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La ecoansiedad en el país con tiempo para los dobladillos

26 de junio de 2024 06:01 h

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Alicia en el país de las Maravillas reúne muchos personajes excéntricos, pero quizá ninguno con el que identificarnos más que con el Conejo Blanco. Siempre pendiente del minuto en el que vive y siempre llegando tarde al minuto siguiente. Siempre apresurado, angustiado y molesto por la falta de tiempo. Hay muchos ensayos acerca del tiempo, sobre lo que es o no es, sobre cómo se mide, sobre cómo lo invertimos, pasamos o perdemos, si lo conciliamos, dedicamos, respetamos o nos lo tomamos. Cada año, al finalizar, se intercambian deseos de buena fortuna y entre aquellos que triunfan destacan los que desean más tiempo de recreo con las personas que se ama, ya que se vive en la insatisfacción permanente por las tareas y atenciones a las que nunca se llega debido al modelo económico que obliga a trabajar más y más para acumular bienes, que no bienestar, y pagar más y más servicios, prestaciones y ayudas. Nuestro reloj biológico se desajusta debido a hábitos alimentarios erróneos y horarios de sueño incorrectos impulsados por un modo de vida urgente. A medida que el mundo moderno nos desincroniza con nuestros ritmos naturales, caemos en la trampa de enfermedades graves como la obesidad, la hipertensión, la hiperlipidemia, la diabetes, el cáncer, y un largo etcétera. La falta de tiempo para reflexionar sobre las propias condiciones de vida no solo nos enferma individualmente sino también a escala social, amplificando las desigualdades. 

Utilizamos la palabra tiempo también para referirnos a las condiciones meteorológicas. Y las convergencias no solo conciernen a la palabra y su polisemia sino que sus consecuencias empiezan a converger: las disrupciones climáticas nos enferman y generan desigualdades. La falta de tiempo para reflexionar sobre el nuevo clima no nos deja ver los impactos que tiene sobre nuestra propia vida.

La ecoansiedad entendida como la respuesta al estrés que surge cuando se deben encarar todas las circunstancias de las crisis eco sociales, (las noticias de las sequias o incendios forestales, las advertencias sobre la pérdida de biodiversidad o la contaminación de los mares), causa desequilibrios tanto emocionales como fisiológicos. Pensar en que un día pueden desaparecer las abejas o las playas, que el petróleo se acabará, que el negocio del turismo cambiará, qué los precios de los alimentos subirán y tantas otras cosas cambiarán rápida y profundamente, no deja a nadie indiferente. Si el futuro que la ciencia dibuja es este, sería muy peligroso que se desoigan las alertas y que se siga escondiendo la basura en los océanos o en los países del Sur global.

Hasta ahora los criterios que han predominado en la toma de grandes decisiones han sido los fundamentalmente económicos, ya que en esta ecuación no entraban ni las emociones, ni el valor de los cuidados. Sin ambas cosas, nos movemos hacia el fin de las playas en agosto, de las tierras salvajes, de tradiciones debidas a las migraciones, de practicar deportes como el esquí o de disponer de aceite de oliva. Para muchos ha llegado el momento de dirigirnos hacia el fin de los mecanismos que nos hacen esclavos y esclavas de una mentalidad materialista que valora por lo que se posee y no por lo que se es. 

Concretar los problemas que van a surgir con el cambio climático en la vida diaria ayuda a identificar como impactan los comportamientos en la subida de la temperatura.

El cambio no puede producirse si no existe una preocupación, una conceptualización de la situación como problemática. Pero, ¿a quién no le importa cuidar de los suyos, a quién no le importa vivir más y con mejor calidad de vida, a quién no le importa respirar mejor aire, a quién no le importa comer más sano y beber agua más pura, a quién no le importa que sus hijas e hijos puedan estudiar en igualdad de condiciones o trabajar en aquello que les apasione, a quien no le importa que tengan mejores vidas y que puedan alcanzar las metas que se propongan?

Si no existe un motivo, una señal que nos indique que lo que se está viviendo puede ser considerado un problema, el comportamiento será el que ya se haya consolidado, por tradición, por familiaridad o por costumbre. La preocupación es poner la atención en encontrar una solución a aquello que nos importa: viviendas dignas, ciudades inclusivas, jornadas laborales que permitan vivir en plenitud, redes energéticas renovables, transporte público y verde, servicios de salud de calidad que promuevan la igualdad antes y después de los desastres climáticos que puedan producirse.

Muchas personas sienten y piensan que el cambio climático ya está presente, en las olas de calor, en la subida de las temperaturas, en la falta de lluvias y en general en el encarecimiento de los bienes que son necesarios para mantener la vida. 

Las inversiones económicas y sociales que hasta el momento se han retrasado por considerar que el cambio climático era cosa de otros países y de otro tiempo futuro, ya no pueden ser eludidas. Precisamente porque los resultados son y se sienten cada vez más cercanos, claros y catastróficos. La preocupación ecológica se siente en las intersecciones con las desigualdades económicas, de género o de raza, con los derechos humanos y la paz.

Identificar los ajustes que pueden hacerse para acomodar las acciones al sentimiento de hacer lo correcto por el planeta implica el coraje de levantarse ante el poder económico y encontrar los límites personales de la insumisión. El derribo de las barreras estructurales proponiendo normas y legislaciones que acompañen y hagan posible alcanzar la toma de conciencia pondrán en el centro la vida. El abandono de esta economía y de los valores materialistas que proclama plantea retos importantes a toda la humanidad. La aversión a la pérdida es un efecto bien estudiado en la psicología económica. Kahneman y Tversky, premios Nobel de Economía, encontraron que las personas son mucho más reacias a perder en el corto plazo que a valorar positivamente las ganancias a largo plazo. Las pérdidas se viven de manera más dolorosa y cualquier renuncia o sacrificio se sufre física y psicológicamente.

La toma de conciencia es el proceso que lleva a superar el pensamiento cortoplacista y a atravesar ese sentimiento desagradable que es la preocupación por la naturaleza, como muestra del amor por el planeta y de la compasión por los seres vivos. La ecoansiedad es el paso previo que incita a buscar las soluciones más adecuadas para disminuir la disonancia entre lo que debe hacerse y lo que se hace. Para dar ese paso hace falta no solo decisión, sino tiempo de reflexión. Un tiempo para experimentar el conflicto emocional que supone callarse las condiciones precarias y abusivas o las prácticas de lavado verde a las que la ciudadanía se ve sometida puede conducir a encontrar las raíces comunes de los monstruos que pueblan las vidas. Mientras que las soluciones al cambio climático se planteen únicamente como un problema de dinero que puede ser abordado a través de la toma racional de decisiones maximizando la utilidad, las ventajas y el interés económico propio o del grupo, y no se conecte con las estructuras sociales y culturales que permiten mantener esas estructuras de poder solo se estarán poniendo parches insuficientes, temporales y deficientes.

Las relaciones socioeconómicas determinadas por la división sexual del trabajo imposibilitan a la mitad de la población alcanzar su máximo potencial de crecimiento debido a los roles y responsabilidades que la cultura tradicional delega en ellas. Estas tareas aumentan la carga de trabajo y por tanto el tiempo que se dedica a las tareas del mantenimiento del hogar y los cuidados. El cambio climático representa una gran oportunidad para que las mujeres lideren el cambio ya que las funciones que realizan están estrechamente ligadas a áreas básicas de las transiciones verdes, como el ahorro de la energía en los hogares, el consumo alimentario, la planificación de necesidades y el mantenimiento de las redes sociales y comunitarias.

Encontrar tiempo para lo importante, para la gestión de las emociones y para cambiar de hábitos, pasa por desafiar la cultura hegemónica, los roles y estereotipos en los que nos vemos atrapadas y atrapados. Requiere superar muchas barreras psicológicas, tomar conciencia de que el cambio climático está pasando aquí y ahora, y de que lo que hagamos hoy es un regalo para el futuro. Lo que ofrecemos a los seres que amaremos, hijos, hijas y nietos y nietas es nada menos que tiempo. Un tiempo que podrán dedicarlo a lo que decidan, sea prepararse para una maratón, visitar un museo o coser un dobladillo.

Alicia en el país de las Maravillas reúne muchos personajes excéntricos, pero quizá ninguno con el que identificarnos más que con el Conejo Blanco. Siempre pendiente del minuto en el que vive y siempre llegando tarde al minuto siguiente. Siempre apresurado, angustiado y molesto por la falta de tiempo. Hay muchos ensayos acerca del tiempo, sobre lo que es o no es, sobre cómo se mide, sobre cómo lo invertimos, pasamos o perdemos, si lo conciliamos, dedicamos, respetamos o nos lo tomamos. Cada año, al finalizar, se intercambian deseos de buena fortuna y entre aquellos que triunfan destacan los que desean más tiempo de recreo con las personas que se ama, ya que se vive en la insatisfacción permanente por las tareas y atenciones a las que nunca se llega debido al modelo económico que obliga a trabajar más y más para acumular bienes, que no bienestar, y pagar más y más servicios, prestaciones y ayudas. Nuestro reloj biológico se desajusta debido a hábitos alimentarios erróneos y horarios de sueño incorrectos impulsados por un modo de vida urgente. A medida que el mundo moderno nos desincroniza con nuestros ritmos naturales, caemos en la trampa de enfermedades graves como la obesidad, la hipertensión, la hiperlipidemia, la diabetes, el cáncer, y un largo etcétera. La falta de tiempo para reflexionar sobre las propias condiciones de vida no solo nos enferma individualmente sino también a escala social, amplificando las desigualdades. 

Utilizamos la palabra tiempo también para referirnos a las condiciones meteorológicas. Y las convergencias no solo conciernen a la palabra y su polisemia sino que sus consecuencias empiezan a converger: las disrupciones climáticas nos enferman y generan desigualdades. La falta de tiempo para reflexionar sobre el nuevo clima no nos deja ver los impactos que tiene sobre nuestra propia vida.