Cuando se acabó la guerra empezó la carnicería. Las cunetas se llenaron de muertos. Los cementerios se llenaron de tumbas clandestinas. El exterminio de quienes “no piensen como nosotros” que predicaba el general golpista Emilio Mola se llevaba a cabo con una precisión de entomólogo. Aún hoy hemos de hablar de ciento cincuenta mil personas desaparecidas. Aún hoy, las derechas siguen pensando que si sus padres y abuelos ganaron la guerra por qué no la van a seguir ganando sus hijos y sus nietos.
Y muchas veces miro a mi alrededor y pienso que es verdad, que la siguen ganando.
El cementerio de Paterna es conocido como la fosa de España. Cientos de cuerpos amontonados que esperan ser devueltos a esa dignidad que les arrebató, con una crueldad infinita, la dictadura franquista. También en Alzira encontramos huellas de aquella barbarie. Ahora leo en el periódico local La veu de Llíria que en esta ciudad del Camp de Túria existe una fosa donde puede haber 112 personas enterradas, asesinadas por el fascismo entre el 15 de abril de 1939 y el mismo mes de 1940.
Todo empezó cuando el joven Sergio García llegó al cementerio de Llíria en busca de su abuelo desaparecido. Tenía noticias de que esa fosa existía. Limpió las lápidas del suelo. Escarbó en los nombres que aparecían en esas lápidas. Contactó con el ayuntamiento, con algunos historiadores, con gente que también buscaba a sus familiares perdidos en el oscuro galimatías de la desmemoria colectiva. Y la fosa salió a la luz. Está localizada a la entrada del cementerio, justo a la izquierda. Los asesinatos -no sé por qué se los llama “fusilamientos”- tenían lugar en el muro de atrás del propio cementerio. Hace unos días, se realizó en ese lugar un acto de recuperación memorialista con la presencia, junto a Sergio García y otros familiares de desaparecidos, del propio alcalde, Manolo Civera, del historiador Paco Rozalén y el responsable del Grupo por la Recuperación de la Memoria Histórica, Matías Alonso.
Ahora se ha constituido una Asociación con el fin de recabar más información y de que se sumen al colectivo de búsqueda otras personas que intentan saber dónde fueron a parar sus familiares desaparecidos. Mientras tanto, aseguran, habría que levantar en ese lugar del cementerio “un monolito que recuerde a estas personas que llevan setenta y nueve años enterradas en la fosa común de Llíria para honrar su memoria”.
El tercer paredón valenciano está en Llíria. La mayoría de personas asesinadas parece que son de la propia comarca del Camp de Túria que estaban presas en el convento del Remei. De allí las sacaban, las llevaban al cementerio y después de los disparos las dejaban caer como a bichos muertos en el pozo de la indignidad y la vergüenza. Han pasado casi ochenta años desde entonces y ya va siendo hora de que la memoria de la resistencia republicana sustituya al silencio y el olvido en que demasiadas veces ha seguido siendo enterrada.
En Llíria se han dado los primeros pasos para recuperar esa memoria. Y a esos primeros pasos habrán de seguir otros para que la necesidad de saber no caiga en el desánimo. La verdad de aquel tiempo devastado ha de salir a flote de una vez por todas. Y es ahí, en ese punto de flotación, donde nos hemos de encontrar cuanta más gente, mejor. Las personas desaparecidas por la violencia franquista bien que se lo merecen. Y tanto que se lo merecen. Y tanto.