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Oportunidad y oportunismo, pero no evidencia: más argumentos para descartar el origen antrópico del virus de la COVID-19

Hace un par de semanas escribimos un artículo expresando nuestra sorpresa por la decisión del FBI de afirmar, sin aportar evidencia alguna, que “los inicios de la pandemia COVID-19 probablemente se originaron a partir de un incidente de laboratorio en Wuhan, China”. Tanto algunos de los comentarios que recibimos (y las fuentes que éstos aportaban) como otros artículos que han defendido esa hipótesis, en medios de comunicación y redes sociales, siguen coincidiendo en un aspecto: tan solo proporcionan argumentos de oportunidad, aderezados con falacias de autoridad y de hombre de paja, que siguen sin proporcionar evidencia que soporte dicha hipótesis.

¿Qué deben hacer frente a afirmaciones así quienes deseen valorar de forma crítica qué opciones son más probables y cuáles resulta razonable descartar? Evidentemente lo más inmediato es evaluar la evidencia que apoya unas y otras, reuniendo, si es necesario, información adicional cuando ésta requiera un nivel de conocimiento del que aún no dispongan. Y, en este caso concreto, preguntarse por qué tanto el FBI como quienes han defendido, antes y después, la hipótesis de un escape del laboratorio militar de Wuhan, no han sido capaces de aportar ninguna evidencia sólida que la respalde.

Eso no quiere decir que la hipótesis de un escape de laboratorio fuera descartable desde el principio, ni que deba ser desechada a priori cuando se examine cualquier evidencia adicional que vaya apareciendo. Tanto el sistema de generación y evaluación de evidencia que caracteriza la investigación científica, como el de inquisición basada en datos, que debe caracterizar el periodismo honesto y veraz, tienen la obligación de considerar de forma equilibrada y transparente todas las hipótesis que sean razonablemente posibles. Ahora bien, cuando se ha acumulado una gran cantidad de evidencia que apunta a una transmisión del virus SARS-CoV-2 de animal silvestre a humano en el mercado de Wuhan, y ninguna que apoye un escape de laboratorio, resulta francamente deshonesto seguir aportando argumentos de oportunidad para defender esta última, sin aportar la evidencia extraordinaria necesaria que es imprescindible para promover ese cambio de opinión.

La defensa de esta hipótesis que más repercusión mediática ha tenido recientemente ha sido probablemente el testimonio de Jeffrey Sachs, un economista y escritor que presidió la Comisión sobre COVID-19 organizada por el grupo editorial The Lancet, ante el Comité de Supervisión y Responsabilidad del Congreso de los EEUU. Este testimonio presenta un compendio de los argumentos de oportunidad mencionados. Sachs razona que el virus que desencadenó la COVID-19 tuvo un origen artificial mediado por un escape del laboratorio de Wuhan sobre las siguientes cuatro bases:

(1) Una parte clave del genoma del SARS-CoV-2 podría haber sido creada mediante manipulación genética. En concreto, Sachs argumenta que el “Furin Cleavage Site” (FCS, sitio de corte de la furina) situado en la famosa proteína Spike, “aumenta dramáticamente su transmisibilidad y patogenicidad”. Con ello, se refiere a que hay ciertas mutaciones en esa zona del gen que hace que la enzima furina, presente de forma normal en las células del hospedador, corte la proteína S de forma más eficiente que en otras especies de virus. Sin embargo, las mutaciones en esa región han sido diversas en dos años de evolución del virus en las poblaciones humanas (ej: P681H en la variante Alpha y en la Omicron, P681R en la variante Delta, e incluso la eliminación del aminoácido P681 en la variante india; ver aquí) y Sachs no concreta mucho más sobre el asunto. Para empezar, llama la atención escuchar a un economista discutir las potencialidades evolutivas de los virus, en regiones tan específicas de sus genomas. Sachs argumenta que los FCS están “ausentes en el resto de los cientos de virus tipo SARS” (que son un tipo particular de coronavirus) y que “desde 2006, tras la emergencia de SARS, [...] han sido sujeto de manipulaciones de laboratorio, incluyendo su inserción en proteínas Spike de coronavirus”. Sin embargo, olvida mencionar que las conclusiones de la Comisión Lancet, que él mismo presidió y firma como primer autor, indican que las “FCSs aparecen naturalmente en casi todas las familias de coronavirus” y que “la presencia del FCS en SARS-CoV-2 no identifica, por sí misma, que el origen proximal del virus sea natural o de laboratorio”. Y lo que es peor, no menciona ni aporta evidencia alguna que justifique su drástico cambio de opinión. Tampoco se entiende la insistencia con la región FCS, cuando hay otras regiones de corte en la proteína Spike que han sido sometidas al efecto de la selección natural. De hecho, podríamos argumentar que el FCS al que se refiere repetidamente Jeffrey Sachs no resulta siquiera esencial para la infección de una célula.

(2) Laboratorios chinos y americanos han desarrollado una investigación sobre coronavirus, que ha sido financiada en parte con dinero del Gobierno de los EEUU (a través del NIH). De hecho, una colaboración entre la Universidad de North Carolina y el Wuhan Institute of Virology (en la EcoHealth Alliance), solicitó financiación a DARPA (la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados para la Defensa, de EEUU) en 2018, que fue rechazada. Sachs denuncia, sin embargo, que “posiblemente se desarrolló con otros recursos”; una afirmación que ha sido contestada públicamente por la EcoHealth Alliance, que ha indicado que “han trabajado casi exclusivamente con secuencias genéticas de muestras de murciélagos, no con coronavirus vivos” y que “los escasos coronavirus SARS que tienen en cultivo eran ya públicos en la literatura científica antes de la pandemia”. Presentar una solicitud de financiación a una agencia militar dependiente de la seguridad nacional de EEUU resulta un método sorprendente de realizar una investigación a la que se acusa de secretismo; sobre todo porque la propia solicitud proporcionaría información sobre el proceso seguido para “producir el virus”. Además, es importante destacar que tanto la colaboración internacional como el tipo de estudio que se menciona no solo es habitual, sino también deseable, en la investigación de un grupo de virus que ya había demostrado varias veces su capacidad de desencadenar brotes epidémicos de gran peligro tras adquirir mutaciones que permiten el salto de animales a humanos.

(3) Como la evidencia de investigación en “ganancia de función” (esto es, en producir una mutación que resulta en una mejora funcional de la proteína producida, la adquisición de una nueva función o un nuevo patrón de expresión génica) de coronavirus tipo SARS previas a la pandemia es tenue o inexistente, Sachs desliza que investigaciones “muy recientes” desarrolladas “en la Universidad de Boston” han “rediseñado genéticamente la variante Omicron para hacerla más patógena”. En realidad, con objeto de identificar los elementos que confieren mayor escape del sistema inmune pero menor patogenicidad, los investigadores han obtenido quimeras recombinantes con el gen Spike de Omicron y el resto del genoma de una variante ancestral de SARS-CoV-2. Estas quimeras demostraron ser más patógenas que Omicron, pero menos que las variantes clásicas de origen. Sachs interpreta esta investigación como “ganancia de función” que debería haber contado con supervisión y permiso federal. En primer lugar, una lectura del artículo permite comprobar que ésta investigación se realizó con todas las precauciones y permisos necesarios en un laboratorio de bioseguridad (aunque estos últimos fueran estatales, no federales). Y que sería imposible haberla desarrollado sin el detallado conocimiento que hemos ganado en estos tres años sobre el virus, sus características biológicas y bioquímicas, y su rápida evolución en una población de millones de (re)infectados. En segundo lugar, esta investigación es imprescindible para conocer mejor, y por tanto prevenir, futuras variantes mucho más peligrosas del virus —particularmente en un momento en el que las mutaciones que no afectan a la proteína Spike cada vez tienen más influencia en el éxito de las nuevas variantes, como XBB.1.16, que ha causado una gran ola en la India recientemente, o XBC.1.6, la recombinante Delta y Omicron que ha causado una ola de casos y hospitalizaciones en Australia. En tercer lugar, resulta curioso que se considere como ganancia de función una combinación de variantes ya preexistentes que además presenta menor patogenicidad que la variante clásica de origen. Y, sobre todo, es difícil encontrar el hilo causal que vincula investigación desarrollada en EEUU con el escape de SARS-CoV-2 en China: si laboratorios de EEUU han estado o están produciendo “virus mejorados” mediante investigación en “ganancia de función”, el riesgo de escape estaría en EEUU, no en China.

(4) Varios líderes del NIH (Collins y Fauci) encubrieron, según Sachs, los hechos anteriores al publicar, junto a “Jeremy Farrar [...] y un grupo de investigadores ligados al NIH”, este artículo científico en el que se concluía que la evidencia disponible permitía descartar un origen artificial y hacía improbable un escape en laboratorio. Sachs argumenta que éste artículo “distrajo la atención de la posibilidad de un origen de laboratorio” y “promovió la falsa afirmación de que dicho origen podía descartarse”. (La afirmación exacta en el artículo era: “Aunque la evidencia muestra que SARS-CoV-2 no es un virus manipulado artificialmente, es imposible actualmente probar o refutar otras teorías sobre su origen. Sin embargo, dado que observamos sus características más notables [...] en coronavirus relacionados de origen natural, no creemos que ningún tipo de escenario basado en [un escape de] laboratorio sea plausible”). No sólo resulta sorprendente la importante imprecisión de atribuir a Collins, Fauci y Farrar la autoría de un artículo en el que no aparecen como autores, aderezada por el “despiste” de no incluir el vínculo al artículo original en la transcripción del testimonio (como sí hace con los otros artículos que cita). Sobre todo, resulta ridículo buscar motivos ulteriores tan graves como la ocultación de datos en un artículo publicado en una revista de prestigio evaluada por pares, que probablemente representa el procedimiento más transparente posible de presentar y discutir la evidencia disponible en ese momento. Incluso alguien procedente de la disciplina económica, donde los artículos suelen estar tan fuertemente condicionados por el marco ideológico que éste prima a menudo sobre la evidencia empírica, debe saber que todos los artículos están sometidos a crítica previa y posterior a su publicación, y no se entiende que publicarlos pueda en modo alguno equipararse a ocultar datos (por ejemplo, nadie acusó a Reinhart-Rogoff de hacer algo así cuando se descubrió el “error de excel” que invalidaba su famoso artículo sobre deuda y crecimiento económico). Es precisamente lo contrario: los artículos inician conversaciones argumentadas con evidencia, no las obstaculizan (valga como ejemplo este artículo, que discute y matiza el de Andersen un año después). Dado que Sachs proviene del mundo académico, resulta muy difícil creer que este error haya sido por desconocimiento o sea inocente.

Consideremos ahora la posibilidad de un origen del virus “relacionado con la investigación”, para el que el informe de The Lancet presenta tres posibles escenarios: que un investigador se infectara tomando muestras en la naturaleza, que un investigador se infectara en el laboratorio analizando virus recogidos en un hábitat natural, o que un investigador se infectara estudiando virus que habían sido manipulados genéticamente. Desde el origen de la pandemia, estas tres hipótesis representan las posibles alternativas a la transmisión de animal a humano (y luego de humano a humano) durante la manipulación de fauna silvestre para consumo humano en el Mercado de Huanan en Wuhan (o su entorno directo), donde muchos de los pacientes iniciales de COVID-19 trabajaban, y donde se vendían animales silvestres de muchas especies, incluyendo algunas capaces de hospedar virus SARS.

Aunque estas tres hipótesis son posibles y se han valorado extensivamente, las tres contradicen las evidencias que aportan la composición genética del virus, sus patrones evolutivos iniciales y los patrones epidemiológicos (espaciales y poblacionales) del brote inicial. Probablemente, el resumen más completo y detallado de esta evidencia es el proporcionado por Michael Worobey, un especialista en genómica de virus de la Universidad de Arizona, en un artículo publicado en LA Times. Worobey considera la hipótesis del escape de laboratorio con la seriedad que merece y explica todas las líneas de evidencia que persiguió, sin éxito, para intentar demostrarla.

Las sospechas de un contagio mediado por un laboratorio de investigación se centraron inicialmente en el Wuhan Institute of Virology, donde el grupo de Shi Zhengli estudiaba coronavirus tipo SARS en murciélagos de herradura, el reservorio natural tanto del virus SARS original como de SARS-CoV-2. Worobey investigó las secuencias de los virus con los que había trabajado Zhengli, pero ninguna era lo suficientemente cercana para representar un progenitor de SARS-CoV-2.

Para ser compatible con el clúster inicial de casos de COVID-19 centrado en el Mercado de Wuhan, la hipótesis de un escape de laboratorio necesita explicar por qué no se detectaron casos previos centrados en los investigadores infectados, o en sus contactos cercanos; y cómo esos casos crípticos (asintomáticos o no detectados) llegaron al Mercado de Huanan y, a diferencia de lo ocurrido con sus contactos anteriores, provocaron allí un evento de super-dispersión mediado exclusivamente por contagios humano-a-humano.

¿Pudo ocurrir que los primeros casos se detectaran en el Mercado porque éste tenía un sistema más eficiente de vigilancia sanitaria (previa al brote) o porque los primeros casos hicieran que se centrara allí la búsqueda epidemiológica inicial? Worobey estudió esta posibilidad, y se vió obligado a rechazarla. Los mercados de animales vivos de Wuhan no tenían vigilancia epidemiológica previa al inicio de la pandemia, y los primeros casos diagnosticados estaban ya fuertemente asociados al Mercado de Huanan (más de la mitad tenían un vínculo claro con el Mercado, una cantidad enorme para un mercado cuyos empleados representan menos del 0,014% de la población de la ciudad) antes de que el vínculo con éste fuera establecido. Además, los dos linajes iniciales de SARS-CoV-2 (denominados A y B) estaban vinculados geográficamente al área del Mercado. Y la mayoría de los casos sintomáticos provenían de la sección occidental del Mercado, donde estaban enjaulados los mapaches (una especie identificada como portadora de virus SARS en 2003), lo que apuntaba claramente al origen de los primeros contagios.

El artículo científico donde Worobey publicó esta evidencia muestra un mapa en el que se aprecia claramente cómo los casos tempranos de COVID-19 están fuertemente agrupados alrededor del Mercado de Huanan, pero claramente alejados de los dos campus del Wuhan Institute of Virology (que están al otro lado del río Yangtze, a 12 y 20 km del Mercado, respectivamente). Es probable que la mayoría de los lectores no se hayan hecho a la idea de las distancias involucradas: la hipótesis del escape propone que el escape de uno de los dos laboratorios de Wuhan provocó una agrupación de centenares de casos a una distancia similar al diámetro de Madrid o Barcelona (p.ej., de La Paz a Entrevías, o de Cornellà a Poble Nou), sin que hubiera prácticamente ningún caso en el espacio intermedio.

El análisis espacial de las localidades de residencia de los primeros pacientes de COVID-19, realizado por Worobey y Andersen a partir de datos de la OMS, mostró además que éstos vivían más cerca del Mercado de Huanan de lo que sería esperable por azar —incluso aquellos casos que ni trabajaban ni compraban ni tenían familiares/amigos en la vecindad de dicho mercado. Esta evidencia es crucial para descartar un origen anterior en otro sitio (como un laboratorio) seguido de un evento super-dispersor en el Mercado, que hubiera resultado necesariamente en una mayor dispersión de los casos tempranos por toda la ciudad (o, más bien, una agrupación inicial centrada en el laboratorio donde sucedió el escape).

Otra línea de evidencia proviene de los virus de SARS-CoV-2 aislados en las diferentes superficies del Mercado, inmediatamente tras el cierre del Mercado (el 1/1/2020). Estos virus habían aparecido con mayor probabilidad en los establos y jaulas donde se vendían animales vivos. El análisis de las secuencias genómicas de estas muestras, junto con el de cerca de 700 muestras más obtenidas en pacientes tempranos de COVID-19, fue utilizado para reconstruir la evolución temprana del virus. Combinado con información epidemiológica, este análisis representa una poderosa herramienta para reconstruir qué ocurrió en los primeros momentos de la pandemia, incluso antes de que se detectaran los primeros pacientes. Este análisis mostró que los ancestros de los dos linajes iniciales (A y B) “saltaron” a la población humana por separado y que compartieron un ancestro previo (con un hospedante animal) hacia mediados de diciembre 2019, lo que corrobora la evidencia epidemiológica y geográfica de que el brote estaba restringido al Mercado de Huanan en ese momento.

El análisis de datos de movilidad basados en localizaciones (anonimizadas) de teléfonos móviles también mostró que la presencia del primer clúster de casos de COVID-19 en el Mercado de Huanan es extremadamente improbable, salvo que fuera allí donde esta enfermedad emergió. Un hipotético escape de laboratorio habría iniciado necesariamente la transmisión entre humanos en miles de otros sitios que tenían un tráfico humano entre miles y cientos de miles de veces superior al Mercado de Huanan, como bares, restaurantes, colegios o centros comerciales. Una agrupación alrededor del mercado de los primeros casos de COVID-19 es ya extremadamente improbable para uno de los dos linajes iniciales. Si añadimos la evidencia de que los dos linajes iniciales aparecieron allí por primera vez, el vínculo con la venta de animales silvestres resulta ineludible.

Por desgracia, la ausencia de muestras de animales vivos, tomadas en el momento de cierre del mercado por los responsables de éste, representa una laguna realmente cuestionable que ha impedido zanjar por completo la polémica. Sin embargo, como ya mencionamos en nuestro artículo previo (y ya avanzamos en otro artículo tras la aparición de los primeros estudios), el análisis metagenómico de muestras ambientales procedentes del Mercado de Huanan mostró, recientemente, que junto al ARN del virus también había ADN de perros mapache —precisamente en el mismo rincón del Mercado donde se detectaron los primeros casos humanos y donde se apuntó inicialmente a esta especie como potencial origen del salto a humanos.

Volviendo a nuestra pregunta inicial, toda la evidencia disponible apunta a que la pandemia se produjo en una serie de saltos de animal a humano que tuvieron lugar en el Mercado de Huanan. Frente a esta evidencia, la única “evidencia” que apoya un escape de laboratorio es un argumento de oportunidad: la presencia de un laboratorio que estudiaba virus similares en la misma ciudad donde comenzó la pandemia. Una ciudad de 11 millones de habitantes, el mismo tamaño que la conurbación de Paris (la mayor ciudad de la UE) y el doble que Madrid (la tercera mayor).

La pregunta adicional que deben hacerse quienes aún defienden esta teoría es: ¿es esta coincidencia realmente tan improbable como creen? Como argumenta Worobey, dado que la emergencia de una pandemia de éstas características solo era probable en una gran ciudad (en áreas rurales con escasa población, una enfermedad emergente de estas características tenía un 99% de probabilidades de extinguirse sin causar un brote) y que la práctica totalidad de las grandes ciudades de China tienen laboratorios de este tipo (en Pekín, por ejemplo, hay al menos cuatro), este argumento de oportunidad era tan previsible que no explica nada.

Sobre todo, dado que la emergencia de este tipo de hipótesis ha sido común en muchas de las pandemias que hemos vivido recientemente: desde el VIH/SIDA (cuyo origen se atribuyó a partidas de vacunas de la viruela, de la polio o de la hepatitis, y a un origen premeditado en el laboratorio militar de Fort Derrick, en EEUU), hasta el ébola (cuyo origen se atribuyó al desarrollo de armas biológicas por EEUU y a industrias farmacéuticas interesadas en vender la vacuna), pasando por la viruela del mono (cuyo origen ha sido atribuido a un efecto inesperado de las vacunas contra la COVID, y a la creación y liberación deliberada por laboratorios de EEUU) o por la gripe aviar (que algunos han considerado ficticia, o producto de la manipulación genética como arma biológica, o causada por el 5G). Y lo más grave es que, como ha ocurrido con la COVID-19, la creencia en este tipo de conspiraciones tiene consecuencias devastadoras sobre la prevención de estas enfermedades.

Tras la susceptibilidad a este tipo de argumentos subyace, en buena parte, una confusión generalizada sobre cómo funciona el método científico de avance del conocimiento. El lenguaje científico rehúye casi siempre las afirmaciones taxativas, al tener siempre presente que una hipótesis nunca puede aceptarse al 100% porque siempre puede aparecer nueva evidencia que la rechace; sin embargo, eso no puede decir que debamos dar la misma credibilidad a hipótesis que están soportadas por cargas de evidencia muy inferiores. Hacerlo de forma mecánica, como es frecuente en muchos medios de comunicación, solo demuestra ignorancia sobre la materia tratada. Para funcionar diariamente, definimos muchísimos aspectos de la realidad conforme al mejor conocimiento disponible. Y esa es también la tarea que ejecutan a diario jueces y jurados (con un criterio necesariamente más personal que el de una comunidad de miles de investigadores) cuando toman una decisión que, en ausencia de evidencia excepcional, se considera ya inapelable.

Lo que hace extremadamente sorprendentes las afirmaciones que insisten ahora sobre un origen “de laboratorio” de SARS-CoV-2 es, precisamente, que no aportan ninguna evidencia nueva, pero aun así nos piden que ignoremos la abundante y sólida evidencia sobre el origen zoonótico de la COVID-19 aportada por científicos muy diferentes de muchas partes del mundo.

Hace un par de semanas escribimos un artículo expresando nuestra sorpresa por la decisión del FBI de afirmar, sin aportar evidencia alguna, que “los inicios de la pandemia COVID-19 probablemente se originaron a partir de un incidente de laboratorio en Wuhan, China”. Tanto algunos de los comentarios que recibimos (y las fuentes que éstos aportaban) como otros artículos que han defendido esa hipótesis, en medios de comunicación y redes sociales, siguen coincidiendo en un aspecto: tan solo proporcionan argumentos de oportunidad, aderezados con falacias de autoridad y de hombre de paja, que siguen sin proporcionar evidencia que soporte dicha hipótesis.

¿Qué deben hacer frente a afirmaciones así quienes deseen valorar de forma crítica qué opciones son más probables y cuáles resulta razonable descartar? Evidentemente lo más inmediato es evaluar la evidencia que apoya unas y otras, reuniendo, si es necesario, información adicional cuando ésta requiera un nivel de conocimiento del que aún no dispongan. Y, en este caso concreto, preguntarse por qué tanto el FBI como quienes han defendido, antes y después, la hipótesis de un escape del laboratorio militar de Wuhan, no han sido capaces de aportar ninguna evidencia sólida que la respalde.