Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Guía práctica contra el negacionismo más pertinaz
La lucha contra la crisis que nos asola requiere soluciones que no son fáciles de implementar, entre otras razones porque en Occidente nos vamos a ver obligados a decrecer nuestro consumo energético. A la par que se exploran métodos, caminos o posibles fórmulas a seguir, hay una tarea que es fundamental: abrir los ojos a todas esas personas a las que intereses particulares y egoístas mantienen abducidas en el idioceno, ya sea mediante la negación de la crisis o restándole importancia. Esta tarea recae sobre los hombros del ciudadano común, es decir, de todos y cada uno de nosotros tal y como ya venimos advirtiendo. Como prometimos en un post anterior, en lo que sigue vamos a ofrecer una guía práctica para combatir los principales mantras del negacionismo, escrita desde el deseo de que pueda resultar de utilidad.
En verano siempre hace calor
El primer mantra del negacionismo es el que directamente niega el cambio climático, lo que en mitad de los sofocos veraniegos suele expresarse, abanico en mano, recitando el ya famoso “en verano siempre hace calor”. Efectivamente, por estas latitudes en verano suele hacer mucho calor, y hasta puede que en 1967 en Valdecojoncillos del Marqués llegasen a los 47 grados, como dice El Descampao con su gracejo habitual. E incluso podría haber ocurrido que en 2023 las noches hubiesen sido más fresquitas de lo habitual.
Para alimentar este mantra circulan por las redes fotos de los años 60 con termómetros a pleno sol que marcan 50º, o recortes de periódicos antiguos alertando de terribles olas de calor. Estas “supuestas evidencias”, además de ser fake en un alto porcentaje, no tienen validez científica alguna pues para comparar medidas, en este caso de temperatura, estas tienen que ser equiparables. Cualquiera puede entender lo que esto significa sin más que medir la temperatura en una habitación orientada al norte, y al día siguiente medirla en otra habitación que mira al sur, a pleno sol y con la persiana alzada. O utilizar un termómetro diferente cada día, uno de hace 40 años y otro digital de nueva generación. ¿Podríamos afirmar que un día ha hecho más calor que el otro? No, no podríamos. Las medidas que hemos hecho no son comparables porque ni han sido realizadas bajo las mismas condiciones, ni con termómetros que respondan de la misma manera. A los negacionistas hay que explicarles que estas “evidencias” que circulan por las redes son extraordinariamente burdas, y quien las hace circular se aprovecha de la credulidad y el desconocimiento de muchas personas en temas que son complejos. Es decir: está faltando al respeto que toda persona merece. Se está riendo de ellas.
Además del requerimiento básico de tener medidas que sean comparables, es importante explicar que cuando hablamos de “calentamiento global” nos referimos a la temperatura promedio del planeta. El matiz “promedio” es importantísimo pues el Sistema Tierra es único; todo está conectado con todo a través de una multitud de procesos muy complejos, los océanos, la atmósfera, los ríos, los seres vivos que formamos la biosfera… Es así posible que en un año determinado haya sitios más fríos de lo que ha venido siendo habitual, mientras que en otros se están batiendo récords de temperaturas máximas. Y también es posible que un año resulte ser más frío que el anterior. Lo que determina que existe un calentamiento global es la evolución de la temperatura media del planeta a lo largo de los años. Un estudio que sólo pueden llevar a cabo las grandes instituciones científicas del mundo al ser las únicas que disponen de los medios adecuados, fiables y robustos para hacerlo. También se requiere tener conocimientos matemáticos para hacer el tratamiento adecuado de los datos sin propinar severas patadas a la estadística más básica, como hemos visto hacer en algunos programas televisivos en prime time mostrando nuevamente una absoluta falta de respeto, en este caso a sus espectadores.
Figura 1
En la figura 1, descargada de la página web de NASA, se muestra la evolución de la temperatura media del planeta en los últimos 140 años. Concretamente se trata de la diferencia de la temperatura media de un año determinado en relación al valor promedio durante el periodo 1951-1980. Que el planeta se está calentando es más que obvio en esta figura.
Para disipar cualquier tentación del negacionista pertinaz a recurrir a estrambóticas teorías conspiranóicas que involucren a los científicos de NASA, recordamos que el enviado especial de China para el cambio climático, Xie Zhenhua, ha sido galardonado en 2022 por la Fundación Nobel Sustainability Trust por su trabajo en la lucha contra la crisis climática, y lo ha agradecido puntualizando que es un reconocimiento a los esfuerzos que está haciendo China en la lucha contra la crisis climática. Por su parte el presidente ruso, Vladimir Putin, ha sido reticente a admitir el origen antropogénico de la crisis climática hasta hace muy pocos años, cuando lo abrumador de la evidencia le ha obligado a admitir que el calentamiento global es un problema global grave causado en gran parte por la actividad humana. ¿Hay alguien que pueda creer en una conspiración internacional en la que participan USA, China y Rusia, manteniendo a sueldo a la inmensa mayoría de los científicos del mundo?
En nuestro país también hemos visto un cambio del discurso negacionista. De hacer chanzas sobre el cambio climático en 2007, Mariano Rajoy pasaba a considerarlo un “grave problema mundial” 8 años más tarde: “cuando uno se equivoca lo mejor es rectificar y yo he rectificado muchas veces en la vida porque me equivoco a menudo, aunque es mejor que me equivoque cuantas menos veces mejor”. Una cita fantástica que todos podríamos suscribir porque ¿quién no se ha equivocado muchas veces en su vida?
“Nosotros no negamos que se está calentando el planeta porque hay que ser estúpido para decir eso”. Quien se expresa con esta contundencia es Julio Utrilla, representante de VOX en una reunión reciente organizada por la Confederación de Sociedades Científicas de España con representantes de los distintos partidos políticos, como puede verse en este link (1h:46m). En su partido han pasado de negar que el planeta se está calentando a negar que el más que obvio calentamiento (“hay que ser estúpido para negarlo”) sea de origen antropogénico, un nuevo mantra que rebatimos más adelante.
El clima siempre ha cambiado
¡Por supuesto que el clima siempre ha cambiado! De ser una bola de fuego hace 4.500 millones de años la Tierra ha pasado a ser un planeta pletórico de vida (para un pequeño resumen de esta extraordinaria historia ver aquí). El clima de la Tierra no ha dejado de cambiar a lo largo de todo este tiempo por numerosos y variados factores, algunos de origen interno como la reconfiguración de continentes y océanos, las explosiones de los volcanes o la evolución de la biosfera, junto a otros de origen externo como son los ciclos de Milankovitch, el alejamiento de la Luna (que va alargando la duración del día), la actividad solar, o los meteoritos que se estrellan contra el planeta. Todos estos factores son sobradamente conocidos por la comunidad científica y han sido estudiados a fondo.
Muchos de estos factores tienen lugar en escalas temporales larguísimas, de millones de años, como es el caso de la reconfiguración de los continentes y las grandes masas oceánicas. Otros se producen en escalas de tiempo más cortas como los ciclos de Milankovitch, nombre que reciben las variaciones en la irradiancia que recibimos del sol debido al efecto combinado del tirón gravitacional que ejerce el conjunto de astros del sistema solar sobre la Tierra. Los ciclos de Milankovitch se suceden en periodos de decenas de miles de años, y hacen que los hemisferios terrestres no estén siempre a la misma distancia del Sol para la misma época del año, ni muestren la misma inclinación. Se les considera los responsables de las grandes glaciaciones cíclicas que se han ido sucediendo durante el Cuaternario. En cualquier caso, estos factores que actúan sobre periodos de tiempo tan largos no pueden ser los responsables del calentamiento actual, dado que este se está produciendo en una escala temporal de decenas de años. Podemos por tanto descartarlos por completo.
Para buscar el origen del actual incremento de temperatura tenemos que buscar qué factores operan en escalas de una magnitud temporal similar. Uno de ellos podría ser el ciclo de manchas solares de 11 años, notando que es una escala inferior a la del calentamiento actual. En cualquier caso el ciclo solar no es capaz de explicar el incremento de temperatura porque la variación de la radiación que nos ha llegado del Sol a lo largo de cada ciclo, perfectamente registrada durante el último siglo, es muy pequeña. Superponiéndose a este ciclo solar corto parece haber otros ciclos más largos cuyo efecto acumulativo sí podría tener una influencia más apreciable en el clima. Tenemos un ejemplo en el Mínimo de Maunder, un periodo cercano a un siglo en el que hubo una casi total ausencia de manchas solares que ha sido relacionado con la Pequeña Edad de Hielo. De hecho, estos ciclos largos de variaciones en la actividad solar, junto a la actividad volcánica, son considerados los principales responsables de las oscilaciones de la temperatura media global durante los últimos 2.000 años. Pero tampoco son capaces de explicar el brusco incremento de la temperatura actual, que volvemos a mostrar en la siguiente gráfica, por una razón bien sencilla: ni la actividad volcánica ha sido extraordinaria durante el último siglo, ni tampoco lo ha sido la actividad solar como se observa en esta otra gráfica. Todos los estudios llevados a cabo por la comunidad científica coinciden en señalar que no hay ningún factor ajeno a la actividad humana que sea capaz de explicar el brusco calentamiento observado durante las últimas décadas.
En el pasado hizo mucho más calor que ahora
La temperatura alcanzada tras la revolución industrial no sólo es superior a la que se ha medido por distintos métodos para los últimos 2.000 años, sino a todo el periodo de 12.000 años que se extiende desde que acabó la última glaciación, según se detalla en un estudio reciente. No obstante, sí es cierto que en un pasado más lejano hubo épocas mucho más calurosas que la actual, aunque debemos remontarnos millones de años en el tiempo para encontrarlas. Una de estas épocas fue el reinado de los dinosaurios, trágicamente terminado hace 66 millones de años por el impacto de un meteorito. Por aquella época en la Tierra había un único supercontinente, Pangea, rodeado por un único océano, Pantalasa, siendo la temperatura media varios grados superior a la actual. Ni que decir tiene que tanto la flora como la fauna estaban perfectamente adaptadas a un planeta que era muy diferente al actual, un planeta en el que los primates aún no habíamos hecho acto de presencia.
Durante los últimos millones de años nos hemos ido adentrando en una época fría a raíz de la fragmentación del supercontinente Pangea, y de la configuración y posición en el globo que han ido adoptando los continentes y las grandes masas oceánicas, entre lo que destaca la formación de los dos casquetes polares cubiertos permanentemente de hielo. La lenta evolución del clima ha ido de la mano de una evolución acorde de la flora y de la fauna, que se ha ido adaptando (aclimatando) al medio.
Las variaciones de lo vivo y de lo inerte en la Tierra están íntimamente relacionadas, evolucionan conjuntamente, siendo esta una característica fundamental de la biodiversidad. Ni que decir tiene que esta evolución tiene lugar en escalas de decenas de miles de años. La biosfera no es capaz de adaptarse a un cambio tan rápido como es el calentamiento actual. De hecho, cada vez que han acaecido fenómenos abruptos como la explosión de un supervolcán, o el impacto de un gran meteorito, se han saldado con extinciones masivas de especies.
No somos los responsables del calentamiento global
La biosfera tiene una poderosa influencia en el clima al igual que la tenemos los sapiens, parte de la biosfera. En particular, hemos dejado una huella notoria tras la revolución industrial debido a la quema indiscriminada de combustibles fósiles, al arrojar cantidades gigantescas de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
En el manual del negacionista se lee que “el CO2 es beneficioso para la vida”, nuevamente una obviedad que no aporta nada al debate excepto confundir, que es lo que pretende. El CO2 es, de hecho, absolutamente necesario para una vida basada en el carbono como es la vida terrestre. En el proceso de fotosíntesis de las plantas por el que estas adquieren energía para sus procesos vitales, consumen CO2 y expulsan oxígeno. El CO2 no sólo es necesario para las plantas, situadas en la base de la cadena alimentaria, también lo es para mantener la cantidad de oxígeno en la atmósfera, otro elemento imprescindible para la vida terrestre. Pero la importancia del CO2 va más allá: sin los gases de efecto invernadero la temperatura promedio del planeta sería de unos gélidos -18ºC en lugar de los 15ºC de media que disfrutamos.
No obstante, y tal y como ocurre con todo en esta vida, en la cantidad justa está la virtud. La energía que nos llega del Sol, imprescindible para mantener nuestras funciones vitales, es irradiada de vuelta al espacio manteniendo al planeta en lo que se denomina un “equilibrio energético”. Al aumentar bruscamente el contenido de CO2 en la atmósfera durante los últimos decenios este balance energético se ha roto, acumulándose una gran cantidad de energía que no ha sido devuelta al espacio. Esta energía “de más” se ha ido almacenando en los océanos en un 89%, para mayor preocupación de los expertos que conocen lo peligrosísimo que es el calentamiento de las grandes masas oceánicas. Aquí y aquí podemos ver la evolución diaria de la temperatura media de la superficie de los océanos y de la atmósfera, respectivamente.
¿Pero cómo sabemos que el CO2 es el principal responsable del desbalance energético? Como decíamos al rebatir uno de los mantras anteriores, durante el último siglo no ha habido una actividad volcánica extraordinaria que haya podido incrementar de manera brusca el contenido de vapor de agua en la troposfera (otro gas de efecto invernadero), ni tampoco anomalías en la irradiancia solar capaces de provocar el desbalance energético medido. Lo que sí sabemos es que hemos quemado cantidades gigantescas de combustible fósil que han aumentado el contenido de CO2 en la atmósfera. Sin necesidad de entrar en detalles ni en cálculos complejos, hay una manera de comprobarlo de lo más sencilla: ver cómo ha ido evolucionando el contenido de CO2 en el tiempo, y cómo correlaciona esta evolución con el incremento de la temperatura.
Un par de grados más de temperatura no nos van a matar
Además de ser un disparate, este mantra es una falta de respeto intolerable a quienes ya están muriendo por culpa del calentamiento global. El pasado verano más de 60.000 personas murieron de calor en Europa, 12.000 de ellas en nuestro país. El calentamiento global también está matando de hambre y sed, al provocar una desertificación acelerada tal y como ya está sucediendo en muchos lugares de África. UNICEF advierte que millones de niños están en peligro de muerte por la sequía, que irá haciéndose más severa conforme las temperaturas medias globales continúen su escalada. Llegados a este punto cualquier bromita sobre calentólogos y la religión climática ofende: no tiene ni la más puñetera gracia.
El calentamiento global mata de muy diversas maneras, entre otras por los episodios meteorológicos extremos. El desbalance energético hace que la atmósfera, en continua interrelación con el océano, disponga de mucha más energía, lo que se traduce en que el número de huracanes, tifones, granizadas, grandes nevadas, o ciclones, es decir, de episodios altamente energéticos no sólo se multipliquen sino que aumenten su intensidad. Nos estamos habituando a las noticias sobre tormentas torrenciales inesperadas, sobre grandes riadas, tornados, incendios pavorosos… y no deberíamos, pues tras cada una de estas noticias hay devastación, dolor y muerte. La impudicia de los necios también la hemos sufrido este otoño, impasibles ante el bloqueo omega que ha traído devastación y muerte a España, Grecia, Bulgaria y Turquía. Una simple “gota fría”, según los voceros a sueldo del negacionismo, auténticos guardianes del idioceno. El desbalance energético continuará incrementándose mientras no dejemos de quemar combustibles fósiles, y con este desbalance aumentarán la frecuencia e intensidad de estas tragedias. Es importante dejar claro que estos fenómenos no son nuevos: siempre ha habido gotas frías, y tornados, y ciclones, y grandes nevadas… Pero el cambio climático hace que la atmósfera se vuelva más “energética”, lo que aumenta la frecuencia con la que estos episodios se suceden, además de aumentar la propia energía que descargan, su intensidad. Esto es algo que no sólo sabemos desde la ciencia: lo estamos comenzando a comprobar de una manera dramática.
En definitiva, un par de grados más tiene consecuencias gravísimas pues disloca el clima y rompe el equilibrio de la biosfera. No se trata pues de “acostumbrarse”, como puede hacerlo alguien de Santander que se muda a vivir a Sevilla. Es algo muchísimo más complejo pues la ruptura del equilibrio trae consigo, entre otros muchos problemas, un severo riesgo de la seguridad alimentaria.
Las políticas verdes solo persiguen hundirnos económicamente
Las políticas verdes tratan de frenar esta deriva, no sólo tratando de minimizar (idealmente, de impedir) la quema de combustibles fósiles, sino también cuidando un medio ambiente que debe adaptarse, en la medida de lo posible, a la nueva situación. En el caso concreto de España, país que por su localización sabemos que va a sufrir un severo proceso de desertificación ya en curso, el empecinamiento en mantener el regadío en lugar de aclimatarnos a una agricultura de secano es uno de los múltiples absurdos que debemos combatir. Se trata de adaptarnos a la realidad, en lugar de seguir utilizando un modelo productivo que depende de un agua que no es que no vayamos a tener en el futuro, sino que ya no tenemos ahora; un modelo que degrada y agota el suelo, abocando a la escasez de alimentos y el empobrecimiento de las comarcas rurales en unas pocas décadas. Las nuevas prácticas ecológicas propuestas por las políticas verdes que denuestan algunos son clave para luchar contra el hambre, y están demostrando su capacidad de ser llevadas a la práctica en cooperativas de nuestro país. En paralelo, la comunidad científica continúa investigando en esta área, crítica para nuestra supervivencia (ver aquí y aquí).
¡Por supuesto que tenemos que salir de la zona de confort! Pero no por el capricho de cuatro dementes que han sido abducidos por unas élites globalistas, tal y como afirma la delirante teoría del manual del negacionista, sino por pura responsabilidad hacia las generaciones venideras. Por pura decencia, vamos. Podemos seguir quemando combustibles fósiles, derrochando agua y esquilmando el medio ambiente, pero el precio que pagaremos será dejar en herencia un escenario de mad max a las generaciones venideras (o a nosotros mismo, dentro de no muchos años). ¿Quién en su sano juicio querría llevar esa carga sobre su conciencia?
Sobre este blog
Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
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