Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
Madres felices y maternidades diversas para una sociedad mejor
Hay un mantra que resuena mucho últimamente, tanto en redes, como en la calle: “trabajar como si no estuvieras criando, y criar como si no tuvieras trabajo”. En el trabajo, como en casi todo, a la mujer se le demanda más que a los hombres, teniendo que demostrar continuamente que son suficientemente buenas para un puesto. Siempre hay una oportuna excusa que hace que una buena profesional sea ligeramente inferior a su homólogo masculino, y que su talento dé de lleno con un indeseable techo de cristal; un sesgo invisible que se traduce en números, y hace que el mejor candidato tenga nombre de varón. Esto podría en parte explicar que, aunque haya más mujeres trabajadoras con estudios superiores y obtengan mejores resultados en la universidad, haya menos en puestos de responsabilidad en instituciones de enseñanza e investigación, por poner un ejemplo que en Ciencia Crítica conocemos bien y que ya hemos retratado en otra ocasión. Algo que salta a la vista en las conocidas gráficas en tijera que caracterizan la carrera científica. A igual formación, a las mujeres en promedio también se les paga menos, es lo que se define como brecha salarial. Y las mujeres siguen estando menos presentes en los mejores puestos profesionales; sigue habiendo menos catedráticas, profesoras de investigación, jefas de departamento y directoras de instituto. Si me apuras, siguen siendo menos galardonadas con premios de gran prestigio, como los Nobel o, a nivel nacional, los premios Princesa de Asturias. Estos sesgos son claros en otros muchos campos profesionales; valga como ejemplo ilustrativo el número de primeras ministras a nivel global; es puramente testimonial. No hay color en cuanto al reparto de poder se refiere.
Sabemos que el análisis de por qué hay un techo de cristal daría para varias tesis doctorales y decenas de libros de divulgación. Sin embargo, las razones de por qué a las mujeres les cuesta más llegar a los puestos de responsabilidad y de decisión, podrían relacionarse con el hecho también indiscutible de que son las mujeres las que más habitualmente reducen su jornada o interrumpen su vida laboral para dedicarse al cuidado de ancianos, dependientes o menores. Es una sombra sobre las mujeres, que las hace parecer menos comprometidas con su trabajo y menos disponibles para cumplir sus funciones; algo que merma sus posibilidades laborales incluso si nunca llegan a encontrarse en estas situaciones. Y esto pese a estar también probado que las madres no son menos productivas en el trabajo; parece que simplemente gestionan de otra forma su tiempo. Esto parece debería ser muy relevante para las empresas, que valoran particularmente la productividad.
Cuando una mujer decide tener un bebé, quizá no es realmente consciente de la avalancha de emociones, realidades y retos a los que se enfrenta. Hay maternidades que van como la seda, y otras que representan una pesadilla. Hay muchas cosas que no se cuentan sobre el período perinatal, quizá porque no se suele hablar de lo negativo; o quizá porque son asuntos médicos de mujeres, y por ello no reciben la atención adecuada, como ocurre con la depresión postparto. La atención a la madre termina con el parto y se traslada de lleno al recién nacido. Se habla poco de las dificultades físicas y psicológicas a la que se enfrentan muchas madres, en una etapa en la que son muy sensibles, y en la que sus prioridades van a cambiar drásticamente. La falta de información genera una falsa idea preliminar de que todo va a quedar en algunas noches en vela, muchos arrullos y toneladas de pañales. Algunas pre-mamás incluso planean seguir con su vida como antes de la maternidad; ilusas. Descartando los casos con suerte, en los que las mamás dan con bebés y maternidades especialmente fáciles, encontrarse con la realidad puede ser traumático para mamás menos afortunadas.
Excepto en casos patológicos, cuando una madre (o un padre) toma su bebé en brazos, le abruma una profunda sensación de responsabilidad por esa criatura. Todo lo que se haga será importante para ella. Pero, además, a la madre le inundan el cuerpo oleadas de hormonas que condicionan su comportamiento y le provocan cambios en su cerebro de forma permanente (la evidencia científica en este sentido es aplastante). Se establece un vínculo único con su criatura, que casi sigue siendo parte de su cuerpo. Es un momento fundamental en el desarrollo del bebé y en el bienestar de la madre, el período en el que se establece el apego y que se denomina exterogestación, por tratarse de una especie de continuación de la gestación fuera del cuerpo materno. Cada vez de forma más sólida, la evidencia científica demuestra que los primeros años de vida de un ser humano, en particular desde el desarrollo fetal hasta los cinco años, va a ser fundamentales para la correcta configuración de su cerebro, para establecer un apego seguro y determinar su forma de desenvolverse para el resto de su vida. Una etapa de importancia vital… que a muchas madres les pilla trabajando. Aquí también es fundamental la implicación de los padres desde el primer minuto, porque ellos también van a establecer un apego físico muy fuerte, y sus cerebros también cambian y se adaptan a la paternidad; mayor es el cambio cuanto más tiempo pasan cuidando de sus hijos.
Por poner solo un ejemplo, la OMS recomienda lactancia materna exclusiva los seis primeros meses de vida (26 semanas). Sin embargo, la ley española dice que las madres pueden separarse de sus bebés y volver al trabajo a las 16 semanas de vida. Hablamos de pequeños seres vulnerables de apenas 5kg. Ese es el tiempo legal que consideramos adecuado, como sociedad, dar a las madres y a sus bebés para disfrutar de un momento absolutamente único. Después de esas 16 semanas, se inicia un trajín organizativo para toda la familia: padres que toman el relevo en el cuidado, apoyo de familiares y cuidadoras contratadas, madres con el sacaleches en el baño del trabajo, bebés en la guardería desde las 8 de la mañana a las 6 de la tarde. Francamente, todo un contrasentido que pende del hilo de las circunstancias personales de cada una, nada adecuado para un momento que debería ser especialmente tranquilo. No se entienden las prisas. Somos una sociedad terrible, que conduce a las madres que trabajan a separarse de sus bebés de forma totalmente precoz, ya que raramente pueden llevarlos a su lugar de trabajo. Las mujeres deben seguir demostrando su enorme valía profesional incluso en un momento como ese, en el que no pueden poner toda su atención, en esquemas inflexibles que no permiten una vida satisfactoria y no se acercan ni de lejos a una conciliación real. Situaciones que al final conducen a un estrés insostenible y a la potencial aparición de problemas de salud mental que, en última instancia, tendrán repercusiones sobre la propia crianza. Además, la necesidad de ausentarse a menudo, unida a un cansancio casi crónico, les hacen sentir a muchas madres que no están dando la talla en su trabajo. Tiene que haber fórmulas que hagan este proceso compatible con la vida profesional sin sentimientos de culpabilidad. Además, la conciliación no es un privilegio, sino un derecho de los niños y niñas: el derecho a pasar tiempo con sus familias; ellos y ellas deben entrar necesariamente en la fórmula.
Sin embargo, es importante que la ampliación de los periodos de baja por maternidad no suponga una reducción de las plazas de guardería disponibles y, por tanto, de la posibilidad de que las madres que lo deseen vuelvan a trabajar al cabo de unos meses. En algunos países europeos, que ofrecen la opción de un año o más de baja en condiciones atractivas para las familias, las madres se encuentran ante una situación que las empuja de nuevo al antiguo modelo familiar debido a la escasez de opciones alternativas de cuidado. No hay prestaciones adecuadas para etapas infantiles, porque se espera que las madres los cuiden hasta edades avanzadas (en algunos países hasta 3 años). Se estigmatiza a las mujeres que desean volver a sus trabajos antes, y genera sociedades en las que las mujeres que son madres son excluidas de la vida laboral durante largos períodos de tiempo. Al final, parece que las madres siempre tienen que enfrentarse a un canon de crianza impuesto por el entorno en el que tienen que encajar, una especie de estándar de buena madre.
Además, cada vez más padres se implican en la crianza, inician un apego temprano desde que sus hijos son bebés, y son los cuidadores principales o corresponsables en los cuidados. Este modelo debería fortalecerse, ya que favorecería el éxito de mujeres con carreras competitivas que quieren ser madres. Y además es una fuente de referentes para los niños y niñas, que puedan empezar a vivir en una sociedad más igualitaria. Cualquier fórmula debería ser respetada y favorecida, no puesta en cuestión.
Las madres y padres son los primeros responsables de qué clase de persona resultará ese bebé. Cada vez se informan más y son más conscientes de la importancia de cada decisión que toman; y esto supone también una losa sobre sus hombros. La cantidad de información disponible referente a crianza (tipos de escuelas, herramientas, elementos y técnicas para el día a día, etc.) es inabarcable para muchas familias, en términos de tiempo y recursos. Además, los usos aprendidos parecen no servir para nada; cambian en cuestión de una generación o bien son fruto de modas. Padres y madres tienen una labor de investigación de enorme responsabilidad, que debiera ser facilitada y respetada en todo lo posible y, sin embargo, se considera una especie de obligación secundaria; algo que hacer aparte del trabajo, en una rutina extenuante que muchas sortean con no pocas tensiones. La cantidad masiva de decisiones fundamentales a tomar en este período tan intenso (qué comen, cuánto duermen, qué visten, el calzado adecuado, con qué juegan, qué escuela, tecnología sí o no…) también funciona como un foco de preocupaciones, ya que padres y madres a menudo viven con la sensación de que no han tomado las decisiones adecuadas, de que no han renunciado lo suficiente, no han leído lo suficiente, de que no lo están haciendo suficientemente bien, de que no están a la altura de las circunstancias, y de que sus decisiones tendrán un impacto futuro en el desarrollo y bienestar de sus hijos. No dedicarles suficiente tiempo a estas cuestiones prácticas también puede ser una fuente de culpa. Por si fuera poco, en esta especie de tira y afloja entre el trabajo y la crianza (el ocio pasa a un quinto plano), la atmósfera se respira bastante hostil; y no sólo por las dificultades económicas que enfrentan muchas familias. En torno al 80% de los padres y madres se sienten juzgados por su forma de criar y por el comportamiento de sus hijos. Esos juicios se exacerban sobre las mujeres, que son víctimas de un doble rasero: la sociedad es mucho más permisiva y menos exigente con los hombres que crían. Aunque por otro lado, los padres que reducen la jornada para cuidar de sus hijos o dependientes pueden padecer un estigma desde el punto de vista de la “masculinidad”; mal entendida, por supuesto.
¿Cuánta presión tienen que soportar las madres? Las exigencias son realmente innumerables, y deben dar cabida a otras inquietudes cuando las mujeres tienen una vida profesional con la que quieren compaginar la crianza. La situación se hace perversa en el caso de mujeres que necesitan el trabajo porque su situación personal es precaria y, paradójicamente, no tienen otra opción que descuidar a su prole para sacarla adelante. Madres en situación precaria que perciben la condena de la sociedad y las instituciones mucho más a menudo que el apoyo necesario para que no se vean obligadas a hacerlo – perjudicando en el camino el interés del menor.
La importancia indiscutible que tiene la crianza de futuros ciudadanos merece un mayor apoyo por parte de las instituciones. Flexibilizar los permisos de maternidad y llevarlos hasta el año para que madres y padres que lo deseen puedan estar presentes y DISFRUTAR, que no padecer, la crianza de sus hijos. Favorecer las medias jornadas en padres y madres hasta los 5 años. El tiempo dedicado al cuidado por estas vías podría ser premiado como un mérito en las convocatorias de empleo o concursos públicos, como lo son las discapacidades; el salario podría ser completado por las instituciones hasta la jornada completa o al menos considerado cotizado como jornada completa, por poner ejemplos de medidas compensatorias. Más ayudas a las escuelas infantiles y facilidades para las familias para criar ciudadanos y ciudadanas mejores y más sanas. Estas son sólo algunas ideas que vienen de forma desordenada a la cabeza, y permitirían proporcionar tiempo disponible a padres y madres para satisfacer las necesidades de niños tan pequeños y, a su vez, vivir con mayor plenitud un momento que ocurre una o pocas veces en la vida; un momento que les ocupará, al fin y al cabo, un mínimo porcentaje de su vida laboral total. La natalidad promedio en España es de 1,19 hijos por mujer (record europeo, pero por abajo; sólo por delante de Malta), lo que significa que muchas mujeres descartan por completo la maternidad, y otras muchas descartan aventurarse a por un segundo hijo, muchas veces por razones prácticas y económicas. Por dar otro dato, en 2019, la mayor proporción de madres mayores de 40 años se encontró en España (10% de todos los nacidos vivos), siendo las españolas las europeas que más tarde son madres. Estos datos vienen de nuevo a constatar las dificultades de todo tipo que las mujeres afrontan en ese camino de obstáculos, y que les hacen aplazar ese momento, a veces indefinidamente. Y también demuestra que las políticas de apoyo a la maternidad en Españas son pírricas. Mensaje para la sociedad: así no se puede maternar. Señores políticos: ¿de qué nos sorprendemos? Si quieren mejorar la natalidad, mejoren las condiciones de las madres y padres. Y así, de paso, les hacen la vida un poco más llevadera.
Ha sido recientemente noticia que, la ya ex primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arden, que ha destacado entre otras cosas por su brillante gestión de la COVID-19, ha dimitido de su cargo porque se siente agotada y en este momento tiene otras prioridades. Aparentemente, nadie puede comprenderla. En un mundo donde el trabajo es el centro intocable de la vida, donde el éxito profesional es como un dios al que adoramos, no se entiende que toda una líder de un país moderno quiera descansar y disfrutar de su hija de 5 años después de haber hecho un trabajo brillante. ¿Debería aferrarse al poder como un gorila enfadado, en lugar de plantearse que tiene otras necesidades vitales? ¿O quizá ella ha entendido que en este momento el tiempo es un recurso demasiado valioso y desea emplearlo en otra cosa? Ella quiere ser una madre presente. Es una señal de salud mental reconocer el momento en el que una necesita parar o cambiar de rumbo. Aferrarse a una posición por inercia, por pereza o por obstinación no conduce a nada bueno.
Así que parece que finalmente sí hay algo que podríamos haber aprendido a raíz de la COVID-19: a poner la vida más en el centro, a exigir mejores condiciones laborales y encontrar fórmulas que permitan a las madres, y a los padres, conciliar sin ser penalizadas. Experimentar cómo una pandemia puede de repente dar un vuelco a todo, trabajar más desde casa o pasar más tiempo con los seres queridos, parece haber cambiado la mentalidad de algunas familias, llevando a lo que en los EEUU se conoce como La Gran Dimisión (millones de personas han dejado sus trabajos porque no les compensan las condiciones), que también está teniendo sus ecos en el viejo continente. Parece que hay un cambio de mentalidad en marcha, se pide más sensibilidad y flexibilidad por parte de empleadores e instituciones. Sacar del centro el trabajo para poner la vida. La tranquilidad de los padres y madres se verá reflejada en el carácter de los niños, y esto solo puede hacer una sociedad mejor.
En un mundo hostil como el que se vive en las grandes ciudades, la única manera de criar niños es con el apoyo de todos, y con la imprescindible flexibilización de la vida laboral. Si bien es cierto que el planeta no necesita más ciudadanos, esta nos parece una manera más sabia de enfrentarnos al desierto demográfico español. Hagamos que a las mujeres les parezca atractivo maternar, y que esa experiencia incomparable no sea un trayecto de abnegación, renuncias y dificultades, sino un proceso compatible con la vida; que se sientan acompañadas, no rodeadas de hostilidad. El feminismo debe comenzar por eliminar los cuadros mentales heredados del heteropatriarcado para elaborar otros nuevos. No debe haber un modelo estándar que cumplir y que clasifique entre buenas y malas madres. Cooperemos con las madres, sean cuales sean sus decisiones, sin juzgarlas, para crear una sociedad de ciudadanos más sanos y felices. Favorezcamos que este momento vital ocurra, o nadie va a querer formar una familia. Tenemos una deuda impagada e impagable con el sexo femenino. Ahora es el momento de escuchar sus necesidades y dejarlas hacer.
Hay un mantra que resuena mucho últimamente, tanto en redes, como en la calle: “trabajar como si no estuvieras criando, y criar como si no tuvieras trabajo”. En el trabajo, como en casi todo, a la mujer se le demanda más que a los hombres, teniendo que demostrar continuamente que son suficientemente buenas para un puesto. Siempre hay una oportuna excusa que hace que una buena profesional sea ligeramente inferior a su homólogo masculino, y que su talento dé de lleno con un indeseable techo de cristal; un sesgo invisible que se traduce en números, y hace que el mejor candidato tenga nombre de varón. Esto podría en parte explicar que, aunque haya más mujeres trabajadoras con estudios superiores y obtengan mejores resultados en la universidad, haya menos en puestos de responsabilidad en instituciones de enseñanza e investigación, por poner un ejemplo que en Ciencia Crítica conocemos bien y que ya hemos retratado en otra ocasión. Algo que salta a la vista en las conocidas gráficas en tijera que caracterizan la carrera científica. A igual formación, a las mujeres en promedio también se les paga menos, es lo que se define como brecha salarial. Y las mujeres siguen estando menos presentes en los mejores puestos profesionales; sigue habiendo menos catedráticas, profesoras de investigación, jefas de departamento y directoras de instituto. Si me apuras, siguen siendo menos galardonadas con premios de gran prestigio, como los Nobel o, a nivel nacional, los premios Princesa de Asturias. Estos sesgos son claros en otros muchos campos profesionales; valga como ejemplo ilustrativo el número de primeras ministras a nivel global; es puramente testimonial. No hay color en cuanto al reparto de poder se refiere.
Sabemos que el análisis de por qué hay un techo de cristal daría para varias tesis doctorales y decenas de libros de divulgación. Sin embargo, las razones de por qué a las mujeres les cuesta más llegar a los puestos de responsabilidad y de decisión, podrían relacionarse con el hecho también indiscutible de que son las mujeres las que más habitualmente reducen su jornada o interrumpen su vida laboral para dedicarse al cuidado de ancianos, dependientes o menores. Es una sombra sobre las mujeres, que las hace parecer menos comprometidas con su trabajo y menos disponibles para cumplir sus funciones; algo que merma sus posibilidades laborales incluso si nunca llegan a encontrarse en estas situaciones. Y esto pese a estar también probado que las madres no son menos productivas en el trabajo; parece que simplemente gestionan de otra forma su tiempo. Esto parece debería ser muy relevante para las empresas, que valoran particularmente la productividad.