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Los científicos de la roja no tienen en quién abdicar

En estos días en que todos aprovechamos la abdicación de Juan Carlos de Borbón para arrimar el ascua a nuestra sardina particular, uno de los tópicos más recurridos es el del relevo generacional entre los criados en la posguerra como el rey saliente y los que crecieron con la movida como el rey entrante. El fin de la transición, dicen algunos. Renovación institucional, dicen casi todos. Nosotros no podemos ser menos, y queremos aprovechar para hacer una breve reflexión sobre el relevo generacional en la ciencia española.

Una revista de divulgación científica presentó el jueves pasado a “la roja de la ciencia”, una selección de los mejores científicos españoles. Lo que más llama la atención de la foto de esta selección es la avanzada edad de la mayoría de sus integrantes. Su edad media es de casi 61 años y dos de ellos superan la edad de jubilación – a pesar de que, en académicos, esta se extiende hasta los 70 años. Todos son mayores que el próximo rey, y tan sólo Ignacio Cirac y María Blasco tienen menos de 50 años, aunque por poco (ambos nacieron en 1965).

Esta elevada edad contrasta con la roja original, que fue una de las selecciones más jóvenes de la Eurocopa de 2008 y del Mundial de África del Sur. Todos sabemos lo que pasó en ambas citas. ¿Se parece la roja de la ciencia a la del fútbol? Es muy posible que en estatura y excelencia sí lo haga; los españoles tendemos a ser bajitos, y todos los componentes de ambas selecciones se encuentran entre los primeros de sus respectivos campos o posiciones. Pero desde luego no se parecen en la edad. ¿Dónde está la generación de Felipe de Borbón? ¿Es que Un globo, dos globos, tres globos y La bola de cristal no criaron científicos sobresalientes?

Hasta la semana pasada, la roja de la ciencia era la marea roja de las protestas ciudadanas. Casi al mismo tiempo que la revista Quo presentaba su selección de figuras consagradas, la Asamblea General de la Ciencia (AGCiencia) hacía público un informe sobre la situación actual de la ciencia española, llamado Descapitalizando la ciencia. EsteEste documento identifica las múltiples debilidades de un sistema científico esquilmado por un lustro de recortes continuados a los que se suman las generosas partidas de créditos que no son ejecutadas.

AGCiencia identifica de manera certera las consecuencias que la política de austeridad y las exigencias de cofinanciación de proyectos y contratos están teniendo sobre la investigación y el capital humano de la ciencia de nuestro país. Por un lado, la falta de fondos limita de manera dramática la capacidad de generar conocimiento de los científicos y profesores de universidad. Por otro, la falta de financiación está convirtiendo la carrera científica en una carrera de obstáculos en la que cada nueva etapa es incapaz de absorber un número mínimo suficiente de los investigadores y técnicos formados en las anteriores. Esta serie consecutiva de tapones se traduce en el abandono o la emigración de un número cada vez mayor de jóvenes científicos.

La avanzada edad de la roja de la ciencia no solo refleja un sistema científico conservador y anquilosado que coarta la independencia y frena el empuje de los investigadores “jóvenes” – en sentido amplio, ya que se consideran “jóvenes” los científicos bien entrados en la cuarentena. También retrata un problema, si cabe, aún más preocupante: la crisis en la cantera de dicha selección. La competitividad y renovación generacional del sistema científico español están muy lejos de parecerse a los de la selección nacional de fútbol. La falta de inversión y de perspectivas de consolidación sobre los que llama la atención el informe de AGCiencia se está traduciendo en el regreso de los jóvenes excelentes al extranjero donde completaron su formación, con la consiguiente pérdida de la capacidad productiva en las próximas décadas.

Un sistema basado en repartir un presupuesto escaso entre los científicos más mediáticos o excelentes no puede generar la gran cantidad de descubrimientos, patentes y conocimiento de base necesarios para mantener la competitividad del tejido productivo de un país del tamaño de España. Y estamos muy cerca, si no lo hemos pasado ya, del límite en el que la pérdida de las bases de crecimiento hipoteca para siempre el futuro de la próxima generación de la ciencia española.

En una entrevista en la cadena SER este martes, Felipe González comentaba que tanto Juan Carlos de Borbón como su hijo Felipe asumen sus respectivos reinados cerca de la edad media de la población española. En 1975, esta se encontraba en la treintena, y actualmente sobrepasa la cuarentena. Sin embargo, la edad media de los investigadores del CSIC siempre ha estado muy por encima, y no ha parado de aumentar: desde los 45 años en 1980, al principio del reinado del monarca saliente, hasta los 52 años en 2012. La distancia entre la edad media de la población y la de los científicos evidencia la mala salud del sistema público de investigación, y lo cerca que está del colapso. Un colapso que no es solo demográfico, aunque la demografía lo hace notorio, objetivo y acuciante.

Nada más lejos de nuestra intención que criticar la encomiable trayectoria científica y la necesaria labor mediática de los científicos ya consagrados que conforman la “selección de la ciencia”. Si no están todos los que son, sí que son todos los que están. Lo que nos preocupa es que estos sean las guindas que coronan una tarta vacía, a punto ya de desinflarse. El trabajo y la visibilidad de los científicos estrella son necesarios para mantener un sistema científico competitivo, pero también lo son las bases. Por eso, al igual que la jefatura del estado se ha impuesto un plan de renovación para intentar adecuarse a los nuevos retos de la sociedad, el estado español debe asumir la necesidad de inyectar nueva vitalidad en la moribunda investigación pública, mediante fondos suficientes y planes estructurales que permitan mantener de manera sostenida un número suficiente de investigadores y técnicos que conviertan dicha inversión en conocimiento.

El tiempo dirá si la casa real consigue superar el abismo que le separa de las necesidades y deseos de la sociedad española. En el caso de la ciencia, hace falta algo más que un cambio de cara – aunque no estaría de más empezar por ahí. Para revitalizar la ciencia española es necesario que futuros gobiernos presten al menos la misma atención a la ciencia que a la monarquía o al fútbol. Parece claro que la primera es el motor indispensable del desarrollo de un país. La capacidad de los segundos para generar prosperidad es harina de otro costal.

En estos días en que todos aprovechamos la abdicación de Juan Carlos de Borbón para arrimar el ascua a nuestra sardina particular, uno de los tópicos más recurridos es el del relevo generacional entre los criados en la posguerra como el rey saliente y los que crecieron con la movida como el rey entrante. El fin de la transición, dicen algunos. Renovación institucional, dicen casi todos. Nosotros no podemos ser menos, y queremos aprovechar para hacer una breve reflexión sobre el relevo generacional en la ciencia española.

Una revista de divulgación científica presentó el jueves pasado a “la roja de la ciencia”, una selección de los mejores científicos españoles. Lo que más llama la atención de la foto de esta selección es la avanzada edad de la mayoría de sus integrantes. Su edad media es de casi 61 años y dos de ellos superan la edad de jubilación – a pesar de que, en académicos, esta se extiende hasta los 70 años. Todos son mayores que el próximo rey, y tan sólo Ignacio Cirac y María Blasco tienen menos de 50 años, aunque por poco (ambos nacieron en 1965).