“Se acabó el calvario”. Una emocionada Silvia Vargas apenas puede expresar lo que siente por una noticia que no se esperaba. Su hijo, Víctor Parada, ha salido esta madrugada de la cárcel de Malasia donde había sido condenado a muerte por tráfico de drogas. “A mi hijo le ha dado una segunda oportunidad y a mi me han dejado vivir”, añade desde Benilloba, municipio de Alicante donde había residido el joven boliviano, además de en Alcoi, entre 2003 y 2009.
En la comarca del Condado de Concentaina donde además de su madre, viven sus tres hermanas y ahora también su hijo Lucas de 8 años, Víctor estaba trabajando de carpintero hasta que en plena crisis económica se quedó en el paro, fue detenido por la policía por no tener los papeles en regla y deportado a su país. Ya en Bolivia sufrió un accidente laboral que le dejó la mano derecha sin movilidad. “En Bolivia no existe la Seguridad Social, si no tienes dinero no te atienden y te mueres”, explicaba a este medio su hermana Yoli.
Sin posibilidad de encontrar un empleo, acabó asumiendo deudas económicas con un hombre que resultó ser traficante y que tras amenazar con hacer daño a su hijo, asegura su familia, se vio obligado a hacer de mula. El 27 de octubre de 2013 fue detenido en el aeropuerto de Malasia con 450 gramos de cocaína. Casi cinco años después, y más de 50.000 euros destinados por la familia a pagar abogados y traductores, entre otros gastos, Víctor Parada es condenado a la pena de horca el 5 de enero de 2018.
La desolación inicial dio paso a la esperanza tras permitírsele a la familia Parada Vargas recurrir la sentencia. Tenían un año y medio por delante para trabajar en un nuevo juicio. Cuenta ahora su madre que su testimonio ha sido “fundamental” para salvar la vida de su hijo. “Por suerte el segundo juez, tras la apelación, sí que tuvo en cuenta mis palabras y pruebas, además de reconocer ciertas irregularidades del primer juicio”, avanza.
“Como testigo les conté que en Bolivia 2.600 personas desaparecen al año por trata de personas relacionadas con la droga”, añade. “También fue muy importante que aceptaran las pruebas de que mi hijo trabajaba, tenía su familia, era honrado y que si acabó de mula era por circunstancias de la vida”, relata.
Al final, y tras dos audiencias en marzo y mayo de este año suspendidas, el pasado 24 de julio el juez le concedió la libertad. Pero el calvario no había acabado. Víctor fue trasladado a una celda de inmigración a la espera de que el fiscal se pronunciara. “Hemos pasado mucho miedo porque las leyes en Malasia dictan que hasta diez días después el fiscal puede apelar, por lo que podría haber vuelto a la cárcel como le ha pasado a otros presos”, explica Silvia.
A las dos de la madrugada de este jueves Víctor ha cogido un avión que le está llevando en este momento a Bolivia. El siguiente, y último paso, es su vuelta a España. “Nos va a costar un tiempo porque él no tiene la nacionalidad”, asume su madre. “Ahora nos pondremos con los trámites para la reagrupación porque yo tengo la ciudadanía española al ser mi marido español”, señala.
En una conversación con este medio que se ve interrumpida en ocasiones por sus llantos de emoción y otras por las llamadas de otros periodistas, Silvia se muestra agradecida con los medios de comunicación por haber contribuido a que la diplomacia boliviana se pusiera en marcha. Esa era la petición que elevó la corporación de Alcoi en una moción que también pedía a España mayor implicación.
“Los dos países se han implicado y nos han ayudado mucho en asesoramiento legal”, dice feliz Silvia Vargas, la madre de Víctor Parada, en libertad y con una vida por delante.