¿Cuántas veces pueden los niños preguntar “por qué”? La curiosidad es uno de los rasgos más característicos de la infancia, aunque algunas veces nos pueda sacar de nuestras casillas. Sin embargo, hay una buena razón detrás de esta conducta: los niños quieren saber.
Los investigadores han estudiado este fenómeno, y sus resultados dan un poco de miedo. Según un estudio, como media los niños hacen 107 preguntas por hora. Pero según la investigadora Susan Engel, psicóloga, experta en educación y autora del libro “La mente hambrienta”, esta intensidad en el ansia de saber de los niños no es constante, y tampoco es para siempre.
Los niños tienen los llamados “episodios de curiosidad” en los que no paran de indagar. En el caso de niños de cuatro años, ocurren aproximadamente una vez cada o hora o cada dos horas. Sin embargo, cuando llegan a los 10 años, estos ataques de curiosidad se reducen a una quinta parte.
Parece que la pérdida de la curiosidad no se detiene ahí. Los científicos de la NASA intentaron estudiar con detalle qué es lo que hace que la gente sea más o menos curiosa, un rasgo que la agencia busca en sus científicos, que deben enfrentarse a problemas complejos y llegar a soluciones creativas.
En su investigación estudiaron a 1.600 niños en distintos momentos, a los 5,10 y 15 años, sometiéndolos a un test de creatividad. Con cinco años, el 98% consiguió la máxima puntuación, correspondiente a genios creativos. Cinco años más tarde, solo el 30% lo conseguía, y a los 15 años se había reducido su número al 12%. Los adultos vamos bastante peor. En un estudio posterior con 280.000 personas, solo el 2% de los adultos se podían calificar como creativos. ¿Por qué? El autor principal de estos estudios, George Land, presentó sus asombrosas conclusiones en el libro “Breakpoint and Beyond”: el sistema educativo es el responsable de matar la curiosidad. La búsqueda de soluciones creativas y el pensamiento lateral no están presentes en un sistema basado en la memorización y la transmisión unidireccional de información del profesor a los alumnos.
Otras investigaciones sugieren que perdemos la curiosidad como una consecuencia de la acumulación de conocimiento. Si sabemos más cosas, tenemos menos motivos para querer aprender otras nuevas. Es decir, cuanto más sabemos, nos volvemos menos curiosos. Sin embargo, en un mundo en el que los cambios se producen a un ritmo acelerado, esta relación ya no está tan clara. Mantener nuestra curiosidad en la edad adulta tiene muchas ventajas:
- Nos mantiene jóvenes: las investigaciones muestran que el sentido del asombro y la búsqueda de cosas nuevas es suficiente para alargar la vida de las personas en al menos cinco años.
- Nos ayuda a aprender: la sociedad actual nos obliga a aprender cosas nuevas durante toda nuestra vida. La curiosidad hace que nos resulte más fácil recordar las cosas que aprendemos.
- Nos hace mejores personas: tener un interés genuino en otras personas ayuda a establecer relaciones más estrechas y saludables, y aumentar la confianza, un sentimiento que la actual polarización ha dejado en crisis.
Aunque parezca que la hemos perdido, en la mayoría de los adultos simplemente está dormida. Nunca mejor dicho, ya que cuando los adultos soñamos, estamos dejando rienda suelta a nuestra curiosidad. Hay algunas cosas que podemos incorporar nuestra vida diaria para convertirnos en personas más curiosas:
- Hacer preguntas: da igual si estamos leyendo o conversando con otras personas, merece la pena preguntar siempre por qué y cómo. Hará la conversación mucho más interesante.
- Cultivar nuevos intereses: si no sabes nada de la poesía china o de tectónica de placas, porque no tienen nada que ver con tu trabajo o con tus aficiones actuales, ¿por qué no empezar? Puedes sorprenderte con lo que aprenderás.
- Aprender a escuchar: cuando interactuamos con otras personas, tendemos a hablar demasiado. Una forma de cambiar esto es decir menos y escuchar más, e incitar a la persona que tenemos enfrente haciéndole preguntas.
- Tomar notas: todos tenemos momentos del día en los que nuestra mente vaga y se nos ocurren ideas asombrosas. No dejes que se te olviden, apúntalas y tendrás nuevos ámbitos que explorar más tarde.
- Aprender a aburrirnos: no hacer nada es un arte, y hoy en día parece un lujo. Pero lo cierto es que nuestro cerebro necesita momentos de pausa en los que seguramente se nos ocurrirán muchas preguntas que hacer.
Ser más curiosos puede cambiar nuestra vida para mejor. A veces es algo tan sencillo como preguntar “¿por qué?”
* Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.