Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
El ébola llega a España: siete razones para el temor y una para tranquilizarse
España ha conseguido hacer historia de nuevo: gracias a una concatenación de negligencias políticas, médicas y administrativas, el primer caso conocido de contagio de virus del ébola fuera de África ha tenido lugar en Madrid.
Sin embargo, si uno lee los medios de comunicación mayoritarios, no parece que haya motivos para la alarma. Cierto es que, según el ABC, este virus era motivo de pánico cuando el brote empezó a extenderse por África; pero también concluían que el riesgo de contagio en España se podía descartar en la práctica. Cuando el gobierno decidió repatriar a dos misioneros infectados, el mismo periódico informaba de que el traslado estuvo rodeado de estrictos protocolos de seguridad que hacían que el riesgo de contagio fuera prácticamente inexistente. Tras producirse éste, sigue considerando que el riesgo de que se extienda a otras personas es “bajo”, por lo que basta con esperar sin alarmismos a que la infección remita por si sola.
Otros medios han publicado artículos similares (ver aquí, aquí y aquí) que explican de forma sencilla las características de la enfermedad y hacen hincapié en que su contagio se produce solo por contacto directo con los fluidos del enfermo, por lo que el riesgo de que se extienda en un país con una infraestructura sanitaria adecuada es mínimo. Incluso nosotros mismos explicamos, en un post anterior, que los modelos científicos sugerían que las probabilidades reales de que se originase una pandemia debida al ébola eran mínimas. En retrospectiva, y sin cambiar nuestro diagnóstico, debemos admitir que no considerábamos la posibilidad de que en un país de Europa occidental se alcanzase el nivel de negligencia que hemos presenciado en el nuestro.
¿Debemos temer al ébola, entonces? Hay varias razones por las que sí.
1. En contra de lo que se repite estos días, el miedo es una emoción imprescindible para nuestra seguridad y un elemento que no podemos ignorar en la toma de decisiones. Perder el miedo nos hace tomar decisiones estúpidas. Ignorar los temores de la población, o pensar que basta con repetir incesantemente las llamadas a la tranquilidad, tan solo los multiplica. En el otro extremo, claro está, debemos distinguir entre un nivel de miedo razonable para mantener esa tensión necesaria que nos ayuda a prevenir el riesgo innecesario y el pánico generalizado, que resulta altamente negativo en una situación de emergencia.
La actual crisis del ébola nace de una gestión pésima de los riesgos por parte de las autoridades política españolas – reflejada en una preparación inadecuada para prevenirlos y afrontar sus potenciales consecuencias. Su causa última fue, probablemente, una pérdida de respeto a la enfermedad y un exceso de confianza en la capacidad de nuestro sistema sanitario de suplir la carencia de medios causada por los recortes con voluntad e improvisación.
2. El ébola es un virus de baja transmisividad, pero es también muy virulento por lo que resulta muy abundante en el tejido muerto y los fluidos de las personas infectadas. Por ello, aunque el contagio solo ocurra por contacto directo con dichos fluidos o tejidos, para contenerlo es necesario mantener unas medidas de seguridad muy estrictas tanto en el tratamiento de los enfermos como con los cadáveres. Estas medidas no son fáciles de implementar en las regiones en las que el virus es endémico, debido a la falta de recursos médicos y a que es tradicional el contacto físico con los muertos en entierros y funerales. Si los brotes anteriores se extinguieron rápidamente, fue principalmente por la elevada mortalidad que causa el virus (hasta el 90%) y por su aparición en zonas rurales, donde los núcleos de población afectados se extinguían, o podían ser aislados, rápidamente. La expansión a zonas más pobladas, y finalmente a las ciudades, ha multiplicado el impacto del brote actual – ayudado, probablemente, por su menor virulencia y mortalidad.
En resumen: para evitar la transmisión del virus es imprescindible aislar a los pacientes antes de que sean sintomáticos, que es cuando pueden transmitir el virus.
3. Aun así, el riesgo de que se extienda a Europa es mínimo, si se implanta un control sanitario efectivo. Este no es del todo fácil, ya que la sintomatología inicial es similar a la de otras enfermedades, lo que ha llevado a errores en el protocolo de diagnosis, aislamiento y traslado, tanto en España como en EE.UU. (Curiosamente, los responsables sanitarios han respondido igual en Texas y en Madrid: acusando a los enfermos de haber causado y ocultado su contagio). La única forma de reducir este riesgo es tomarse muy seriamente la labor de establecimiento, implementación y mejora de los protocolos de actuación, destinando los recursos que sean necesarios. Algo que las autoridades sanitarias españolas, a juzgar por lo publicado hasta la fecha, han estado lejos de llevar a cabo.
4. Aun así, no se había producido la llegada de ningún enfermo a España hasta el momento en que el gobierno decidió, por dos veces, trasladar dos misioneros infectados. Ambos se encontraban en fase muy avanzada de la enfermedad, cuando el riesgo de contagio es máximo, y el tratamiento en España no ofrecía prácticamente ninguna mejora en sus probabilidades de curación – sobre todo, en comparación con la solución alternativa: destinar los cuantiosos fondos gastados en el traslado y tratamiento en un hospital de campaña, que hubiera podido ofrecer tratamiento “in situ” mucho más adecuado, a muchas más personas y en fases más tempranas de la enfermedad. (Resulta paradigmático que el tratamiento que se utilizado ahora proceda del suero de la hermana Paciencia, la enfermera a la que no se quiso repatriar con el misionero Miguel Pajares y que, tras superar allí la enfermedad, voló a Madrid para ayudar en el tratamiento de otros enfermos).
El gobierno nunca se molestó en explicar los motivos de esta decisión (¿motivos humanitarios? ¿afinidad política o religiosa? ¿el deseo de adquirir muestras de un virus de gran interés militar e industrial?), algo esperable dado que esta involucraba un riesgo relativamente bajo por las probabilidades de contagio, pero elevadísimo por sus potenciales consecuencias. En lugar de hacerlo, se limitó a minimizar la percepción de dicho riesgo ante la ciudadanía.
5. Hay que decir, en defensa del gobierno español, que varios gobiernos europeos más se han decantado por la repatriación del personal médico infectado. Pero hay que decir también que, a diferencia de esos gobiernos, el español no se había preocupado en mantener una infraestructura adecuada para utilizarla en caso de necesidad (por el contrario, había desmantelado el hospital de referencia, que hubo de ser puesto en funcionamiento a toda prisa, y había dejado bajo mínimos a los laboratorios que habían de procesar la muestras) y no se preocupó en revitalizarla suficientemente para la ocasión.
Todos los elementos de la cadena, desde el traslado en avión hasta el equipamiento del centro, el material usado por el personal sanitario, la formación de éste e incluso la organización de los turnos de trabajo, parecen inadecuados para el nivel de riesgo que se afrontaba (según denunció públicamente el blog de la AME). Esto ya habría sido grave de enfrentarse a un caso aparecido de forma inesperado; habría sido muy grave de enfrentarse a un caso relativamente predecible, meses después de que el brote de ébola se extendiera por varios países africanos; y fue increíblemente grave por tratarse de una decisión de repatriación que no era ni obligada ni imperiosa, sino condicional a que se cumplieran las condiciones de seguridad prometidas.
6. No sólo fallaron la preparación y equipamiento del personal sanitario que trató a los dos misioneros: falló estrepitosamente el protocolo de seguimiento. En lugar de dirigir rápidamente al personal y centro de referencia a una enfermera potencialmente expuesta al virus que reportó síntomas preocupantes, se le pidió que esperara en casa (¿a ver si hay suerte y no tenemos que salir en los periódicos?); y cuando ya tenía síntomas claros, se la envió en una ambulancia sin preparar y bajo el cuidado de un personal sin equipo de protección adecuado a un hospital que no estaba preparado para atenderla; y, una vez se había confirmado analíticamente que era ébola, se le hizo esperar durante varias horas más, exponiendo al personal sanitario que tuvo que tratarla con medios y preparación insuficientes a un riesgo innecesario, como denuncia el médico que le atendió en el Hospital de Alcorcón; y, una vez hecho todo esto, se actuó con nula diligencia para limpiar la vivienda, espacio hospitalario y ambulancia.
Todo esto indica que, tras el fallecimiento de los dos misioneros, los responsables sanitarios trataron de pasar página lo más rápidamente posible – y no se molestaron en gastar tiempo y dinero en crear la infraestructura necesaria para tratar los posibles contagios. Y si hubiera habido suerte, habría colado y no habríamos aprendido nada hasta la siguiente crisis.
7. Esta concatenación de negligencias ha hecho que España se acerque tanto como su situación de país desarrollado permite a la situación que David Heymann, descubridor del ébola, describía en una entrevista publicada (con titular también tranquilizador) en ABC: “Lo que ha sucedido en África es que el estallido del virus no se ha quedado en las zonas rurales, donde podría haberse aislado el pasado marzo, sino que ha llegado a zonas urbanas, donde es más difícil contenerlo [...] La situación ahora es muy complicada, pues los gobiernos de los países africanos están desbordados y además algunos no ofrecen confianza a la población”.
Pero hay un motivo importante para la tranquilidad:
8. El ébola es un virus muy peligroso, pero nada de lo que se ha descrito habría pasado sin el concurso de unas autoridades sanitarias absolutamente negligentes. Esta negligencia abarca desde la impericia de los políticos que toman las decisiones (la ministra Mato, por ejemplo, es licenciada en ciencias políticas y no tenía ninguna experiencia previa en el sector sanitario cuando fue nombrada ministra) hasta la prepotencia de quienes les asesoran, y no es ajena al servilismo de los medios de comunicación que las amparan con “mensajes tranquilizadores”. Combatir el ébola es, por tanto, sencillo: sólo hay que cambiar el funcionamiento de nuestro sistema sanitario, eliminando los puestos “de confianza” y sustituyéndolos por profesionales que sepan lo que se traen entre manos. Esperemos que las medidas que acaba de anunciar el Gobierno avancen en esa dirección.
¿Por qué no quieren que temamos al ébola? Porque no hay nada que podamos hacer individualmente: solo podemos exigir responsabilidades y no volver a permitir que pase algo similar. Y esa es, precisamente, la buena noticia: que está en nuestras manos hacerlo.
España ha conseguido hacer historia de nuevo: gracias a una concatenación de negligencias políticas, médicas y administrativas, el primer caso conocido de contagio de virus del ébola fuera de África ha tenido lugar en Madrid.
Sin embargo, si uno lee los medios de comunicación mayoritarios, no parece que haya motivos para la alarma. Cierto es que, según el ABC, este virus era motivo de pánico cuando el brote empezó a extenderse por África; pero también concluían que el riesgo de contagio en España se podía descartar en la práctica. Cuando el gobierno decidió repatriar a dos misioneros infectados, el mismo periódico informaba de que el traslado estuvo rodeado de estrictos protocolos de seguridad que hacían que el riesgo de contagio fuera prácticamente inexistente. Tras producirse éste, sigue considerando que el riesgo de que se extienda a otras personas es “bajo”, por lo que basta con esperar sin alarmismos a que la infección remita por si sola.