Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Un ejemplo de mala comunicación sobre el coronavirus: reflexión y deberes para periodistas y científicos
La urgente demanda y las prisas por publicar información importante en una crisis sanitaria como la que estamos viviendo está llevando regularmente a asumir conclusiones sobre la base de descubrimientos parciales y aún sin consolidar. Se han producido cadenas de acciones que deben hacer reflexionar tanto a los científicos que obtienen la información inicial y la comparten en repositorios destinados a facilitar la discusión crítica entre investigadores, como a los gabinetes de prensa, que se apresuran a publicitarlos antes de que estén consolidados por una discusión científica o por la publicación tras la revisión por pares, y también a la prensa, que se apresura a “reescribir la historia” de la pandemia sobre las bases de un artículos científicos aún cogidos con alfileres. El último caso, que discutimos aquí, es muy ilustrativo. No queremos elevarnos como jueces sino analizar lo que pasó para aprender. Pero ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Qué pasó?
El 26 de junio de 2020 salta a los medios de comunicación la información de que investigadores de la Universidad de Barcelona detectaron el virus SARS-CoV-2 causante de la COVID-19 en muestras de las aguas residuales de Barcelona un año antes de que se declarara la pandemia y posteriormente el estado de alarma en España. Aunque se indicaba que el artículo con los datos científicos es un “preprint” y no había superado aún los filtros de calidad a los que los científicos someten su trabajo (la revisión por pares, previa a la publicación, y la crítica por la comunidad científica, que puede enviar réplicas al trabajo o a su interpretación), la información saltó a los medios de comunicación dinamitando algunas necesidades deontológicas, tanto periodísticas como científicas.
A partir de notas de prensa distribuidas por agencias, la noticia fue reflejada en diversos artículos de prensa. Varios medios (La Vanguardia, Público, eldiario.es) “compran” los aspectos más amarillistas de la noticia sin más consideraciones críticas, ni preguntas a otros expertos, y sin incluir declaraciones o explicaciones de los propios autores. En ellos, los redactores se muestran deseosos de “reescribir la historia de la pandemia” a partir del hallazgo. El País muestra un estilo diferente, y añade, por el contrario, la mayoría de esos elementos. Algunos, como eldiario.es, publican tan solo un día después un segundo artículo incluyendo la opinión de expertos independientes que cuestionan la veracidad del hallazgo. Una de las raíces del problema: los científicos que habían enviado el artículo a una revista especializada parece que no atendieron a una prensa ávida de explicaciones, perdiendo la ocasión de matizar las afirmaciones que se hacían en la nota de prensa.
La periodista Patricia Fernández de Lis lo denuncia en las redes (Twitter) con palabras muy claras, confesando su propio descontento con toda la situación generada. “Periodismo es lo que ha hecho @CristianSeguraA, llamando, contrastando y publicando su noticia 10 horas después que los demás. Y, ”comunicación científica es ponerse cuando los periodistas llaman“ afirma Fernandez de Lis refiriéndose al artículo que Cristian Segura publicara en El País. Fue, sin embargo, el propio gabinete de comunicación científica de la Universidad de Barcelona quien dio difusión inmediata a los medios de lo que simplemente era un preprint, utilizando su prestigio como garante de calidad de la información científica y poder poner el foco de su titular precisamente en el hallazgo en un posible, aunque dudoso, positivo en una única muestra de marzo de 2019.
Por el lado científico también hay bastantes problemas. En primer lugar, deja mucho que desear, desde un punto de vista de ética científica, la difusión de un preprint en un marco de transferencia generalizada a la sociedad. Un preprint es un artículo científico que aún no ha sido revisado por ningún experto ni está aceptado para su publicación en ninguna revista, solo está completo y enviado a un repositorio abierto (y, a veces, también a una revista científica). Puede ser útil para otros investigadores, pero difícilmente se puede entender que sea publicitado de esta manera.
En segundo lugar, aunque el artículo en sí está enfocado principalmente en las capacidades del método para una detección precoz de este tipo de infecciones en aguas fecales que se presenta, se plantea el resultado de marzo de 2019 como cierto sin ningún tipo de reservas. Dado lo sorprendente del dato aportado, se esperaría una visión más crítica por parte de los autores, en la que se discutiera abierta y honestamente las posibilidades habituales de error en este tipo de análisis: desde errores de etiquetado de las muestras o de laboratorio, a contaminación cruzada, o a la detección de una secuencia similar perteneciente a otro organismo. Máxime cuando parece que la muestra se ha agotado y no existe posibilidad de realizar una réplica del análisis, o un análisis más completo; y cuando carecen de muestras entre la de marzo (donde aparece el positivo) y septiembre de 2019, momento en el cual las muestras vuelven a estar libres de SARS-CoV-2. Por el contrario, los autores discuten sin complejos las implicaciones del hallazgo, y realizan generalizaciones que resultan muy arriesgadas –algo por otra parte típico de los manuscritos antes de su primera revisión, que suele pulirse precisamente en estos aspectos de implicaciones y conclusiones durante la revisión por pares.
Aún más grave es el hecho de que, en este contexto de difusión de un preprint sin revisar, los científicos no respondieran con explicaciones a las numerosas solicitudes de los medios de comunicación. Por fortuna, algunos periodistas aún tratan las noticias de ciencia con visión crítica y recaban la opinión de otros especialistas no implicados en la investigación, para poner el necesario marco de precaución sobre el significado y eventual validez del estudio –algo que debería hacerse siempre, no solo en este caso. El resultado de las entrevistas que mantuvo Cristian Segura con expertos científicos de varios centros de investigación y universidades españolas es de mucho escepticismo sobre la validez del protocolo realizado para determinar la presencia del virus y sobre la representatividad de una única muestra que da positiva, sin más positivos los días y meses precedentes o posteriores.
Cabe añadir, además, que la noticia tampoco tiene los tintes de revolución de nuestro conocimiento que se le ha querido atribuir. Era esperable que, mucho antes del brote que derivó en pandemia en la ciudad de Wuhan en China, el virus existiera como tal; y también que se hubieran producido otros saltos a humanos, de cepas menos infecciosas o virulentas, sin consecuencias observables para la población, como se ha observado en otras zoonosis. El paso de un patógeno animal a un hospedante humano suele requerir varios factores más para extenderse en la población humana, y más aún para convertirse en pandemia. La interpretación de que el virus encontrado en las aguas fecales de Barcelona era idéntico al que diera lugar a la pandemia (algo que el trabajo no confirma, ya que tan solo detecta fracciones muy limitadas del genoma del virus) y estaba, por tanto, circulando por Europa muchos meses antes de que se declarara la COVID-19 sería sorprendente, pero no obligaría a reescribir radicalmente la secuencia de eventos que derivó en pandemia. Sin quitarle interés científico, sería una pieza más de información del complejo puzle biológico, evolutivo, social y sanitario del SARS-CoV-2.
La actividad científica está sometida a una enorme presión competitiva, y cada vez forma parte más integral de esa presión la exigencia de sorprender al público con nuevos descubrimientos. Esta forma de funcionar amenaza con desvirtuar el delicado ecosistema de generación de conocimiento científico y tecnológico, que nunca ha sido amigo del espectáculo y la fama estéril. A pesar de lo comprensible de las acciones de periodistas y científicos en esta desafortunada secuencia de acontecimientos, hay importantes reflexiones pendientes en ambos gremios profesionales. Hay que hilar más fino, especialmente ante temas tan urgentes e importantes para una sociedad amenazada por una pandemia.
En colaboración con Adrián Escudero, Raquel Gómez, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés y Luis Santamaría.
La urgente demanda y las prisas por publicar información importante en una crisis sanitaria como la que estamos viviendo está llevando regularmente a asumir conclusiones sobre la base de descubrimientos parciales y aún sin consolidar. Se han producido cadenas de acciones que deben hacer reflexionar tanto a los científicos que obtienen la información inicial y la comparten en repositorios destinados a facilitar la discusión crítica entre investigadores, como a los gabinetes de prensa, que se apresuran a publicitarlos antes de que estén consolidados por una discusión científica o por la publicación tras la revisión por pares, y también a la prensa, que se apresura a “reescribir la historia” de la pandemia sobre las bases de un artículos científicos aún cogidos con alfileres. El último caso, que discutimos aquí, es muy ilustrativo. No queremos elevarnos como jueces sino analizar lo que pasó para aprender. Pero ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Qué pasó?
El 26 de junio de 2020 salta a los medios de comunicación la información de que investigadores de la Universidad de Barcelona detectaron el virus SARS-CoV-2 causante de la COVID-19 en muestras de las aguas residuales de Barcelona un año antes de que se declarara la pandemia y posteriormente el estado de alarma en España. Aunque se indicaba que el artículo con los datos científicos es un “preprint” y no había superado aún los filtros de calidad a los que los científicos someten su trabajo (la revisión por pares, previa a la publicación, y la crítica por la comunidad científica, que puede enviar réplicas al trabajo o a su interpretación), la información saltó a los medios de comunicación dinamitando algunas necesidades deontológicas, tanto periodísticas como científicas.