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Las vacaciones como oportunidad para cambiar nuestra psicología ambiental

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Tumbada la vida en una hamaca, enterrados los pies en la arena, paseando la vista por nuevos paisajes y respirando profundo para llevarnos ese instante al futuro. Las vacaciones no solo nos permiten reducir el estrés y nos producen satisfacción, sino que numerosos estudios científicos demuestran que la pausa vacacional mejora el rendimiento cognitivo y la capacidad de atención, regenerando nuestras capacidades intelectuales, erosionadas gradualmente tras semanas o meses de trabajo y preocupación. El artículo 24 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo dejó muy claro ya en 1948: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas” En paralelo a la cruzada para que este derecho se universalice de verdad, es preciso revisar el sentido y la utilidad actual de las vacaciones. Porque los tiempos cambian. Y no solo en materia estrictamente laboral.

El ideal de unas buenas vacaciones es apagar todas las emociones que inundan, paralizan y sobrecogen el alma. La actualidad científica, social, ambiental y política nos carga de este tipo de emociones ya que vivimos tiempos cada vez más tensos y conflictivos. Tomarnos unos días libres es una buena decisión para desbloquear la causa de muchos de nuestros malestares. Del mismo modo que el ejercicio físico se ha demostrado eficaz para resolver la depresión, las emociones paralizantes o sobrecogedoras se pueden canalizar o afrontar mediante la proactividad y la ejecución de tareas y actividades. Hacer algo tiene, en sí mismo, consecuencias positivas ante los pensamientos y emociones que desencadenan las preocupaciones. Además, este “hacer”, cuya intención es salir de ese estado de tensión, pone en marcha comportamientos que buscan mantener la satisfacción y detener la insatisfacción.

Las vacaciones son un buen momento para descansar de la ecoansiedad, un trastorno cada vez más frecuente, especialmente en jóvenes. Sin embargo, el veraneo, en todas sus modalidades deja una huella ambiental importante y el mismísimo turismo, esa fuente de ingresos esencial para la economía de países como España, se está mostrando insostenible en todos los frentes (no solo en lo ambiental) y brotan iniciativas para regularlo tanto en nuestro país, con los casos de Canarias, Baleares, Cantabria y Málaga, como fuera de él, con las situaciones de Japón, Islandia o Hawái. Es muy paradójico que hasta cómo descansamos o nos distraemos en vacaciones pueda generar estrés o ecoansiedad. Es evidente que en materia vacacional hay mucho que mejorar y uno de los aspectos menos atendido es la psicología ambiental.

Elke Weber, psicóloga, que hace poco recibió el premio  Fundación BBVA Fronteras del conocimiento en Ciencias Sociales, ha estudiado sobre la manera en que tomamos decisiones y construimos preferencias. Ha sido profesora en la Universidad de Columbia donde fundó el Center for Research on Environmental Decisions (CRED) y ahora da clases en la Universidad de Princeton con cursos en los que aplica los conocimientos de la psicología a la política energética y ambiental y a la ingeniería, la energía y las decisiones ambientales. Entre las propuestas más positivas que Weber puede aportar a nuestras vacaciones está la de sentirnos orgullosos y no culpables de actuar contra la crisis climática. Sentir orgullo de ser parte, una pequeña parte si se quiere, de la solución, pero de una solución muy grande. Orgullo que actúa como motivador para seguir tomando decisiones que son el fruto de la consideración de las emociones, de los datos científicos, del poder económico, de las experiencias personales, las creencias, etc. Weber apuesta por aumentar el conocimiento sobre como todas estas variables influyen en la conducta pro ambiental y como podrían contribuir a tomar decisiones de las que sentir orgullo. Una actualización que requiere una versión mejorada de todos nosotros y nosotras. Algo que quizá puede hacer aún más imprescindibles las vacaciones.

Elke Weber ha sido la primera psicóloga que trabajó con el IPCC en la redacción de los informes quinto y sexto. En el capítulo 5 que se titula “Demanda, servicios y aspectos sociales de la mitigación”, se recogen los estudios más relevantes en el campo de la psicología del cambio climático. Investigando como se toman decisiones bajo situaciones de riesgo e incertidumbre se podrían diseñar entornos que hagan más probable tomar decisiones que de manera natural conduzcan a respuestas más acordes con las necesidades del planeta. El informe subraya el éxito de las intervenciones que trabajan a través de lo que se llama la arquitectura de las decisiones. Los objetivos son tratar de mejorar, cambiar o evitar algunos de los comportamientos de forma que el cambio climático pueda ser revertido. 

Parte de la idea de que el ser humano toma decisiones fundamentalmente priorizando su experiencia personal. Mantiene además que las creencias previas influyen en la interpretación de la información y en las respuestas conductuales. Las olas de calor, las migraciones, los conflictos o la pérdida de cosechas son una muestra de la crisis climática solo si previamente se creía en él.  La certeza de la propia experiencia impone las creencias con las que se construye la realidad. Ver, tocar, sentir es creer.  

La psicología social cuenta con estudios que examinan la eficacia de distintas intervenciones para alentar cambios de comportamientos. Por ejemplo, Goldstein, Cialdini y Griskevicius midieron los efectos que producían mensajes diferentes en la toma de decisiones. Colocaron una tarjeta en las habitaciones de hoteles con mensajes diversos para animar a los/as huéspedes a participar en un programa de reutilización de toallas. Este tipo de decisión precisa que se generen argumentos a favor de una u otra opción. Estos argumentos o consultas se realizan secuencialmente. Cuando se piensa sobre una de las opciones se inhibe el pensamiento sobre la otra. Es sumamente importante entender la manera en que trabaja el cerebro.

Normalmente la primera opción que se considera parte con ventaja. Estas consultas tienen como objetivo encontrar las mejores razones para actuar de una u otra manera. Pero también, hay que tener en cuenta que las situaciones y espacios en los que nos movemos tienen una serie de características que priman unas opciones sobre otras. Es la opción por defecto. Los autores encontraron que para tomar decisiones se recurre a contrastar los argumentos con las normas sociales que se respetan o con las identidades con las que se simpatiza. Este es un ejemplo de que al hacer más visible la opción de la sostenibilidad son más las personas que la eligen. Elke Weber opina que esta racionalidad limitada, sumada a la configuración de los entornos en la que los factores contextuales tienen gran importancia, ejerce una inmensa influencia en la manera en que se percibe, se aprende, y se recuerda la información. Los patrones de las conductas y las preferencias no se deben a un orden natural de las cosas, sino a que son construidos a partir de estos factores. 

Replantear hábitos significa poner en marcha procesos de consulta y superar barreras psicológicas como el pensamiento a corto plazo. Pero para que no se queden en simples medidas de lavado de imagen verde se deben acompañar de las modificaciones estructurales y legislativas que faciliten y mejoren conductas beneficiosas para conservar y mejorar la vida

Superar el miedo a perder las comodidades, los privilegios, la posición social o cualquier otra preferencia socialmente construida puede conducir a mejorar las políticas de bienestar público, como pasó con la prohibición de fumar en lugares públicos. Las consecuencias a resaltar de estas transformaciones deben ligarse a los beneficios que puede traer el futuro. Los riesgos de padecer enfermedades, perder ciertas capacidades o morir prematuramente que se asocian con el tabaco también pueden asociarse a las amenazas que supone el cambio climático. Ahorrar energía, consumir renovables o cuidar los recursos hídricos son acciones que se pueden realizar aquí y ahora y que traerán mejoras a largo plazo. 

Las transformaciones sociales de este tipo llevan aparejados replanteamientos en las normas sociales que otorgan prestigio y autoridad. Hace unos años se consideraba que fumar era signo de distinción, elegancia y modernidad; hoy en día, por el contrario, ha pasado a estar asociado a conductas adictivas y a patologías médicas por lo que fumar ha dejado de ser una conducta valorada socialmente. Quizá sea posible hacer que pequeños gestos individuales y grandes intervenciones institucionales hagan atractivas las opciones que defienden la vida. 

La propuesta de Elke Weber es hacer que las acciones que puedan tener beneficios en el futuro sean las opciones por defecto a la hora de hacer elecciones y así tomar más y mejores decisiones ecológicas. El planteamiento es fomentar normas sociales, legislaciones e identidades orgullosas que permitan tomar buenas decisiones para la naturaleza, para nosotros/as y para la humanidad. Y hacerlo entendiendo y aceptando la forma en la que nuestro cerebro funciona y nos lleva a tomar decisiones a diario.

Muchos de estos cambios pueden acometerse en periodos reflexivos y emocionalmente equilibrados, tales como los que tienen lugar cuando desconectamos de las fuentes laborales de estrés. La tarea que quedaría pendiente sería diseñar nuevos entornos de decisión en nuestros espacios que hicieran más fácil tomar decisiones que nos encaminen a unas mejores versiones de nosotros y nosotras. Esas versiones son imprescindibles para afrontar los cambios ecosociales que nos apremian.  Esas versiones harían virtuosos muchos de los ciclos viciosos a los que nos llevan los escenarios climáticos, sociales y geopolíticos que se perciben con ansiedad viviendo en entornos laborales y cotidianos que son a menudo estresantes. Y lo más importante: esas versiones nos permitirían disfrutar realmente de unas más que merecidas vacaciones de vez en cuando.

Tumbada la vida en una hamaca, enterrados los pies en la arena, paseando la vista por nuevos paisajes y respirando profundo para llevarnos ese instante al futuro. Las vacaciones no solo nos permiten reducir el estrés y nos producen satisfacción, sino que numerosos estudios científicos demuestran que la pausa vacacional mejora el rendimiento cognitivo y la capacidad de atención, regenerando nuestras capacidades intelectuales, erosionadas gradualmente tras semanas o meses de trabajo y preocupación. El artículo 24 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo dejó muy claro ya en 1948: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas” En paralelo a la cruzada para que este derecho se universalice de verdad, es preciso revisar el sentido y la utilidad actual de las vacaciones. Porque los tiempos cambian. Y no solo en materia estrictamente laboral.

El ideal de unas buenas vacaciones es apagar todas las emociones que inundan, paralizan y sobrecogen el alma. La actualidad científica, social, ambiental y política nos carga de este tipo de emociones ya que vivimos tiempos cada vez más tensos y conflictivos. Tomarnos unos días libres es una buena decisión para desbloquear la causa de muchos de nuestros malestares. Del mismo modo que el ejercicio físico se ha demostrado eficaz para resolver la depresión, las emociones paralizantes o sobrecogedoras se pueden canalizar o afrontar mediante la proactividad y la ejecución de tareas y actividades. Hacer algo tiene, en sí mismo, consecuencias positivas ante los pensamientos y emociones que desencadenan las preocupaciones. Además, este “hacer”, cuya intención es salir de ese estado de tensión, pone en marcha comportamientos que buscan mantener la satisfacción y detener la insatisfacción.