Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
El negacionismo climático es una puñalada trapera a la humanidad
En el río revuelto del clima, hay quien decide hacer ganancia. Ahora que parece haber pasado la ola de negacionismo vacunal de la COVID-19, los conspiranoicos necesitan agarrarse a nuevas sospechas. Quizá ahora todas somos controladas con un chip, y por tanto hemos perdido el juicio y el control de nuestro pensamiento, pero parece ser que la vacuna contra la COVID-19 funcionó realmente bien; hasta el punto de que se ha dado por controlada la pandemia que tuvo en suspense al mundo entero. Hubo, sin embargo, quien se lucró vendiendo remedios milagrosos y libros delirantes, publicando posts y vídeos negando la eficacia de las vacunas, aprovechando para darse una relevancia del todo inmerecida. Siempre hay oportunistas en las situaciones de crisis que tratarán de aprovecharse del mal ajeno y del caos. Porque parece que las personas a las que una determinada situación les genera angustia o miedo, les supera, no se ajusta a sus rutinas, expectativas e intereses, o simplemente no les conviene, están deseando que llegue algún gurú que les dé buenos argumentos para continuar haciendo exactamente lo que desean. Alguien que les diga lo que quieren escuchar, les dé la razón y les sirva como argumento de autoridad para justificarse ante los demás. No olvidemos que el cerebro humano necesita vivir con cierta coherencia.
En la situación presente, hay ciertos sectores a los que les interesa ser más negacionistas que a otros; son el nicho perfecto para los gurús de la conspiración. Por poner algún ejemplo: los pescadores cántabros se quejan de que no les dejan pescar sus salmones; no hay agua y por tanto no hay peces, pero eso no parece importarles: “siempre se ha pescado, con mucha o con poca agua”. Quieren seguir pescando salmones mientras los haya; ¿hasta pescar el último salmón? ¿Dónde está el límite a una afición? Están muy disgustados los pescadores de salmón del Cantábrico. Aunque probablemente menos enfadados que los agricultores de la fresa de Doñana; esas fresas, rojas como la sangre del Parque Natural que rodea a la joya internacional del Parque Nacional de Doñana. ¿Hasta cuándo piensan que es adecuado sacar agua del subsuelo de Doñana? ¿Hasta la última gota? Mientras Doñana se seca, los agricultores están consumiendo su agua y el de las generaciones venideras… ¡para cultivar fresas! Para una actividad insostenible que podría sustituirse por otra, y que muy a menudo tiene un trasfondo ilegal. Es un tipo de cultivo que debiera haberse reconvertido en otro hace décadas. No tenemos nada en contra de las fresas, son un verdadero manjar; pero no podemos agotar el agua del futuro para cultivar un producto alimenticio no esencial en una situación como esta. De hecho, el agotamiento de las reservas de agua sólo generará una espiral autoinflingida de desempleo y pobreza en la zona.
Necesitamos adaptar nuestro modelo agrícola a una nueva realidad ya que las cosas nunca volverán a ser como las hemos conocido. No queremos ser pesimistas, pero realmente parece que hay quien aún no se da cuenta de que o cambiamos de forma radical la manera que tenemos de ver el mundo, y el modo que tenemos de exprimir los recursos naturales del planeta, o cambiará el entorno de forma radical y nos veremos forzados a adaptarnos a una realidad aún más difícil. Sí, ya están aquí los agoreros del cambio climático a decirnos que hacemos mal las cosas. Vivimos en un país en pleno proceso de desertificación y malgastamos el agua en cultivos de regadío que ya no nos podemos permitir, o en producir electricidad que gastamos mayormente en emitir más CO2 a la atmósfera. Algún día lloraremos hasta que se nos sequen las lágrimas pensando en cómo hemos desperdiciado el agua dulce.
Las emisiones de gases contaminantes no solo no se reducen, sino que siguen aumentando a nivel planetario. Y ¿hasta cuándo vamos a estar emitiendo cantidades obscenas de CO2 al ambiente? ¿Hasta que ya no podamos respirar? ¿Hasta que respirar sea un privilegio al alcance de unos pocos? Mientras tanto, la especie humana parece más comprometida con eternizar una cultura de la guerra que podría desembocar en un desastre nuclear, que con parar el desastre del calentamiento global. Desde luego, como especie podemos considerarnos unos psicópatas, avanzando de cabeza y sin frenos hacia la destrucción de lo más valioso que tenemos, nuestro hogar. Los gobiernos, los poderes económicos y las personas no estamos haciendo suficiente, y la situación del planeta es de emergencia vital. Es como tener un paciente con cáncer y ponerle una tirita. Si tener temperaturas récord en abril, incendios sin control en marzo y una sequía nunca vista en los embalses catalanes en plena primavera, no nos alarma y nos despierta para hacer algo realmente contundente ya, no sé si vamos a ser capaces de revertir la situación climática en la que nos adentramos sin remedio.
Sin embargo, las personas que simplemente quieren seguir de forma egoísta y miope con sus vidas, sus negocios, sus aficiones y sus niveles de consumo habituales, sin ver más allá, sin preocuparse de su entorno y de su impacto en el planeta, están sedientas de argumentos que les permitan hacerlo sin remordimientos. Y para ellos y ellas siempre habrá un experto o experta trasnochado, un tertuliano u opinólogo que lleve la contraria a todos sus colegas de profesión y a las evidencias científicas, adquiriendo de repente una relevancia que ya no tenía para alimentar su ego enfermo e insaciable, y haciendo además un negocio rentable. Pese a no apoyarse en datos, sino en opiniones desnortadas, reciben una atención que no merecen y que no se justifica. Pero lo que es peor, alimentan el monstruo del negacionismo conspiranoico, el mismo que argumenta que la tierra es plana o que la guerra de Ucrania no existe.
Este tipo de falsos expertos son llamados regularmente para presentar sus opiniones sin fundamento sólido en programas que pretenden supuestamente equilibrar el debate, e incluso publican libros en editoriales que se consideran “críticas”, cuando no representan más que un altavoz de la estupidez humana. Porque para debatir sobre la realidad hacen falta argumentos que se apoyen en hechos reales o en evidencias sólidas, no en hechos alternativos infundados, que no se apoyan en la realidad, y a los que tradicionalmente siempre se les ha llamado ocurrencias, cuando no directamente mentiras. Por eso, los medios deberían hacerse eco de esta situación, ser responsables de lo que difunden, revisar los datos y no dar pábulo a este tipo de farsantes y aprovechados, que no hacen más que generar dudas en el público general y controversia en la población en un asunto en el que se necesita consenso inmediato. No es momento de hacer caja con el desastre. Y mucho menos recurriendo a argumentos infantiles, exagerados, que suenan a rancio y a machirulo herido, del tipo “a ver si ahora todo va a ser el cambio climático”, en un recién inaugurado “cuñadismo” delirante del que la ultraderecha hace buena gala y, desgraciadamente, también una parte interesada de la derecha “clásica”. Porque es momento de ponerse muy serios con problemas realmente importantes.
Lo repetimos y nos repetiremos hasta la saciedad. El cambio climático es una realidad tozuda y amenazante que ya ha llegado. Estamos agotando nuestra ventana de acción. Hemos vivido una era de abundancia e inmediatez que no responde a la realidad, a la que seguirá necesariamente una era de restricciones y dificultades. Ya podemos empezar a hacernos a la idea.
Sobre este blog
Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.
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