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El Ángel del Alcázar y la memoria histórica

La calle Ángel del Alcázar es para mí el hogar de mil recuerdos bonitos: meriendas con chocolate ajenas al rumor de una partida de julepe, dibujos animados de Johnny Quest y Dragones y Mazmorras frente a un arroz de cocido, Navidades sentado a una mesa en la que todavía no faltaba nadie y el lugar donde aparcaba un 1.500 en el que Julio Iglesias cantaba 'Y la vida sigue igual'.

Hace 30 años yo era un niño feliz. Y no tenía ni idea de quien era Antonio Rivera Ramírez. Todavía no había visitado el Alcázar de Toledo y aunque sabía de aquella guerra cruel que sangró España, la calle Ángel del Alcázar era solo el lugar en el que pasaba con mis abuelos las tardes después del colegio. Por eso, para mí, ese nombre está asociado a un rincón de la memoria que alberga agradables recuerdos. Y estoy convencido de que el nombre de la calle debería desaparecer del callejero para quedar convertido en eso, solo en recuerdo.

El nuevo Ayuntamiento de Valencia ha anunciado su intención de poner, por fin, al día el callejero. Y a mí me parece una gran noticia. Me atrevería incluso a más: es un avance de esta ciudad en su compromiso con la democracia. Un capítulo más en la transición que todavía no se ha hecho. La de verdad. La que por fin nos permita llamar a las cosas por su nombre y reconocer que un país que se considere democrático no puede consagrar ningún espacio público a los héroes de una guerra cuya primera víctima fue precisamente nuestra democracia.

No creo que haya revanchismos en esto. Se trata de hecho de un paso adelante. De retomar un debate pendiente que en su momento nos fue sustraído: el de enfrentarse a la verdad y analizar los hechos desde una perspectiva histórica. Y no hablo de la guerra en sí si no de sus causas –un grupo de militares sublevados legitimados por aquellos que, prácticamente desde abril del 31, conspiraron para hacer caer la República– y de sus consecuencias –una dictadura cruel ideológicamente comprometida con las potencias del Eje que albergó presos políticos hasta 1975.

Efectivamente la Dictadura es parte de nuestra historia. Y no podemos ni debemos olvidarla. Pero de ahí a mantener homenajes a sus valedores hay un trecho importante. ¿Han probado a preguntarle a un alemán qué le parecería contar hoy en día con una plaza dedicada a Hermann Göring, por muy héroe de la I Guerra Mundial que fuese? Pues eso.