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La modernización del CSIC y su imprescindible autonomía

Mario Díaz, Pablo Campos, Mar García Hernández, Joaquín Hortal, Jordi Moya, Ángel Pérez, Luis Santamaría, Fernando Valladares y Pablo Vargas

Los genios capaces de realizar grandes descubrimientos científicos surgen en cualquier momento y lugar. Sin ir más lejos, dos españoles han obtenido el Premio Nobel de Fisiología y Medicina (y otros seis el de Literatura), aunque sólo uno de ellos por trabajos desarrollados enteramente en nuestro país. Sin embargo, la correlación entre el nivel de competencia de una institución científica y su número de laureados es indudable (Cambridge, Chicago, Columbia, el MIT, Harvard, Berkeley...).

La labor de las instituciones científicas y sistemas educativos es promover la aparición de mentes brillantes, proporcionando en primera instancia una formación y desarrollo de calidad y, posteriormente, atrayendo el talento. Para ello es necesario tener la capacidad de generar grupos de buen nivel que se muevan en un entorno con las mejores condiciones posibles. La ciencia actual es una empresa de equipos, no de individuos, y el objetivo fundamental de las instituciones científicas es favorecer la formación de estos equipos.

Hace unos meses presentamos en este blog una propuesta genérica de reformas para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tras la que desarrollamos los puntos de relativos a la gestión transparente y eficiente de los recursos de la institución.

En esta tercera y última entrega abordamos las restricciones más generales y fundamentales, derivadas de una estructura obsoleta, establecida para gestionar de modo autárquico los fondos destinados por el gobierno de turno para mantener una cierta actividad investigadora de carácter local e ideológicamente depurada. No es casualidad que la creación del CSIC coincidiese con la fuga de gran parte de nuestros mejores cerebros, incluyendo el de Severo Ochoa, el otro Premio Nobel científico español (de nacimiento) junto con Ramón y Cajal, que no pudo quedarse hasta completar su trabajo. Eran otras épocas, desde luego, pero el problema es el mismo: la fuga de cerebros continúa porque nuestro sistema es incapaz de atraerlos y mantenerlos.

El CSIC actual ya no es una institución ocupada y preocupada en controlar su propia actividad científica. Ahora el CSIC está esforzándose en promocionarla y maximizarla. Este cambio de orientación requiere cambios sustanciales en su estructura organizativa. De hecho, recientemente se ha dotado al CSIC de una estructura de Agencia, pero estos cambios han resultado insuficientes para modernizarlo, y la situación económica ha puesto de manifiesto su inoperancia. Entre otras cosas, la Agencia no ha supuesto ningún cambio en los procedimientos para la contratación y promoción de personal, de modo que sigue siendo francamente difícil promover el recambio de investigadores y técnicos, así como la colaboración entre grupos y centros.

Los procedimientos de contratación deben ser mucho más ágiles, flexibles y adecuados a la misión de la Institución, de manera que permitan atraer investigadores brillantes y técnicos altamente cualificados, necesarios para alcanzar los objetivos fijados en los Planes Estratégicos del CSIC, sin limitaciones insuperables de homologación de títulos, tiempos empleados previamente en contratos similares, o salarios, como ocurre actualmente.

Tras la incorporación, los sistemas de promoción profesional dirigidos a retener a los mejores no deben depender de la disponibilidad de plazas fijas, sino que la promoción debe ser continua, en función de la calidad en el desempeño de las funciones, tanto científicas como técnicas, en la capacidad de innovación y mejora, y en la captación de recursos externos.

La misión actual del CSIC requiere que la selección de sus recursos humanos se base en la meritocracia, esto es, el establecimiento de cambios significativos en las condiciones laborales y profesionales en función de los méritos relativos. Esto implica la evaluación periódica de la consecución de objetivos y/o los resultados de la investigación que colocan en una situación de relevancia la labor realizada en todas las escalas (individuos, grupos de investigación, centros, CSIC en su conjunto).

Actualmente hay un sistema para evaluar la productividad que repercute en el sueldo del personal del CSIC, pero que sigue dependiendo más del nivel administrativo y la antigüedad de cada uno que de los méritos reales alcanzados en un determinado periodo. Por último, la estabilización profesional debería ser una posibilidad realista al cabo de un periodo de contratos de larga duración evaluados periódicamente como satisfactorios, en lugar de ser, como ahora, un requisito ligado a ganar una plaza de por vida en un concurso-oposición.

Estos objetivos de modernización laboral, imprescindibles para atraer y consolidar el talento ya disponible a escala nacional y global, implican la necesidad de crear un cuerpo nuevo, funcionarial o no, que reconozca la especificidad de la misión investigadora en cuanto a las responsabilidades adquiridas al obtener los fondos necesarios para investigar. Y que estas responsabilidades se revisen periódicamente.

A escala del CSIC actual, y al margen de potenciar sistemas de contratación paralelos al sistema funcionarial mayoritario, se podría potenciar más la promoción interna del personal fijo con sistemas que faciliten la movilidad, basados en la promoción de la especialización y de la colaboración entre centros. La adscripción a centros podría ser más flexible, y el reparto de los incentivos económicos más ajustado a los objetivos fijados por los Planes Estratégicos y menos a criterios tales como la presencia física en el puesto de trabajo o la antigüedad en su desempeño.

Por último, el gobierno del CSIC debe ser independiente del gobierno de turno del país, y su estructura debe adecuarse a sus objetivos de avance de la ciencia y la tecnología. La gestión del CSIC no puede depender de una estructura piramidal jerárquica basada en cargos de designación política por el gobierno de España. Por el contrario, los gestores del CSIC deben responder ante el Parlamento, los colectivos gestionados (científicos, técnicos y personal de apoyo) y ante la sociedad en general, con base en el resultado de evaluaciones externas periódicas, transparentes e independientes, y con consecuencias reales en términos de incentivos y penalizaciones de importancia significativa.

La autonomía de gobierno es imprescindible para modernizar la institución, pues es la única manera de dotar de credibilidad el carácter vinculante de los Planes Estratégicos y los sistemas de contratación y promoción. Finalmente, la autonomía de gobierno del CSIC es condición necesaria para plantear objetivos a largo plazo, independientes de la situación política coyuntural que tiende a marcar horizontes cortoplacistas de 4 años más o menos teñidos de intereses partidistas. No es casualidad que los Planes Estratégicos del CSIC hayan pasado a denominarse ‘Planes de Actuación’, pues poca estrategia científica puede plantearse a tan corto plazo.

Sólo de esta manera, con programas científicos a largo plazo, será posible el desarrollo de una ciencia realmente de frontera, que no sólo aborde la adecuación del conocimiento disponible a la resolución de los problemas más acuciantes, sino que se anticipe a los problemas generando nuevo conocimiento más allá de la frontera del actual. Y la ciencia, como otras necesidades de la sociedad (educación, sanidad, desarrollo energético) tiene que estar bien planificada con programas pactados de ejecución a largo plazo.

Por seguir con la analogía, no se trata sólo de mejorar la eficiencia de los vehículos, sistemas energéticos o modos actuales de uso de la tierra, sino de diseñar los nuevos medios de transporte, fuentes de energía y sistemas de uso de la tierra que requiere nuestro planeta. Se deben establecer procedimientos que permitan a los diferentes agentes que participan en el desarrollo científico-tecnológico interaccionar con los cuerpos responsables de los planes de investigación, a escala regional, estatal y europea.

El CSIC debe ser autónomo, con una estructura moderna basada en la planificación vinculante evaluada en función de la excelencia y el mérito en la ejecución de objetivos científico-técnicos, y una gestión transparente basada en la eficiencia en la ejecución de los objetivos planificados. Para conseguir este objetivo se requiere un programa que abarque varios lustros y con el que todos los partidos políticos estén de acuerdo, y a buen seguro la mayoría de los científicos y ciudadanos.

Sin embargo, para alcanzarlo se requieren profundas reformas de varias leyes que impiden la modernización del sistema I+D+i español. Está, por tanto, en las manos de los partidos políticos un debate a fondo de la cuestión y una incorporación de sus propuestas a sus programas electorales. Tan imprescindible como necesario es el tan repetido pacto de estado sobre I+D+i, dado que posibilitaría la planificación estratégica a medio-largo plazo, vinculante e independiente de los gobiernos de turno. Sin este cambio de perspectiva, el camino hacia la excelencia de nuestra ciencia y tecnología no es viable.

Sólo un esfuerzo colectivo como el planteado puede conducirnos a que la ciencia y la investigación desarrolladas en este país estén al nivel necesario para cambiar a un modelo productivo basado en la innovación, similar a los países de nuestro entorno, que dé lugar al desarrollo de empleos estables y de calidad. Como todo objetivo común, debemos definirlo entre todos, encargárselo a los mejores, y supervisarlo y apoyarlo desde el Parlamento, sin supeditarlo a los intereses a corto plazo de los gobiernos de turno. La ciencia es de todos, y todos nos beneficiamos de ella.

Nota: este artículo se basa en el trabajo realizado por un grupo 37 investigadores del CSIC cuyos nombres se han reflejado en comunicados y notas prensa anteriores.comunicadosnotas prensa

Los genios capaces de realizar grandes descubrimientos científicos surgen en cualquier momento y lugar. Sin ir más lejos, dos españoles han obtenido el Premio Nobel de Fisiología y Medicina (y otros seis el de Literatura), aunque sólo uno de ellos por trabajos desarrollados enteramente en nuestro país. Sin embargo, la correlación entre el nivel de competencia de una institución científica y su número de laureados es indudable (Cambridge, Chicago, Columbia, el MIT, Harvard, Berkeley...).

La labor de las instituciones científicas y sistemas educativos es promover la aparición de mentes brillantes, proporcionando en primera instancia una formación y desarrollo de calidad y, posteriormente, atrayendo el talento. Para ello es necesario tener la capacidad de generar grupos de buen nivel que se muevan en un entorno con las mejores condiciones posibles. La ciencia actual es una empresa de equipos, no de individuos, y el objetivo fundamental de las instituciones científicas es favorecer la formación de estos equipos.