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¿Qué esperamos de una sociedad tecnológica?

Gran parte del mundo, y en particular los que hemos dado en llamar países desarrollados, se rigen por un sistema económico basado en el crecimiento perpetuo. Según los economistas oficiales el crecimiento económico constante es necesario y deseable, y contribuye a mejorar las condiciones de vida de toda la población. Efectivamente, para que el sistema capitalista funcione necesita crecer constantemente. Hay que aumentar continuamente la demanda. Tiene que aumentar la producción. La recesión es la eterna y gran pesadilla de los economistas.

Desde la publicación de “Los límites del crecimiento” (1972), el informe encargado por el Club de Roma que predecía un colapso de la civilización si no se tomaban medidas preventivas, son muchas las voces que han denunciado que esta huida hacia adelante conduce a la humanidad irremisiblemente hacia el abismo. Según “Los límites del crecimiento”, en el peor escenario el colapso podría llegar para el 2015. Afortunadamente, todo parece indicar que hemos evitado ese peor escenario, pero en ausencia de un replanteamiento radical del sistema productivo, podríamos haber pospuesto el desenlace unas pocas decenas de años.

Pese a estas advertencias, los economistas oficiales insisten en continuar por la vía del crecimiento, argumentando que es la única solución posible y mostrando una fe inquebrantable en que los desarrollos tecnológicos serán capaces de resolver los problemas que el crecimiento origina. La solución a su entender estriba en mejorar la eficiencia de los procesos industriales y agropecuarios para aumentar la producción disminuyendo el coste (tanto económico como, y principalmente este último, medioambiental). Pero el aumento de la eficiencia no puede ser la solución a largo plazo: un planeta finito no puede dar cabida a un crecimiento ilimitado. El crecimiento, acompañado de mejoras en la eficiencia, puede ser aguantable a corto plazo. Pero nunca será sostenible a largo plazo. De ahí que el físico Stephen Hawking inste a los gobiernos a continuar la exploración del universo con la esperanza de encontrar un planeta de repuesto. Al predecir que la humanidad no podrá prolongar su existencia sobre la tierra otros mil años, sin embargo, Hawking se muestra extremadamente cauto.

En su libro “Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen” (2005), Jared M. Diamond documenta de forma rigurosa el papel de la sobreexplotación de recursos en la desaparición de diversas sociedades a lo largo de la historia – de los vikingos de Groenlandia a los Anasazi del suroeste de Estados Unidos, pasando por la civilización que erigió las imponentes cabezas de piedra de la Isla de Pascua. Diamond también discute ejemplos de gestión exitosa de los recursos. Desgraciadamente, si bien su análisis demuestra que el colapso es evitable, la comparación de nuestra sociedad con aquellas que han colapsado en el pasado muestra que los síntomas de que nos dirigimos hacia el abismo son cada vez más claros y alarmantes.

Son cada vez más numerosas las iniciativas orientadas a evitar un colapso medioambiental global. Entre ellas cabe destacar la sustitución del proceso de producción lineal tradicional, en el que los bienes de consumo (ropa, electrodomésticos, coches o teléfonos móviles) se producen, se usan y se tiran, por una economía circular en la que los productos se diseñan desde un principio con la idea de reconvertirlos en productos distintos al finalizar su vida útil. Hay que tener en cuenta que, con el modelo vigente de producción lineal, los materiales que se “reciclan” se degradan progresivamente en cada ciclo de reciclado (por lo que el proceso también se conoce como infraciclado) por lo que estos materiales de gran valor deben ser desechados al cabo de unos cuantos ciclos. La idea base de la economía circular consiste en evitar el infraciclado para no tener que desechar los recursos naturales limitantes. Otra iniciativa en boga es el decrecimiento, que propone reducir el consumo de bienes superfluos entre las clases más favorecidas para que los grupos con más necesidades puedan aumentar su tasa de consumo sin tener que aumentar la productividad a nivel global.

Estas iniciativas, sin embargo, son a día de hoy minoritarias. Para evitar que la erosión medioambiental se haga irreversible es necesario fomentarlas, y debemos igualmente buscar soluciones tecnológicas que reduzcan la sobreexplotación de los recursos en lugar de continuar desarrollando tecnologías que incrementan la sobreexplotación – tales como extracción de recursos en lugares cada vez más inaccesibles (extracción de crudo en Alaska, el Ártico o mar abierto) y con métodos cada vez más contaminantes o peligrosos (uso de mercurio para la extracción de oro, fracking, extracción de tar sand o energía nuclear “con protección barata”).

La comunidad científica tiene diversos compromisos hacia la sociedad. Por un lado, debe esforzarse por mejorar la eficiencia de los sistemas productivos y minimizar su impacto ambiental. Por otro lado, debe analizar las posibles consecuencias de la degradación del medio ambiente. La sociedad debe tener acceso a los resultados obtenidos por la comunidad científica – o al menos a los resultados de trabajos financiados con subvenciones públicas – a través de revistas especializadas y de divulgación. Pero no es la comunidad científica la que debe decidir hacia dónde se dirige la sociedad. No es la comunidad científica la que debe decidir si queremos asumir los costes y riesgos de continuar las políticas de crecimiento. Tampoco son los políticos, ni los economistas, los que deben tomar esta decisión. Es el conjunto de la sociedad el que tiene que reflexionar sobre estos temas y tomar decisiones. Para ello, se necesitan políticos responsables que trabajen honestamente por la sociedad, y si es necesario informen a ésta de los riesgos de las distintas políticas económicas y de medio ambiente, tal y como hayan podido ser evaluados por estudios objetivos, y nunca dirigidos por los intereses lucrativos de unos pocos.

Gran parte del mundo, y en particular los que hemos dado en llamar países desarrollados, se rigen por un sistema económico basado en el crecimiento perpetuo. Según los economistas oficiales el crecimiento económico constante es necesario y deseable, y contribuye a mejorar las condiciones de vida de toda la población. Efectivamente, para que el sistema capitalista funcione necesita crecer constantemente. Hay que aumentar continuamente la demanda. Tiene que aumentar la producción. La recesión es la eterna y gran pesadilla de los economistas.

Desde la publicación de “Los límites del crecimiento” (1972), el informe encargado por el Club de Roma que predecía un colapso de la civilización si no se tomaban medidas preventivas, son muchas las voces que han denunciado que esta huida hacia adelante conduce a la humanidad irremisiblemente hacia el abismo. Según “Los límites del crecimiento”, en el peor escenario el colapso podría llegar para el 2015. Afortunadamente, todo parece indicar que hemos evitado ese peor escenario, pero en ausencia de un replanteamiento radical del sistema productivo, podríamos haber pospuesto el desenlace unas pocas decenas de años.