La campaña electoral ha empezado de la peor manera en el mismo momento en que el presidente de la Generalitat Valenciana ha citado este lunes en su despacho a la vicepresidenta y no le ha comunicado, pese a que era un secreto a voces, que iba a adelantar las elecciones. Se ha limitado a preguntarle qué opina y a emplazarla a una reunión del Consell de la Generalitat por la tarde.
Ximo Puig ha tomado la decisión de adelantar las elecciones autonómicas para hacerlas coincidir con las generales el 28 de abril sin consultar previamente a su socio de gobierno, Compromís, ni a su vicepresidenta, Mónica Oltra. Ha citado in extremis a esta última para que opinara sobre una decisión que, no solo ya había tomado, sino que fue orquestada en los medios de comunicación durante semanas hasta desembocar en un suspense un tanto absurdo, justo el último día en que la disolución de las Corts Valencianes era posible.
Puig, por tanto, ha considerado inexplicable a la vicepresidenta, a la que ha citado solo para pedirle opinión, el adelanto electoral que ya tenía decidido en una liturgia o puesta en escena que solo puede calificarse de lamentable.
Es de lamentar, en efecto, que un gobierno como el del Pacto del Botánico acabe la legislatura con tanta desconfianza entre sus líderes. El presidente socialista ha obviado a Compromís y a Oltra para dar un cierre al mandato que ha consultado con dirigentes de su partido, asesores demoscópicos más o menos cualificados, periodistas de cabecera y, también, dirigentes de la otra pata parlamentaria del pacto, Podemos.
Sabía el presidente valenciano que Compromís estaba en contra de desconectar las autonómicas de las municipales porque lo había reiterado Oltra en público y se lo había dicho a él cuando eso solo era una hipótesis. A los valencianistas les conviene aprovechar su fuerte implantación comarcal y local para incentivar sus resultados en las elecciones a la Generalitat. La coalición estaba en contra del adelanto pese a que, en teoría, esa maniobra debía cumplir una de las viejas aspiraciones del valencianismo político: elecciones autonómicas propias y diferenciadas, como corresponde a una nacionalidad histórica. Y lo está mucho más cuando el adelanto se produce para atar las autonómicas a las generales con intención de aprovechar una eventual ola de apoyo al PSOE, movilizada ante la aprensión que genera en la opinión pública el advenimiento de un Gobierno apoyado por la extrema derecha en España.
Desde luego, no es una discrepancia menor, la de adelantar elecciones o no, en un Gobierno como el del Botánico que ha hecho de la estabilidad, la normalidad institucional y la gestión razonable de las diferencias el eje de su relato desde que en 2015 arrebató al PP casi todo su poder institucional en la Comunidad Valenciana.
Es tan inexplicable como arriesgado, comentaba del adelanto electoral un buen conocedor de la política valenciana. Y no lo decía tanto por la decisión en sí, que se basa en un cálculo electoral de los socialistas, ahora subidos a un pico de expectativas optimistas en su ciclotímica trayectoria de estos últimos años, como por el daño que la maniobra inflige al relato del Pacto del Botánico.
Explicada crudamente, la maniobra de Puig es buena para el PSPV-PSOE, si se cumplen las expectativas demoscópicas, pero mala para su socio de gobierno, que se ve en inferioridad, dada su implantación autonómica, en un debate centrado en la agenda estatal, con el conflicto de Cataluña en lugar destacado. Y la realidad es que, como enseña lo ocurrido en Andalucía, si al final no salen las cuentas y las derechas se hacen con la mayoría en el Parlamento valenciano, dará absolutamente igual el número de diputados que hayan logrado los socialistas: la izquierda habrá caído y a Puig se lo llevará la tormenta.
Todo depende ahora, paradójicamente, de que Compromís mantenga sus opciones -las de Podemos también son inciertas- de sumar para la construcción de una mayoría de progreso, con una movilización de su electorado en un escenario inédito. Y de que no se deje llevar por el sectarismo ni opte por romper la baraja que comparte con los socialistas y Podemos. Mientras la derecha aplaudía el espectáculo, Puig ha puesto contra las cuerdas a Oltra y a Compromís, cuyos consellers se han pronunciado en contra del adelanto en el pleno del Gobierno que preside, convencidos de que se ven abocados a combatir por su espacio ante una OPA hostil de sus socios socialistas, que han querido convertirlos en víctima propiciatoria, o han hecho todo lo posible para que lo pareciera.