Imagina que estás en una cena de Navidad con 20 personas y hay un sorteo de un jamón. El jamón tiene un valor de 200 euros. Para participar en el sorteo tienes que pagar 8 euros. ¿Jugarías?
La respuesta la tienen las matemáticas.
La ecuación de Bernoulli nos dice que el valor esperado de cualquier cosa resulta de multiplicar su valor real por las probabilidades de que ocurra.
Tienes una probabilidad entre 20 de ganar, es decir, 0,05. Si el jamón cuesta 200 euros, el valor esperado de participar es 10 euros. Esto quiere decir que si jugar cuesta 8 euros, es un buen juego. Si costara 12, no lo sería.
Entonces, ¿la Lotería de Navidad es un buen juego o no?
En el bombo hay 100.000 bolas. Cada año el sorteo reparte 14.272 premios, incluyendo la pedrea. Multiplicando el valor de cada premio por las probabilidades de que toque, que es una entre 100.000, el valor esperado de un décimo de lotería es de 14 euros. Pero pagamos 20 por él.
La Lotería es un mal juego, y en general todos los juegos de azar lo son. Las probabilidades están calculadas para que siempre gane la banca. Entonces, ¿por qué jugamos?
Uno de los factores es que los juegos de azar son adictivos, de una forma similar a las drogas. Cada vez que jugamos se produce una subida de dopamina en la parte del cerebro encargada de la recompensa y el placer. De hecho se ha comprobado que los medicamentos que inhiben la dopamina quitan las ganas de jugar a los adictos a las apuestas.
Pero esto no se aplica a las muchas personas que juegan una vez al año por Navidad y que no son adictas. Aquí actúa otro fallo de nuestro cerebro llamado sesgo de disponibilidad. Cuando tomamos una decisión, nos basamos en la información disponible.
Todos los años vemos en televisión a los ganadores de la lotería, celebrándolo con risas y champán. Pero no salen los millones de personas que compraron el décimo y no ganaron nada. Esta información sesgada nos hace pensar que ganar es mucho más probable de lo que es en realidad.
Además está el miedo, no tanto a perder, que es lo más normal, sino a que las personas a tu alrededor ganen y tú no. Esto se debe a que percibimos el valor de algo comparándonos con las personas a nuestro alrededor. Por ejemplo, ¿preferirías ganar 50.000 euros al año o 100.000 euros al año?
La respuesta parece evidente. Pero se puede complicar. Preferirías ganar 50.000 euros al año en una ciudad donde todo el mundo ganase la mitad que tú, o ganar 100.000 cuando todo el mundo a tu alrededor ganase el doble. Curiosamente, la mayoría de las personas eligen ganar menos siempre que puedan ser los más ricos del pueblo.
La idea de que tus compañeros de trabajo ganen un premio y tú no es insoportable. Por ejemplo, en Holanda la lotería nacional reparte premios por código postal. Esto quiere decir que si no compras lotería, y toca en tu barrio, muchos de tus vecinos estarán celebrando el premio y comprándose un coche nuevo.
Por supuesto, las ventas de lotería aumentan después de que haya caído en un código postal. Al menos el dinero de la lotería holandesa va a parar a organizaciones benéficas.
Se suele decir en broma que la lotería es un impuesto sobre las personas que no saben matemáticas. Sin embargo, la realidad es un poco más oscura. Los estudios indican que cuanto menos ingresos tienen las personas, mayor es el porcentaje de sus ingresos que gastan en lotería y juegos de azar.
En realidad, la lotería es un impuesto a los pobres. Las apuestas deportivas y los juegos online son mucho peores, con menos dinero en premios y más posibilidades de convertirse en una adicción.
Siempre puedes elegir gastar ese dinero de otra forma, pero juegues o no, te deseo que tengas mucha suerte.