La prensa se hizo eco del mensaje que las medidas de protección contra la crisis climática son “deplorablemente insuficientes.”

Aumentan las muertes por calor, por enfermedades infecciosas, por hambre, por desplazamientos, por pobreza y por catástrofes naturales. Los rastros del cambio climático sobre la agricultura, la ganadería y la industria impactan en los sistemas alimentarios debilitando las economías familiares, amenazando la subsistencia y aumentando los riesgos para la salud.

Ante esta situación no es de extrañar que aparezca el miedo ante el futuro, la tristeza por la desaparición de la naturaleza, el enfado por la inacción, la indignación por no cambiar los estilos de vida a pesar de los datos, la esperanza irreal en una tecnología milagrosa y otras muchas más emociones. Todas indican que algo no va bien. El miedo señala que existe una amenaza para la vida; la tristeza, que algo que es valorado se ha perdido o se está perdiendo; el enfado, que un objetivo importante está siendo bloqueado y conseguirlo será casi imposible; la indignación, que se ha vulnerado un principio moral; la esperanza, que puede que haya alguna posibilidad de alcanzar el objetivo deseado; y el dolor, que hay un sufrimiento relativo a la situación en la que se vive. Todas estas emociones hablan de cómo se percibe el mundo e informan de lo que conforma el epicentro de los valores, actitudes, intenciones o creencias de cada quien.

Y también hablan de la relación que cada quien tiene con la realidad con la que convive, cómo son afectados por la degradación de las tierras, de los mares, por el dolor de vivir en un mundo en el que cada día es más difícil comer productos sin pesticidas o escapar de las alergias y enfermedades autoinmunes. Será cada cual quien juzgue si en su economía, modo de vida, lugar de residencia o nivel de salud, la crisis eco-social supone pérdidas, daños, molestias, privaciones y hasta qué nivel.

Por primera vez durante la COP 28 se ha hecho una declaración sobre el clima y la salud, una relación que preocupa enormemente, sobre la que existe mucha información científica, pero poca comunicación y aún menos acción política y social. Se propone un enfoque de trabajo desde la perspectiva de una única salud, One Health. Esta propuesta requiere que los esfuerzos de la investigación en los campos de la medicina humana y animal se coordinen con la investigación ecológica para lograr resultados eficientes. Se trata de una nueva mirada, entendiendo que no puede hablarse de salud humana si existe un medio ambiente enfermo, si los animales no humanos enferman y si las cosechas, las ganaderías o las aguas se contaminan. La seguridad de todo el sistema depende de la detección temprana de las amenazas a la salud, para lo que se tiene que detectar el vínculo entre las causas y los impactos como enfermedades, sufrimientos y dolencias. Integrar los saberes desde las diferentes disciplinas y conformar nuevas maneras de trabajar en equipo es fundamental para prevenir los riesgos y establecer planes de prevención y actuación ante los desafíos que el calentamiento global provoca. La pérdida de espacios y especies naturales, la urbanización y el incremento de tierras para la agricultura, el uso masivo de antibióticos y ansiolíticos, el aumento de los viajes y el turismo, el transporte y el comercio internacional son algunos de los factores que pueden precipitar otras perturbaciones que hagan tambalear la salud de la humanidad.

El cerebro procesa la información del exterior que llega de los sentidos y también la que proviene de los órganos y tejidos internos del cuerpo, las sopesa y emite las instrucciones necesarias para mantenerse en equilibrio, en un bucle infinito de retroalimentaciones. Las emociones son las señales para la supervivencia que se manifiestan a través de nuestro cuerpo y que con la experiencia y el aprendizaje se dotan de significado e informan de lo que es querido. Estar alerta a esas señales nos puede salvar la vida. Registrar las sensaciones que causan las imágenes del Mar Menor, Doñana o la costa norte de nuestro país, junto a las valoraciones que hacemos de ellas, aviva el sentido de supervivencia. Esas imágenes incorporan lo que ocurre más allá de la piel en los argumentos que se utilizan para juzgar la realidad. La emoción mueve desde el interior del cuerpo a actuar para reestablecer la armonía que los sistemas corporales demandan.

Si el aire con que se llenan los pulmones está sucio por la contaminación de los carburantes; si los alimentos que nos proporcionan los nutrientes y la energía necesaria para pensar, trabajar y amar están corrompidos por metales, nitritos y químicos; si el agua que es absolutamente necesaria para mantener la vida, no sólo porque la hidratación del cuerpo es imprescindible sino porque las normas de higiene salvan vidas, y porque en la agricultura y en los procesos industriales son esenciales, empiezan a escasear y además cada vez contienen más fármacos y otras drogas, no es de extrañar que se diga que el cambio climático impacta en la salud de las personas, ni es de extrañar que los problemas de salud mental y concretamente la ansiedad, y más específicamente, la ecoansiedad, se estén disparando a nivel mundial.

La medicina ambiental se enfoca en encontrar los vínculos entre productos que se encuentran en los alimentos, el agua, los cosméticos, los productos de limpieza, los pesticidas, los humos o las radiaciones y la salud. Así, como afirma Carmen Valls, médica endocrinóloga que ha investigado sobre los efectos de las sustancias químicas como pesticidas, conservantes, dioxinas o bisfenoles, en “Medio ambiente y salud”, los efectos sobre la salud pueden comprobarse a lo largo de todo el ciclo vital con diferentes niveles de intensidad. Es importante destacar los efectos de los disruptores hormonales sobre la salud reproductiva, especialmente en las mujeres, ya que tiene consecuencias sobre los órganos reproductivos y el embarazo pudiendo producir malformaciones, aumentando el número de abortos, de infertilidad, de cáncer de mama, etc. Igualmente importante son estos disruptores endocrinos durante el desarrollo del bebé y el crecimiento de niños y niñas.

El enfoque de una sola salud aborda la seguridad sanitaria desde las relaciones que existen entre las distintas ciencias encargadas de identificar patógenos causantes de enfermedades, sin olvidar que es necesario incluir los servicios de atención a la salud mental, ya que las situaciones de crisis globales, como el caso del cambio climático, acentúan las desigualdades, los antagonismos y las vulnerabilidades tanto en lo físico como en lo mental. El aumento del estrés es causa y consecuencia de factores sociales, como una constante preocupación acerca de un futuro favorable y se refleja en enfermedades físicas y psicológicas. Las migraciones, los desastres naturales, el desempleo o la disminución de la confianza en la buena gestión pública se encuentran entre las causas que la Organización Mundial de Salud señala como desencadenantes de los trastornos de ansiedad. Por ello recomienda que se fortalezcan la asistencia psicológica y el apoyo comunitario ante las situaciones de emergencia; y la crisis climática lo es. Sin salud mental, tampoco hay salud personal ni bienestar público.

Esta situación obliga a vincular el ejercicio de la ciudadanía con la exigencia a los gobiernos de imponer leyes y normativas que aseguren una mayor seguridad alimentaria, menores niveles de contaminación en las ciudades, más protección a la salud mental, mejores medidas preventivas contra los virus, etc. Y a enfatizar que todo esto se ve desafiado por un cambio climático al que le prestamos menos atención de la debida.

Navegar por este futuro en el que difícilmente se pueden predecir las consecuencias de lo que hacemos y de lo que no hacemos, debe hacernos reflexionar sobre las mejores maneras de disminuir los riesgos ante un colapso socio-ambiental y ponerse a ello. Imaginar cómo podría impactar en nuestra vida laboral, afectiva y social una nutrición deficiente, las diversas enfermedades emergentes o un nivel de ecoansiedad mayor, podría estimular a la humanidad, a los gobiernos y a las instituciones internacionales a preservar y cuidar la naturaleza, a conservar la diversidad, a respetar los recursos o a colaborar en la construcción de nuevos futuros. El camino y los objetivos están claros desde la ciencia y desde buena parte de la sociedad. Toca arremangarse, especialmente en el furgón de cola de la política y del sector privado. Precisamente quienes tienen mayor capacidad para cambiar las cosas rápidamente. 

La COP 28 nos ha mostrado una vez más que nos enfrentamos a una realidad ambigua, agrietada y en la que cualquier cosa puede suceder. Todo podría mejorar, o todo podría seguir igual o peor. Dependerá de la voluntad de los gobiernos y de la presión que la ciudadanía pueda ejercer sobre ellos y sobre el sector privado para realizar las transiciones a una economía justa y solidaria, más libre de emisiones y de combustibles fósiles.

Un poco antes, el 14 de noviembre de 2023 se publicó un artículo de la prestigiosa revista Lancet Countdown acerca de la relación que existe entre el cambio climático y la salud. Las conclusiones se basan en cientos de experiencias e informes de instituciones y agencias de salud del mundo entero. Se podrían enumerar cantidades, porcentajes, indicadores y variables que aparecen en el artículo. Pero basta un breve resumen: hasta el momento no se está consiguiendo disminuir las emisiones de carbono y, por tanto, las consecuencias negativas para la salud son cada día más y más evidentes. En esas mismas fechas las Naciones Unidas alertaban de que no estamos preparados para el cambio climático que ya está teniendo lugar y parte de la falta de preparación es la falta de financiación alternativa, radical y abundante para la adaptación climática. La prensa se hizo eco del mensaje que las medidas de protección contra la crisis climática son “deplorablemente insuficientes.”