Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
La chirigota de los científicos
Los científicos españoles estamos en la duda de si componer una chirigota carnavalera, para aliviar con cierto humor nuestros pesares, o hacernos directamente el harakiri ante nuestra desesperación. Aunque la Ley de la Ciencia del año 2011 abría un abanico de soluciones a los problemas de estructura y funcionamiento de la I+D de nuestro país, los sucesivos gobiernos la han incumplido reiteradamente desde su aprobación. A estas alturas seguimos rogando una y otra vez que se cumpla lo que la ley ordena. Incluso en algún momento se nos ocurrió proponer algunas mejoras a esta Ley. ¡Que derroche de optimismo! Con las prisas de un Gobierno que se cierra, el 8 de febrero de este año se aprobó un Real Decreto de medidas urgentes en Ciencia que se proponía atajar algunos incendios inminentes y los problemas más flagrantes a los que se enfrenta el ejercicio de nuestra profesión. El Decreto nació apresurado e incompleto y ahora no estamos seguros si será posible convalidarlo antes de que se disuelvan las Cortes por el adelanto electoral [1].
Otro esperado Real Decreto, el que debe homologar las retribuciones de las ya homologadas escalas científicas de los organismos públicos de investigación (OPIs), ni siquiera ha visto la luz. A pesar de que la Ley de la Ciencia lo obliga, ni el breve Gobierno de Pedro Sánchez ni el anterior de Mariano Rajoy, lo ha publicado. Ni siquiera lo ha logrado una sentencia del Supremo. La situación es tan anómala que no sólo existe una falta de equiparación entre distintos OPIS sino que incluso en el OPI más grande, el CSIC, coexisten en la plantilla científicos en circunstancias muy diferentes, 50 de ellos en situaciones tan irregulares e injustas que no dudan en considerarse como “apestados” dentro de su propia institución. El funcionar a golpe de Decreto, sumado a la existencia de carreras profesionales paralelas y no unificadas entre los distintos OPIs y el arrastrar sin reconocer ni aclarar situaciones kafkianas en los sucesivos cambios políticos lleva a tremendas injusticias en el reconocimiento profesional.
En la práctica, nuestra actividad científica lejos de ser apoyada y facilitada (como ocurre en numerosos países, no olvidemos que traemos fondos competitivos por ejemplo de la Unión Europea y que aportamos patentes y contribuimos al bienestar social) se ha ido convirtiendo en una carrera de obstáculos ante la que no sabemos si reír o llorar. O quizá debamos entrenarnos de otra forma, y en lugar de hacer estancias en laboratorios y centros de investigación extranjeros debamos pasar más tiempo en centros deportivos de alto rendimiento y aprender a lidiar con yincanas de todo tipo. La realidad es que no la ley, sino la particular aplicación o directamente la falta de aplicación de la ley, nos ha colocado en una categoría inferior de la liga internacional de la Ciencia. Y aquí seguimos jugando en tercera división, con los ánimos por los suelos al ver sentencias que no se cumplen, fondos paralizados de nuestros proyectos por la falta de acuerdo político en los presupuestos del Estado, jóvenes investigadores excelentes que donamos generosamente a Estados Unidos, Alemania o Japón, y las mejores horas de cada uno de nuestros días invertidas en cumplimentar más y más formularios, cuya mera cumplimentación nos ocupa buena parte del tiempo que disponíamos para investigar. Quizá tengamos mucho que aprender de la actitud y del optimismo de la Agrupación Deportiva Ceuta Futbol Club o del Club Deportivo Don Benito, que, aun siendo de tercera división, han salido al campo dispuestos a verse las caras con el Real Madrid o el Barça en la presente edición de la Copa del Rey.
El lector estará aburrido de firmar, apoyar y solidarizarse con Cartas y Manifiestos variados por la Ciencia. Desde siempre y una vez más se lo agradecemos, pero nos tememos que no quedará más remedio que seguir abusando del cariño y el apoyo del lector y de la sociedad en general. Hagamos un ejercicio de encaje de la realidad concreta y actual de un científico español, Tomás (nombre ficticio):
- Tomás trabaja en el Instituto de Ciencias Avanzadas (nombre ficticio) que sigue sin Director General por jubilación del anterior, sin saber si se nombrará uno ya que es dudoso que alguien acepte el puesto con la que está cayendo en el ambiente político.
- Todos los días, Tomás consulta su correo electrónico con temor (“acojonado” en sus propias palabras), por ver si alguno de los laboratorios externos con los que trabajan (algunos en el extranjero) se queja de que todavía no ha cobrado.
- Mientras hablamos con Tomás le comunican que uno de los contratos laborales ligado a un proyecto con fondos europeos, que ha pasado por intervención previa a pesar de que públicamente se mantiene que esto no es necesario, se retrasaría “sine die”.
- Hay una cosa que Tomás pensaba que tenía resuelta, algo aparentemente sencillo, aunque muy importante. Pero no es así y le está volviendo loco. Mientras nos lo cuenta sonríe “parece de coña pero es verdad”. “Pedí un portaminas de 8 colores y minas de 2 mm (15€) y como no está en el libro gordo de Petete (así llamamos al catálogo de artículos de la oficina de adquisición centralizada o central de suministros como la conocen en otros sitios), no me lo han comprado y acabo de saberlo semanas después de encargarlo, justo cuando arrancaba nuestra expedición. Explícale al funcionario de turno que, si en mitad de los Andes o de los Picos de Europa se nos para una tablet hay que hacer geología por el método tradicional, pintando la geología sobre un mapa en papel y apuntando los datos en la libreta de campo. A ver qué cara te pone y qué solución te da. En el Centro de Ciencias Avanzadas hasta las pilas nos las mandan desde la central de suministros, previa petición por el conducto reglamentario, claro. ¿Qué hacemos para sortear todo esto? Nos compramos nosotros ese material y seguimos adelante. Y dando gracias cuando solo son portaminas de colores. Podría seguir como para hacer una viñeta de 13 Rue del Percebe (los que leían tebeos de jóvenes lo entenderán) pero no quiero ser cansino”.
La ciencia española se ha visto atrapada por la burocracia de palacio y por los avatares políticos, convulsos en los últimos años. Y no es que las cosas de palacio vayan despacio, o no sólo eso. Esta burocracia es en realidad una maquinaria diabólica. Ríase el lector de «la parte contratante de la primera parte» de los Hermanos Marx.
Nos lanzan a los 100 metros lisos de la Ciencia internacional con las zapatillas untadas en cola y una mochila a la espalda de 50 kilos. Cuando algún intrépido consigue un proyecto científico competitivo, las garras ministeriales se afilan para impedir que pueda ejecutar el presupuesto en forma y tiempo (literal por parte de un interventor de OPI: ‘tú función será cumplir con los objetivos de tus proyectos para lo cual necesitas ejecutar los fondos de los mismos, pero la mía es impedir que lo hagas’). Toca participar entonces en una carrera de obstáculos para la que nadie está preparado y que es incompatible con la realización de los objetivos del proyecto científico en cuestión. Entre los obstáculos de esta yincana se cuentan trabas para la contratación de jóvenes investigadores, impedimentos para la compra de equipos, embrollos para asistir a congresos y reuniones científicas, y una retahíla de dificultades para justificar gastos de viajes de trabajo o de la impresión de una tesis doctoral que se tornan muros insalvables para cumplir con los compromisos adquiridos. Ante el tormento burocrático, algunos entusiastas terminan por adelantar los gastos más imprescindibles de sus propios bolsillos. ¿Se imaginan a un astronauta pagando el combustible de la nave con su tarjeta de crédito?
Corremos el riesgo de convertirnos en la comparsa del abatimiento. Nuestras cartas, denuncias, llamadas, solicitudes, caen en saco roto, una y otra vez. En esta feria de máscaras nos falta aún el verdadero carnaval: aguantar otra campaña electoral escuchando cómo todos los candidatos apuestan por la Ciencia y la Tecnología española.
Como no somos buenos componiendo cosas que no sean manuscritos científicos, nos aprenderemos alguna chirigota profesional e intentaremos unirnos a alguna agrupación músico-coral de carácter carnavalesco de las que cantan estos días por las calles ofreciendo coplas humorísticas a la ciudad. Quizá empecemos por esta chirigota ilegal del Carnaval de Cádiz:
Dicen que ya no hay crisis
porque por fin se acabó,
todo el mundo tiene trabajo
y cobramos del carajo
y que vamos ‘pa’ mejor,
Contratos indefinidos
y dicen que el paro cayó.
suben las contrataciones
por supuesto, las pensiones también dan un subidón
Se quedan contigo, contigo, contigo, contigo y contigo también
La tele yo veo, el periódico leo
y parece que todo va bien
pero yo no llego, ni a mitad del mes
se han ‘quedao’ contigo, contigo, contigo y conmigo también
Los científicos españoles estamos en la duda de si componer una chirigota carnavalera, para aliviar con cierto humor nuestros pesares, o hacernos directamente el harakiri ante nuestra desesperación. Aunque la Ley de la Ciencia del año 2011 abría un abanico de soluciones a los problemas de estructura y funcionamiento de la I+D de nuestro país, los sucesivos gobiernos la han incumplido reiteradamente desde su aprobación. A estas alturas seguimos rogando una y otra vez que se cumpla lo que la ley ordena. Incluso en algún momento se nos ocurrió proponer algunas mejoras a esta Ley. ¡Que derroche de optimismo! Con las prisas de un Gobierno que se cierra, el 8 de febrero de este año se aprobó un Real Decreto de medidas urgentes en Ciencia que se proponía atajar algunos incendios inminentes y los problemas más flagrantes a los que se enfrenta el ejercicio de nuestra profesión. El Decreto nació apresurado e incompleto y ahora no estamos seguros si será posible convalidarlo antes de que se disuelvan las Cortes por el adelanto electoral [1].
Otro esperado Real Decreto, el que debe homologar las retribuciones de las ya homologadas escalas científicas de los organismos públicos de investigación (OPIs), ni siquiera ha visto la luz. A pesar de que la Ley de la Ciencia lo obliga, ni el breve Gobierno de Pedro Sánchez ni el anterior de Mariano Rajoy, lo ha publicado. Ni siquiera lo ha logrado una sentencia del Supremo. La situación es tan anómala que no sólo existe una falta de equiparación entre distintos OPIS sino que incluso en el OPI más grande, el CSIC, coexisten en la plantilla científicos en circunstancias muy diferentes, 50 de ellos en situaciones tan irregulares e injustas que no dudan en considerarse como “apestados” dentro de su propia institución. El funcionar a golpe de Decreto, sumado a la existencia de carreras profesionales paralelas y no unificadas entre los distintos OPIs y el arrastrar sin reconocer ni aclarar situaciones kafkianas en los sucesivos cambios políticos lleva a tremendas injusticias en el reconocimiento profesional.