Los recientes incendios forestales acaecidos en España después de un periodo inusualmente tranquilo han provocado como en anteriores ocasiones muchas y muy dispares aportaciones al debate social, en general y por fin, bastante constructivas. Por ello nos ha sorprendido las que en este diario publicó el pasado 11 de agosto el señor Carles Arnal acusando a los forestales de ser innecesariamente alarmistas. Se refería entre otros, y sin citarlo expresamente, a Marc Castellnou, un renombrado experto en incendios forestales, Ingeniero de Montes por la Universitat de Lleida. Castellnou, pese a su relativa juventud, ha sabido primero consolidar los Grupos de Apoyo de Actuaciones Forestales (GRAFs), de los bomberos de la Generalitat de Cataluña, como referencia de la lucha contra los incendios forestales en Cataluña y, posteriormente, tejer relaciones por el resto de España y de Europa, así como a escala global. Ha sido reconocido por multitud de organismos dentro y fuera de España e invitado como experto para analizar incendios especialmente traumáticos como los de Chile o Portugal el año pasado. Además, ha impulsado la Fundació Pau Costa en honor a los 5 compañeros que fallecieron en 2009 en el incendio de Horta de Sant Joan y desde la que se lleva a cabo un trabajo de investigación en la primera línea del conocimiento, formación y comunicación altamente innovadora y reconocida.
Cierto es que su estilo puede sonar a veces provocador, guiado por el objetivo de concienciar al oyente sobre la magnitud del problema, sobre todo si seguimos cometiendo el error tan magistralmente descrito por Einstein de pretender resolver un problema emergente con respuestas del pasado. Uno de los innumerables méritos del equipo liderado por Marc Castellnou ha sido precisamente romper con la inercia de reclamar desde la extinción más y más medios para reorientar el foco al estado del paciente (el monte). Y he aquí lo innovador y generoso del enfoque – lo normal es reclamar más medios para las propias competencias - al coincidir con las líneas de pensamiento más innovadoras en otros ámbitos públicos.
Precisamente el principal mensaje de la Cumbre de Rio+20 fue el hecho que la Humanidad había sido capaz de resolver prácticamente todos los retos sectoriales, mientras que los retos aún no resueltos eran fundamentalmente de naturaleza transversal. Ello obligaba a abordar de forma integrada los tres pilares de la sostenibilidad (ecológico, social y económico). Curiosamente el señor Arnal aboga por el caduco enfoque de abordar los incendios meramente priorizando la extinción y la reducción de su número, es decir la actuación represora marginando la salud del paciente. Llevado a la sanidad, es como si nos centrásemos meramente en invertir más y más en urgencias en vez de abordar la mejora de la salud, que es hoy la prioridad de todo sistema sanitario que se precie.
En línea con el enfoque represivo que defiende, el señor Arnal reduce a la anécdota los incendios por rayo, una causa natural que en la Comunitat Valenciana ha supuesto en los últimos años entre el 15 y el 39% de los fuegos y se producen en zonas remotas poco accesibles y días después de la tormenta.
Defiende Carles Arnal que el bosque no necesita al ser humano dado que se ha venido regulando sin intervención humana desde hace milenios. El Sr. Arnal, que ya en el pasado ha defendido tesis superadas por el avance científico, como bastardización del género Pinus en el Este de la Península Ibérica, parece desconocer la profunda transformación que el ser humano prehistórico hizo de la vegetación desde que fue capaz de domesticar el fuego de forma generalizada hace ahora 125.000 años. Si a eso unimos las sucesivas glaciaciones, la última de las cuales culminó hace 12.000, años hablar de vegetación primigenia no deja de ser una entelequia.
La investigación solvente realizada en Norteamérica o Australia confirma la profunda transformación del paisaje que consiguieron sus habitantes aborígenes antes de la llegada de los occidentales. Mucho más hay que esperar en el Mediterráneo, donde además la agricultura y ganadería se extendieron durante los pasados 10.000 años.
En línea con la incapacidad de integrar lo social y lo ambiental, el señor Arnal parece no acabar de entender que nuestros ecosistemas han coevolucionado con las actividades antrópicas durante muchos milenios y bajo climas bien diferentes. Esto es un hecho objetivo indiscutible y resulta por ello ocioso opinar sobre su esencia positiva o negativa, pues solo sobre sobre la realidad podemos construir el futuro. En este momento en el mundo científico existe una fuerte oposición al maniqueísmo que ha pretendido separar lo que está unido desde hace milenios: la naturaleza, el ser humano y su cultura.
La descripción que hace el señor Arnal es tremendamente estática, como si no hubiésemos asistido en los últimos decenios a un aumento impresionante de extensión y densidad de nuestras masas forestales. Según el Inventario Forestal de España, desde 1970 la superficie arbolada ha crecido un 50% y el stock de biomasa en un 100%. A ello se une el cambio climático, que nos depara crecientes ventanas de riesgo, junto con fenómenos extremos como vendavales y nevadas que acumulan vegetación muerta de forma creciente en el monte. Obviar estos hechos parece tremendamente irresponsable, al situar a los efectivos de extinción en situación de riesgo, puesto que en muchos incendios se supera ampliamente la capacidad de extinción, que está físicamente limitada.
El señor Arnal simplifica, además, la propuesta de regular la acumulación de combustible en los montes, llevándola al ridículo. De lo que realmente se trata es de generar, por un lado, interrupciones en la vegetación que permitan a los medios de extinción actuar con mejores condiciones de seguridad y, por otro lado, reducir la carga de combustibles finos dentro de las masas forestales, que es al final lo que arde, acelerando la maduración hacia estructuras menos combustibles. Son medidas que redundarían además en la mejora de la biodiversidad, la calidad de paisaje, el rendimiento hídrico o la creación de empleo rural en nuestros montes. Paradójicamente, la preservación de la biodiversidad es el argumento que viene aduciendo el señor Arnal para impedir en cualquier supuesto posible la gestión forestal y con ello tácitamente el aumento de la carga de combustible.
Cuando hablamos de incendios estamos tratando de cuestiones clave, y existen límites a la osadía, la frivolidad o la obcecación, porque las decisiones que finalmente se tomen, tácita o expresamente, tendrán graves consecuencias, incluida la vida de las personas, ya sean los directamente afectados o los efectivos de extinción. En todo país que se precie las responsabilidades profesionales más críticas están limitadas a quienes dispongan de la correspondiente formación y experiencia profesional, lo que en España viene correspondiendo en este ámbito a los Ingenieros de la rama forestal (de Montes/Master o Técnicos Forestales/Grado) en similitud con lo que ocurre en otros países. Esa es una diferencia clave entre las ciencias básicas que describen y sientan las bases y las ciencias aplicadas que son las responsables de ejecutar y, por tanto, de tomar decisiones.
En definitiva, ante el grave reto que tenemos planteado existen dos alternativas, seguir apagando los fuegos, que no es otra cosa que limitarse a gestionar la emergencia y que siempre nos acabará atrapando, o gestionar la vegetación para que sea mucho menos proclive a favorecer grandes incendios.
Como indicaba al principio, afortunadamente nuestra sociedad ha ido evolucionando y cada vez es menos habitual este tipo de indolencia intelectual que solo contribuye a aumentar la confusión ante un problema grave que hay que abordar con rigor y no cargados de prejuicios fundados en teorías superadas por el progreso científico.
Es muy loable el grado de consenso que existe en esta materia desde hace años entre las Administraciones, la investigación aplicada y las organizaciones ambientalistas más consolidadas, como Green Peace y WWF. La incapacidad del señor Arnal de evolucionar sitúan sus tesis, por mucho que las decore de liturgia progresista, en las posiciones más retrógradas de nuestra sociedad, especialmente por desconsiderar los aspectos sociales, como son la seguridad del personal de extinción o la dignidad de los habitantes del medio rural.
Permítanme simplemente, al hilo de lo anterior, reproducir en su versión original en valenciano una cita suya que no tiene desperdicio y extraigan sus propias conclusiones. “Els habitants de les àrees rurals constitueixen una població envellida, de baix nivell cultural, I amb una menor sensibilització del que poden ser les modes urbanes de valoració de la natura.... conserven, en general, una visió antiga i desfassada del mon rural, la qual concebeix com a ilimitada la capacitat de la natura d’absorbir impactes, i a mes, aixo no importa Molt.... desconfien de noves activitats vinculades a la conservació de la natura o al turisme rural.”
*Eduardo Rojas Briales, profesor de la Universitat Politècnica de València y Decano del Colegio de Ingenieros de Montes