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I+D+i en España: falla la inversión, no el rendimiento

Luis Santamaría, Mario Díaz, Fernando Valladares, Joaquín Hortal, Miguel A. Rodríguez Gironés, Adrián Escudero

La semana pasada, tres de los autores que firman este post publicaron un artículo en la revista Science en el que hacían una revisión crítica de la política de I+D+i seguida por este Gobierno. El artículo, que coincidió con las movilizaciones convocadas por el colectivo Carta por la Ciencia en defensa de la ciencia española, ha tenido una considerable repercusión en los medios de comunicación.

Uno de los aspectos que más nos sorprendieron durante el seguimiento inicial de este artículo fue la insistencia de los medios de comunicación en considerarlo como un artículo de opinión o una carta. Obviamente, no era tal, sino un artículo científico sometido a revisión por pares y al escrutinio de varios editores, centrado en el análisis de políticas como es habitual en la sección Policy Forum de Science. La sorpresa de nuestros medios cuando les informamos de la naturaleza del artículo, o cuando ellos la constataron al revisar la extensa documentación que la revista puso a su disposición, no es anecdótica. Es, más bien, un reflejo de la realidad de nuestro país. En España, los informes de asesoramiento y el análisis de políticas están tan politizados que nadie concibe como práctica normal la existencia de un debate no partidista, basado en el análisis de datos y en la comparación con la experiencia de otros países. Esta realidad queda registrada, incluso, en nuestra lengua: mientras en Inglaterra diferencian la descripción más común de política, en el sentido de dedicarse a la política o de hablar de política (politics), de la definición de principios o normas para guiar las decisiones y alcanzar resultados racionales (policy), todo esto queda englobado en castellano bajo el paraguas de un término (política) en el que doctrina, racionalidad y acción se confunden sin matices.

Y ¿cuál era el mensaje que se deduce de nuestro trabajo? Se podría resumir en un titular: En España, aumentar la inversión pública en I+D es un excelente negocio. Recortarla, un suicidio. Este mensaje encapsula el análisis de los antecedentes, objetivos e instrumentos de la política española de I+D+i, conforme se establecen en la Estrategia Española de de Ciencia y Tecnología y de Innovación 2013-2020 y en el Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación 2013-2016, que la desarrolla. Vayamos por partes.

¿Cuáles eran los antecedentes de la estrategia de I+D+i, según el ministerio liderado por De Guindos? Podrían resumirse en este mensaje, reiterado de forma preparatoria en los medios de comunicación: España no ha aprovechado el gran esfuerzo de financiación de la última década, ya que genera muchas publicaciones pero de escasa calidad y no transforma su conocimiento en innovación empresarial. El mensaje se ha basado en análisis de una serie de indicadores de cantidad y calidad de la investigación e innovación que, a nuestro juicio, adolecen de dos sesgos importantes: no tienen en cuenta ni el aspecto histórico (“de dónde venimos”) ni las condiciones de trabajo (financiación, personal e infraestructuras) característicos de los diferentes países. Además, utilizaban como criterios de calidad variables de difícil acceso y por tanto escasa transparencia (como la “tasa de excelencia” ER calculada por Scimago, una empresa española asociada a la editorial Elsevier) o con una gran inercia temporal (como el número de citas o el índice H, que tiene un “retraso” de varios años hasta que se estabiliza la medida, lo que las hace muy inadecuadas para medir cambios a corto plazo, como la respuesta al aumento de la inversión en I+D+i en España).

Elegimos por ello tres variables muy sencillas y de fácil acceso: el número de publicaciones científicas, el número de publicaciones en las revistas Science y Nature (variable que, agregada a nivel de país, predice el 98% y el 96% de la variación en el número de citas y el índice H, sin presentar los problemas de inercia de éstas últimas) y el número de patentes internacionales (restringiéndonos a la familia TPF). Como nuestro propósito era comparar España con varios países de referencia (Alemania, Francia, Reino Unido y EEUU), corregimos estas tres variables para el número de habitantes (para evaluar la “producción bruta”) y para el gasto total en I+D+i (para evaluar la “eficiencia” con que la inversión en I+D+i se traduce en producción científica y tecnológica) de cada país.

El resultado contradice abiertamente el discurso oficial de “mucha ciencia pero de escasa calidad”, y cuestiona la conclusión de que en España no ha mejorado la transferencia de conocimiento o la innovación.

Veamos primero la evolución de estas cuatro variables. El gasto total en I+D+i (que la base de datos de la UNESCO ofrece bajo el acrónimo GERD, “gross domestic expenditure on R&D”) se triplicó entre 1998 y 2008. En ese mismo período, tanto la producción científica (número de artículos científicos) como la calidad científica (número de artículos en Science y Nature) y la innovación (número de patentes TPF) reaccionaron por igual, duplicándose. Es más: la calidad científica, que muestra un retraso mayor en responder a la mejora en la financiación, casi se triplicó entre 2003 y 2012. En resumen: si consideramos la situación de partida, el sistema español de I+D+i ha mostrado una mejora mayor o similar en la calidad de la investigación y el grado de transferencia tecnológica, que en la producción científica (cantidad de artículos).

Evolución de la financiación y la producción del sistema español de I+D+i durante los últimos 15 años. Fuentes: Web of Knowledge, UNESCO, OCDE.

¿Y en comparación con otros países de nuestro entorno? Veamos las cifras por habitante. En 2008 (cuando se alcanzó el “pico” de nuestro esfuerzo de financiación), España invertía en I+D+i entre un 31 y un 66% menos que Francia, Alemania, Reino Unido y EEUU, tenía entre un 15 y un 26% menos de personal dedicado a esta actividad, y mostraba una contribución de la inversión privada al gasto total en I+D+i comparable a la de Reino Unido y ligeramente (11-22%) inferior al resto. Esto es, en contraste con el discurso del ministro De Guindos y de las afirmaciones de la secretaria de estado Carmen Vela, la baja contribución de la inversión privada es un problema mucho menor que la baja inversión pública y la crónica escasez de personal. En ese mismo año, España producía entre un 6 y un 47% menos de artículos científicos, entre un 51 y un 83% menos de artículos en Science y Nature, y entre un 64 y un 89% menos de patentes que estos países de referencia.

Desolador. Aunque ¿notan la coincidencia entre los porcentajes de diferencia en producción y en inversión en I+D+i? Pues sí: cuando calculamos la eficiencia con que el sistema español de I+D+i “transforma” la inversión en I+D+i en producción científica y tecnológica, las cosas se ven de una forma bien diferente. Si excluimos al Reino Unido, que alcanza un desempeño sorprendente en ciencia, España se mide razonablemente bien con los países más destacados. Su producción científica por dolar invertido es superior a la de Francia y Alemania, y llega a duplicar la de EEUU. El número de artículos en Science y Nature por dolar invertido es tan solo un 10% menor al de Alemania. Y la producción de patentes por dolar invertido, aunque muy inferior a la de Alemania y Francia, es tan solo un 4% menor que la de EEUU.

El mensaje parece, de nuevo, claro. Parafraseando a James Carville, estratega del expresidente Clinton: ¡Es la economía, idiota! Aunque España aún puede mejorar mucho en I+D+i, el principal limitante al que se enfrenta en la actualidad es, sin duda, la falta de financiación. Recortarla es, por tanto, irracional desde el punto de vista económico - para la investigación pública y para la empresa. Eso es lo que dicen los datos: ahora solo habría que obrar en consecuencia.

Desempeño del sistema español de I+D+i, en comparación con cuatro países de referencia.

Fila superior: producción por habitante. Fila inferior: eficiencia (producción por dolar invertido). Columna izquierda: producción científica (número de publicaciones por año en revistas científicas incluídas en WoK). Columna central: calidad de la producción científica (número de publicaciones por año en las revistas Science y Nature). Columna derecha: innovación (número de patentes internacionales TPF por año).Fuentes: Web of Knowledge, UNESCO, OCDE.

La semana pasada, tres de los autores que firman este post publicaron un artículo en la revista Science en el que hacían una revisión crítica de la política de I+D+i seguida por este Gobierno. El artículo, que coincidió con las movilizaciones convocadas por el colectivo Carta por la Ciencia en defensa de la ciencia española, ha tenido una considerable repercusión en los medios de comunicación.

Uno de los aspectos que más nos sorprendieron durante el seguimiento inicial de este artículo fue la insistencia de los medios de comunicación en considerarlo como un artículo de opinión o una carta. Obviamente, no era tal, sino un artículo científico sometido a revisión por pares y al escrutinio de varios editores, centrado en el análisis de políticas como es habitual en la sección Policy Forum de Science. La sorpresa de nuestros medios cuando les informamos de la naturaleza del artículo, o cuando ellos la constataron al revisar la extensa documentación que la revista puso a su disposición, no es anecdótica. Es, más bien, un reflejo de la realidad de nuestro país. En España, los informes de asesoramiento y el análisis de políticas están tan politizados que nadie concibe como práctica normal la existencia de un debate no partidista, basado en el análisis de datos y en la comparación con la experiencia de otros países. Esta realidad queda registrada, incluso, en nuestra lengua: mientras en Inglaterra diferencian la descripción más común de política, en el sentido de dedicarse a la política o de hablar de política (politics), de la definición de principios o normas para guiar las decisiones y alcanzar resultados racionales (policy), todo esto queda englobado en castellano bajo el paraguas de un término (política) en el que doctrina, racionalidad y acción se confunden sin matices.