Alona, ucraniana en València: “Mi hermana estaba aquí, la llevé la noche del martes al aeropuerto y el miércoles comenzó la invasión”

Borja Ramírez

26 de febrero de 2022 13:47 h

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En la era de los smartphones, la guerra se lleva en la palma de la mano. Frente a la sede en València de Plast España, la mayor organización ucraniana de scouts, decenas de ucranianos residentes en València se concentran, nerviosos, pendientes de sus teléfonos móviles. El local se ha convertido en un punto de encuentro en el que recibir y compartir información, en el que atender a la prensa y desde el que organizar ayuda. El ambiente es de gran preocupación y nerviosismo, ellos están aquí, pero sus cabezas están en Ucrania.

Esta asociación forma parte de la mayor organización juvenil de un país que se ha visto forzado, en las últimas 48 horas, a llamar a filas a todo aquel entre 18 y 60 años. Tienen presencia en los principales países europeos en los que se concentra la diáspora ucraniana, y su labor, habitualmente, se centra en mantener y dar a conocer la cultura ucraniana. Desde el pasado miércoles, además, tratan de saber qué está ocurriendo en su país y de reunir material médico para enviar al ejército en Ucrania.

“Nos organizamos a través de redes sociales en las que se publican listas de material y medicamentos que hacen falta. Queremos enviar el material sanitario a los médicos civiles, a los voluntarios y a los militares”, cuenta Pavlo Senatorov, que lidera los esfuerzos de la asociación.

Entre las complicaciones con las que se están encontrando, las principales son la falta de información, la incertidumbre por sus familiares y el cierre de fronteras, que hace muy complicado el organizar la ayuda. La inmediatez de los acontecimientos no permite saber qué ocurrirá mañana, las fronteras están cerradas y, de encontrar un medio seguro de hacer llegar a las autoridades su camión con el preciado cargamento, no saben si el conductor podría volver o se vería obligado a unirse a filas.

Alona lleva 20 años en España, pero su familia reside en Ucrania. No se despega del móvil y se puede ver que está nerviosa, no es para menos, aunque lo disimula muy bien. Se preocupa por otros miembros de la organización que, entre atender a la prensa y las muchas llamadas de teléfono, se han olvidado de comer. Su historia impresiona porque rompe con la sensación de que la guerra está lejana. “Mi hermana estaba esta semana aquí en València. La llevé al aeropuerto el martes para coger el avión de vuelta y el miércoles empezó la invasión”, explica.

“Hemos estado más o menos preparándonos para este momento. Sabíamos que llegaría aunque todo el mundo tenía esperanzas de que no ocurriera nunca. Desde hace un mes, en las escuelas ucranianas había psicólogos hablando con los niños y se les instruía sobre cómo actuar en caso de que llegase la guerra.”, cuenta la ucraniana.

Elena muestra orgullosa fotos de sus familiares en Ucrania y cuenta cómo sus sobrinos ya no pueden ir a clase pero practican cómo acudir a los refugios cuando suena la alarma. En una de las imágenes se puede ver una familia reunida en torno a la mesa repleta de comida. Tres de ellos son hombres jóvenes. “Esta foto es de ayer”, cuenta Alona, “horas después de hacerse la foto los tres chicos que ves recibieron una llamada y tuvieron que unirse a filas”.

En la asociación los teléfonos móviles no paran de sonar y la llegada de mensajes de apoyo es una constante. “Todo el mundo quiere ayudarnos”, cuentan orgullosos. Desde los países fronterizos a Ucrania llegan ofrecimientos de ayuda de particulares que están dispuestos a recibir a los refugiados o a llevarles alimento. Desde las instituciones el cantar es otro. Se sienten abandonados por los gobiernos occidentales.

Pavlo no descansa ni un minuto, está a cargo de la coordinación en un momento en que nadie sabe demasiado bien qué está ocurriendo y todo el mundo está muy nervioso. Una información llega desde Ucrania, hay rumores de que los rusos van a bombardear Lviv, al oeste, porque hay una fábrica de tanques ucraniana allí. Pavlo transmite el mensaje a los demás, más malas noticias. Le pregunto que qué cree que ocurrirá los próximos días y se hace un silencio mientras piensa su respuesta. “Que lucharemos”, contesta finalmente emocionado.