En Irlanda del Norte, único territorio que el Reino Unido conserva en la isla irlandesa, reina la paz absoluta desde 1999, cuando entró en vigor el Good Friday Agreement. La ausencia de una frontera entre la República Irlandesa y los seis condados que componen la administración británica en el norte, hasta el día de hoy, ha sido una condición imperativa. El nuevo acuerdo alcanzado por Boris Johnson y la Unión Europea ha recibido la luz verde del parlamento. Una copia del Brexit de Theresa May que la cámara rechazó hace unos meses por la viva fantasía de un brexit duro, entonces posible –y debido a un sexismo sutil pero incesante en el elitismo de Westminster –.
Lo más llamativo durante los últimos días ha sido la negativa del DUP (Partido Demócrata Unionista de Irlanda del Norte) ante la posibilidad de apoyar el acuerdo de sus socios conservadores. El DUP y sus 10 diputados son desde el 2017 los socios de gobierno que el Partido Conservador ha necesitado para disfrutar de una mayoría simple. Ante las cesiones importantes que Johnson ha hecho en las negociaciones con Bruselas, los unionistas irlandeses han entendido por fin que su “amor étnico” por la Irlanda del Norte británica y el Brexit no es correspondido. Irlanda del Norte se vería atrapada en las reglas del mercado único europeo, con pocas opciones de volver a unirse a un Reino Unido independiente por las buenas –especialmente con las concesiones de Johnson en el mar irlandés –. La reapertura de cualquier tipo de frontera entre Irlanda, miembro de la UE, e Irlanda del Norte nunca fue una posibilidad para Bruselas. Menos aún para Dublín. El gobierno británico rechazó la propuesta inicial del backstop, un procedimiento que en el acuerdo de May figuraba como garantía y hubiese mantenido a Belfast en el mercado único.
Con intenciones desesperadas, Johnson y los suyos han intentado ofrecer incluso la posibilidad de una frontera doble. Ayer mismo siguió delirando sobre el hecho de que, supuestamente, su acuerdo no abandona a los británicos de Irlanda del Norte. En estos momentos sus palabras ya no las cree nadie, quizás con la triste excepción de una mayoría vergonzante de ciudadanos ingleses. Su único deseo es proyectar la imagen de un Reino Unido abandonando la UE al completo, sin dejar a nadie detrás. El elemento histórico más característico de los conservadores, su deslealtad en favor de los intereses propios, ha hecho acto de presencia. Han prescindido de una parte crucial de su nación, en la que la permanencia de ambas islas en la Unión Europea ha sido clave para alcanzar la paz tras décadas de rencor y ataques violentos del IRA (Ejército Republicano Irlandés). Lo han hecho anteriormente, tanto en sus coaliciones internas como en el exterior.
Irlanda es una república independiente desde 1921, cuando se proclamó el “estado libre” tras una guerra civil sangrienta de más de dos años. Todos los irlandeses viajan constantemente a los seis condados británicos, y viceversa. Familias enteras, sectores económicos como la pesca y miles de empleos dependen de la fraternidad y paz forjadas durante décadas de pertenencia a la Unión Europea. El DUP, una formación retrógrada y posicionada en contra de derechos como el aborto (aprobado esta semana por el parlamento de Belfast), es la última víctima dentro de las bancas conservadoras. A comienzos de septiembre, lo fueron los 20 diputados “tories” que se rebelaron contra la cúpula y rechazaron sus propuestas. La obsesión por un Brexit a toda costa, una idea a la que el parlamento se opuso ayer, sin tiempo para debatir sus consecuencias nefastas para los trabajadores, servicios públicos y las vidas que hay en juego –también en Irlanda– no le deja a Johnson más que una opción: convocar elecciones. La infantilidad y superioridad mezquina empleadas por el primer ministro han resucitado las tensiones, entre lo que queda de las milicias del IRA y unionistas británicos, pero también entre formaciones políticas y medios de comunicación.
La rama política del antiguo IRA, Sinn Fein, un partido de izquierdas considerable en el parlamento de Dublín –cuyo liderazgo fue primordial en la lucha política y armada contra el Reino Unido – obtuvo siete escaños en Irlanda del Norte durante las elecciones británicas de 2017. Su líder histórico, Gerry Adamas, rechazó entonces aceptarlos y sentarse en el parlamento de Londres, pero la formación irlandesa podría cambiar de opinión si unas futuras elecciones les diese la capacidad de entorpecer a los británicos desde dentro. Durante las últimas semanas, varias fuentes televisivas han entrevistado a las agrupaciones del IRA dispuestas a volver a la lucha callejera en caso de que, ahora o en el futuro, Reino Unido reabra cualquier tipo de frontera en los “seis condados ocupados” que separe la isla irlandesa por su caprichoso Brexit. Por su lado, los británicos tienen sus propias herramientas para acercarse al diálogo. Por el momento, como lleva ocurriendo desde que el proceso de paz se consolidó en los 90’, el Partido Laborista es la única facción con la que las milicias irlandesas aceptarían hablar.
La izquierda británica lleva tiempo siendo golpeada por una campaña mediática que la sitúa como simpatizante del terrorismo anti-británico y a Jeremy Corbyn como agente secreto del IRA. Ha ocurrido lo mismo con las falsas acusaciones de anti-semitismo que las comisiones expertas del parlamento han desmentido. Si Reino Unido acaba abandonando a los unionistas en Belfast, tal como sucedería con el acuerdo actual, un nuevo episodio secesionista golpeará las islas británicas y la puja por reunificar Irlanda será más fuerte. Desde Dublín hasta Belfast, Londonderry o Downpatrick, y por supuesto con el visto bueno de Bruselas. La mayoría de escoceses prefieren ser una nación independiente dentro de la UE. El sentimiento nacionalista galés roza un 25% de la población, quienes desearían abandonar el Reino Unido. En una entrevista reciente en televisión, la conservadora Andrea Jenkins, diputada por Morley y Outwood, afirmó que votó a favor del acuerdo para honrar a sus electores en Morley, Yorkshire, y que los unionistas no han sido traicionados. Simplemente, añadió, “Yorkshire y sus votantes están a muchas millas de Irlanda”.
La Unión de Gran Bretaña e Irlanda del Norte está en peligro y los conservadores ingleses lo saben. Sin embargo, priorizar la supervivencia del partido al salir de la UE tiene un precio. La “pequeña Inglaterra” se dispone a pagar uno que sacrificará derechos laborales y servicios como la sanidad pública, pero demasiados olvidan que las verdes colinas de la isla irlandesa podrían mancharse una vez más de sangre, una que salpicaría y mucho a Londres. Los irlandeses mantienen presente el recuerdo del imperialismo británico y la opresión sobre su idioma y pueblo, el único caso en el que estas se dieron dentro de Europa. Si la oposición, la Unión Europea y las propias urnas no le ponen frenos a este gobierno, la cuestión irlandesa volverá inevitablemente a las calles.