Ahí fuera hay todo un pedregal. Entre la órbita de Marte y la de Júpiter tocaba que hubiera un planeta, pero Júpiter es demasiado grande, su gravedad evitó que se pudiera formar uno. En su lugar hay un anillo con millones de asteroides, de los cuales un millón y medio más o menos tienen un tamaño superior a un kilómetro de diámetro, con muchísimos más de menor tamaño.
Las colisiones entre los asteroides son frecuentes, y algunos de los fragmentos de roca salen disparados en dirección a la Tierra. De los 50.000 meteoritos encontrados en la Tierra hasta la fecha, se cree que el 99,8% se originó en el cinturón de asteroides.
La gravilla no es un problema. Las partículas más pequeñas que una canica arden y se desintegran al entrar en la atmósfera, dando lugar a bonitas estrellas fugaces. Los fragmentos más grandes se suelen partir en la entrada y llegar a la superficie en forma de piedrecitas. Los que son como un balón de fútbol, menos frecuentes, suelen terminar en la vitrina de un museo de geología.
Pero, ¿qué ocurre con los que son más grandes todavía? ¿A partir de qué tamaño de piedra tenemos que preocuparnos? Sobre todo, ¿hay alguien vigilando?
Casas, rascacielos y montañas
Digamos que un asteroide del tamaño de una casa choca con la Tierra a 50.000 kilómetros por hora, que es la velocidad de entrada normal. Esta masa combinada con esa enorme velocidad desataría una cantidad de energía aproximadamente igual a la de la bomba de Hiroshima, unos 20 kilotones. Esto quiere decir que no quedaría piedra sobre piedra en un kilómetro a la redonda, y algo de destrucción llegaría hasta los tres kilómetros de distancia del impacto. Si cae en tu barrio, adiós al barrio.
Ahora pensemos en un asteroide del tamaño de un edificio de 20 pisos, unos 60 metros de diámetro. La cantidad de energía equivaldría a entre 50 y 50 megatones, que es lo que tienen la mayor parte de las cabezas nucleares actuales. El radio de destrucción sería de unos 8 kilómetros, lo que supone arrasar una ciudad completa.
¿Cuál es el tamaño de pedrusco que pondría en peligro la vida en el planeta? Los cálculos de los científicos dan como resultado una roca enrome, de entre 11 y 12 kilómetros de diámetro. Tras el impacto, se crearía una inmensa pluma de polvo que envolvería todo el planeta, bloquearía el sol y fundiría la corteza en la zona del impacto. Las plantas de todo el mundo morirían en cuestión de días, y con ellas la mayor parte de la vida en la Tierra, aunque algunas especies podrían sobrevivir.
Sabemos esto porque ya ha ocurrido. El asteroide más famoso de la historia es Chicxulub, que cayó a la Tierra hace 66 millones de años. Este asteroide tenía el tamaño de una montaña, unos 10 kilómetros de diámetro, y dejó un cráter frente a la costa de la Península de Yucatán, en México, de 146 kilómetros de ancho y 19 kilómetros de profundidad cuyos contornos son visibles hoy. El impacto dio lugar a tsunamis masivos y arrojó tanta agua y polvo a la atmósfera que bloqueó la luz solar, bajó las temperaturas en todo el mundo y causó la extinción de los dinosaurios.
Sin embargo, aún estamos aquí, por lo que no fue bastante para acabar con toda la vida. Los científicos de la NASA calculan que se necesitaría un asteroide de unos 100 kilómetros de ancho para acabar totalmente con la vida en la Tierra.
El sistema de vigilancia
El Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, en California, cuenta con una sección de Vigilancia de Asteroides cuyo objetivo es detectar y seguir los asteroides (y cometas) que tienen posibilidades de acercarse a la Tierra en su órbita. Para 2022 hay al menos cinco que se están vigilando estrechamente, incluyendo uno, el 1994 PC1, que se acercó ya en 1994 y que tienen 1,1 kilómetros de diámetro. Otros dos (2021 YQ y 2021 YX) pasaron por la Tierra sin problemas el 5 de enero de 2022, a distancias de 2,1 y 3,7 millones de kilómetros respectivamente. Para comparar, la distancia entre la Tierra y la Luna es de 384.000 kilómetros, unas diez veces menos.
Como ya sabemos por la sorprendentemente bien fundamentada película “No mires arriba”, si queremos cambiar la órbita de un asteroide hay que hacerlo mientras está lejos de la Tierra, cuando una mínima variación en el ángulo puede convertirse en millones de kilómetros de diferencia.
La sonda robotizada DART (Double Asteroid Redirection Test), lanzada el pasado 24 de noviembre es un ensayo en este sentido. Su misión es chocar contra el pequeño asteroide Dimorphos a una velocidad de 6,6 kilómetros por segundo en un intento de cambiar la órbita sólo ligeramente, pero suficiente para poder medirlo con telescopios. Dimorphos no tiene posibilidades de chocar con la Tierra, pero es mucho mejor hacer la prueba ahora, con una roca inofensiva, antes de que lo necesitemos de verdad.