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La fosa 112... y todas las demás

No me conformo, no; me desespero como si fuera un huracán de lava.

Miguel Hernández.

La memoria democrática está llena de huesos, de raras geometrías de huesos dibujadas en la tierra, de ese dolor blanquinoso que se esconde en la carne ya inexistente de los huesos vergonzosamente enterrados desde hace ochenta años por lo menos. La historia es el recuento riguroso de esa consternación que nos araña las tripas cuando abrimos las puertas al pasado. A su lado -nunca en contra- está la memoria. Esa memoria que llamamos histórica y hemos de empezar a cambiarle el nombre para que no haya confusiones entre la memoria fascista y la de quienes se dejaron la vida luchando precisamente en defensa de la Segunda República, contra el fascismo. Pronto se cumplirán 43 años de la muerte del dictador Franco Bahamonde. Muchos años de esa muerte. Demasiados años los que llevan los cadáveres republicanos escondidos en tumbas clandestinas, como si la derrota fuera una condena a perpetuidad a manos de esa victoria abrupta e injusta -ya en tiempos de democracia- que son el silencio y el olvido. Ya va siendo hora de que este país se avergüence de lo que no se hizo cuando tocaba y empiece a curar las heridas que no pueden reabrirse -como dice la derecha- sencillamente porque nunca se cerraron. El cementerio de Paterna es una fosa inabarcable que habla a gritos para que la dignidad de lo que encierra no se la sigan comiendo los tristes gusanos del oprobio.

La política sigue siendo miedosa cuando hablamos del franquismo. Cuarenta años de dictadura le cambiaron la cabeza a un país que no ha sido capaz de construir su propia cultura democrática. El pensamiento hegemónico cuando hablamos del pasado sigue siendo el que a golpes nos impuso aquella dictadura. En la Transición tal vez se hizo lo que se pudo hacer (dicen bastantes voces, algunas de ellas bastante autorizadas) pero se dejaron en el camino de aquellos años muchas cuentas pendientes que tenían que ver, algunas de ellas, con los valores republicanos. En las escuelas del franquismo sólo se contaba su victoria y en las escuelas de la democracia siguen sin contarse la legitimidad de la República y su derrota a manos del fascismo. El miedo se nos come, se nos sigue comiendo tantos años después de inaugurarse pomposamente nuestra democracia. Mejor no remover nada de lo de antes. Y mientras callamos serán otros, son otros, quienes levantan la voz de una falsa equidistancia no sólo con el pasado y sus memorias sino con la historia. Miren, si no, cómo coinciden Albert Ribera y Alfonso Guerra a la hora del recuento. “No hay que boxear con los fantasmas del pasado”, dice el líder de Ciudadanos. Poco antes que él, eso mismo más o menos había dicho el que fuera durante tantos años vicepresidente de un gobierno socialista y ya dejó claro, entonces, que las memorias de la República y el franquismo eran sencilla y llanamente algo que tenía que ver más con la arqueología que con la propia historia. Cada vez que abrimos la boca para hablar de cumplir la Ley de Memoria (tan raquítica ella, tan insuficiente) se nos echa encima una marabunta de maldiciones que asusta. Y no pasa nada si esa Ley no se cumple. No pasa nada.

Por eso es un gozo ver cómo desde la Diputación de Valencia y desde el área de Memoria que ahí dirige Rosa Pérez Garijo se está destinando dinero y esfuerzo humano para reabrir las fosas de Paterna y de algunos otros sitios donde hayan sido o puedan ser localizadas. Ahora se anuncia la exhumación de la fosa 112, que, según las estimaciones de Miguel Mesquida, arqueólogo encargado de la exhumación, contendría los restos de más de cien ejecutados. Antes fueron bastantes las que fueron abiertas (creo que ocho o nueve) y ojalá pronto no quedara ninguna por abrir en Paterna y donde sea: ser el segundo país del planeta con más desaparecidos (después de Camboya) no creo que sea un currículum ejemplar para una democracia que se considera a sí misma -aunque yo lo dude- fuerte y definitivamente consolidada. Como canta mi querido y admirado amigo Pedro Guerra en Huesos, una canción imprescindible para no morirnos de asco en medio del olvido: “Habrá que contar, / desenterrar, emparejar, / sacar el hueso al aire puro del vivir”.  Pues eso.