Por supuesto que la Cultura existe y existirá, no se acaba con la crisis y además parece no necesitar a la Administración Pública para crear. Más bien al contrario, estamos envueltos en una agitación y explosión cultural que impide que podamos asistir a todo lo que se hace en nuestra ciudad, y eso, sin ayudas públicas de carácter totalmente privado. Ahora bien, esa “explosión cultural” no debe servirnos de consuelo ni de excusa para no analizar a fondo de dónde venimos y a dónde queremos ir. Lo que ha ocurrido es que en nuestro territorio han convivido dos Culturas: la “oficial” que dependía de los presupuestos públicos y de las decisiones políticas y, de forma paralela, la “real”. Ahora que ha desaparecido la programación cultural promovida por la Administración, surge con más fuerza la Cultura real para cubrir los espacios públicos y privados, para ofrecer una programación, y para llenar un espacio de calidad del ocio, imprescindible en una sociedad democrática.
Sin embargo, la Cultura tiene dos vertientes: aquélla que surge en barrios o locales, de forma voluntaria y participativa, pero sin carácter económico; o la Cultura como una actividad económica que genera empleo y que se quiere “vivir de ella”, lo cual es un propósito, hoy en día, “heroico”.
En la primera dimensión, encontramos barrios que, por circunstancias diferentes, han encontrado en la Cultura su elemento distintivo y reivindicativo. Benimaclet ha supuesto la agrupación de organizaciones sociales que han sabido aprovechar los espacios ciudadanos, públicos y privados, para encontrar un elemento de cohesión y socialización; Russafa presenta un carácter diferente, ha supuesto la revitalización de un barrio, abandonado y degradado por la propia Administración Municipal, que ha encontrado, de la mano de artistas, talleres y salas, un lugar de encuentro cultural; Cabanyal ha definido su lucha urbanística reivindicando su estilo de vida a través de la Cultura; y, por ejemplo, Patraix ha definido un modelo de asociacionismo vecinal a través de elementos y señas culturales-solidarias. Barrios de Valencia que han “explosionado” culturalmente, sin necesitar a la Administración, o más bien, “frente a ella”.
A esos barrios se suman innumerables asociaciones o grupos culturales formados por personas inquietas, que hacen cultura, participan de la cultura, que son al mismo tiempo autogestores y público.
Pero, ¿puede la Cultura convertirse en un elemento económico que permita también “ganarse la vida”?
DIAGNÓSTICO:
Es importante que realicemos un diagnóstico de lo ocurrido, no tanto para lamentarse (pues ya no tiene remedio), sino para no cometer los mismos errores y superar la nostalgia de tiempos pasados que, además, eran profundamente “incultos”.
Decía Platón en su obra “El mito de la caverna” que “no se ignora la cultura y el conocimiento, sino que se la desprecia o decora”.
Nuestra Comunidad ha dispuesto de mucho dinero en presupuestos llamados de Cultura pero que se han destinado a otras finalidades: grandes eventos o infraestructuras de costes imposibles de asumir cuyo objetivo era la promoción política, y que ha arrastrado despilfarro, excesos, insostenibilidad y corrupción. Pero que no han consolidado ninguna estructura económica cultural, porque no respondían a un Plan Estratégico Cultural, sino a otros planes y propósitos. Se nos tachaba incluso de provincianos a quienes nos oponíamos al Palau de les Arts, cuando preguntábamos: ¿tiene que ser el más grande y más caro del mundo? Lo cierto es que los eventos culturales se medían por “peso” de coste, no por razón de ser.
Evidentemente, siempre había “flecos” de los presupuestos millonarios para los sectores culturales, que ahora se resienten gravemente ante los recortes públicos o la desaparición de las Fundaciones de los Bancos y Cajas, que han puesto en peligro, incluso el patrimonio valenciano.
Pero como castillos de naipes han ido cayendo muchas de esas obras sin dejar trascendencia: Tercer Milenio, Ciudades Artificiales desde el Teatro a la Luz, Bienales o Premios Mundiales. Ni siquiera ha consolidado un turismo cultural, que comenzó con la Ciudad de las Ciencias, porque no ha habido ni una especialización ni una estrategia. Aquella Política Cultural tenía más de “pelotazo” que de sentido común.
Ahora bien, si aquella política estrambótica fue insostenible, hoy pueden resultar insostenibles sus consecuencias. Y esta es la responsabilidad que tiene la Administración Pública.
¿AHORA QUÉ?
Ya no existe la Cultura “oficial” de la Administración, ya no hay presupuesto, las deudas se acumulan, y, sin dinero, no hay creatividad pública. Los grandes eventos desaparecen, las infraestructuras costosas cierran sus programaciones, las casas de cultura languidecen, y se ralentiza toda una actividad cultural que tenía como promotor y gestor a la administración pública. Es más, no parece que los recortes y despidos que la Administración está realizando sean eficaces y garantes de una eficiente política cultural. Los criterios son dudosos.
En cambio, sí existe un tejido privado y ciudadano, capaz de ofrecer una programación densa, variada, innovadora, y de calidad.
Por primera vez, es el espacio privado quien tiene la capacidad de “hacer y ofrecer Cultura” en nuestro territorio. ¿Quiere eso decir que se puede prescindir de la Administración? Más bien, significa que se modifica el peso de los actores público-privado. No habrá política cultural si no hay acuerdo, consenso y cogestión con los profesionales de la cultura. Es más, se debe exigir un cambio en profundidad de nuestra economía, que reconvierta el propio papel de la Cultura, ya no como un bien “superfluo” propiciado por la Administración, sino una actividad económica fuertemente competitiva y expansiva.
Así pues, estamos en un momento distinto que puede suponer una apuesta novedosa:
La definición de un nuevo modelo cultural radicalmente diferente al anterior:
- con participación de los sectores afectados, cogestión de las programaciones, uso de infraestructuras públicas que ahora son insostenibles y están sin uso por parte de profesionales de cultura, transparencia en las decisiones y racionalidad en los presupuestos, colaboración de distintas instituciones y organismos públicos con empresas privadas o grupos culturales.
- consolidación de centros y estructuras de producción y exhibición junto con una adecuada estructuración territorial, revitalizando las casas de la cultura y bibliotecas.
- el papel de la Administración como promotor, responsabilizándose de la difusión, campaña, publicidad, festivales, proyección exterior de las industrias…
- la apuesta real por una Cultura económica como eje del turismo, el ocio de calidad, la participación, la identidad de espacios públicos y privados.
- la sinergia de distintos sectores económicos, para apoyarse mutuamente en la búsqueda de ofertas innovadoras.
- la complicidad de los profesionales de la Cultura con movimientos asociativos.
- la potencia de las nuevas tecnologías para difundir nuevos proyectos.
Eso no significa que no haya riesgos ni problemas. Evidentemente, la crisis económica hace mella en un sector profesional que ve cómo no hay suficiente público y además se le acribilla con una injusta y elevada subida del IVA. Tampoco parece viable con la retrógrada ley Wert que la educación y la cultura caminen de forma conjunta, creando un público formado entre los niños y jóvenes, con todo el potencial que eso supone. Se está condenando a la invisibilidad a los jóvenes artistas contemporáneos que ven inviable una salida profesional: no hay sector cultural que no esté en crisis, que se expulse a los jóvenes profesionales de la Cultura y se sacrifique así el Arte de los próximos años.
Además, hay que superar las “cajas cerradas” en las que cada sector cultural viene trabajando; es necesario compartir escenarios, actividades, programaciones y, sobre todo, público. En definitiva, y sin que nadie se moleste, hay que dejar de ser cabeza de ratón para enganchar fuertemente la cola de león. No es fácil, pero hay una oportunidad de crear sinergias, de ocupar el espacio público, de cogestionar la política cultural, de abrirse a nuevos socios, de que la Cultura comparta aficiones o actividades comerciales diferentes, y, sobre todo, de ayudarse mutuamente.
Y nos queda pendiente una asignatura: la Cultura debe ser, hoy más que nunca, un elemento de reivindicación y denuncia. No es sólo un elemento de divertimento y distracción, sino que encierra la responsabilidad de generar valores éticos sociales.
CONCLUSIÓN:
Probablemente nos encontramos en un momento de transición entre las funciones que tradicionalmente se han otorgado a las políticas culturales y el papel nuevo que han de desempeñar, así como el nuevo reparto del protagonismo de sus actores público-privado.
Es el momento de levantar cabeza y crear un nuevo modelo.
Este text ha segut originalment redactat per al debat d´Aula Ciutat que es celebra el dimecres 30 d’octubre baix el títol de A València, #LaCulturaVaSoladebat d´Aula CiutaA València, #LaCulturaVaSola