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DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES

“¿Trabajar en precario es trabajo?”: cinco historias de empleos 'low cost'

¿Estudiar un MBA asegura un buen empleo?

Alicia Avilés Pozo / Lourdes Cifuentes

Hay cifras y cifras. Aunque las estadísticas de la Encuesta de Población Activa (EPA) o del paro registrado en las oficinas de empleo permiten obtener un mapa de su evolución y de algunas de sus características, nada nos dicen de las variables personales. Por ejemplo, no dicen si alguien ha intercalado empleos precarios durante más de 20 años, si le prometieron el trabajo de su vida y ahora dedica su jornada laboral a tareas que nada tienen que ver con lo que estudió, o si le piden que se haga autónomo sin ninguna garantía de que la facturación vaya a ser suficiente para llevar una vida digna. Esas son otras cifras: las que hemos querido personalizar. Si bajan los costes laborales de las empresas y si los contratos temporales no dejan de subir, su reflejo en la ciudadanía es latente. Aquí nos lo cuentan cinco personas con empleos 'low-cost', con nombres ficticios porque no quieren sufrir “represalias”.

“Estoy preparada para mucho más”

“Mejor esto que nada”, nos dice la más joven, de 25 años. Paula resume una situación laboral que no esperaba y que confía en poder solucionar con el tiempo “de una forma u otra”. Es ingeniera informática, trabajó durante la carrera de teleoperadora y como azafata, y ha hecho varios cursos de especialización en software y big data. Además, le gusta mucho cantar y el medio ambiente.

Tras realizar prácticas durante un año en una importante compañía en Ciudad Real, sin cobrar un euro, realizó una entrevista de trabajo para un proyecto de desarrollo de nuevas tecnologías en el campo. Le prometieron un sueldo “muy bajo, casi de media jornada, que acepté por no tener casi experiencia. A cambio le ofrecieron posibilidades de promoción y mejores condiciones laborales en el futuro. Allí lleva dos años y en su ordenador solo ha hecho powerpoints y labores de administración.

“Hasta me ofrecí para llevar el soporte informático de la empresa, al ver que lo que me dijeron del puesto no se cumplía. No es que me parezca mal lo que hago, es que estoy preparada para mucho más”, resalta. Cuando estudiaba entendía que podía trabajar “en cualquier cosa” pero ahora considera que, por su cualificación, merece ganar más. Al final, sus peticiones han hecho que el ambiente laboral se haya vuelto “raro” y que trabaje más horas por petición de sus jefes y “a cambio de nada”. Entre lo poco que gana, que no quiere marcharse de su ciudad, la jornada laboral ‘ampliada’ y que no ve posibilidades de otro trabajo ni de independizarse con su pareja, se siente “engañada y precaria”.

Ahora está pensando en opositar “de lo que sea”. “Siempre he sido optimista, pero estos dos años me han hecho pensar de otra manera. Se suponía que mis estudios y todo lo que me costaron servirían para algo, y en realidad lo tengo ahí pero no puedo desarrollarlo y tampoco puedo dejarlo. Así que, no sé, me pregunto: ¿trabajar en precario es trabajo? Yo cuento como cifra pero esto no es un empleo”.

Falso autónomo por imposición

Con 31 años, el caso de Alberto es al mismo tiempo diferente y parecido. Este arquitecto toledano trabaja para una empresa local realizando “múltiples tareas”, la mayoría de ellas sin relación alguna con sus estudios. Acabó la carrera hace cuatro años y ha trabajado como camarero y dando clases particulares, en ambos cosas sin contrato y, por tanto, sin cotización a la Seguridad Social.

Tras enviar currículos, consiguió que una empresa le ofreciera un puesto en el que los tres primeros meses no cobró. Después le dijeron que podía quedarse con una condición: “Tenía que hacerme autónomo, falso autónomo en realidad, porque no hay ningún tipo de contrato ni relación sobre el papel con ellos. Acudo allí, cumplo mi horario, hago de todo y luego facturo, pero me paso el día cumpliendo funciones de todo tipo”. En su caso cuenta con la ventaja de que los arquitectos tienen una mutua laboral privada donde la cuota de cotización es más baja que en el régimen general, pero aun así, le gustaría disponer de un contrato y de “ciertas garantías”.

Se acaba de independizar con su pareja, que está desempleada, y de momento ambos se “apañan” pero “no es una buena situación” porque, aunque como autónomo puede facturar otro tipo de trabajos, al final su dedicación es casi exclusiva a esta empresa y al final “vamos muy justitos”. Lo más significativo es que Alberto considera que en su trabajo está bien considerado y es necesario, por eso le gustaría seguir allí. Confía en que terminen por regularizar su situación, y de momento no hace una búsqueda intensiva de otro empleo. “De momento no tengo cargas, pero sí que pienso que en el futuro no podría seguir así. Estar en una situación irregular siempre te tiene nervioso”.

“Quejarse no es una opción”

Raúl es otro de esos rostros de muestran el trabajo precario. Con 26 años lleva cuatro trabajando en un establecimiento de comida rápida en Albacete. Su andadura laboral está ligada al trabajo precario que le ofrece una empresa en la que todo son jóvenes y los recortes de años atrás, los de la crisis, no solo no se han revertido sino que les sirve a los gerentes “para presionar y exigirnos más a los que quedamos”.

“Quejarse no es una opción, si es que quieres ganar dinero”, explica. La empresa, dice Raúl, los penaliza con menos horas laborales si se niegan a hacer un turno que les han puesto a última hora.

Todo viene porque no tiene “un sistema real de fichajes” en la empresa “porque los horarios nunca son los reales”. Si bien la ley exige que todos los trabajadores sepan su horario con una semana de antelación, según Raúl, esto en su empresa no se cumple, con lo que conocen casi en el mismo día si trabajan o no. “En caso de quejarnos, el siguiente mes nos reducen las horas complementarias de trabajo a modo de castigo”. Esto hace que, con un salario base muy ajustado, todos los trabajadores dependan de esas horas complementarias “para sacarse un salario que pueda permitirte, como en mi caso, pagarte los estudios”.

Gana, de media, “unos 400 euros al mes”.

“El trabajo dignificará, pero no a mí”

La familia de Carmen –ella, su marido y cuatro hijos a cargo– dependen de los 550 euros al mes que le retribuye su trabajo. “Estoy en la casa de unos médicos”, explica esa albaceteña cuyas funciones, dentro de ese marco amplio de las trabajadoras de hogar , van desde “vestir a los niños, darles de desayunar, limpiar, cocinar”, y todo lo que un hogar conlleva.

Los buenos datos de la economía, las mejoras laborales, no le han repercutido en los casi cuatro años que lleva trabajando por 550 euros al mes. Antes, esa misma familia, y con las mismas obligaciones, le pagaba 750 euros. “Primero me dijeron que un día a la semana no iría –explica– pero poco a poco me han ido sumando cosas” que, o bien no le remuneran, o cuando lo hacen no son como habían acordado.

Su margen de maniobra es mínimo. Tanto económico, porque no llega a fin de mes, como laboral, porque no sabe cómo salir de esa situación. “El trabajo dignificará, pero no a mí”, añade apesadumbrada. Eso afecta a su estado anímico: “Hay días en que me acuesto y me levanto sin ganas de ir a ningún sitio”. Su única salida, para poder mantener a la familia que depende por completo de su trabajo y su sueldo es “aguantar” hasta que encuentre otro trabajo con mejores condiciones.

“Tengo que vivir de algo”

Diplomada en Trabajo Social, habilitada en Educación Social, formadora ocupacional, experta en Terapia Familiar Sistémica, quiromasajista y actriz. Este es solo un resumen del currículo de Virginia, de 48 años. Empezó a trabajar en servicios sociales municipales en 1993, antes incluso de terminar la diplomatura, y durante sus estudios universitarios trabajó y estudió al mismo tiempo. Desde entonces ha encadenado empleos temporales, la mayoría muy precarios, y épocas en paro.

Casi toda su trayectoria profesional la ha realizado en educación social en instituciones privadas y públicas; principalmente en ayuntamientos, porque en la Administración autonómica “las plazas que se ofertan son muy pocas”. “Tengo que vivir de algo”, se lamenta Virginia. Lo intentó una vez y se quedó “a décimas” de la nota de corte para entrar a trabajar. Así que principalmente ha realizado concursos-oposiciones en ayuntamientos durante 20 años. De hecho, hasta el momento ha conseguido “sobrevivir” alternando trabajos temporales con la prestación por desempleo, menos cuando llegaron los recortes en servicios sociales del Gobierno de María Dolores de Cospedal, cuando “se echaron a la calle a equipos municipales enteros”.

En esa época agotó todas las prestaciones y tuvo que volver a vivir con su madre. Trabajó como teleoperadora, y finalmente la llamaron de la bolsa de trabajo de un ayuntamiento, después cubrió otra plaza por enfermedad y posteriormente otra de maternidad. “Un trabajo detrás de otro, ninguno con garantías, todos temporales, una pesadilla continua, sin poder hacer planes ni nada”.

La suerte parece sonreír ahora, pero con sombras: el próximo mes de mayo comenzará a trabajar en una asociación local donde, según cuenta, por primera vez le han valorado su “calidad humana y profesional”. Le sorprende que en una especialización como la suya nunca lo hayan hecho, “y en la administración pública mucho menos”. “Lo que ahora me ofrecen no son muy buenas condiciones, el sueldo es bajo, pero es lo mejor que he encontrado hasta ahora”, subraya.

¿Cómo se aguanta esta situación después de más de dos décadas de tesón? “Porque es muy vocacional. Considero que tengo las capacidades, habilidades y destrezas suficientes, y más con mi trayectoria, como para coger ahora y dedicarme a otra cosa. Ya he trabajado en otras cosas, y no se me caen los anillos por ello, pero me he dejado un dineral, mucho tiempo y mucha calidad de vida en formarme y tener experiencia. Y ahora no voy a rendirme. Esto es un problema 'de Estado'. Esto de tener siempre unos sueldos de mierda en trabajos tan cualificados es una vergüenza. Ni siquiera sé cómo es posible”, concluye.

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