Por qué no puedes tener más de 150 amigos ¿o sí puedes?

Darío Pescador

8 de febrero de 2022 22:34 h

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¿Cuántas amistades tienes en Facebook? Si eres como la persona media en este planeta, tendrás entre 300 y 400 en tu lista. Pero ¿a cuántas de estas personas invitarías a tu boda o a tu fiesta de cumpleaños? ¿A cuántas de ellas contarías un problema personal? ¿A cuántas pedirías ayuda en caso de necesidad? En definitiva, ¿en cuántas de esas personas confías realmente? 

Seguramente, no son tantas. Los seres humanos hemos evolucionado para sobrevivir en grupo. En el entorno natural, el Homo sapiens es un animal bastante patético. No tenemos fuerza, rapidez, ni defensas para sobrevivir ni dos minutos enfrente de otros depredadores. Pero actuando en grupo somos terroríficos. Hace millón y medio de años, antes de tener acceso a la tecnología o las armas de fuego, ya estábamos cazando especies hasta la extinción.

Solo hemos sido capaces de llegar aquí en grupo. Por este motivo tenemos una parte de nuestro cerebro dedicada exclusivamente a relacionarnos con los demás: el lóbulo prefrontal. Ahí reside el lenguaje, la capacidad de entenderlo y producirlo, la capacidad de reconocer las caras de los demás e identificar sus emociones, y la capacidad de controlar nuestras respuestas instintivas, algo muy útil si tienes que cooperar con el primate de al lado en lugar de romperle la cabeza con una piedra, que es lo que te pide el cuerpo.

La evolución es tacaña, y no habría destinado tantos recursos a que los humanos nos entendiéramos si no fuera absolutamente necesario para nuestra supervivencia. Ese trozo de cerebro es el que realmente nos hace humanos, pero también tiene sus límites.

Me fío o no me fío

Si solo tuvieras relación con una persona en el mundo, tu cerebro tendría que ocuparse de, bueno, una sola relación. Tienes que recordar que le gusta esa persona, que es lo que no le gusta, cómo reacciona ante determinados acontecimientos, y qué puedes esperar de ella si las cosas se ponen feas. Es decir, tienes que recordar todo lo que hace que confíes en esa persona. 

Pero si tienes dos relaciones, tu cerebro tiene qué ocuparse de tres: la tuya con cada una de esas personas, y la de esas personas entre sí. Con cuatro personas tenemos seis relaciones. Con seis personas tienes que controlar 15 relaciones, y con 100 personas nos ponemos en 4.950 relaciones de a dos. A esto hay que sumar que también hay relaciones de tres, cuatro y más personas juntas, que funcionan de modo diferente a las relaciones de a dos, y que también suman. La cifra empieza a ser inabarcable.

¿Cómo podemos llevar la cuenta de ese imposible de conexiones entre las personas que conocemos? Según el investigador Robin Dunbar, el origen de estas redes es la conducta de acicalamiento (grooming) que en los primates consiste básicamente en despiojarse mutuamente, una tarea que necesita colaboración y confianza: “yo te rasco la espalda y tú me rascas la espalda”. 

Pero también según Dunbar, en el momento en que se desarrolla el lenguaje y nuestros ancestros tienen la capacidad de contar historias, surge otra fuerza de cohesión en los grupos: el cotilleo.

En un grupo de primates, si tuviéramos que investigar personalmente todas las relaciones posibles para saber de quién nos podemos fiar, nuestro trabajo sería inacabable. El cotilleo (gossiping) nos permite adquirir esa información de otros individuos. Por los demás nos enteramos de que que podemos ir a cazar con Paco, que es un tipo cabal, pero que debemos tener cuidado al recolectar con Manolo, que se come todas las bayas por el camino y no deja para los demás.

Pero ¿de cuántas personas somos capaces de mantener ese registro de “me fío” o “no me fío”? Según Robin Dunbar, 150, más o menos. Este es el número de Dunbar.

El número de Dunbar

La pregunta de cuántas relaciones nos caben en la cabeza es, al parecer, literal. En su estudio de 1992, Robin Dunbar analizó a 38 géneros de primates diferentes, y comparó el tamaño de su cerebro (en concreto el neocortex, donde se encuentra el “cerebro social”) con el número de individuos en un grupo de esa especie. 

Por ejemplo, los lémures forman grupos de unos nueve individuos. Los macacos de hasta 39, los chimpancés hasta 53. Con ligeras variaciones, cuanto más grande era el lóbulo prefrontal del mono, más relaciones con otros monos podía establecer.  

¿Qué hay de los monos con traje? Para los humanos, Dunbar predijo un “tamaño medio del grupo” de 148, lo que habitualmente se redondea a 150, aunque con un amplio margen de error. Para comprobarlo, comparó esta medida con el tamaño que tenían los grupos humanos habían tenido en la prehistoria, según los hallazgos en antropología. En efecto, las bandas de cazadores recolectores en el Pleistoceno se agrupaban en bandas de unos 50 individuos, grupos con la misma cultura de hasta 200. El tamaño medio de una aldea del neolítico era de 150 individuos. 

La cosa no se para ahí. La unidad básica de mercenarios en el ejército romano era de unos 150 soldados, y lo mismo se reproduce en los ejércitos modernos. Los pueblos en la Inglaterra medieval tenían entre 120 y 150 habitantes. Los huteritas, una secta religiosa similar a los amish, forman asentamientos de unas 150 personas. 

El límite no lo impone solo el tamaño del cerebro, sino el tiempo. Según Dunbar, en un grupo de ese tamaño es necesario emplear cerca de un 40% del tiempo en mantener relaciones sociales para que se mantenga cohesionado. Más gente supondría más tiempo para socializar y menos para sobrevivir. 

A partir de ahí, el número de Dunbar se encuentra hasta en la sopa. Los desarrolladores de software libre forman grupos de trabajo de este tamaño. La empresa Gore, fabricante de GoreTex, limita el tamaño de sus oficinas y fábricas a 150 personas, lo mismo que las oficinas de la agencia tributaria sueca o los grupos de jugadores de Ultima Online.

La máquina de hacer conexiones

El número de Dunbar ha recibido muchas críticas, entre ellas su imprecisión, ya que en el estudio original se advertía ya que podía variar entre 100 y 250. Surge además otra duda, si el número todavía es válido en la era de Internet. Una de cada cuatro personas en el mundo está en Facebook, y eso amplía enormemente nuestra capacidad para cotillear con tan solo deslizar el dedo sobre la pantalla.

Del mismo modo que el procesador de texto hace más eficiente escribir si se compara con la pluma y el papel, las redes sociales en Internet hacen mucho más eficiente la tarea llevar la cuenta de las relaciones humanas. Según Angela Lee, profesora de la Escuela de Negocio de la Universidad de Columbia, redes sociales profesionales como LinkedIn permiten ampliar nuestra capacidad de establecer contactos, y esos contactos que no son estrechos físicamente son los que se convierten en oportunidades para colaborar con otras personas a las que no llegaríamos de otro modo.

Sin embargo Dunbar cree que la pandemia de Covid-19 está poniendo las cosas en su sitio. En declaraciones al New York Times indicó que las conexiones que hacemos en redes sociales “no son relaciones personalizadas”. En medio de la crispación política y la avalancha de información que trajo la pandemia, muchas personas utilizaron el confinamiento para “hacer limpieza” de sus amistades en Facebook, y quedarse solo con aquellas relaciones que eran significativas. Seguramente, acercándose a ese número mágico. 

Y tú, ¿en cuántas personas confías?